jueves, 6 de noviembre de 2014

La batalla del Nilo, 1-2 de agosto de 1798.

La batalla del Nilo, 1-2 de agosto de 1798.

Por Pedro Amado. Elaboración propia a partir de datos obtenidos de los archivos de la Royal Navy y de la marina de guerra de la Francia Revolucionaria.

Los meses previos
A principios de ese año, el primer Lord del almirantazgo británico, conde George John Spencer, escribía al flamante conde de S. Vicente (John Jervis): “cuando se informa que la presencia de una escuadra inglesa en el Mediterráneo es una condición de la que se dice puede depender el destino de Europa, no debe Ud. sorprenderse de que estemos dispuestos a tensar cada nervio y asumir un riesgo considerable para llevarlo a cabo”, a continuación la carta decía: “...y tal escuadra podría encomendarse a Horacio Nelson”.
El ascenso de Nelson tras la batalla del cabo S. Vicente no había sido visto con muy buenos ojos por sus compañeros de promoción. Su actuación “por libre” en dicho combate había levantado ampollas entre los oficiales al mando de Jervis e incluso en el almirantazgo aceptaron a regañadientes subir un grado al polémico marino.
Nelson fue llamado a la fastuosa cabina del almirante Jervis en el Prince of Wales, a la sazón al mando de la flota de bloqueo frente a la rada de Cádiz, y allí, tras informarle que la inteligencia británica había detectado preparativos expedicionarios de la flota francesa en el puerto de Toulon, le hizo saber que sería enviado a reconocer ese puerto y que el honor y la integridad de Inglaterra descansaban en sus exiguas espaldas. En los días postreros de abril, marineros norteamericanos que venían de Italia habían transmitido a Jervis el insistente rumor que aseguraba que los galos preparaban la invasión de Irlanda o Inglaterra y que una ingente cantidad de efectivos y pertrechos militares estaba siendo amasada en algún puerto francés del Mediterráneo.
Desde finales de 1796 este mar no había visto a la Royal Navy y fue precisamente Nelson el último en surcar sus aguas al mando de una pequeña flotilla encabezada por la fragata Minerve. Una refriega con dos fragatas españolas frente a Cartagena dio como resultado el apresamiento de la Sta. Sabina y, cuando el navío Príncipe de Asturias junto con la fragata Ceres se acercaban para investigar el origen de los cañonazos, Nelson ordenó cortar el cable de remolque y orzó a toda vela, “declinando usar la fuerza”, eufemismo muy manido en la Royal Navy como sinónimo de la menos elegante “huyó”.
Como consecuencia del encargo del almirantazgo, Nelson, enarbolando su insignia de contralmirante en el Vanguard de 74 cañones, escogió al Alexander y al Orion, del mismo porte, y a las fragatas Emerald y Terpsichore y una pequeña balandra, para su derrota de reconocimiento de aquel puerto meridional francés, partiendo el 9 de mayo. La travesía a lo largo de la costa hispana no ofreció nada relevante los siguientes diez días. El 22, cuando se encontraban a la altura del golfo de Lyon, fueron sorprendidos por una galerna que voló los masteleros y el palo del trinquete del Vanguard e hizo desaparecer a las embarcaciones menores. Nelson se salvó de caer al agua de milagro, cuando se empeñaba en ver lo que sucedía a su pequeña escuadra.
Parece un serio revés, pero ese día la providencia estuvo del lado de la marina británica. Exactamente hacía 3 horas que el grueso de la flota revolucionaria (13 navíos de línea, entre los que se encontraba el buque insignia del almirante D´Aigalliers, L´Orient, 120 cañones y uno de los mayores buques del mundo, y 3 de 80, amén de cuatro fragatas) había zarpado de Toulon escoltando la tropa de desembarco del general Bonaparte, huésped de honor en el insignia, de más de 200 barcos cargueros con destino a Egipto. Las anotaciones de los capitanes del Vanguard y del L´Orient registraban sus posiciones a escasas 2 millas uno del otro en el momento de la tormenta, por lo que, de haberse encontrado, es evidente que, con su barco inutilizado y sin poder darle a la vela, Nelson hubiese sucumbido ante fuerzas tan superiores.
El Alexander remolcó al Vanguard y los tres navíos se dirigieron a Cerdeña. Las fragatas y la balandra habían sido perdidas de vista definitivamente al amanecer del 23, lo que suponía un grave contratiempo para la finalidad de la expedición, ya que Nelson no podía permitirse el lujo de destacar un buque durante mucho tiempo en labores de reconocimiento adelantado, mermando la, ya de por sí, pequeña flotilla. Aún así el Orion se alejó para escrutar una posible hacia St. Pierre, en donde fueron recibidos el 24 de muy malas maneras, pues las autoridades galas habían dejado instrucciones de no admitir a ningún buque británico en el puerto. Debido a la perseverancia de los capitanes Berry del Vanguard y Ball del Alexander, los desperfectos de aquél pudieron ser reparados y el 28 pudieron seguir su rumbo.
Las fragatas dispersadas durante la tempestad pudieron regresar a Gibraltar y enviaron aviso a Jervis de sus consecuencias sobre la flotilla al mando de Nelson, pero ni una palabra de dónde estaban los franceses. Como consecuencia y, tras dos despachos del conde de S. Vicente al almirantazgo, éste decidía el envío de una flota que se desgajaría de la del canal de la Mancha con destino a ocupar el lugar, en la de bloqueo de Cádiz, que dejarían los diez buques que el capitán Troubridge encabezaba en el Culloden (74) con el objeto de adentrarse en el Mediterráneo para unirse y reforzar a Nelson. Al barco de Troubridge le seguían el Majestic, Bellerophon, Defence, Minotaur, Theseus, Goliath, Audacious, Zealous, Swiftsure, todos de 74, y el Leander, de 50.
El capitán Hardy, viejo camarada de Nelson y futuro capitán del Victory en Trafalgar, a bordo de la fragata La Mutine de 16 cañones, destacada de la flota de bloqueo de Cádiz, se unió a la flotilla de Nelson el 4 de junio y fue el encargado de darle esta buena nueva. Hardy y los demás capitanes fueron invitados a cenar en el camarote de Nelson en el Vanguard y allí, aliviado y eufórico, Nelson brindó porque ahora “ya podría enfrentarse al enemigo en condiciones honrosas”, una vez que la escuadra de Troubridge hiciese un número de 13 navíos ingleses en el Mare Nostrum.
En ese momento Nelson no tenía ni idea de la cantidad de efectivos franceses que se dirigían a Alejandría, aunque suponían serían muy superiores a sus tres bajeles, uno de los cuales había sido vapuleado duramente durante la tormenta del 22 de mayo, en caso de que fuese cierto el rumor de la salida de una numerosa tropa de invasión, ya que de esto se infería que la escolta tendría que ser poderosa.
Dos días después, el 6 de junio, el capitán Ball, a bordo del Alexander, volvía al grupo y comunicaba a Nelson que había avistado varias velas en lontananza hacia la bordada del sur y continuó para decir que se trataba de un gran convoy español cargado de tesoros y mercancías con destino a Cartagena, información que había recabado, dijo, tras interceptar a uno de los barcos. Nelson adujo que su objetivo no era el enriquecimiento personal, sino salvar a su patria y cumplir con su deber como marino, e ignoró al convoy. Los registros oficiales españoles hablan de una escuadra española de seis navíos de guerra que, a principios de junio de 1798, volvía a Cádiz escoltando un grupo de mercantes desde la costa berberisca. A pesar de que aquélla es la versión ofrecida por el héroe británico en su informe oficial, todo parece indicar que Nelson, “declinó el uso de la fuerza” de nuevo cuando Ball, balbuceando, contó a su jefe que una flota enemiga muy superior se encontraba en las inmediaciones, y que convenía alejarse lo máximo posible y el contralmirante, soslayando su carácter guerrero y contumaz, no contradijo a su subordinado y ordenó aumentar aparejo y desaparecer.
Era la segunda vez que la presencia de barcos españoles generaba un aumento inusitado del tracto intestinal, en su fase rectal, de Sir Horatio, que anunciaba una inminente necesidad de evacuar y decidía evitar a los Don. Parece que no gustó nada al Lord el recibimiento que se le ofreció en la tacita de plata y en Sta. Cruz de Tenerife el año anterior, a pesar de los empeños de las autoridades locales de hacerle un presente, mediante el uso de salvas y fuegos de artificio que, en el caso canario, incluyó un regalo personal en forma de esfera de plomo, eso sí, propulsada a distancia desde “el Tigre” y que él recibió, no muy agradecido por cierto, en el brazo derecho.
Efectivamente, no es muy verosímil que Nelson ignorase un convoy español, país al que Inglaterra consideraba tan peligroso como Francia, debido a los tratados recientes de alianza mutua, e informase de ello ecuánimemente a sus superiores en un despacho oficial, pues sabía que le supondría una corte marcial, como mínimo, por allanarse en sus obligaciones como guerrero ante una escuadra enemiga de porte similar. De todos modos, los sucesos que se avecinaban eclipsarían este incidente por su escasa relevancia en el desarrollo de la campaña.
El anhelado refuerzo se verificó el 8 de junio cuando la escuadra de Troubridge se fundió con la de Nelson, elevando a 13 el número de buques. Ahora el contralmirante estaba más seguro de su capacidad y de poder ofrecer resistencia a casi cualquier flota enemiga. Troubridge, sin embargo, no traía instrucciones concisas sobre el paradero de la flota francesa y por tanto Nelson, con sólo una fragata de observación, debía confiar en las muchas y, en ocasiones, contradictorias informaciones que recabaría de sus encuentros accidentales con pescadores o lugareños de los distintos puertos a los que se dirigían para reabastecerse.
La Mutine fue enviada a Civita Vecchia en la costa romana y el resto de la flota se dirigió a Córcega, a donde llegó el 12 de junio. Hardy se reencontró con la escuadra a la altura de la isla de Elba y dijo a Nelson que un enorme convoy había sido visto pasar por las inmediaciones recientemente. En Sicilia, Nelson supo que Malta había caído en manos galas y que el 18 algunos pescadores había visto pasar una gran cantidad de navíos extranjeros con viento en popa del norte-noroeste.
El 29 se toparon con dos barcos que venían de Alejandría y aseguraron no haber visto buque francés alguno. A pesar de ello, Nelson se dirigió al puerto egipcio y no encontró más que bajeles mercantes turcos. Desde el día 4 de julio hasta el 15, la flota británica deambuló por la costa del levante palestino y el 18 regresaron a Siracusa, Sicilia. Nuevas informaciones de la presencia de una gran flota francesa en dirección sur precipitaron la salida de la escuadra inglesa rumbo a Egipto.
La casualidad volvió a jugar un importante papel en el desarrollo de los acontecimientos, pues tanto en su bordada el sur como en su regreso a Siracusa, Nelson estuvo de nuevo a punto de toparse con el convoy francés en alta mar. Lo que evitó ese choque fue que la flota de D´Aigalliers se dirigió a Alejandría pasando por Candia (costa africana), describiendo una línea angular, mientras que la británica navegaba directamente a ese puerto desde Siracusa y viceversa. Por dos veces Nelson halló el puerto egipcio vacío de buques franceses. Había llegado con dos días de antelación y se fue un día antes de que lo hiciese Napoleón y su ejército invasor.
El Culloden fue destacado a Coron y Troubridge retornó con las mismas nuevas: el enemigo había sido visto en dirección sureste hacía 4 semanas. De nuevo las proas británicas apuntaron hacia el puerto egipcio y, por fin, el 1 de agosto divisaron un enorme grupo de buques franceses fondeados, eran los transportes que habían desembarcado todos los efectivos para llevar a cabo la invasión. El puerto estaba saturado y la flota de guerra tuvo que atracar en la bahía de Aboukir, 37 km. al este, la única rada en toda la costa egipcia, excepto Alejandría. La flota de Nelson llegó allí a las 5.30 de la tarde de ese mismo día.
navio Orient
  • > Pintura del navío L'Orient en Tolón en 1797. Este navío de tres puentes y 118 cañones fue botado en 1790 con el nombre de Dauphin Royal. Tras la revolución francesa fue renombrado Sans Culotte, y vuelto a renombrar el mismo año de su destrucción por el definitivo Orient, en honor a la expedición de Napoleón por aquellas tierras. El gran tamaño de este navío, con un calado proporcional, hizo que la línea francesa se tuviera que alejar más de lo conveniente de las aguas someras, lo que influyó en que los navíos británicos doblaran la línea francesa.
El enfrentamiento
En numerosos consejos de guerra a bordo del Vanguard, durante la penosa travesía, Nelson había explicado hasta la saciedad a todos sus capitanes el plan de ataque en caso de encontrar al enemigo, en cualquier de sus formas o posiciones.
Desde el puerto de Alejandría, las tropas francesas desembarcadas habían vislumbrado, varias veces, el ir y venir de embarcaciones inglesas menores de reconocimiento y eran, por tanto, conscientes de que la flota británica podía aparecer en el horizonte en cualquier momento y lanzar un ataque. Estos informes llegaron puntualmente al almirante Brueys D´Aigalliers en Aboukir, a 37 km de distancia. El almirante galo reforzó la posición de sus barcos y arrimó la cabeza de la línea lo máximo que pudo a aguas someras, con objeto de, en caso de aparecer la flota británica, frustrar su entrada tras la línea francesa por ese punto, pues era poco probable que lo intentase por la retaguardia, ya que de vuelta encontrada tendría el viento en proa y obligarla, así, a iniciar la acción por estribor. Además, y como refuerzo defensivo, los galos montaron varias baterías en la isla de Aboukir, que incluían fuegos de mortero y cañones de grueso calibre, hacia la que apuntaba la línea de navíos, que, unido al castillo ya existente, suponía otro escollo para el avance de la flota inglesa por ese punto.
La escuadra britanica de aproxima a la francesa
  • > La batalla del Nilo, 1 de agosto de 1798. El principio de la acción. Pintura de Thomas Whitcombe. National Maritime Museum, London
El buque francés más próximo a los bajíos era el Guerrier (74) y tras él y a una distancia de menos de 20 mts aparecía el bauprés del Conquerant (74) y a su popa y en sucesión los navíos Spartiate (74), Aquilón (74), Peuple Souverain (74), Franklin (80), insignia del contralmirante Blanquet de Chayla, L´Orient (120), insignia del almirante D´Aigalliers, Tonnant (80), Heureux (74), Mercure (74), Guillaume Tell (80), insignia del contralmirante Villeneuve, Genereux (74) y Timoleon (74), todos ellos anclados en una línea prieta. Entre esta formidable muralla artillada y la playa se encontraban las fragatas francesas Serieuse, Artemise, Diane y Justice, así como las cañoneras L´Oranger, Portugaise y Hercule y las balandras de 18 cañones Salamine y Railleur.
Una buena parte de las tripulaciones se hallaba en las inmediaciones cavando fosos de donde sacar agua fresca, un bien muy preciado en aquellas latitudes, sobre todo en pleno verano y tras una frenética actividad física, cuando se presentó la escuadra de Neslon. Normalmente, las fragatas son destacadas en labores de vigilancia y advertencia de la aproximación de flotas enemigas por su movilidad y maniobrabilidad. En este caso, todas las fragatas francesas estaban ancladas e inertes, asistiendo a la marinería en sus labores zapadoras.
Cuando a las 17.30 horas del 1 de agosto, y después de la confirmación de que las velas que se aproximaban por el oeste eran enemigas, el capitán Gillet del Franklin sugirió a Brueys salir a su encuentro, éste, después de consultar con el resto de oficiales de la flota y obtener una negativa, declinó la propuesta y ordenó izar el estandarte de guerra en su buque insignia al lado de la tricolor, a la vez que mandaba despejar todas las cubiertas y prepararse para servir las piezas, principalmente las de estribor, que era por donde se esperaba llegase el enemigo.
