Biografía de su Fundador
Novaciano fue un cismático del siglo III, y fundador de la
secta de los novacianos; fue un
sacerdote romano, y él mismo se hizo
antipapa. Su nombre se da como Novato (
Noouatos,
Eusebio;
Nauatos,
Sócrates) por escritores griegos, y también en los versos de
Dámaso y
Prudencio, debido al metro.
Conocemos poco sobre su vida. El
Papa San Cornelio en su carta a Fabio de Antioquía relata que aparentemente cuando Novaciano era
catecúmeno padeció de
posesión demoníaca durante una temporada; pero que los
exorcistas lo atendieron, y cayó en una enfermedad de la que se esperaba la muerte instantánea; sin embargo, se le dio el
bautismo por afusión en su lecho de muerte. Al recuperarse no se le dio el resto de los
ritos, ni fue
confirmado por el
obispo. “¿Cómo puede él haber recibido el
Espíritu Santo?” pregunta Cornelio. Novaciano era un
hombre de saber y había sido
educado en composición literaria. Cornelio habla de él sarcásticamente como “el hacedor de
dogmas, el adalid del
conocimientoeclesiástico”.
San Cipriano de Cartago menciona su elocuencia (Ep. LX, 3) y un
Papa (presumiblemente el
Papa San Fabián) lo elevó al
sacerdocio a pesar de las protestas (según Cornelio) de todo el
clero y muchos de los
laicos de que no era canónico admitir al clero a uno que sólo había recibido el bautismo clínico. La historia contada por
San Eulogio de Alejandría de que Novaciano era
archidiácono de
Roma, y que fue
ordenado sacerdote por el Papa para evitar que lo sucediera en el
papado, contradice la evidencia de Cornelio y supone un estado de cosas posterior cuando los
diáconosromanos eran hombres de estado en vez de
ministros. La obra anónima “Ad Novatianum” (XIII) nos dice que Novaciano “mientras estuvo en la única casa, esto es en la
Iglesia de
Cristo lamentó los
pecados de sus vecinos como si fueran suyos propios, llevó las cargas de los hermanos, como exhortan los
Apóstoles y fortaleció con consolación las recaídas en la
fe celestial.”
La Iglesia había disfrutado una paz de treinta y ocho años cuando
Decio emitió su edicto de
persecución en los primeros meses del año 250. El Papa San Fabián fue
martirizado el 20 de enero, y era imposible
elegir un
sucesor. Cornelio, escribió en el próximo año, dijo de Novaciano que, a través de la cobardía y el
amor por su vida, negó que era un sacerdote en tiempos de la persecución; pues fue exhortado por los diáconos a salir de la
celda en la cual se había encerrado a sí mismo, para ayudar a los hermanos como un sacerdote ahora que ellos estaban en peligro. Pero él estaba enojado y se fue, diciendo que ya él no deseaba ser sacerdote, porque estaba enamorado de otra
filosofía. El significado de esta historia no está claro. ¿Quería Novaciano rehuir el trabajo activo de un sacerdote y dedicarse a la vida
ascética?
De todos modos, durante la persecución ciertamente él escribió cartas en nombre del clero romano, las cuales fueron enviadas por ellos a San Cipriano (Epp. XXX y XXXVI). Las cartas se refieren al asunto de los
lapsi, y al exagerado reclamo de los
mártires de
Cartago que querían ser reinstalados sin
penitencia. El clero romano estaba de acuerdo con Cipriano que el asunto se debía arreglar con moderación por los
concilios que se efectuarían cuando fuera posible; la elección de un nuevo obispo debía esperar; la severidad propia de la
disciplina debía ser preservada, tal como siempre había distinguido a la Iglesia Romana desde los días cuando su
fe era alabada por
San Pablo (
Rom. 1,8), pero se debía evitar la crueldad hacia los arrepentidos. Evidentemente no había
idea en las
mentes de los sacerdotes romanos de que la restauración de los lapsi a la comunión era imposible o impropia; pero hay varias expresiones en estas cartas. Parece que Novaciano se metió en algún problema durante la persecución, pues Cornelio dice que San Moisés, el mártir (murió 250), viendo la osadía de Novaciano, lo separó de la comunión, junto con cinco sacerdotes que se habían asociado con él.
