domingo, 23 de junio de 2013

Historia de la vida de Juan Wesley

Historia de la vida de Juan Wesley

El Libro de los Mártires

Samuel Wesley - 7179 BytesCapítulo XX: Juan Wesley nació el diecisiete de junio de 1703, en Epworth, Inglaterra, el decimoquinto de diecinueve hijos de Samuel y Susana Wesley. El padre de Wesley[derecho] era predicador, y la madre de Wesley era una mujer notable en cuanto a sabiduría e inteligencia. Era una mujer de profunda piedad y crió a sus pequeños en estrecho contacto con las historias de la Biblia, contándolas ya alrededor del hogar de la habitación de los niños. También solía vestir a los niños con sus mejores ropas los días en que tenían el privilegio de aprender su alfabeto como introducción a la lectura de las Sagradas Escrituras.

El joven Wesley era apuesto y varonil, y le encantaban los juegos y en particular el baile. En Oxford fue un líder, y durante la última parte de su estancia allí fue uno de los fundadores del “Santo Club,” una organización de estudiantes serios. Su naturaleza religiosa se profundizó con el estudio y la experiencia, pero no fue hasta años después de dejar la universidad y entrar bajo la influencia de los escritos de Lutero que sintió haber entrado en las plenas riquezas del Evangelio.

John Wesley and Count Zinzendorf - 33549 Bytes

Juan Wesley y Conde Nicholas Ludwig von Zinzendorf

El y su hermano Carlos fueron enviados a Georgia por la Sociedad para la Propagación del Evangelio, y allí los dos desarrollaron sus capacidades como predicadores. Durante su navegación se encontraron en compañía de varios Hermanos Moravos, miembros de la asociación recientemente renovada por la actividad del Conde Zinzendorf. Juan Wesley observó en su diario que en una gran tempestad, cuando todos los ingleses a bordo perdieron enteramente la com­postura, estos alemanes lo impresionaron con su calma y total resignación a Dios. También observó la humildad de ellos bajo tratos insultantes.

Fue al volver a Inglaterra que entró en aquellas mas profundas experiencias y que desarrolló aquellos maravillosos poderes como predicador popular, que le hicieron un líder nacional. En aquel tiempo se asoció asimismo con George Whitefield, de fama imperecedera por su maravillosa elocuencia.

Lo que llevó a cabo bordea en lo increíble. Al entrar en su año octogésimo quinto, le dio las gracias a Dios por ser casi tan vigoroso como siempre. Lo adscribía en la voluntad de Dios, al hecho dc que siempre había dormido profundamente a que se había levantado durante sesenta años a las cuatro de la mañana y que por cincuenta años predicó cada mañana a las cinco. Apenas en su vida sintió algún dolor, resquemor o ansiedad. Predicaba dos veces al día, y a menudo tres y cuatro veces. Se ha estimado que cada año viajó cuatro mil quinientas millas inglesas, la mayoría a lomo de caballos.

Los éxitos logrados por la predicación Metodista tuvieron que ser alcanzados a través de una larga serie de años, y entre las mas acerbas persecuciones. En casi todas las partes de Inglaterra se vio enfrentado al principio por el populacho que le apedreaba, y con intentos de herirle y matarle. Sólo en ocasiones hubo intervenciones de la autoridad civil. Los dos Wesleys se enfrentaron a todos estos peligros con un asombroso valor, y con una serenidad igualmente asombrosa. Lo más irritante era el amontonamiento de calumnias e insultos de parte de los escritores de aquella época. Estos libros están totalmente olvidados.

Wesley había sido, en su juventud, un eclesiástico de la iglesia alta, y siempre estuvo profundamente adherido a la Comunión Establecida. Cuando vio necesario ordenar predicadores, se hizo inevitable la separación de sus seguidores de la iglesia oficial. Pronto recibieron el nombre de “Metodistas” debido a la peculiar capacidad organizativa de su líder y a los ingeniosos métodos que aplicaba.

La comunión Wesleyana, que después de su muerte creció hasta constituir la gran Iglesia Metodista, se caracterizaba por una perfección organizativa casi militar. Toda la dirección de su denominación siempre en crecimiento descansaba sobre el mismo Wesley. La conferencia anual, establecida en 1744, adquirió un poder de gobierno sólo a la muerte de Wesley. Carlos Wesley hizo un servicio incalculable a la sociedad con sus himnos. Introdujeron una nueva era a la himnología de la Iglesia de Inglaterra. Juan Wesley dividió sus días entre su trabajo de dirigir a la Iglesia, su estudio (porque era un lector incansable), a viajar, y a predicar. Wesley era incansable en sus esfuerzos por diseminar conocimientos útiles a través de su denominación. Planificó la cultura intelectual de sus predicadores itinerantes y maestros locales, y para escuelas de instrucción para los futuros maestros de la Iglesia. El mismo preparó libros para su uso popular acerca de historia universal, historia de la Iglesia, e historia natural. En esto Wesley fue un apóstol de la unión de la cultura intelectual con la vida cristiana. Publicó también los más madurados de sus sermones y varias obras teológicas. Todo esto, tanto por su profundidad y penetración mental, como por su pureza y precisión de estilo, excitan nuestra admiración. Juan Wesley era persona de estatura ordinaria, pero de noble presencia. Sus rasgos eran muy apuestos, incluso en su ancianidad. Tenía una frente ancha, nariz aquilina, ojos claros y una complexión lozana. Sus modales eran corteses, y cuando estaba en compañía de gentes cristianas se mostraba relajado. Los rasgos más destacados de su carácter eran su amor persistente y laborioso por las almas de los hombres, la firmeza, y la tranquilidad de espíritu. Incluso en controversias doctrinales exhibía la mayor calma. Era amable y muy generoso. Ya se ha mencionado su gran laboriosidad. Se calcula que en los últimos cincuenta y dos años de su vida predicó más de cuarenta mil sermones.Wesley trajo a pecadores al arrepentimiento en tres reinos y dos hemisferios. Fue obispo de una diócesis sin comparación con ninguna de la Iglesia Oriental u Occidental. ¿Qué hay en el ámbito de los esfuerzos cristianos -misiones foráneas, misiones interiores, tratados y literatura cristiana, predicación de campo, predicación itinerante, estudios bíblicos y lo que sea que no filera intentado por Juan Wesley, que no fuera abarcado por su poderosa mente mediante la ayuda de su Divino Conductor?

A él le fue concedido avivar la Iglesia de Inglaterra cuando había perdido de vista a Cristo el Redentor, llevándola a una renovada vida cristiana. Al predicar la justificación y renovación del alma por medio de la fe en Cristo, levantó a muchos de las clases más humildes de la nación inglesa desde su enorme ignorancia y malos hábitos, transformándolos en cristianos fervorosos y fieles. Sus infatigables esfuerzos se hicieron sentir no sólo en Inglaterra, sino también en América y en la Europa continental. No sólo se deben al Metodismo casi todo el celo existente en Inglaterra por la verdad y vida cristiana, sino que la actividad agitada en otras partes de la Europa Protestante podemos remontarla, indirectamente al menos, a Wesley.