El L´Orient estaba recibiendo una capa de pintura en el casco y algunos botes permanecían abiertos, junto con disolventes y otros materiales necesarios para esa labor. Suele argüirse que la flota francesa fue cogida por sorpresa y su tripulación inmersa en múltiples tareas y sus cañones todavía con las bocazas. Esto no es cierto. Desde la llegada de los buques a Aboukir, el almirante Brueys había tomado todas las precauciones propias de la defensa ante un posible ataque enemigo, pues la inteligencia en Alejandría le había informado que una flota británica surcaba el Mediterráneo en su busca desde hacía varios meses, lo que queda demostrado por la cuidadosa disposición de sus navíos cuyos bauprés, en algunos casos, se encaramaban en la toldilla precedente. Lo que sí es verdad es que el almirante francés contaba con que el lado de sotavento de su línea (a babor) quedaría completamente protegido por la situación próxima a la isla de Aboukir y que sólo un loco intentaría penetrar por tan angosto espacio, arriesgándose a sufrir el fuego de las baterías de costa y de los propios buques, amén de encallar. Sin embargo, la marea vespertina se alió con los barcos ingleses, facilitando su paso a través de esas aguas poco profundas.
A las 18.00, la escuadra de Nelson, con el viento en popa, dejaba ver claramente sus banderas, a pesar de que la luz empezaba a escasear y el primer navío, Culloden, embarrancó en las inmediaciones de la isla de Aboukir. Tras él, el Goliath del capitán Foley avanzaba hacia la cabeza de la línea francesa, procurando evitar los costados del Guerrier y aproximándose por la aleta de proa de estribor y, al mismo tiempo, soltando cable de sondeo para alejarse del fondo arenoso y evitar lo sucedido a su predecesor, que fue asistido por la fragata La Mutine. El Zealous era el matalote de popa de Foley, a escasos 150 mts., también avanzando con sumo cuidado para no encallar, con toda la tripulación y oficiales echados sobre cubierta, conscientes del poderío de los barcos franceses de 74 cañones. Las baterías costeras empezaron a aullar y algunos balazos atravesaron el aparejo inglés.
Varios de los cañones de babor de la primera batería del Guerrier habían sido trasladados a estribor del castillo de proa y estos empezaron un fuego vivo sobre el bauprés del Goliath, dando como resultado el destrozo del mastelero de velacho y verga del trinquete, así como varios muertos y heridos en cubierta por astillazos y metralla. La cabeza de William Davies, ayudante del reverendo de abordo, fue arrancada de cuajo y el guardia marina de la primera batería Andrew Brown quedó desmembrado. La segunda sacudida del Guerrier abrasó la piel del teniente Wilkinson y las tablas voladas de la borda hirieron de gravedad a los guardia marinas Graves y Payne y al maestro Strachan.
La ortodoxia marinera francesa aconsejaba disparar al aparejo para inutilizar y dejar al navío enemigo al pairo. Desde su buque, D´Aigailliers estaba perplejo ante la osadía del enemigo y confiaba que embarrancasen en cualquier momento, dado que en ese tramo de la bahía la profundidad no era superior a 10 mts, justo el límite de calado de la mayoría de los navíos de 74 cañones. Cuando el Goliath se deslizó a través de la proa del barco francés, redujo aparejo y descargó al unísono toda su artillería de babor, provocando una carnicería en la primera batería del buque galo. En ese momento, el capitán D´Albarde, del Conquerant, ya había dispuesto que los servidores de las piezas de babor, hasta ese momento reforzando las de estribor, tomasen sus puestos inmediatamente. El suspense que provocaba el posible éxito de la maniobra británica de surcar aguas someras para doblar la línea francesa por la vanguardia había dictado, hasta el momento en que el Goliath dobló al Guerrier, la disposición y los preparativos de lucha en toda la flota gala, pues Brueys estaba convencido que los navíos de línea encallarían uno detrás de otro a estribor y que las baterías de babor se quedarían sin objeto de fuego.
Cuando el Zealous siguió sus aguas fue recibido por el Guerrier con una horrible descarga que partió en dos a un infante de marina y mutiló severamente a otros 7. Sin embargo, el buque británico que hasta ese momento había aguantado estoicamente el bombardeo, pasó a su vez detrás del Guerrier y escupió todos sus cañones de enfilada, destrozando completamente la popa del barco francés. El almirante ordenó a la fragata Serieuse desanclar y servir de cebo para que los navíos británicos fuesen a su encuentro, mientras se reforzaba el lado de babor de la línea.
El Goliath se prolongó al Conquerant y el Zealous al Guerrier. Las baterías de babor del Zealous descargaron su furia con una cadencia tal que, exactamente a las 18.41, el barco francés había sido silenciado, es decir, su defensa había durado 11 minutos, aunque hay que hacer notar que ya había recibido 4 andanadas (dos de cada barco británico al ser doblado por la popa) de 35 cañonazos cada una en menos de 9 minutos, antes de la puntilla administrada por el Zealous. El Conquerant había tenido algo más de tiempo y se resistía numantinamente al demoledor ataque del Goliath de Foley, pero no pudo evitar una masacre entre su tripulación, sobre todo en su primera batería, donde la mitad de las piezas habían sido desmontadas. Foley, muy querido por Nelson y reputado como uno de los mayores carniceros de la Royal Navy, debido a su preferencia de utilizar el arma más terrible a medio tiro de pistola (40 mts), es decir, a quemarropa: la carronada. Ordenó dos descargas más sobre el agujereado casco del navío francés, una vez que éste había casi arriado su pabellón. Cuando el Conquerant fue tomado, un infante de marina inglés de la dotación de presa tuvo que ser atendido por los médicos de a bordo por un episodio de lipotimia aguda, después de ver varias extremidades y vísceras humanas colgando del aparejo e incrustadas en los restos de la arboladura. Foley intentó tranquilizar al chaval diciéndole que esos desgraciados no habían sentido nada.
Otro mito de la marina de guerra inglesa, el capitán James Samaurez, del Orion, después de descargar dos andanadas más al Guerrier, cuyas cubiertas eran ya un amasijo de sangre y restos humanos, de enfilada y otras dos por la aleta de popa al Conquerant, descerrajó otra con sus baterías de estribor a media distancia sobre la fragata Seuriuse, que a duras penas avanzaba de bolina hacia la vanguardia francesa y que supuso su hundimiento casi inmediato. Samaurez ancló su navío entre el cuarto y quinto franceses, el Franklin y el Peuple Souverain, cuyas piezas de babor ya estaban preparadas para distribuir fuego. Las baterías del Franklin devolvieron el fuego al Orion casi de inmediato y una astilla voló la cabeza de Baird, ayudante del capitán y casi mata a éste.
Plano de la batalla de Aboukir
  • > Mapa de posiciones y movimientos durante la batalla. Los buques británicos representados en rojo y los franceses en azul. Los pasos intermedios de algunos buques también están representados. Las líneas diagonales en gris representan las peligrosas aguas poco profundas. Basado en un mapa de John Keegan, 2003. Fuente: Wikipedia.
El Peuple se encontraba en paralelo a escasos 100 metros del buque inglés, que ancló para evitar los costados franceses, pero tardó en ponerse en facha y ofreció un blanco perfecto al deslizarse por la inercia de la marcha. En ese momento, bramaron las baterías del Peuple y, el impacto sobre el buque inglés lo dejó sin su primer timonel, P. Sadler, que apareció adherido en el alcázar, mientras que los guardamarinas Richardson, Miell y Lanfesty quedaron contusos e inútiles para el resto del combate.
La acción entre el Theseus, capitán Miller, que se emparejó con el Spartiate (futuro integrante de la línea inglesa en Trafalgar), fue de las más sangrientas. El navío británico se ensañó con el ya maltrecho Guerrier, al seguir las mismas aguas que sus predecesores, pero, cuando tuvo que maniobrar para evitar al Orion, un golpe de viento lo acercó más de lo que Miller hubiese deseado al Spartiate de Emerlau y éste le envió una salva de recepción mortífera que descuartizó a cinco marineros que operaban los cañones del castillo de proa y decapitó al teniente Hawkins. Parte de la arboladura se precipitó sobre el entrepuente y causó varias heridas a los que allí se encontraban, a pesar de las redes de protección.
Mientras todo esto sucedía por babor de la línea gala, Nelson, consciente de que los buques galos habían sido suficientemente castigados, llevó su buque en dirección al lado de estribor de la formación francesa, siendo el primero de los británicos en tomar esta derrota. Ese lado estaba prácticamente intacto, si acaso algún desperfecto en el Guerrier por los sucesivos ametrallamientos en hilera, pero los capitanes franceses veían como, debido a la mortandad en sus filas, una buena parte de las armas no podían ser utilizadas, al tener que repartir a sus tripulaciones entre ambos costados.
El Vanguard, que parecía un barco fantasma con su tripulación invisible desde la línea gala, se acercó en perpendicular a la aleta de proa del desmantelado barco francés, sin que éste pudiese efectuar un solo disparo. Con una suave brisa del noreste, la maniobra de aproximación del buque inglés duró más de 15 minutos y la visibilidad ya era muy escasa. En su paso sobre la línea francesa, el siguiente buque era el Conquerant, que se batía con el Goliath por babor. Parte de las piezas de estribor del Conquerant vomitaron su carga sobre la arboladura del insignia inglés y provocaron la caída del mastelero de velacho y partió por la mitad el palo de trinquete. Emerlau, desde el castillo de popa del Spartiate, el siguiente barco francés, vio como el Vanguard encajaba su andanada aterradora que se llevaba por delante a 8 marinos y al capitán de infantería de marina Faddy. Hasta ese momento, el navío inglés no había abierto la boca. Avanzaba por la vanguardia francesa lenta y deliberadamente. De repente, el Vanguard, que se había situado a medio cable en paralelo al Spartiate, descargó toda su artillería de estribor y arrancó casi todo la borda del castillo de proa. El barco francés devolvió el fuego y dejó la 1ª batería inglesa ciscada de cadáveres y contusos, así como el entrepuente, donde se podían contar hasta 20 cuerpos desintegrados, entre ellos los de los oficiales Seymour y Taylor, cuya cabeza fue lanzada por la borda de babor.
Nelson no se arredró y viendo que su enemigo tardaba en disparar, se acercó un poco más y el Vanguard fusiló a bocajarro al Spartiate, que, con varios disparos a la lumbre del agua, empezó a escorarse, mientras su madera se teñía de rojo por el efecto terrible de las carronadas. Inexplicablemente, el navío francés se recuperó y volvió a escupir plomo sobre el barco inglés, cuyas baterías fueron casi desmontadas por completo, sobre todo la segunda, hiriendo severamente a los tenientes Vassal y Adye.
Una de las astillas arañó la frente del contralmirante inglés, desprendiéndola parcialmente sobre su ojo sano. Creyendo que la herida era mortal, la tripulación bajó a Nelson a la enfermería que, viendo una fila interminable de heridos que esperaban a ser atendidos, insistió en aguardar su turno. Allí, el cirujano certificó que se trataba de un rasguño y no había afectado al cráneo. Berry, segundo al mando de Nelson, veía como el siguiente barco inglés, el Minotaur, al mando de Thomas Louis, estaba a punto de prolongarse al Aquilón de Thevenard y podría aliviar un poco su situación entre dos fuegos, pues aquél ya había infligido un severo daño a la proa del Vanguard, cuando se puso a tiro de sus cañones del castillo.
Cuando el Minotaur se prolongó al Aquilón, el barco inglés llevó, inicialmente, la peor parte, tras recibir el impacto de lleno de 35 cañones disparados al unísono en la andanada francesa más certera de toda la batalla, ya que, la mitad de los marineros fueron arrasados de sus cubiertas, dejando casi al pairo al barco, después de 15 minutos de intercambio de fuego. Además, una segunda ráfaga destrozó a 18 marinos de la batería principal, además de acabar con la vida del teniente de infantería de marina Kirchner y al clérigo ayudante Walters. El desplome de la arboladura hirió de gravedad al teniente Irwin y al teniente de marines Jewell. Una astilla se clavó en el brazo del segundo clérigo Thomas Foxten y una bala de cañón segó el pié derecho del guarda marina Martín Wills. Sin embargo, la última andanada de este intercambio fue demoledora para el Aquilón, ya que cuando los cañones del Minotaur se recuperaron de la conmoción y devolvieron el fuego, convirtieron los puentes del bajel galo en una carnicería y arrancó de cuajo el mascarón de proa.
El Defence de John Payton seguía de cerca al Minotaur y se emparejó con el Peuple, que ya había sido castigado por babor por el Orion. Sin embargo y, ante la llegada de un nuevo enemigo por estribor, el buque francés ametralló al barco de Payton, que vio como su casco era agujereado en la aleta de estribor, amén de despedazar a cuatro marinos en las inmediaciones del palo mayor. Por su parte, el navío de Payton, que todavía no había contribuido a la humareda con sus cañones, y una vez que su proa estuvo a medio cable de la popa del Peuple, iluminó el atardecer egipcio mediante la descarga de toda su artillería sobre el ya agujereado casco del buque galo, que quedó ligeramente escorado, haciendo agua por ambos costados.
Aprovechando la incipiente oscuridad y con su farol de proa apagado, el Leander de Thomas Thompson maniobró, casi abarloándose con su hermano Defence, para situarse en la aleta de popa del Peuple. Los cañones guardatimones de éste aullaron al unísono con los del alcázar y la arboladura anterior del Leander quedó hecha trizas. Thompson, que hasta ese momento se congratulaba porque ninguno de sus hombres había sido herido, quedó aterrado al ver como una de las vergas y el mastelero de velacho aplastaban a 5 marinos en la cubierta. Pero el buque británico había conseguido su propósito y estaba ahora casi perpendicular al Peuple, por estribor a tiro de pistola, y al Franklin, por babor. A pesar de ser sólo 20, cuando sus armas del costado derecho vomitaron la carga, convirtieron la galería de popa del navío galo en un montón de escombros; astillas y cristales atravesaron raudos el puente inferior, acuchillando las figuras, algunas de ellas ya moribundas, que apenas se veían en una completa oscuridad, tras haber despedazado todos los faroles.
En este momento de la batalla, tras haber sido ametrallado por ambos costados durante casi dos horas ininterrumpidamente y sin poder cortar sus cables para evitar el castigo, en las baterías del Peuple se hacinaban los muertos, principalmente en la primera, y los heridos emitían horribles quejidos que sólo eran apagados con cada nueva andanada. El Leander, al disparar de enfilada, no hizo más que rematar las pocas esperanzas de este buque al que no le quedaba un solo palo donde izar la tricolor. Fue uno de los primeros en rendirse.
Gillet, capitán del Franklin, tras ver el desarrollo del plan de ataque británico, había saturado de cañones el castillo de proa y, cuando el Leander se ensañaba con el Peuple, sostuvo el fuego unos instantes hasta que los destellos de los fogonazos de éste le indicaron dónde se encontraba. Entonces, 12 bolas de hierro propulsadas a una velocidad infernal, segaron por completo la arboladura del navío inglés. Mientras, el contralmirante Blanquet de Chayla, que enarbolaba su insignia en el 80 cañones francés, ordenaba que las piezas de estribor estuviesen preparadas, al ver la aproximación del siguiente buque británico, el Swiftsure de Benjamín Hallowell, que navegaba casi en paralelo a babor del Leander.
Siguiendo órdenes específicas de Nelson, sus navíos sólo llevaban encendidos los faroles de popa, para servirse de guía unos a otros y dificultar al máximo su localización al enemigo. Cuando el Leander perforó la línea francesa, Hallowell dirigió su proa directamente hacia la aleta de popa del Franklin, maniobra en la que invirtió apenas 9 minutos. Prácticamente noche cerrada, los navíos se aproximaban en silencio a sus enemigos y su presencia era sólo advertida por la luz cegadora de la deflagración de las andanadas. El Swiftsure todavía no había hecho un disparo cuando los 35 cañones de estribor del insignia de Chayla fueron descargados, perforando su proa y desmembrando a tres infantes de marina, el palo de trinquete salió despedido, el bauprés quedó reducido a un muñón y el mascarón de proa desfigurado. El navío británico vaciló en su acercamiento debido al efecto monstruoso de la siguiente andanada del Franklin, que conservaba intacto su poder artillero. La dirección del viento impidió a aquél un acercamiento por la aleta. Cuando la proa del barco de Hallowell se hallaba a menos de medio cable por estribor, encajó una ráfaga mortífera que arrasó a cuatro marineros en la primera batería e hirió a otros 15, 4 de ellos de gravedad, como resultado de diversas amputaciones, entre ellas, la de la mano derecha del guardia marina Smith. El potente 80 cañones francés fue uno de los mayores escollos para los ingleses, no sólo por su formidable estructura y despliegue armero, sino también debido a su situación en el medio de la línea, protegido a popa por el insignia de D´Aigalliers y a proa por el Peuple, pero aún así no pudo evitar que la caída de una astilla hiriese a De Chayla.