A principios de 251 la persecución amainó, y San Cornelio fue electo
Papa en marzo, “cuando la silla de Fabián, esto es el lugar de
Pedro estaba
vacante”, con el consentimiento de casi todo el clero, el pueblo y los obispos presentes (Cipriano, Ep. LV, 8-9). Algunos días después Novaciano se declaró como Papa rival. Cornelio nos dice que Novaciano sufrió un cambio extraordinario y repentino; pues él había hecho un tremendo
juramento de que nunca trataría de convertirse en
obispo. Pero ahora envió a dos de los de su partido a citar tres obispos de una esquina distante de
Italia, diciéndoles que debían venir a
Roma de prisa, para una división que debía ser sanada por su mediación y la de otros obispos. Estos hombres sencillos se vieron obligados a conferirle el orden episcopal a las diez horas del día. Uno de éstos regresó a la iglesia lamentándose y confesando su
pecado, “y ordenamos sucesores para los dos otros obispos”, dice Cornelio, “y los despachamos a los lugares de donde vinieron.” Para asegurar la lealtad de sus partidarios Novaciano los obligó, al recibir la
Sagrada Comunión a jurar por el Cuerpo y la Sangre de Cristo que no se pasarían al bando del Papa Cornelio.
Cornelio y Novaciano enviaron mensajeros a las diferentes Iglesias para anunciar sus respectivas reclamaciones. Por la correspondencia de San Cipriano conocemos de la cuidadosa investigación hecha por el
Concilio de Cartago, con el resultado de que todo el episcopado africano apoyó a Cornelio.
San Dionisio de Alejandría también se puso de su lado, y estas adhesiones influyentes pronto aseguraron su posición. Pero por un tiempo toda la Iglesia se quebró con el asunto de los
Papas rivales. Tenemos pocos detalles, San Cipriano escribe que Novaciano “asumió la
primacía” (Ep. LXIX, 8), y envió a sus nuevos apóstoles a muchas ciudades para establecer nuevas fundaciones para su nuevo establecimiento; y, aunque ya había en casi todas las provincias y ciudades obispos de venerable edad, de fe pura, de probada
virtud, quienes habían sido proscritos en la persecución, él se atrevió a crear otros
falsos obispos sobre sus cabezas (Ep. LV, 24) reclamando así el derecho de substituir obispos por su propia autoridad como hizo Cornelio en el caso antes mencionado. No podía haber
prueba más asombrosa de la importancia de la
Sede Romana que esta súbita revelación de un episodio del siglo III: toda la Iglesia convulsionada por la pretensión de un
antipapa; la reconocida imposibilidad de un obispo siendo un
pastorcatólico y legítimo si está del lado del
Papa incorrecto; la reclamación indiscutible de ambos rivales a
consagrar a un nuevo obispo en cualquier lugar (de todos modos, en Occidente) donde el obispo existente se resistía a su autoridad. Del mismo modo, más tarde en una carta al
Papa Esteban, San Cipriano le apremia a nombrar (así parece implicar) a un nuevo obispo en Arles, donde el obispo se había
convertido al novacianismo.
San Dionisio de Alejandría le escribió al Papa Esteban que todas las Iglesias en Oriente y más allá, que estaban divididas en dos, estaban ahora unidas, y que todos sus
prelados estaban sumamente regocijados en esta paz inesperada---en
Antioquía,
Cesarea de Palestina,
Jerusalén,
Tiro,
Laodicea de Siria,
Tarso y todas las Iglesias de Cilicia,
Cesarea y toda Capadocia,
Siria y
Arabia, (que dependían de la Iglesia de Roma para sus
limosnas), Mesopotamia,
Ponto y Bitinia, “y todas las Iglesias por doquier”, así de lejos se hicieron sentir los efectos del
cisma romano. Mientras tanto, antes de final de 251, el
Papa San Cornelio reunió un
conciliode sesenta obispos (probablemente todos de Italia o islas vecinas), en el cual se
excomulgó a Novaciano. Otros obispos que estaban ausentes añadieron sus firmas, y la lista completa fue enviada a
Antioquía y sin
duda a todas las otras iglesias principales.