Murió en 1791, después de una larga vida de incesantes labores y de desprendido servicio. Su ferviente espíritu y cordial hermandad siguen sobreviviendo en el cuerpo que mantiene afectuosamente su nombre.



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viernes, 21 de junio de 2013

Los hugonotes de Francia

Los hugonotes de Francia

Humanistas y evangélicos hicieron intentos para reformar la iglesia durante el reinado de Francisco I (1515-1547).

Entre ellos se destacaron los fabrisianos o seguidores de Lefèvre d'Étaples (Faber Stapulensis). En 1521 se congregaron alrededor de Guillermo Briconnet, obispo de Meaux. Se esforzaron por eliminar los abusos de la iglesia y para que hubiera una predicación más evangélica.
La más influyente en auspiciar este movimiento humanístico precursor del calvinismo fue Margarita de Navarra, hermana del rey Francisco. Culta e interesada en las ideas de los "biblicistas" o expertos en la Biblia, invitaba a algunos de ellos para que predicaran en el Louvre, el palacio real de París.
Ella escribió una cantidad de obras que tienen un sabor luterano, especialmente El espejo del alma Pecaminosa, en 1531. Dentro de unas condiciones políticas cambiantes, el rey de Francia intermitentemente estuvo interesado en las nuevas ideas y favoreció a los "luteranos" de Francia. Cuando necesitó de la ayuda de los príncipes luteranos alemanes, los luteranos de Francia tuvieron un intervalo de alivio.

El primo del rey, Luis de Berquin, era un "luterano" francés destacado, pero mal aconsejado. Fue ejecutado por su fe en 1529. "Si Francisco lo hubiese apoyado hasta el fin, él [Berquin] hubiera sido el Lutero de Francia" (Teodoro de Beza, Schaff-Herzog Encyclopedia of Religious Knowledge, t. 2, p. 69).
 
Después de la muerte de Francisco I y de su inteligente hermana, los reyes de Francia trataron de restaurar el catolicismo romano. Entre tanto el grupo minoritario protestante -los hugonotes- se había convertido en partido político. Pronto los hugonotes contaron con algunos nobles destacados: Enrique de Navarra, Antonio de Borbón, el almirante Coligny y Luis de Condé, el mejor general de Francia en ese tiempo.

En 1562 estalló en Francia una guerra civil religiosa intermitente. Se debió a causas políticas y religiosas, y duró hasta 1594. El acontecimiento más destacado de ella fue la sangrienta matanza de San Bartolomé en agosto de 1572. Cuando los dirigentes de los hugonotes vinieron a París para asistir al matrimonio de su rey Enrique de Navarra, miles de ellos fueron asesinados junto con muchos millares de otros hugonotes.
 
Al hugonote Enrique, rey de Navarra y nieto de Margarita, se le ofreció la corona de Francia con la condición de que abjurara del protestantismo. Lo hizo por motivos políticos; pero durante su reinado, como el primero de la dinastía de los Borbones (1589-1610), favoreció a los hugonotes nombrándolos como ministros y mensajeros.

En 1598 promulgó el edicto de Nantes, que con sobrada ventaja fue el decreto más liberal concedido hasta ese entonces en la Europa occidental.

En él se declaraba que la religión católica era la religión nacional, pero concedía un notable grado de libertad a los hugonotes. No se los perseguiría más debido a la religión, pero no se permitiría la celebración de servicios religiosos de los reformadores en París o dentro de un radio de 35 km.

El decreto asignaba ciudades de refugio para los hugonotes, a quienes también se les daba el derecho de desempeñar cargos públicos. Enrique IV acababa de trazar con su ministro Sully un plan de paz y comprensión general, al que se denominaba el "gran proyecto", cuando fue asesinado por Ravaillac, un monje fanático, en 1610.

El edicto de Nantes fue parcialmente abrogado por el cardenal Richelieu en 1628 y completamente revocado por Luis XIV en 1685.
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Guillermo Farel: El evangelista de la reforma en Suiza

Guillermo Farel: El evangelista de la reforma en Suiza




Nuestra historia comienza a la mitad de la vida de Guillermo Farel en 1536. El lugar es la ciudad de Lausana, en la orilla norte del lago de Ginebra, y la ocasión es un debate teológico para decidir la lealtad religiosa de la ciudad. Otros debates han tenido lugar durante la Reforma en Suiza que han sido de por sí más importantes que el que nos ocupa. Sin embargo, por razones incidentales y más personales, la reunión en Lausana ha de ser un punto decisivo en la historia del movimiento de Reforma.

Hay dos hombres presentes en el bando reformado que están destinados a ser famosos en los anales de la historia de la Iglesia. Uno de ellos es ya una figura de renombre internacional y ha de ser el principal orador en este debate. Se le distingue, aparte de cualquier otra cosa, por su cabello y barba pelirrojos, y es nativo de Francia. Su compañero es un joven pálido casi desconocido para los presentes; es también francés y acaba de huir recientemente de su país nativo debido a su fe protestante. Toma poca parte activa en el Debate de Lausana. Sin embargo, es por este tiempo cuando ha de pasarse la antorcha. Durante muchos años, Guillermo Farel ha sido el reformador por excelencia en la Suiza occidental; ahora su joven colega Juan Calvino no sólo está a punto de tomar de Farel el liderazgo del movimiento de Reforma en esta región, sino que ha de llegar a ser la influencia más formativa en la historia del protestantismo. El nombre y la fama de Farel serán eclipsados por los de Calvino. Por esta sola razón es necesario reexaminar la vida y obra de un hombre que fue grande por derecho propio en todos los sentidos y que, con la excepción de Calvino, se mantuvo como un gigante espiritual por encima de sus amigos y compañeros.

Nacimiento y educación
Farel nació en 1489 en Gap, al sureste de Francia, a unos 160 kms. de la costa mediterránea. La ciudad estaba situada en el valle de uno de los afluentes del gran río Ródano. Puede parecer sorprendente que posteriormente se encaminara a Suiza y estableciese allí su hogar. Sin embargo, en términos geográficos, las barreras políticas entre Francia y la Confederación Helvética se consideran superficiales. En Gap, Farel se crió a la sombra de los Alpes. Si seguimos esta misma cordillera y recorremos el curso del Ródano, nos encontraremos en la misma región que constituyó el escenario del ministerio del reformador.

La educación que recibió el joven Farel en su nativo Gap no fue de un grado muy alto: o quizá su propio progreso no fue rápido. En cualquier caso, cuando en 1509 ingresó en la Sorbona en París, a los veinte años comenzó un curso que los otros estudiantes seguían a los catorce o quince años. Además, al ingresar en la Sorbona tuvo que vencer con dificultad la intención de sus padres de que ingresara en el ejército o en el sacerdocio. Su motivo para rechazar la vocación clerical es interesante: “No me consideraba digno de cantarla (la misa)”, dijo posteriormente.