Pero la consecuencia más dramática para el lado británico, por haber atacado una fuerte línea cerrada, quedó patente a bordo del HMS Bellephoron, capitán Darby. Según el plan diseñado por Nelson, sus barcos, uno por uno, debían atacar sucesivamente la flota francesa empezando por la vanguardia. El navío de Henry Darby venía justo detrás del Defence y tuvo que ceder el paso a los más rápidos Swiftsure y Leander, que había hecho una aproximación casi perpendicular, mientras que los primeros que se acercaron por estribor de la línea gala habían descrito una trayectoria en 90º para evitar, en lo posible, los ametrallamientos en hilera.
Navio Bellerophon
  • > Pintura de Derek G. M. Gardner que representa al HMS Bellerophon en 1793. Este fue el navío que quedó más maltrecho de la escuadra británica tras el combate, quedando completamente desarbolado y a la deriva.
Cuando el comandante en jefe de la flota francesa se enteró de su designación para ayudar a transportar al ejército de invasión a Egipto, supo que debería albergar en su navío a Napoleón. Reservó su camarote más lujoso para alojar al general Bonaparte durante la travesía desde Toulon. El mismísimo D´Aigalliers había accedido a morar en el del capitán Gillet, para ceder su habitáculo al héroe de la invasión de Italia. Cuando el ejército y material bélico había sido desembarcado en Alejandría, el coloso francés, maniobrando para salir del puerto, aplastó una pequeña balandra, causando la muerte de todos sus pescadores, salvo uno que se lanzó al agua in extremis. Con sus casi 2.200 toneladas de desplazamiento, el L´Orient era uno de los buques más pesados del mundo y los costados infundían terror a sus enemigos. Una auténtica muralla artillada flotando en medio de la línea francesa y con el palo mayor elevándose más de 90 metros sobre la superficie, el L´Orient ya había disparado varias salvas en la distancia al Swiftsure cuando éste se cernía sobre el Franklin.
Imitando a sus predecesores, el Bellerophon se aproximaba mudo y sombrío. El Guerrier y el Conquerant, al principio de la línea ya habían arriado bandera y sólo se oían algunos cañonazos en el tercer y cuarto emparejamiento, por lo que el capitán del insignia francés, Gantaume, se hallaba con el catalejo sellado al ojo derecho. Cuando el juanete anterior del buque inglés delató su presencia, el capitán hizo una señal con el brazo y, segundos después, un estruendo espantoso rasgó la noche africana. A pesar de encontrarse a más de un cable, la madera de la aleta de proa del Bellerophon quedó completamente desecha y su entrepuente sembrado de cuerpos mutilados, entre ellos el del teniente de marines Robert Savage. El buque inglés, sin embargo, ya tenía amartillados todos sus cañones de estribor. Gracias a la iluminación momentánea, ubicó al gigante galo y, cuando no había pasado un minuto, soltó una andanada que acribilló parcialmente su casco, desmontando algunas piezas en el puente inferior.
Navio Orient en llamas junto al HMS Bellerophon
  • > Pintura que representa el momento en el que el navío insignia francés comienza a arder. A la derecha vemos al HMS Bellerophon totalmente desarbolado.
Las baterías del navío francés dispararon de nuevo. La contestación del L´Orient supuso una carnicería en el barco de Darby, además de desarbolarlo casi completamente. En este intercambio de metralla, el inglés recibió la peor parte, pues a los 20 minutos se hallaba a la deriva, y se acercó a tiro de pistola involuntariamente. Con la mitad de su tripulación fuera de combate y el propio Darby herido de gravedad, el Bellerophon era ahora un blanco casi inmóvil. Dos ráfagas más del barco francés a bocajarro lo dejaron raso como un pontón. De sus 590 hombres, casi doscientos habían sido inutilizados, de los cuales 50 yacían inertes en las cubiertas. Los cuerpos de los tenientes Watson Launder y Geroge Joliffe estaban destrozados y el clérigo Thomas Ellison se había desangrado tras un cañonazo en la ingle. Sin posibilidad de maniobra y con sus cubiertas encharcadas de sangre, el buque inglés era un enorme casco a la deriva.
Explosion del l'orient
  • > El Orient explotando en Aboukir, 1 de agosto de 1798. Pintura de Arnald George. Otro momento de la espectacular explosión del navío de tres puentes francés. La visión y el estruendo de dicha deflagación tuvo que ser algo difícilmente olvidable por los que allí se encontraron. A estribor del malogrado buque francés se encontraba el británico Swiftsure, en cuya cubierta cayeron numerosos restos del Orient.
El capitán Ball, desde el castillo del Alexander, tuvo que ordenar reducir aparejo para no colisionar con el Bellerophon, que abandonaba la lucha completamente desmantelado. El Alexander venía a todo trapo en auxilio de su hermano y, cuando su proa se encontraba a menos de un cable del insignia francés, sufrió una rociada de consecuencias sangrientas. De los 55 cañones que montaba el L´Orient por estribor, todavía estaban útiles 45, el resto había sido silenciado por las baterías del Bellerophon.
El insignia galo volvió a bramar. Una de las balas de palanqueta descuartizó al teniente John Collins, que se hallaba a escasos metros del capitán Ball, e hirió gravemente al capitán de marines Cresswell y al clérigo William Lawson. El Alexander no podía devolver el fuego, pues se acercaba de cara, intentando mantenerse por la aleta de popa del barco francés. La siguiente ráfaga de éste partió en dos el palo mayor, provocando la caída del aparejo sobre los guarda marinas Bulley y Anderson, que resultaron heridos. Además, los balazos que entraron por las bocas de sus cañones se llevaron por delante a 13 infantes de marina y desmontaron 3 piezas.
Sin embargo, todos estos fogonazos estaban indicando al buque inglés la posición exacta de la popa del L´Orient. El Alexander consiguió situarse de enfilada y descargó 30 balazos dobles que arruinaron la galería trasera y parte de la metralla hirió al almirante D´Aigailliers en el tórax. En menos de 3 minutos, otra andanada sembró de cadáveres la primera batería y mató al capitán Casabianca, cuyo hijo de diez años se encontraba a bordo. En estos momentos el insignia estaba siendo ametrallado por dos buques enemigos, siendo el otro el Swiftsure que se había situado perpendicular a su proa. Una nueva descarga del Alexander, que había anclado casi a toca penoles, provocaron un pequeño fuego en la toldilla.
Mientras todo esto sucedía a estribor de la línea francesa, el Leander había conseguido pasar a babor, después de haber contribuido a la rendición del Peuple Souverain, y, junto con el Orion, acribillaron el costado izquierdo del Franklin y se dirigían ahora sobre el L´Orient. El capitán del Leander, Thompson, ordenó concentrar su artillería en la popa, donde se había declarado el incendio, para evitar que la tripulación pudiese extinguirlo. En menos de dos minutos, y tras pequeñas explosiones de cubos de material inflamable, las llamas devoraban el palo de mesana y el fuego se extendió por toda la popa. Una ráfaga servida por el Swiftsure desmontó todos los cañones del castillo de proa y atravesó la cintura del almirante D´Aigailliers, que se desplomó partido en dos. A las 9.45, el fuego adquirió proporciones enormes y la noche egipcia se iluminó como consecuencia de la gigantesca tea que era ahora el L´Orient.
Casi todos los botes estaban desechos por los cañonazos y a bordo se encontraban 400 hombres todavía con vida. Los navíos de las inmediaciones se esforzaban por alejarse, pues la deflagración era inminente, mientras la tripulaciones humedecían el aparejo. El capitán Ganteaume, futuro almirante de la flota de Brest, ignorando las normas de evacuación caballeresca, se lanzó al agua y nadó hasta la fragata Artemise; 70 hombres siguieron su ejemplo. Ganteaume sería quien, en octubre de 1799, llevaría a Napoleón de vuelta a Francia en la fragata La Muiron. Nelson, todavía en la enfermería, fue enviado a buscar para presenciar el espectáculo. Los cañonazos cesaron momentáneamente y toda la atención se centró en la mitad de la línea francesa. A las 9.55, una apocalíptica explosión, audible en Rosetta a 40 km de distancia, dejó sordos por un momento a todos los que observaban. El resplandor se vio en Alejandría, a 37 km al oeste. La onda expansiva abrasó parte del velamen del Leander. Segundos después, una lluvia de escombros y astillas apuñalaron la bahía. Uno de los masteleros, todavía en llamas, cayó sobre el Alexander, iniciándose un pequeño fuego que fue extinguido rápidamente. Vísceras y extremidades se precipitaron al interior de los navíos. Las aguas se tiñeron de rojo, donde empezaban a ser visibles algunas aletas de escualo. El carbonizado palo de mesana fue hallado en la playa, a casi un kilómetro, mientras que el palo mayor se desintegró, parte cayó en el Swiftsure y el capitán Hallowell lo convirtió en un ataúd que regaló a Nelson. El timón, de más de 15 toneladas, apareció flotando a más de un kilómetro.
Explosion del navio l'orient
  • > Batalla del Nilo, 1 de agosto de 1798, a las 10 de la noche. Pintura de Luny Thomas. Momento álgido de la batalla en la que el navío insignia francés explota. A la derecha el desarbolado navío británico Bellerophon yendo a la deriva.
Después de la conmoción, se inició una frenética recogida de náufragos. Los navíos ingleses hicieron todo lo posible por salvar a los desdichados que todavía quedaban con vida, principalmente los que había saltado antes del estruendo. Instantes después los cañonazos continuaron, aprovechando la tétrica luminosidad. El Majestic de Westcott siguió su bombardeo al Tonnant de Thouars, mientras que el Theseus y el Goliat, que habían avanzado a sotavento de la línea francesa, ya habían infligido un severo daño al Mercure de Cambon y al Heureux de Etienne, respectivamente.
Los 40 cañones de estribor del Tonnant habían descerrajado varias andanadas deletéreas sobre el Majestic antes de que el capitán Thouars, en un lugar privilegiado, hubiese presenciado horrorizado la hecatombe del buque insignia. La última de ellas se había llevado por delante a vida del capitán Westcott, del guardia marina Ford y del timonel Gilmour, así como a 30 marineros. Pero la respuesta del buque inglés no se hizo esperar. Una ráfaga a bocajarro arrancó de cuajo las piernas al capitán Thouars. Aplicados dos torniquetes in situ, el oficial insistió en que lo subieran a un barril de cereal para seguir el combate desde allí, murió desangrado a los pocos minutos, pero antes ordenó que la bandera fuera clavada al palo mayor y no rendida. La siguiente salva del Majestic redujo la primera batería del barco galo a un montón de carne desecha. La réplica gala hirió de gravedad a los guarda marinas Seaward y Royle y al ayudante del capitán, Overton. Ya en la madrugada del día dos, el Tonnant había sido capturado.
El Heurex y el Mercure, viendo la debacle sufrida en sus filas, cortaron sus cables e intentaron abandonar la bahía, pero embarrancaron. En el intercambio de andanadas con sus parejas y antes de rendirse, ya de madrugada, ambos sufrieron una mortandad horrible, a pesar de la ayuda de las fragatas Diane y Artemise. El contralmirante de Crest, que enarbolaba su insignia en la primera, fue destrozado por un cañonazo del Theseus.
Nelson, ya recuperado de su herida, mandó que los últimos barcos franceses, el Guillaume Tell, Genereux y Timoleon fueses cañoneados cuando empezaba a despuntar el día. Durante la batalla, estos tres barcos habían visto las señales emitidas desde el buque insignia que ordenaban apoyar la vanguardia y el centro de la línea. Villeneuve, futuro comandante en jefe de la combinada en Trafalgar y que volaba su insignia en el primero, había hecho caso omiso, ya fuese porque tenía el viento en contra y por cualquier otra razón. Ante la horrible visión que se extendía ante sus ojos, con la bahía salpicada de cuerpos desmembrados, Villeneuve cortó sus cables y ordenó a los otros barcos que le siguieran, así como a la fragata Diana y Justice. El propio Nelson dijo “victoria no es una palabra que pueda justificar semejante escabechina”. El Timoleon fue capturado e incendiado, pero los demás consiguieron huir.
El Genereux, sin embargo, todavía no había dicho su última palabra en este enfrentamiento. Villeneuve, rabioso e impotente, había ordenado a sus navíos una búsqueda y destrucción pertinaces en las inmediaciones de la costa africana de cualquier embarcación inglesa, para acallar los ecos de la reciente humillación infligida por la escuadra de Nelson. Así, el 18 de agosto, cuando el Genereux del capitán Joille patrullaba a cinco millas (ocho kilómetros) al oeste de Goza, cerca de la isla de Candia, vislumbró al alba una vela por la bordada del oeste. Joille, con el viento en popa, ordenó ampliar toda la lona y se lanzó en su persecución, mientras el extraño hacía lo posible por alejarse, lo que confirmaba que se trataba de un barco enemigo. A medida que se iban acercando, los vigías de las cofas lo señalaron como un navío inglés de dos puentes y con el aparejo medio deteriorado. A las 8 de la mañana, se hallaba a tiro de cañón de larga distancia (unos tres kilómetros) y Joille disparó varias salvas para que se detuviese de inmediato.
El buque inglés navegaba renqueante y pronto se dio cuenta que la huída era inútil. Una hora más tarde el Genereux se hallaba a menos de un kilómetro. En ese momento, el navío británico empezó a disparar sobre el francés. Joille devolvió el fuego y varios balazos perforaron su casco. El bajel inglés había reducido completamente el aparejo y se había puesto de costado ante la aproximación inminente del Genereux, que enarbolaba visiblemente la tricolor francesa en el palo mayor. A las 9.30 su costado de estribor se hallaba a menos de dos cables y empezó un cañoneo ensordecedor. El buque inglés resultó ser el Leander, de 50 cañones, capitán Thompson, en el que iba el capitán Berry con los despachos oficiales de Nelson sobre la batalla y se dirigía a Gibraltar.
Superviviente de su enfrentamiento con el L´Orient, el Leander distaba mucho de ser rival para el Genereux (74), intacto en sus baterías y velamen. Joille había presenciado toda la acción desde su posición al final de la línea francesa y no llegó a disparar un solo tiro, mientras que el Leander se había batido con varios buques galos y estaba falto de muchos masteleros y vergas y tenía varios cables pasados a balazos. Consciente de esto, Joille se acercó a tiro de pistola y bombardeó sin piedad al ya maltrecho Leander. Éste devolvía el fuego como podía. Al cabo de media hora, el buque inglés empezó a derivar. Con un tercio menos de su tripulación tras la batalla del día 1, el servicio de las piezas estaba considerablemente desatendido. El Genereux buscó mayor proximidad para culminar su captura mediante un abordaje. En ese momento, desde el barco inglés, que ya llevaba algún tiempo silenciado, se solicitó el cese del fuego. En sus cubiertas yacían 24 marinos muertos, así como 8 guarda marinas y casi 60 heridos, 15 de ellos con amputaciones severas. Antes del mediodía, el Leander era rendido y los oficiales supervivientes transbordados al Genereux. Los despachos dirigidos al almirantazgo fueron incautados, lo que retrasó considerablemente la llegada de tan dichosas noticias a la Gran Bretaña.
Al final de la campaña de Aboukir, los británicos tuvieron en torno a 1.000 bajas, con cerca de 400 muertos. La escuadra de Brueys cerca de 1.500 muertos y 2.000 heridos, además de 3.000 prisioneros que fueron devueltos al comandante del puerto de Alejandría, ya que la flota británica no podía atenderlos.