No es sorprendente que un
hombre como Novaciano puede haber estado consciente de su superioridad sobre Cornelio, o que él haya encontrado
sacerdotes dispuestos a apoyarlo en sus opiniones
ambiciosas. Su pilar eran los confesores que estaban todavía en
prisión, Máximo, Urbano, Nicóstrato y otros. Dionisio y Cipriano les escribieron para argumentar con ellos, y volvieron a la Iglesia. Una fuerza motriz en el lado de Novaciano fue el sacerdote cartaginés
Novato, quien había favorecido la negligencia en Cartago a pesar de la oposición de su obispo. En las primeras cartas de San Cipriano acerca de Novaciano (XLIV-XLVIII, 1), no hay una sola palabra sobre ninguna
herejía, siendo todo el asunto sobre el legítimo ocupante de la silla de
Pedro. En Ep. LI, las palabras “schismatico immo haeretico furore” se refieren a la maldad de oponerse al
verdadero obispo. Lo mismo se aplica para “haereticae pravitatis nocens factio" con Ep. LIII. En Ep. LIV, Cipriano creyó
necesario enviar su libro “De lapsis” a Roma, pues ya el asunto de los
lapsi era bastante prominente, pero la Ep. LV es la primera en que se argumenta contra la “herejía de Novaciano” como tal. Las cartas de los confesores romanos (Ep. LIII) y Cornelio (XLIX, 1) a Cipriano sí la mencionan, aunque esta última habla en términos generales de Novaciano como un cismático o herético; ni el
Papa menciona la herejía en su abuso de Novaciano en la carta a Fabio de Antioquía (Eusebio, VI, XLIII), de la cual tanto se ha citado arriba. Es igualmente claro que las cartas enviadas por Novaciano no se referían a los lapsi, pero eran “un gran número de cartas llenas de
calumnias y maldiciones, que ponían a casi todas las Iglesias en desorden” (Cornelio, Ep. XLIX). La primera de ésas enviada a
Cartago consistía aparentemente de “amargas acusaciones” contra Cornelio, y San Cipriano la consideró tan desgraciada que no se la leyó al
concilio (Ep. XLV, 2). Los mensajeros de Roma al Concilio de Cartago irrumpieron con ataques similares (Ep. XLIV). Es necesario señalar este punto, pues los historiadores a menudo lo pasan por alto, y califican el súbito pero corto disturbio a través de la Iglesia Católica causado por la ordenación de Novaciano como una división entre los obispos sobre el tema de su herejía. Es suficientemente obvio que el asunto no se podía presentar a sí mismo: “¿Cuál es preferible, la
doctrina de Cornelio o la de Novaciano?” Si Novaciano hubiese sido tan
ortodoxo, el primer asunto era examinar si su
ordenación fue legítima o no, y si las acusaciones contra Cornelio eran falsas o ciertas. Una admirable respuesta dirigida a él por
San Dionisio de Alejandría ha sido conservada (
Eusebio, VI, XLV): “Dionisio a su hermano Novaciano, saludos. Si fue contra tu
voluntad, como dices, que fuiste inducido, puedes probarlo retirándote de tu
libre voluntad. Porque mejor hubieras sufrido cualquier cosa antes que dividir la Iglesia de Dios y ser martirizado antes que causar un
cisma, hubiese sido más glorioso sufrir el martirio antes que cometer
idolatría, ni en mi opinión hubiese sido un acto aún mayor; porque en el primer caso uno es un mártir por su propia
alma solamente, en el otro caso por la Iglesia completa.” Aquí de nuevo no hay cuestión de herejía.
Pero aun así dentro de un par de meses Novaciano fue llamado herético, no sólo por Cipriano sino a través de toda la Iglesia, por sus severas opiniones respecto a la reinstalación de los que habían sido débiles (
lapsi) en la [[persecución. El afirmaba que la idolatría era un
pecado imperdonable, y que la Iglesia no tenía
derecho a restaurar a la comunión a cualquiera que hubiese caído en ella. Ellos debían arrepentirse y ser admitidos a la penitencia de por vida, pero su perdón debía ser dejado a
Dios; no se podía pronunciar en este mundo. Tales duros sentimientos no eran completamente una novedad.
Tertuliano se había resistido al perdón del
adulterio por el
Papa San Calixto como una innovación.