Jacques Lefévre y la conversión de Farel
Es a la erudición a lo que el joven Farel deseaba dedicarse, y en París llegó a ser un estudiante en la más famosa universidad de Europa, en la facultad de Letras. Allí pasó ocho años y estuvo bajo la influencia del gran erudito del Renacimiento francés Jacques Lefévre (1455-1536). Lefévre era un humanista, y un reformador de las letras más bien que de la religión. Pero si bien era un gran erudito clásico, era también un estudiante de las Escrituras; en 1522 publicó una traducción al francés del Nuevo Testamento de la Vulgata. Su comentario sobre los Salmos fue utilizado y apreciado por el reformador alemán Lutero. Ciertamente, Lefévre se adelantó a Lutero en afirmar que la Escritura debe ser mantenida como la fuente y regla del cristianismo, y siguió este principio afirmando: “Es Dios quien nos da, por fe, esa justicia que, por la sola gracia, justifica”. Las ideas y actividades de Lefévre le pusieron bajo la crítica de las autoridades de aquella Iglesia a la que deseaba permanecer fiel. Al igual que el más internacionalmente famoso Erasmo, sus estudios le convencieron de que la Iglesia de su tiempo se había apartado del cristianismo primitivo del Nuevo Testamento. El también esperaba que fuese reformada desde adentro.

Los ataques de los teólogos papales contra Lefévre fueron los principales instrumentos para apartar a Guillermo Farel de la Iglesia Católica. De niño, se había unido a la devoción familiar que se expresaba en la asistencia a la misa y a las peregrinaciones a los santuarios de la zona. Al hacerse mayor, Guillermo mostró en relación a la fe romana aquella ardiente lealtad y celo que posteriormente prestó tales servicios a la causa de la Reforma. Como estudiante en París, fue al principio discípulo y luego amigo íntimo de Lefévre. La relación exacta del maestro de Farel con el movimiento posterior de Reforma es algo problemático. Se dice de su compañero humanista Erasmo que puso el huevo que Lutero empolló. Lo mismo es cierto, aunque quizá en menor grado, de Lefévre. Ciertamente, la Reforma en Francia le debió mucho. Una vez Lefévre le dijo a Farel que Dios renovaría el mundo y que él, Farel, viviría para verlo. Sin embargo, él mismo era reacio a romper con la Iglesia Romana. Al contrario que Erasmo, sin embargo, no se volvió contra el movimiento de Reforma, pues, al contrario también que Erasmo, parece haber simpatizado plenamente en cuanto a doctrina con los reformadores. “Su historia”, escribió Thomas M’Crie, “nos proporciona un notable ejemplo del uso que hace la providencia de personas parcialmente iluminadas para llevar a cabo sus importantes designios que, humanamente hablando, hubieran sido frustrados por aquellos que, con mayor inteligencia, actuasen escrupulosamente conforme a la luz”.
Ciertamente, Farel reconoció tener una considerable deuda con su maestro, que, al menos parcialmente, fue un instrumento para liberarle de la esclavitud del romanismo. El reformador dice de sí mismo, antes de su conversión: “El papado no era tan papal como lo era mi corazón”. La iluminación y la libertad del alma fueron suyas al entender la autoridad de la Escritura y la doctrina de la justificación por la fe, dos grandes temas de Lefévre. Es extremadamente difícil fijar una fecha para este punto decisivo en la vida de Farel. Doumergue, el gran biógrafo de Calvino, sugiere 1519 ó 1520: puede haber sido antes inclusive. No hay duda, sin embargo, que experimentó una larga y penosa crisis antes de alcanzar un conocimiento experimental de la verdad que la salvación es por gracia, por medio de la fe. Así, en 1521, cuando emprendió su carrera como reformador, aparentemente estaba aún, en armonía con el ideal de Lefévre, esperando trabajar dentro de la estructura de la Iglesia papal institucional. Pero pronto habría de descubrir y entender, con aquella clara comprensión que fue una de sus grandes virtudes, que esta lealtad a las formas e instituciones tradicionales era incompatible con su lealtad a la Escritura, al Evangelio y a la causa de la Reforma.

Farel y la reforma francesa

La Reforma en Francia no fue una importación extranjera de Alemania, sino un desarrollo autóctono. Además fue durante muchos años un movimiento poderoso y floreciente. Ciertamente, hubo un tiempo en que existió verdaderamente la posibilidad de que Francia llegase a ser un país protestante. Hoy en día esto está casi olvidado debido al éxito de los despiadados esfuerzos de varios gobernantes franceses para eliminar el protestantismo del país. Uno de los primeros centros del movimiento de Reforma en Francia fue Meaux, cerca de París. Bajo la inspiración de Lefévre, el obispo de Meaux, Guillermo Briconnet, buscó instituir una reforma en su diócesis. Con este fin, llamó para que le ayudaran a varios jóvenes predicadores, entre los que se encontraba Farel. Este grupo de reformadores gozó del patrocinio de la hermana del rey de Francia, Margarita de Angulema, pero, aun así, suscitó considerable oposición.

En 1523, Farel predicó en Meaux contra la adoración de la Virgen y los santos, y Briconnet le retiró la licencia para predicar. Esto puso fin a su breve carrera como reformador dentro de la Iglesia Romana.

Al partir de Meaux, Farel hizo su primer viaje a Suiza, a la ciudad de Basilea, la residencia del gran humanista Erasmo. Aquí también encontró al anterior colaborador de Erasmo, Juan Ecolampadio, quien habría de ser el principal instrumento de la Reforma de Basilea, Ecolampadio y Farel se hicieron buenos amigos, recibiendo el primero en su casa al refugiado francés. Durante este período, Farel visitó Zürich y conoció al principal reformador suizo de aquel tiempo, Ulrico Zuinglio. Con Erasmo, sin embargo, su relación no era tan cordial. Se dice que Farel comparó al gran erudito con Balaam, debido a que alquiló sus servicios a los enemigos del pueblo de Dios. En parte como consecuencia, en 1524, mediante la intervención de Erasmo, el francés fue expulsado de Basilea.
Hasta entonces, Farel no había ejercido un ministerio regular. Ahora fue invitado (bajo el patrocino del duque de Wurtemberg, que había sido recientemente convertido a la fe protestante) a trabajar en Montbéliard, a unos kilómetros al oeste de Basilea. El modelo de su ministerio y experiencias en Montbéliard había de repetirse muchas veces en su carrera. Una crisis se desencadenó debido a una característica reacción impetuosa del reformador, lo correcto de la cual el mismo cuestionaría posteriormente. En marzo de 1525, se organizó una procesión en honor de S. Antonio, con los sacerdotes llevando la imagen del santo. Para su sorpresa, al cruzar el puente, el predicador de barba roja se puso en pie ante ellos, arrebató la imagen de sus hombros y la arrojó al río. Por increíble que parezca el iconoclasta se las arregló para escapar indemne tras su violenta intervención, pero poco después se vio forzado a abandonar Montbéliard. Las puertas de otra ciudad se le cerraron: pero no antes que la simiente incorruptible hubiera sido plantada en Montbéliard, y no antes que el rumbo de su vida–que había de seguir durante otros cuarenta años–se hubiese establecido.