ANEXOSOrden de batalla de las escuadras francesa y británica en Aboukir (Nilo), 1798.
Escuadra británica
Navío
Cañones
1ª batería
2ª batería
Alcázar, castillo y toldilla
Capitán
Goliath
74
28x32 lib.
28x18 lib.
14x9 lib.- 4x9 lib.+ 2x68 c.
Capt. T. Foley
Zealous
74
28x32 lib.
28x18 lib.
14x9 lib.- 6x12 lib.
Capt. S. Hood
Orion
74
28x32 lib.
28x18 lib.
16x9 lib.- 6x18 c. - 2x32 c.
Capt. J. de Saumarez
Audacious
74
28x32 lib.
28x18 lib.
16x9 lib.- 6x18 c. - 2x32 c.
Capt. D. Gould
Theseus
74
28x32 lib.
28x18 lib.
12x9 lib. - 4x9 lib.
Capt. R. Miller
Vanguard
74
28x32 lib.
28x18 lib.
14x24 c. - 6x9 lib.
Capt. E. Berry
Insignia Contra almirante Nelson
Minotaur
74
28x32 lib.
28x18 lib.
10x32 c. - 4x9 lib. - 2x32 c.
Capt. T. Louis
Defence
74
28x32 lib.
28x18 lib.
14x9 lib. - 6x9 lib.
Capt. J.Peyton
Bellerophon
74
28x32 lib.
28x18 lib.
14x9 lib. - 4x9 lib. - 2x24 c.
Capt. H. Darby
Majestic
74
28x32 lib.
28x18 lib.
14x9 lib. - 4x9 lib.
Capt. G. Westcott
Leander
50
22x24 lib.
22x12 lib.
10x24 c. - 2x24c.
Capt. T. Thompson
Alexander
74
28x32 lib.
28x18 lib.
14x9 lib. - 4x9 lib.
Capt. A. Ball
Swiftsure
74
28x32 lib.
28x18 lib.
14x9 lib. - 4x9 lib.
Capt. B. Hallowell
Culloden
74
28x32 lib.
28x18 lib.
14x9 lib. - 4x9 lib.
Capt. T. Troubridge