San Hipólitoestuvo igualmente inclinado a la severidad. En varios lugares y en varios tiempos se aprobaron
leyes que castigaban ciertos pecados ya sea con el aplazamiento de la comunión hasta la hora de la muerte, o incluso con el rechazo de la comunión a la hora de la muerte. Aun San Cipriano aprobó este último recurso en el caso de los que se negaban a hacer
penitencia y sólo se arrepentían en el lecho de muerte; pero esto era porque tal arrepentimiento parecía de dudosa sinceridad. Pero la severidad en sí misma era sólo crueldad e
injusticia; no había
herejía hasta que se negara que la Iglesia tenía el poder de conceder la
absolución en ciertos casos. Esta fue la herejía de Novaciano; y San Cipriano dice que los novacianos no afirmaban el
credo católico y la interrogante bautismal, pues cuando decían “¿Crees en el perdón de los pecados y la vida perdurable, a través de la Santa Iglesia?” ellos mentían.
Escritos
San Jerónimo menciona cierto número de escritos de Novaciano, de los cuales sólo nos han llegado dos, el “De Cibis Judaicis” y el “De Trinitate”. El primero es una carta escrita en retiro durante el tiempo de la
persecución, y fue precedida por otras dos cartas sobre la
circuncisión y el
Sabbath, las cuales se perdieron. Interpreta los animales impuros como significando diferentes clases de vicios del hombre; y explica que la gran libertad permitida a los cristianos no es motivo para lujo. El libro “De Trinitate” es una fina pieza de escritura. Los primeros ocho capítulos se refieren a la trascendencia y grandeza de
Dios, quien está sobre todo pensamiento y no puede ser descrito por nadie. Novaciano pasa a probar la Divinidad del Hijo a grandes rasgos, argumentando tanto del
Antiguo Testamento como del
Nuevo, y añade que es un insulto al Padre decir que un Padre que es Dios no puede engendrar a un Hijo que es Dios. Pero Novaciano cae en el
errorde muchos escritores anteriores de separar al Padre y al Hijo, de modo que el Padre le da al Hijo la orden de crear, y el Hijo
obedece; él identifica al Hijo con los
ángeles que aparecieron en el Antiguo Testamento a Agar,
Abraham, etc. “Le corresponde a la
persona de
Cristo ser Dios porque Él es el
Hijo de Dios, y que debe ser un ángel porque Él anuncia la voluntad del Padre” (paternae dispositionis annuntiator est). El Hijo es “la segunda persona después del Padre”, menor que el Padre en que Él fue originado por el Padre, Él es el imitador de todas sus obras, y es siempre obediente al padre, y es uno con Él “por acuerdo, por
amor y por afecto.”
No es de extrañar que tal descripción le pareciera a los oponentes hacer dos Dioses; y en consecuencia, después de un capítulo sobre el
Espíritu Santo (XXIX), Novaciano regresa al tema en una especie de apéndice (XXX-XXXI). Dos clases de
herejes, él explica, tratan de guardar la unidad de Dios, unos (los
sabelianos) identificando al Padre con el Hijo, el otro (
ebionitas, etc.) negando que el Hijo es Dios; así es Cristo de nuevo crucificado entre dos ladrones, y es ultrajado por ambos. Novaciano declara que ciertamente hay un solo Dios, no engendrado, invisible, inmenso,
inmortal; el Verbo (Sermo), su Hijo, es una substancia que procede de Él (substantia prolata), cuya generación ningún
apóstol ni ángel ni criatura puede declarar. Él no es un segundo Dios, porque Él está eternamente en el Padre, de otro modo el Padre no sería el Padre eternamente. Él procedía del Padre, cuando el Padre lo deseó (esta syncatabasis con el propósito de creación evidentemente se distingue del eterno engendramiento en el Padre), y se quedó con el Padre. Si Él fuese el no engendrado, invisible, incomprensible, ciertamente habría dos Dioses; pero de hecho Él tiene del Padre lo que tiene, y sólo hay un origen (origo, principium), el Padre. “Un Dios es demostrado, el verdadero y eterno Padre, de quien sólo esta energía de la Divinidad es enviada, siendo entregada al Hijo, y de nuevo por comunión de substancia es regresada al Padre.” Hay mucho de incorrecto en esta
doctrina, y también mucho que parece expresar la
consubstancialidad del Hijo, o por lo menos su generación de la substancia del padre. Pero es una unidad muy insatisfactoria la que se obtiene, y parece sugerir que el Hijo no es inmenso e invisible, sino la imagen del Padre capaz de manifestarse en Él.