Farel, el reformador de la Suiza francesa

Tras su exilio de Montbéliard, Farel continuó sus viajes evangelísticos en la misma región. Su base de operaciones para los siguiente dieciocho meses fue Estrasburgo, lugar de Martín Bucero. En 1526, sin embargo–como era previsible–se decidió finalmente por los suizos. Previamente, sus visitas a Suiza habían sido a la parte del país de habla alemana.

Ahora, en 1526, fue animado por Berthol Haller, el reformador de Berna y amigo de Zuinglio, a establecerse en Aigle. Desde entonces, había de entregarse a la evangelización de “Le Pays Romand”, como se conoce a la Suiza francófona. Por el tiempo de su llamamiento a Aigle, Farel estaba aún preocupado con su nativa Francia, esperando una oportunidad para resumir su obra allí. Sus amigos, incluyendo a Lefrévre, recibieron ánimo de Margarita de Angulema, pero Farel estaba demasiado decidido en sus ideas para aceptar conformarse externamente a las ceremonias de la Iglesia Romana. Puesto que la puerta de Francia estaba cerrada y otra se abría, Guillermo Farel llegó a ser el reformador de “Le Pays Romand”.

Aigle se halla en el valle del Ródano, sólo a unos kilómetros del extremo este del lago de Ginebra. El reformador comenzó su obra allí de incógnito, practicando como maestro de escuela. Estuvo en Aigle desde 1526 a 1530, aunque durante esa tiempo visitó varias ciudades y pueblos en la Suiza occidental. En 1528, estuvo presente en el Debate de Berna, descrito por el Dr. T.M. Lindsay como “una de las (ocasiones) más trascendentales en la historia de la Reforma en Suiza”. Políticamente, Suiza estaba dividida en cantones, todos bajo el señorío nominal del emperador Carlos V. El cantón de Berna era el más poderoso en el oeste de Suiza, como lo era el Zürich en el este. Como resultado del debate público en el que hablara Zuinglio y Haller por el bando reformado y en el que Farel tuvo un papel secundario, Berna aceptó finalmente la Reforma.

Este acontecimiento habría de tener importantes consecuencias para la obra del propio Farel. Este se convirtió virtualmente en un agente acreditado del Consejo de Berna para la propagación de la fe reformada. Así, en cualquier caso, era como le consideraba el Consejo; el reformador, sin duda, se veía a sí mismo más bien como un siervo del Señor, pero estaba agradecido que sus patrocinadores le asegurasen al menos una audiencia justa. Pronto, también Aigle, adoptó formalmente la Reforma. Farel no limitó sus labores a Aigle, sino que, como acostumbraba, la utilizaba como una base para la evangelización de la región alrededor. Especialmente dignas de mención en este periodo, fueron sus visitas a Lausana y los intentos de derrocar el catolicismo romano allí.

En 1530, Farel trasladó su base a Morat, pero aparte de eso, su obra continuó sin cambios, excepto que siempre continuaba esforzándose por extender la predicación del Evangelio y la obra de la Reforma a nuevos lugares. Sus aventuras en la ciudad de Orbe merecen algo más que una referencia de paso. Aquí la predicación del Evangelio fue acompañada de disturbios. Primeramente, las mujeres “piadosas” de la ciudad, incitadas por los sacerdotes, se les hizo producir un tumulto dondequiera que Farel trataba de predicar. Sin embargo, al correr del tiempo, los predicadores evangélicos se atrevieron a celebrar la Cena del Señor conforme al rito reformado. Hizo daño, sin embargo, el excesivo celo de uno de los seguidores de Farel, Cristóbal Hollard, en romper imágenes, y el culto católico romano fue restaurado. Batallas similares tuvieron lugar en la ciudad vecina de Grandson, donde se atentó contra la vida del reformador. Pero estas cosas eran para él su “pan cotidiano”. No abandonó la obra ni se limitó a una ciudad. Albergaba en su interior el apremio divino de ir a otras ciudades para que ellas también escucharan.

A este período pertenece la primera expedición de Farel a los valles de Piedmont. Al reformador le encantaba contactar a los grupos dispersos de valdenses: protestantes anteriores a la Reforma, quienes, según se sostiene generalmente, datan del siglo XII; algunos de ellos, sin embargo, reivindicaban que sus antepasados espirituales se remontaban mucho más, aun al tiempo de los apóstoles. Habían sobrevivido a siglos de persecución cruel y violenta por parte de las autoridades católicas, que aun ahora no ha tocado a su fin. Farel pudo animarles con las noticias del movimiento de Reforma en Alemania, Francia y Suiza. También les apremió a no traicionar su herencia conformándose externamente a las ceremonias blasfemas e idolátricas de la Iglesia Romana.
A su regreso a Piedmont, el reformador visitó Ginebra, que hasta entonces no se había destacado en la historia evangélica, pero que ahora estaba destinada a convertirse en la primera ciudad de la Reforma: no sólo en Suiza, sino en el mundo entero. En cuanto a elevarla a su importancia, la obra de Calvino, sin duda, fue preeminente; pero el pionero fue Guillermo Farel.

Farel en Ginebra

La primera visita de Farel a Ginebra no fue un accidente en términos de la providencia de Dios, ni tampoco lo fue humanamente hablando. Por algún tiempo, el reformador había ambicionado a Ginebra para el Evangelio y el Señor, y había buscado la oportunidad de evangelizarla. En esta ocasión, en octubre de 1532, él y su compañero Antonio Saunier recibieron, al menos inicialmente, una cordial bienvenida. ¿No llevaban cartas de recomendación de parte del poderoso Consejo de Berna, con quien los gobernantes de Ginebra estaban ansiosos de tener buenas relaciones? Además, el hecho de que Ginebra se hallaba en los horrores de una lucha por la independencia predisponía a sus ciudadanos (algunos de ellos, al menos) a escuchar a los predicadores reformados imparcialmente. Su señor feudal, que había sido expulsado en 1527, no era otro que el obispo católico de Ginebra. De esta manera, los ginebrinos eran, al tiempo de la llegada de Farel, como la Inglaterra de Enrique VIII–católicos en lo religioso y protestantes en lo político–y, por tanto, buen terreno para la predicación de las doctrinas evangélicas de la Reforma.