Escuadra francesa
Navío
Cañones
1ª batería
2ª batería
Alcázar, castillo y toldilla
Capitán
Guerrier
74
28x36 lib.
30x18 lib.
16x8 lib.
Capt. T. Trullet
Conquerant
74
28x18 lib.
30x12 lib.
8x6 lib.
Capt. S. Dalbadare
Spartiate
74
28x36 lib.
30x18 lib.
8x6 lib. - 4x36 ob.
Capt. M. Emeriau
Aquilon
74
28x36 lib.
30x18 lib.
16x8 lib.
Capt. H. Therenard
Peuple Souverain
74
28x36 lib.
30x18 lib.
16x8 lib.
Capt. P. Raccord
Franklin
80
30x36 lib.
32x24 lib.
18x12 lib. - 6x36 ob.
Capt. M. Gilet
Insignia de Contra almirante De Chayla
Orient
120
32x36 lib.
32x24 lib.
18x12 lib.
18x8 lib. - 6x36 ob.
Capt. H. Ganteaume
Capt. Casabianca
Insignia Vice almirante Brueys
Tonnant
80
30x36 lib.
32x24 lib.
18x12 lib. - 6x36 ob.
Capt. Dupetit Thouars
Heureux
74
28x36 lib.
30x18 lib.
16x8 lib.
Capt. J. Etienne
Mercure
74
28x36 lib.
30x18 lib.
16x8 lib.
Capt. Cambon
Guillaume Tell
80
30x36 lib.
32x24 lib.
18x12 lib. - 6x36 ob.
Capt. Saulnier
Insignia Contra almirante Villeneuve
Genereux
74
28x36 lib.
30x18 lib.
16x8 lib.
Capt. Le Joille
Timoleon
74
28x36 lib.
30x18 lib.
16x8 lib.
Capt. J. Trullet
Fragatas
Serieuse
32
26x12 lib.
-
6x6 lib.
Capt. C. Martin
Artemise
32
26x12 lib.
-
6x6 lib.
Capt. P. Standelet
Diane
40
28x18 lib.
-
12x8 lib. - 4x36 ob.
Capt. E. Solen
Insignia Contra almirante Decres
Justice
40
28x18 lib.
-
12x8 lib. - 4x36 ob.
Capt. J. Villeneuve
Bajas.
Fuente: William James