San Hipólitoestá en la misma dificultad, y parece que Novaciano le cogió prestado a él, así como a
Tertuliano y
San Justino. Parecería que Tertuliano e Hipólito entendían mejor que Novaciano la doctrina romana tradicional de la consubstancialidad del Hijo, pero que los tres estuvieron desviados por su familiaridad con la teología griega, la cual interpretaba que interpretaban al Hijo como las expresiones bíblicas de Dios (especialmente las de
San Pablo que propiamente le aplican a Él como Hombre-Dios. Pero por lo menos Novaciano tiene el mérito de no identificar al Verbo con el Padre, ni la filiación con la pronunciación del Verbo para propósito de la
Creación, pues Él claramente enseña la generación eterna. Este es un avance notable sobre Tertuliano.
Respecto a la
Encarnación Novaciano parece haber sido ortodoxo, aunque él no fue explícito. Él habló correctamente de una Persona con dos substancias, la Divina y la Humana, del modo que era usual para la mayoría de los
teólogosoccidentales. Pero a menudo habló de “el hombre” asumido por la Persona Divina, de modo que se hizo sospechoso de
nestorianismo. Esto es injusto, pues él fue igualmente responsable de la acusación opuesta de hacer “al hombre” lejos de ser una
personalidad distinta que Él es meramente asumido por la carne (caro, or substantia carnis et corporis). Pero no hay base suficiente para suponer que Novaciano quería negar un
alma intellectual en Cristo; él no pensó en ese punto, y sólo estaba ansioso por afirmar la realidad de la carne de Nuestro Señor. El
Hijo de Dios, dice él, une a sí mismo el
Hijo del Hombre, y por esta conexión y mezcla hace al
Hijo del Hombre convertirse en el Hijo de Dios, lo cual Él no era por
naturaleza. Esta última declaración ha sido descrita como
adopcionismo. Pero los adopcionistas españoles enseñaban que la Naturaleza Humana de Cristo según unida a la Divinidad es el Hijo de Dios por adopción. Novaciano sólo quiere decir que antes de su asunción no era por naturaleza el Hijo de Dios, la forma de las palabras es mala, pero necesariamente no hay
herejía en el pensamiento.
Newman, aunque él no saca el mejor partido de Novaciano, dice que él “se aproxima más cercanamente a la precisión doctrinal que ninguno de los escritores de Oriente y Occidente” que le precedieron (Tractos teológicos y eclesiásticos, p. 239).
Weyman, seguido por Demmler, Bardenhewer, Harnack y otros, le atribuyen a Novaciano las dos obras pseudo-cipriánicas, ambas del mismo autor, “De Spectaculis” y “De bono pudicitiae”. Harnack le adscribe a Novaciano el pseudo-cipriánico “De laude Martyrii”, pero con menos probabilidad. El sermón pseudo-cipriánico “Adversus Judaeos”, es de un amigo cercano o seguidor de Novaciano, si no por él mismo, según Landgraf, seguido por Harnack y Jordan. En 1900 Mgr. Batiffol con la ayuda de Dom A. Wilmart publicó, bajo el título de “Tractatus Origenis de libris SS. Scripturarum”, veinte sermones que había descubierto en dos
manuscritos en
Orléans y
San Omer. Weymann, Haussleiter y Zahn percibieron que estas curiosas
homilías sobre el
Antiguo Testamento fueron escritas en
latín y no son traducciones del griego. Se las atribuyeron a Novaciano con tal confianza que un discípulo de Zahn, H. Jordan, ha escrito un libro sobre la teología de Novaciano, basado principalmente en estos sermones. Sin embargo, fue señalado que la teología es de un carácter más desarrollado y tardío que la de Novaciano. Funk demostró que la mención de los competentes (candidatos al bautismo) implica que son del siglo IV. Dom Morin sugirió sugirió a
Gregorio Betico de Illiberis (Elvira), pero retiró esto cuando pareció claro que el autor había usado a
Gaudencio de Brescia y la traducción de
Orígenes sobre el
Génesis de Rufino. Pero estas semejanzas pueden ser resueltas en el sentido que los “Tractatus” son los originales, pues finalmente Dom Wilgroy mostró que Gregorio de Elvira es su verdadero autor, por una comparación especialmente con las cinco
homilíasde Gregorio sobre el
Cantar de los Cantares (en la “Bibliotheca Anecdotorum” de Heine, Leipzig, 1848).