Esto no significaba, sin embargo, que el éxito del Evangelio en Ginebra fuese inmediato y amplio. Aunque algunos de los principales ciudadanos de varias poblaciones visitaron a Farel y Saunier en su domicilio para oír su mensaje y algunos lo oyeron de buena gana, otros, incitados por el clero papal, les condujeron al consejo de la ciudad. En este tribunal fueron absueltos sin castigo, pero no estando satisfechos los monjes y los sacerdotes, fueron convocados ante el consejo episcopal. Este último estaba decidido a condenar a los reformadores, y la reunión concluyó con desorden cuando se atacó a los prisioneros y se presentó una moción para que se les aplicara la pena capital. Farel y sus amigos se salvaron sólo por la intervención de los magistrados presentes, y escaparon heridos. Al salir Farel de la sala, un centinela papal le apuntó y disparó con el arcabuz, pero el arma no funcionó. Fue atacado de nuevo por los sacerdotes y la multitud y golpeado. Finalmente, se intentó apuñalarle, pero eso fue frustrado una vez más por los magistrados. Tras una estancia de dos días, los reformadores fueron escoltados afuera de la ciudad y expulsados, tras haber parecido improbable, ciertamente, que hubiesen salido vivos de ella.

Así concluyó la primera visita de Farel a Ginebra. Pero tales aventuras–si desde nuestra cómoda posición podemos hablar románticamente de sus peligros–constituían un incidente bastante común en la vida del reformador. Sin embargo, como le era característico, al salir de Ginebra estaba lleno no tanto de alivio por su propia liberación como de tristeza por la falta de fruto espiritual en su visita. En seguida apremió a uno de sus jóvenes discípulos, Antonio Froment (a quien creyó correr menos peligro personal que él mismo), a ir a Ginebra y continuar con la obra allí. El joven se sentía naturalmente reacio, pero se sometió a los deseos de su mentor, comenzando como maestro, al igual que Farel mismo había hecho en Aigle. Desalentado al principio, Froment fue el instrumento para la conversión de una señora de alta cuna, Claudine Levet. Predicó públicamente y su vida estuvo en peligro. De esta manera, él también se vio forzado a dejar la ciudad.

El año 1533 comenzó con la causa del romanismo aparentemente más atrincherada que nunca en Ginebra; terminó con verdadero progreso en cuanto a su derrocamiento. Tan fuerte se sentía el partido sacerdotal que en julio de dicho año se llamó de nuevo al obispo. Sin embargo, en menos de un par de semanas había huido de nuevo. Primeramente, se llamó de nuevo a Froment y luego, en diciembre de 1533, Farel mismo reapareció en la ciudad. Deseoso de agradar al Consejo de Berna, el magistrado dio de nuevo la bienvenida al reformador. Una vez más, su estancia en Ginebra se caracterizó por muchas aventuras, notablemente un intento frustrado de envenenar a Froment, a Pedro Viret y a él mismo. Mientras tanto, la obra de Reforma avanzaba constantemente en la ciudad. Se organizó un debate para mayo de 1535, pero en el día señalado no apareció ningún católico romano para desafiar las tesis redactadas por Farel y sus colegas. El mes siguiente, tras levantamientos populares iconoclastas, el consejo consideró la abolición de la misa–símbolo de unir los colores de uno al mástil reformado–y al finalizar el año, la Reforma fue formalmente adoptada en Ginebra. Tal decisión, por supuesto, no hizo verdaderos cristianos a los habitantes de la ciudad; no significó que la Iglesia allí fuese totalmente reformada. Pero lo que ya se había logrado era considerable, y todavía, debemos recordar, Juan Calvino nunca había puesto los pies en Ginebra; bajo Dios, el reconocimiento por esta Reforma preliminar y formal debe dársele a Guillermo Farel.

Farel y Calvino

Se ha indicado con frecuencia que Farel no estaba equipado para la obra de consolidación y organización que ahora se requería en Ginebra. El mismo, sin embargo, era bien conciente de esto, y cuando el joven autor de la Institución de la religión cristiana vino por primera vez a la ciudad, Farel, que no era un hombre dado al misticismo, vio claramente la mano de Dios en ello. Calvino, sin duda, no tenía pensado convertirse en un reformador, excepto mediante su pluma, y vino a Ginebra sólo porque “la ruta más directa a Estrasburgo, adonde entonces me proponía retirarme, estaba bloqueada por las guerras”. Tenía intención de quedarme “no más de una sola noche en aquella ciudad”. Pero Guillermo Farel discernió otro plan para la vida del joven refugiado, y Calvino registra, en la introducción de su Comentario a los Salmos, cómo fue finalmente compelido, como por una voz del cielo, a abandonar sus esperanzas de una vida de estudio y retiro, y ponerse al servicio de la Reforma en Ginebra. En este punto, Frances Bevan, la biógrafa de Farel, que generalmente se muestra comprensiva hacia él, aquí disputa con él: “Si ciertamente era el propósito del Señor traer a Calvino a Ginebra, ¿hacían falta amenazas y maldiciones por parte de Farel para llevarlo a cabo…? Farel…no pudo refrenarse de extender la mano para arrastrar, como aquel que dice, a la obra del Señor a uno que le parecía tan necesario…en la ciudad que tanto amaba.” Puede argüirse, sin embargo, que el reformador sólo estaba aplicando un uso adecuado de los medios, si bien de una manera peculiar a su temperamento, y que la Srta. Bevan misma yerra por un pasivismo antibíblico.

Farel estaba íntimamente asociado con su joven protegido durante los últimos años en Ginebra. Al igual que David y Jonatán, sus espíritus estaban ligados. El más anciano no mostró señales de celos por el hecho de estar convirtiéndose virtualmente en el asistente de uno que era veinte años más joven. Calvino a pesar de su superioridad intelectual, nunca mostró menosprecio o impaciencia hacia su hermano mayor. Este último ha sido criticado por caer bajo el hechizo de su amigo, pero baste decir que si bien reconoció generosa y magnánimamente los dones superlativos de Calvino, retuvo su independencia de juicio y acción, y continuó siendo él mismo hasta el final de sus días.
La historia de Ginebra ahora se funde con la historia de Calvino y no requiere contarse aquí. La oposición a la reforma religiosa y moral que los dos amigos buscaron instituir se hizo tan fuerte que en 1538 fueron expulsados. Farel ahora se adentró en una nueva fase que sería la última de su carrera. Recibió un llamamiento al pastorado en Neuchatel, muchos de cuyos ministros eran sus discípulos y convertidos. Para ellos, él era el reformador por excelencia y entre ellos pasó el resto de sus días: aparte de sus frecuentes viajes. La asociación con Calvino en Ginebra continuó: fue Farel de nuevo quien repetidamente apremió a su colega a regresar a la ciudad a la que había tomado temor. Tras haber sido reinstalado, Calvino apremió varias veces a Farel a que se uniera de nuevo a él en Ginebra, pero este último rehusó desarraigarse de Neuchatel. Estaba, sin embargo, listo para ir inmediatamente cuando Calvino lo necesitaba, como lo hizo en cierta ocasión para desbaratar una conspiración contra él, mediante su oportuna intervención y elocuencia. Otra escaramuza con los principales oponentes de Calvino, los libertistas, resultó de un sermón que predicó Farel contra ellos en Ginebra con su acostumbrado estilo directo. Causó tal furor que el Consejo demandó su extradición de Neuchatel, pero el anciano salió prontamente a pie. Cuando llegó el caso, al comparecer para afrontar las acusaciones, lejos de ser molestado, recibió un voto público de gracias por sus servicios a la ciudad.
El matrimonio de Farel en 1559–a la edad de 69 años–con una dama más de veinte años más joven que él, hizo probable un alejamiento entre los dos reformadores. Calvino consideró indiscreta la acción de su amigo. Pero su amistad se mantuvo intacta. Farel, mientras tanto, había visto fruto a sus trabajos en Neuchatel. Aunque una vez, en 1541, a punto de ser destituido debido a una disputa sobre disciplina, su conducta durante un brote de peste obró un cambio de corazón hacía él entre los habitantes de la ciudad. En 1564, Farel hizo su última visita a Ginebra, andando desde Neuchatel hasta el lecho de muerte de su amigo, a pesar del mensaje de este último que a su edad no debía intentar el viaje. Calvino, como es bien sabido, murió en 1564, y Farel–aunque veinte años mayor, el más vigoroso y saludable de los dos–le sobrevivió, para pasar a la presencia del Señor, a quien había servido tan fiel y enérgicamente, en 1565.