Los franceses tuvieron 9 navíos y 2 fragatas apresados, un navío explotado (L'Orient) y sólo 3 pudieron escapar con las otras dos fragatas. De los capturados los Guerrier, Conquérant, Spartiate, Aquilon, y Tonnant estaban completamente desmantelados; El Peuple-Souverain conservaba sólo el palo de mesana, y el Franklin, su trinquete, pero sus cascos no estaban mucho mejor que los demás buques apresados. En cuanto al Mercure y el Heureux sólo estaban ligeramente dañados ya que había quedado varados y tras remolcarlos se encontraban en magnificas condiciones.
Los británicos no perdieron ningún buque y sólo el Bellerophon estaba completamente desarbolado. El resto sufrió la pérdida de algún palo, verga o mastelero.
Nombre buque
Cañones
Dotación
Mandos
Estado tras la batalla
AQUILÓN74700THEVENARDCapturado
ARTEMISE(fragata)40250STANDELETCapturado
CONQUERANT74700DALBARDECapturado
DIANE(fragata)40300SOLEN, insignia contralmirante de CrestEscapó
FRANKLIN80800GILET, insignia almirante De ChaylaCapturado
GENEREUX74700JOILLEEscapó
GUERRIER74700TRULLETCapturado
GILLAUME TELL80800SAULNIER, insignia contralmirante P.C. VilleneuveEscapó
HEUREUX74700ETIENNECapturado
JUSTICE(fragata)40300VILLENEUVEEscapó
MERCURE74700CAMBONCapturado
ORIENT1201010GANTEAUME, insignia vice almirante D´Aigalliers quemado
PEUPLE SOUVERAIN74700RACCORDCapturado
SERIEUSE (fragata)36250MARTINhundida
SPARTIATE74700EMERLAUCapturado
TIMOLEON74700TRULLETQuemado
TONNANT80800THOUARSCapturado
Las bajas son muy inciertas en las francesas, ya que hay fuentes que dan cerca de 2.000 muertos y heridos y otras lo elevan a 5.000. Murieron, eso sí está confirmado, el almirante en jefe, dos comandantes de buque, y seis de los siete restantes heridos, además del Contralmirante Blanquet, que también resultó herido. Uno de los comandantes muertos, el capitán Du Petit-Thouars, del Tonnant, tuvo una muerte con unos sufrimientos terribles, pero no por ello dejó de tener una conducta admirable. Perdió primeramente las dos piernas y luego un brazo, y hasta el final de su muerte no paró de decir a sus subordinados que no rindieran el buque. Como recuerdo del patriotismo y del valor de este oficial, Bonaparte ordenó poner a una de las calles principales de El Cairo el nombre de Petit-Thouars, y a un bergantín armado en el puerto se le llamó Tonnant.