La Secta Novacianista
Los seguidores de Novaciano se llamaban a sí mismos katharoi, o puritanos, y les gustaba llamar a la
Iglesia CatólicaApostaticum, Synedrium, o Capitolinum. Se encontraban en cada provincia, y en algunos lugares eran muy numerosos. Nuestra principal información sobre ellos es de la “Historia” de
Sócrates, quien fue muy favorable a ellos, y nos dice muchos sobre sus obispos, especialmente aquéllos de
Constantinopla. Las principales obras escritas contra ellos son las de San Cipriano, el anónimo “Ad Novatianum” (atribuido por Harnack (Harnack se lo atribuye al
Papa San Sixto II, 257-8). Escritos de San Paciano de Barcelona y
San Ambrosio (De paenitentia), “Contra Novatianum”, una obra del siglo IV entre las obras de San Agustín, las “Herejías” de
San Epifanio y
Filastrio, y las “Quaestines” de
Ambrosiaster. En Oriente son mencionadas especialmente por
San Atanasio,
San Basilio,
San Gregorio Nacianceno,
San Juan Crisóstomo,
San Eulogio de Alejandría, no mucho antes de 600, escribió seis libros contra ellos. Se perdieron las refutaciones por Reticio de Autun y Eusebio de Emesa.
Novaciano había negado la
absolución a los idólatras; sus seguidores extendieron su doctrina a todos los
pecadosmortales” (
idolatría,
homicidio y
adulterio, o fornicación). Muchos de ellos prohibían un segundo matrimonio, y usaban mucho las obras de
Tertuliano; ciertamente, en Frigia se combinaron con los
montanistas. Unos pocos de ellos no rebautizaban a conversos de otras
creencias.
Teodoreto dice que ellos no usaban la
Confirmación (la cual Novaciano nunca había recibido).
Eulogio se quejaba de que ellos no
veneraban a los
mártires, pero probablemente se refería a los mártires católicos. Ellos siempre tuvieron a un sucesor de Novaciano en
Roma y dondequiera eran gobernados por
obispos. Sus obispos en
Constantinopla eran
personas muy estimadas, según Sócrates, que tiene mucho que narrar sobre ellos. Se ajustaban a
la Iglesia en casi todo, incluyendo el
monacato en el siglo IV. Constantino invitó a su obispo de Constantinopla al
Primer Concilio de Nicea. Él aprobó los
decretos, aunque no consentía en la unidad. Constancio persiguió a los novacianos igual que a los católicos debido al
Homoousion. En Paflagonia los campesinos novacianistas atacaron y asesinaron a los soldados enviados por el emperador para reforzar la conformidad con el
semiarrianismo oficial.
Constantino el Grande, que al principio los trató como
cismáticos, no herejes, luego ordenó el cierre de sus iglesias y cementerios. Después de la muerte de Constancio ellos fueron protegidos por
Juliano el Apóstata, pero el
arriano Valentelos persiguió de nuevo.
Flavio Honorio los incluyó en una
ley contra los herejes en 412, y el
Papa San Inocencio I les cerró algunas de sus iglesias en Roma. El
Papa San Celestino I los expulsó de Roma, como había hecho
Cirilo de
Alejandría. Antes de eso
San Juan Crisóstomo le había cerrado sus iglesias en
Éfeso, pero fueron
tolerados en Constantinopla, y allí sus obispos fueron altamente respetados, según dice
Sócrates. La obra de Eulogio muestra que todavía quedaban novacianistas en Alejandría cerca del año 600. En Frigia (cerca de 374) algunos de ellos se volvieron
cuartodecimanos, y eran llamados protopaschitoe; entre éstos había algunos
judíos convertidos. El emperador
Teodosio I hizo una ley rigurosa contra esta
secta, la cual fue importada a Constantinopla alrededor del 391 por un cierto Sabatio, cuyos seguidores fueron llamados
sabbatiani.
Traducido por Luz María Hernández Medina.