Farel, el hombre

El Dr. J. H. Merle d’Aubigne ha señalado y analizado bien las peculiares cualidades y dones de nuestro reformador, a quien describe como el gran evangelista del siglo XVI: “No fue un gran escritor…pero cuando hablaba apenas tenía quien le igualase”. “Su vida fue una serie de batallas y victorias. Cada vez que salió lo hizo venciendo y para vencer”. Se encontraba prominentemente equipado para la clase de evangelismo pionero que se necesitaba en sus tiempos. Con abundante celo, valor y elocuencia, tomó por asalto las ciudadelas del “paganismo bautizado” del catolicismo romano con la predicación del Evangelio de la justificación por la fe. Inspiró a otros con su ejemplo y tuvo un ministerio especial en cuanto a estimular y alentar a lo que tenían un temperamento más reservado a ejercitar sus dones plenamente.

Tanto si lo era como si no en estatura física, Guillermo Farel fue en todos los demás sentidos un “gran” hombre y verdaderamente grande. Su historia es, sin embargo, mucho más que una ilustración de lo que puede hacerse con grandes dones e inmensa determinación. Presenta, por un lado, un ejemplo singular de la poderosa gracia de Dios santificando y usando a una persona con una personalidad distintiva y muy humana; y, por otro lado, de la providencia de Dios levantando al hombre para el momento oportuno. Así la historia de Guillermo Farel es un monumento adecuado al lema de la Reforma: ¡Soli Deo Gloria!
(Traducido del Evangelical Library Bulletin, n.34, primavera 1965)

Bibliografía:
La vida de Guillermo Farel, F. Bevan, Ed. CLIE 1988
Publicado con permiso de Editorial Peregrino. Reservados todos los derechos.
http://www.iglesiabautistadenorthbergen.com/guillermo-farel-el-evangelista-de-la-reforma-en-suiza/

Zwinglio

Zwinglio

Iniciador de una de las corrientes del protestantismo (v.). En el vasto movimiento que sacudió a la Iglesia en el s. XVI, hubo tres principales centros de radiación que dieron origen a tres formas diferentes del protestantismo: Wittenberg con Lutero (v.), Zurich con Z. y Ginebra con Calvino (v.). Las dos últimas formas se unieron posteriormente (La Confesión Helvética de 1566 fue adoptada por la mayor parte de las Iglesias reformadas); Z. y el zwinglianismo son así un elemento determinante del calvinismo posterior.

jueves, 20 de junio de 2013

Jacopo Sadoleto

Jacopo Sadoleto

De Enciclopedia Católica

Cardenal, humanista y reformador; nació en Módena en 1477; murió en Roma en 1547. Su padre, un distinguido abogado, deseaba que siguiera su misma profesión, pero Jacopo se dedicó a los estudios clásicos y filosóficos. En Roma disfrutó del favor del cardenal Caraffa, y luego del Papa León X, quien lo nombró su secretario.
 
En 1517 fue nombrado obispo de Carpentras cerca de Aviñón. A diferencia de muchos humanistas, fue un hombre de vida inmaculada y cuidadoso de todos sus deberes como sacerdote y obispo. Fue por el mandato expreso de los siguientes Papas a los que sirvió que consintió en ausentarse de su diócesis aún por poco tiempo. En él se combinaban un eminente grado de cualidades de hombre piadoso, hombre de letras y de acción.
 
Como poeta, orador, teólogo y filósofo, ocupó una de las posiciones más altas en su tiempo. Su poema sobre el recién descubierto Laocoön fue lo que primero lo trajo a la atención de los eruditos. Su carácter suave y gentil, que eludía todos los extremos, y su conocimiento profundo lo capacitaban para la difícil tarea de reconciliar a los protestantes. Ciertamente, se considera que su comentario sobre la Epístola a los Romanos los favoreció mucho, y se prohibió su publicación en Roma hasta tanto fuese corregido. Él no tendría nada que hacer con la persecución a los herejes. En 1536 el Papa Paulo III lo llamó a Roma para ser miembro de una comisión especial para la reforma de la Iglesia.

En el próximo mes de diciembre recibió el capelo, al mismo tiempo que Caraffa (luego Papa Paulo IV) y Reginald Pole, también miembros de la comisión. Con el cardenal Gasparo Contarini, presidente de la comisión, redactaron el famoso "Consilium de emendanda Ecclesia", el cual presentaron al Papa.

Sadoleto fue enviado como legado a la corte de Francisco I para tratar de reconciliarlo con Carlos V (1542), pero su misión fue infructuosa. Después de 1543, cuando se nombró un coadjutor para dirigir Carpentras, estuvo constantemente al lado del Papa Pablo III, instándole siempre a la senda de la paz y la reforma. Las obras de Sadoleto fueron publicadas en Verona en cuatro volúmenes (1737-8), y en Roma (1759).

Bibliografía: Joly, Etude sur Sadolet (Caen, 1856); Tiraboschi, Storia della letteratura italiana, XVIII (Venice, 1824); Pastor, Geschichte der Päpste, IV-V (Friburgo, 1906-9). Es sólo a través de una lectura cuidadosa de esta última obra que puede ser estimada la extensión de la actividad de Sadoleto y su influencia en la Contra Reforma.