Las bajas británicas son más conocidas y son las siguientes:
NavíosDotaciónBajas
MuertosHeridos
Goliath
584
21
41
Zealous
584
1
7
Orion
584
13
29
Audacious
584
1
35
Theseus
584
5
30
Vanguard
589
30
76
Minotaur
634
23
64
Defence
584
4
11
Bellerophon
584
49
148
Majestic
584
50
143
Swiftsure
584
7
22
Alexander
584
14
58
Leander
338
0
14
Total 7401218678
Colores de los buques, según lo observado por el Coronel Fawkes.
Británicos
- Audacious: Baterías amarillas. Amplia franja amarilla cubriendo las dos baterías, tal y como era normal hasta entonces.
- Zealous: Amplios costados rojos, con líneas amarillas pequeñas
- Goliath: Baterías en amarillo alternadas con negro. Este sería el diseño que se impondría al poco tiempo en la mayoría de las marinas. Más adelante se pintarían de negro las portas de los cañones.
- Theseus: Baterías en amarillo alternadas con negro. Pero con la particularidad de que en la parte de la toldilla, alcázar y castillo los costados también estaban en amarillo, para asemejarse en la distancia a un tres puentes.
- Vanguard: Baterías en amarillo alternadas con negro.
- Minotaur: Baterías en rojo alternadas con negro.
- Orion: Baterías amarillas.
- Defence: Baterías amarillas.
- Leander: Baterías en amarillo alternadas con negro.
- Swiftsure: Baterías en amarillo alternadas con negro.
- Majestic: Baterías en amarillo alternadas con negro.
- Alexander: Baterías amarillas.
- Bellerophon: Baterías amarillas.
- Culloden: Baterías en amarillo alternadas con negro.
Franceses
- Le Guerrier: Baterías amarillas oscuras.
- Le Conquerant: Baterías amarillas oscuras.
- Le Spartiate: Baterías amarillas claras.
- L’Aquilon: Baterías en rojo alternadas con negro.
- Le Franklin: Baterías amarillas.
- Le Peuple Souverain: Baterías amarillas oscuras.
- L’Orient: ---
- Le Tonnant: Baterías en amarillo claro alternadas con negro
- l’Heureux: Baterías amarillas oscuras.
- le Timoleon: Baterías rojas muy oscuras.
- le Guilleaume Tell: Baterías en amarillo claro alternadas con negro.
- Le Mercure: Baterías amarillas oscuras.
- Le Genereux: Baterías rojas oscuras.
Las fragatas: Todo amarillo.
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extr  de
http://www.todoababor.es/articulos/aboukir.htm
Napoleón Bonaparte