Fuente:

Scannell, Thomas. "Jacopo Sadoleto." The Catholic Encyclopedia. Vol. 13. New York: Robert Appleton Company, 1912.http://www.newadvent.org/cathen/13324a.htm.
Traducido por Luz María Hernández Medina. rc

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http://ec.aciprensa.com/wiki/Jacopo_Sadoleto

Francisco I de Francia

Francisco I de Francia

Francisco I
Rey de Francia
Francis1-1.jpg
Rey de Francia
1 de enero de 1515 - 31 de marzo de 1547
PredecesorLuis XII de Francia
SucesorEnrique II de Francia
Información personal
Nombre secularFrançois de Valois et d' Angoulême
Otros títulosConde de Angulema (1496-1515)
Duque de Valois (
1498-1515)Duque de Orleans (1514-1515)
Duque de Romorantin (
1498-1515)
Señor de Parma (
1515-1521)
Señor de Plaisance(
1527-1529)
Conde de Civray-en-Poitou (1498-1515)
Baron de Fère-en-Tardenois (
1507-1515)
Coronación25 de enero de 1515, en la catedral de Reims
Nacimiento12 de septiembre de 1494
Coñac
Fallecimiento31 de marzo de 1547
Rambouillet
EntierroBasílica de Saint-Denis
Familia
Casa RealValois-Angulema
DinastíaValois
PadreCarlos de Orleans
MadreLuisa de Saboya
ConsorteClaudia de Francia
Leonor de Austria
DescendenciaLuisa de Valois (1515-1517)
Carlota de Valois (
1516-1524)Francisco III de Bretaña (1518-1536)Enrique II de Francia (1519-1559)Magdalena, Reina de Escocia (1520-1537)
Carlos, Duque de Angulema (
1522-1545)Margarita, Duquesa de Berry (1523-1574)



FirmaFirma de Francisco I
Royal Coat of Arms of France.svg
Escudo de Francisco I
Francisco I de Francia (Coñac, 12 de septiembre de 1494 - Rambouillet, 31 de marzo de 1547), conocido como el Padre y Restaurador de las Letras, el Rey Caballero y el Rey Guerrero, fue consagrado como rey de Francia el 25 de enero de 1515 en la catedral de Reims, y reinó hasta su muerte en 1547.

Su reinado permitió a la nación francesa ejercer un papel importante en los asuntos europeos y colocarse como una potencia económica de primer orden. Hijo de Carlos de Angulema y de Luisa de Saboya, pertenecía a la rama Valois-Angulema de la dinastía de los Capeto.

Francisco I está considerado como el monarca emblemático del período del Renacimiento francés. Su reinado permitió un desarrollo importante de las artes y las letras en Francia.
En el plano militar y político, el reinado de Francisco I estuvo plagado de guerras y de importantes acontecimientos diplomáticos. Tuvo un rival poderoso en la figura del emperador y rey de España Carlos V y debió contar con los intereses diplomáticos del rey Enrique VIII de Inglaterra, siempre deseoso de posicionarse como aliado de uno u otro bando. Francisco I registró éxitos y fracasos, pero no le permitió a su enemigo imperial concretar sus planes, cuya realización comprometería la integridad del reino. Los esfuerzos de los dos soberanos católicos en combatirse el uno al otro acarrearon pesadas consecuencias para el Occidente cristiano al permitir que el imperio otomano se apoderase de la casi totalidad del reino de Hungría y llegase hasta las puertas de Viena.

Biografía

Juventud y educación

Francisco I nació el 12 de septiembre de 1494 en Coñac (Charente). Su nombre le viene de su padrino, Francisco de la Rochefoucauld.[1] Su padre Carlos de Angulema, al cual Francisco nunca conoció, era el primo del rey Luis XII de Francia y el hijo menor de la duquesa de Milán Valentina Visconti (1368-1408).

Sin herederos, Luis XII hizo llegar a la corte de Amboise al pequeño Francisco, acompañado de su madre Luisa de Saboya y de su hermana mayor Margarita. Fue en ese castillo y a orillas del Loira donde creció Francisco.

Luisa de Saboya, viuda a los 19 años en 1495 cuando Francisco no tenía más que 2 años, crio sola a sus dos hijos. Ya de niño, se rodeó de compañías que conservarían su influencia hasta su vida adulta, tales como Ana de Montmorency (1492-1567), Martin de Montchenu, Felipe de Brion y Roberto de La Mark, señor de Fleuranges.[2] En 1502, Francisco se cae del caballo y se encuentra en estado crítico. Su madre cae enferma y no vive más que para la curación de su hijo a quien llama «César».

Cuando Francisco accede al trono en 1515, tiene 20 años y la reputación de ser un humanista. Elige como emblema la salamandra. Su entrada en París el 15 de febrero de 1515 marca el tono de su reinado. Vestido con un traje en tela de plata e incrustado de joyas, encabrita a su caballo y lanza monedas a la multitud. Mientras que sus dos predecesores, Carlos VIII de Francia y Luis XII, pasaron mucho tiempo en Italia, no aprovecharon el movimiento artístico y cultural que allí se desarrollaba. No obstante, ellos permitieron el florecimiento ulterior del Renacimiento en Francia.

El contacto entre la cultura italiana y francesa durante el prolongado período de las campañas de Italia introdujo las novedosas ideas en Francia en el momento en que Francisco recibía su educación. Muchos de sus preceptores, entre los que se destacaron François Desmoulins, su profesor de latín (lengua que Francisco nunca asimilará completamente), el italiano Gian Francesco Conti y Christophe Longueuil, inculcaron en el joven Francisco una enseñanza profundamente inspirada por el pensamiento italiano.

La madre de Francisco estaba interesada también en el arte renacentista y transmitió esa pasión a su hijo, el cual, durante su reinado, dominó la lengua italiana a la perfección. Sin embargo, no es posible asegurar que Francisco haya recibido una formación humanista, sí, en cambio que recibió una educación que lo sensibilizó (mucho más que a sus predecesores) a ese movimiento cultural.

Un príncipe del Renacimiento

El mecenas y los artistas

Para la época en que Francisco I accede al trono, las ideas del Renacimiento se habían difundido en toda Francia, siendo Francisco uno de los promotores de esa difusión.

Encarga numerosos trabajos a los artistas a los que hace viajar a Francia. Varios trabajan para él, entre ellos Andrea del Sarto y Leonardo da Vinci. Francisco I manifiesta un verdadero afecto por el viejo hombre, al que llama «padre mío» y a quien instala en Clos Lucé, al alcance del château royal d’Amboise. Leonardo aporta sus más célebres obras, tales como La Gioconda, La Virgen, el Niño Jesús y Santa Ana y San Juan Bautista.

El rey le confía diversas misiones, como la organización de las fiestas de la Corte en Amboise, la creación de trajes y el estudio de diversos proyectos. Vinci permanece en Francia hasta su muerte, en los brazos del rey según una leyenda puesta en duda por ciertos documentos históricos.

Durante una exposición de pintura a comienzos del siglo XIX, pudo apreciarse un cuadro de Gigoux representando a Leonardo da Vinci agonizante en brazos de Francisco I, tema ya abordado en 1781 por François-Guillaume Ménageot. La tradición por la que la pintura tuvo su propósito descansa únicamente sobre un epitafio latino.

Leonardo da Vinci murió en el castillo de Cloux (actual Clos Lucé), en Amboise, el 2 de mayo de 1519. Ahora bien, en esa época, la Corte estaba en Saint-Germain-en-Laye, donde la reina dio a luz al rey Enrique II de Francia el 31 de marzo, y las ordenanzas reales hechas el 1º de mayo están registradas en ese sitio.

Más aún, el diario de Francisco no señala ningún viaje del rey hasta el mes de julio.

Además, el alumno de Leonardo, Francesco Melzi, a quien este legó sus libros y pinceles e hizo depositario de su testamento, escribió a un hermano del gran pintor una carta en la que le relata la muerte de su maestro.

Genealogía

Francisco I subió al trono a la muerte de Luis XII, con cuya hija Claudia se había casado.

Tendría en este matrimonio siete hijos:

1. Luisa (19 de agosto de 1515 - 21 de septiembre de 1517). Comprometida brevemente a Carlos I de España.
2. Carlota (23 de octubre de 1516 - 8 de septiembre de 1524). Muerta de rubéola. Inspiró a su tía, Margarita de Angulema, reina de Navarra el poema "Diálogos en forma de visión nocturna", de tendencia reformista.
3. Francisco, Delfín y duque de Bretaña (28 de febrero de 1518 - 10 de agosto de 1536).
4. Enrique, duque de Orleans, Delfín y rey de Francia como Enrique II, (31 de marzo de 1519 - 10 de julio de 1559). Casado con Catalina de Médicis, tendría diez hijos, entre ellos los últimos tres reyes de la dinastía Valois (Francisco II, Carlos IX y Enrique III) e Isabel, reina consorte de España; Claudia, duquesa de Lorena, y Margarita, reina de Navarra y Francia.
5. Magdalena, (10 de agosto de 1520 - 9 de septiembre de 1537). Reina de Escocia como esposa de Jacobo V. Muerta de tuberculosis.
6. Carlos, (22 de enero de 1522 - 9 de septiembre de 1545). Duque de Angulema.
7. Margarita (5 de junio de 1523 - 14 de septiembre de 1574). Duquesa de Berry y duquesa de Saboya, por matrimonio con el duque Manuel Filiberto de Saboya. Luis XV descendió de ella por su madre María Adelaida de Saboya. Margarita fue considerada brevemente a la muerte de Juana Seymour como posible novia de Enrique VIII.

Política exterior

Al frente de un ejército de 40.000 hombres, marchó a Italia para obtener la victoria en la batalla de Marignano, triunfo que, acompañado de los tratados de paz subsiguientes, otorgaron a la monarquía francesa una estabilidad en su frontera con los cantones suizos que se prolongó hasta 1792. Aunque la victoria de los franceses consiguió la cesión del Milanesado, provocó la desestabilización del equilibrio de fuerzas en Europa y la intervención posterior del emperador Carlos V en Italia.


Desembarco de Francisco I en el puerto de Valencia. Óleo realizado en 1876 por el pintor Ignacio Pinazo.
 
Varias guerras les enfrentaron por la posesión de Italia, en la primera de las cuales Francisco I fue vencido y hecho prisionero en la Batalla de Pavía (1525), viéndose obligado a firmar el Tratado de Madrid (1526), por el cual renunció a sus derechos sobre importantes zonas de la península itálica (Milanesado, Génova, Nápoles) y otros territorios vecinos del reino de Francia (Borgoña, Artois, Tournai y Flandes).

La espada de Francisco I, capturada en dicha batalla, permaneció en España durante 283 años hasta el 31 de marzo de 1808, fecha en que fue entregada en Madrid al ejército invasor francés para hacérsela llegar a Napoleón Bonaparte, quien había manifestado su interés al Secretario de Despacho, Pedro Ceballos Guerra, a través del duque de Berg. Fernando VII, deseoso en aquellos momentos de obtener el favor del emperador, autorizó dicha devolución. Incluso Napoleón reprendió a Murat por aquel acto innecesario de provocación al pueblo español consentido por el joven Borbón sin tener en cuenta la humillación que representaba.[3]

Tras un nuevo conflicto, en 1529, se firma una nueva paz: la de Cambrai o de las Damas, pacto así llamado porque fue negociado y firmado por Luisa de Saboya y Margarita de Austria, madre y tía, respectivamente, de los reyes en discordia. Una de las cláusulas de dicho tratado establecía que Francisco I, ya viudo, se casaría con la archiduquesa Leonor de Austria, reina viuda de Portugal. Este matrimonio estrictamente político se celebró el 5 de agosto de 1530 y no tuvo descendencia.

Posteriormente, en 1538 se firmó la tregua de Niza, a la que siguió, en 1544, la Paz de Crépy, que puso fin a las luchas entre Carlos I y Francisco I. Este rey implantó en Francia las bases del absolutismo monárquico y fue protector de las ciencias y las artes; fundó el Colegio de Francia y la Imprenta Real, ordenó iniciar la construcción del palacio del Louvre. Gobernó casi como rey absoluto, sin convocar los Estados Generales. Vivió con gran ostentación durante su reinado.

En su reinado, además de las guerras contra Carlos I de España, comenzaron las manifestaciones de intolerancia hacia los protestantes en Francia (conocidos como hugonotes), lo que sería el origen de las cruentas guerras de religión que devastaron el país en las décadas posteriores. Lo sucedió su hijo Enrique II.

Curiosidades

La vida disoluta de Francisco I inspiró a Victor Hugo a escribir una obra teatral «El rey se divierte» estrenada en 1832 y duramente atacada por la censura. Giuseppe Verdi, inspirado a su vez en la obra de Victor Hugo, compuso su ópera Rigoletto (1851), donde Francisco I es llamado el Duque de Mantua y su bufón Triboulet, Rigoletto. En esta obra, Verdi ha legado a la música la pieza «La donna è mobile».


Predecesor:
Luis XII
Rey de Francia
Royal Coat of Arms of France.svg
1515 - 1547
Sucesor:
Enrique II
Predecesor:
Maximiliano Sforza
Duque de Milán
1515 - 1525
Sucesor:
Francisco II Sforza

Referencias

  1. de acuerdo con Antoine Roullet (encargado de los trabajos dirigidos en la universidad de París-Plantilla:IV-Sorbonne) en Historia mensual n° 727 : «Su nombre le viene ya desde Italia, en referencia a François de Paul, ermitaño italiano llegado a Francia en 1482»
  2. René Guerdan, François Plantilla:Ier, p. 46
  3. Sánchez Mantero, Rafael (2001). Fernando VII. Madrid: Arlanza. p. 69. ISBN 84-95503-23-9. OCLC 48976076.
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http://es.m.wikipedia.org/wiki/Francisco_I_de_Francia

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