Napoleón nació el 15 de agosto de 1769 en Ajaccio, capital de la actual Córcega, en una familia numerosa de ocho hermanos, la familia Bonaparte o, con su apellido italianizado, Buonaparte. Cinco de ellos eran varones: José, Napoleón, Lucien, Luis y Jerónimo. Las niñas eran Elisa, Paulina y Carolina. Al amparo de la grandeza de Napolione -así lo llamaban en su idioma vernáculo-, todos iban a acumular honores, riqueza, fama y a permitirse asimismo mil locuras. La madre, María Leticia Ramolino, era una mujer de notable personalidad, a la que Stendhal eligió por su carácter firme y ardiente.

Carlos María Bonaparte, el padre, siempre con agobios económicos por sus inciertos tanteos en la abogacía, sobrellevados gracias a la posesión de algunas tierras, demostró tener pocas aptitudes para la vida práctica. Sus dificultades se agravaron al tomar partido por la causa nacionalista de Córcega frente a su nueva metrópoli, Francia; congregados en torno a un héroe nacional, Paoli, los isleños la defendieron con las armas. A tenor de las derrotas de Paoli y la persecución de su bando, la madre de Napoleón tuvo que arrostrar durante sus primeros alumbramientos las incidencias penosas de las huidas por la abrupta isla; de sus trece hijos, sólo sobrevivieron aquellos ocho. Sojuzgada la revuelta, el gobernador francés, conde de Marbeuf, jugó la carta de atraerse a las familias patricias de la isla. Carlos Bonaparte, que religaba sus ínfulas de pertenencia a la pequeña nobleza con unos antepasados en Toscana, aprovechó la oportunidad, viajó con una recomendación de Marbeuf hacia la metrópoli para acreditarlas y logró que sus dos hijos mayores entraran en calidad de becarios en el Colegio de Autun.

Los méritos escolares de Napoleón en matemáticas, a las que fue muy aficionado y que llegaron a constituir una especie de segunda naturaleza para él -de gran utilidad para su futura especialidad castrense, la artillería-, facilitaron su ingreso en la Escuela Militar de Brienne. De allí salió a los diecisiete años con el nombramiento de subteniente y un destino de guarnición en la ciudad de Valence.

Juventud revolucionaria

A poco sobrevino el fallecimiento del padre y, por este motivo, el traslado a Córcega y la baja temporal en el servicio activo. Su agitada etapa juvenil discurrió entre idas y venidas a Francia, nuevos acantonamientos con la tropa, esta vez en Auxonne, la vorágine de la Revolución, cuyas explosiones violentas conoció durante una estancia en París, y los conflictos independentistas de Córcega. En el agitado enfrentamiento de las banderías insulares, Napoleón se creó enemigos irreconciliables, entre ellos el mismo Paoli, al romper éste con la Convención republicana y decantarse el joven oficial por las facciones afrancesadas. La desconfianza hacia los paolistas en la familia Bonaparte se fue trocando en furiosa animadversión. Napoleón se alzó mediante intrigas con la jefatura de la milicia y quiso ametrallar a sus adversarios en las calles de Ajaccio. Pero fracasó y tuvo que huir con los suyos, para escapar al incendio de su casa y a una muerte casi segura a manos de sus enfurecidos compatriotas.


Un joven Napoleón Bonaparte

Instalado con su familia en Marsella, malvivió entre grandes penurias económicas que a veces les situaron al borde de la miseria; el horizonte de las disponibilidades familiares solía terminar en las casas de empeños, pero los Bonaparte no carecían de coraje ni recursos. María Leticia, la madre, se convirtió en amante de un comerciante acomodado Clary, el hermano José se casó con una hija de éste, Marie Julie, si bien el noviazgo de Napoleón con otra hija, Désirée, no prosperó. Con todo, las estrecheces sólo empezaron a remitir cuando un hermano de Robespierre, Agustín, le deparó su protección. Consiguió reincorporarse a filas con el grado de capitán y adquirió un amplio renombre con ocasión del asedio de Tolón, en 1793, al sofocar una sublevación contrarrevolucionaria apoyada por los ingleses; el plan de asalto propuesto a unos inexperimentados generales fue suyo, la ejecución también y el éxito infalible.

En reconocimiento a sus méritos fue ascendido a general de brigada, se le destinó a la comandancia general de artillería en el ejército de Italia y viajó en misión especial a Génova. Esos contactos con los Robespierre estuvieron a punto de serle fatales al caer el Terror jacobino, el 9 Termidor, y verse encarcelado por un tiempo en la fortaleza de Antibes, mientras se dilucidaba su sospechosa filiación. Liberado por mediación de otro corso, el comisario de la Convención Salicetti, el joven Napoleón, con veinticuatro años y sin oficio ni beneficio, volvió a empezar en París, como si partiera de cero.

Encontró un hueco en la sección topográfica del Departamento de Operaciones. Además de las tareas propiamente técnicas, entre mapas, informes y secretos militares, esta oficina posibilitaba el acceso a las altas autoridades civiles que la supervisaban. Y a través de éstas, a los salones donde las maquinaciones políticas y las especulaciones financieras, en el turbio esplendor que había sucedido al implacable moralismo de Robespierre, se entremezclaban con las lides amorosas y la nostalgia por los usos del Antiguo Régimen.

Allí encontró a la refinada Josefina Tascher de la Pagerie, de reputación tan brillante como equívoca, quien colmó también su vacío sentimental. Era una dama criolla oriunda de la Martinica, que tenía dos hijos, Hortensia y Eugenio, y cuyo primer marido, el vizconde y general de Beauharnais, había sido guillotinado por los jacobinos. Mucho más tarde Napoleón, que declaraba no haber sentido un afecto profundo por nada ni por nadie, confesaría haber amado apasionadamente en su juventud a Josefina, que le llevaba unos cinco años. Entre sus amantes se contaba Barras, el hombre fuerte del Directorio surgido con la nueva Constitución republicana de 1795, quien por entonces andaba a la búsqueda de una espada, según su expresión literal, a la que manejar convenientemente para el repliegue conservador de la república y hurtarlo a las continuas tentativas de golpe de estado de realistas, jacobinos y radicales igualitarios. La elección de Napoleón fue precipitada por una de las temibles insurrecciones de las masas populares de París, al finalizar 1795, a la que se sumaron los monárquicos con sus propios fines desestabilizadores. Encargado de reprimirla, Napoleón realizó una operación de cerco y aniquilamiento a cañonazos que dejó la capital anegada en sangre. La Convención se había salvado.

Asegurada la tranquilidad interior por el momento, Barras le encomendó en 1796 dirigir la guerra en uno de los frentes republicanos más desasistidos el de Italia, contra los austríacos y piamonteses. Unos días antes de su partida se casó con Josefina en ceremonia civil, pero en su ausencia no pudo evitar que ella volviera a entregarse a Barras y a otros miembros del círculo gubernamental. Celoso y atormentado, terminó por reclamarla imperiosamente a su lado, en el mismo escenario de batalla.

Militar exitoso

Aquel general de veintisiete años transformó unos cuerpos de hombres desarrapados hambrientos y desmoralizados en una formidable máquina bélica que trituró el Piamonte en menos de dos semanas y repelió a los austríacos más allá de los Alpes, de victoria en victoria. Sus campañas de Italia pasarían a ser materia obligada de estudio en las academias militares durante innúmeras promociones. Tanto o más significativas que sus victorias aplastantes en Lodi, en 1796, en Arcole y Rívoli, en 1797, fue su reorganización política de la península italiana, que llevó a cabo refundiendo las divisiones seculares y los viejos estados en repúblicas de nuevo cuño dependientes de Francia. El rayo de la guerra se revelaba simultáneamente como el genio de la paz. Lo más inquietante era el carácter autónomo de su gestión: hacía y deshacía conforme a sus propios criterios y no según las orientaciones de París. El Directorio comenzó a irritarse. Cuando Austria se vio forzada a pedir la paz en 1797, ya no era posible un control estricto sobre un caudillo alzado a la categoría de héroe legendario.


Napoleón en la campaña de Egipto (Antoine Jean Gros)

Napoleón mostraba una amenazadora propensión a ser la espada que ejecuta, el gobierno que administra y la cabeza que planifica y dirige, tres personas en una misma naturaleza de inigualada eficacia. Por ello, el Directorio columbró la posibilidad de alejar esa amenaza aceptando su plan de cortar las rutas vitales del poderío británico -las del Mediterráneo y la India- con una expedición a Egipto. Así, el 19 de mayo de 1798 embarcaba rumbo a Alejandría, y dos meses después, en la batalla de las pirámides, dispersaba a la casta de guerreros mercenarios que explotaban el país en nombre de Turquía, los mamelucos, para internarse luego en el desierto sirio. Pero todas sus posibilidades de éxito se vieron colapsadas por la destrucción de la escuadra francesa en Abukir por Nelson, el émulo inglés de Napoleón en los escenarios navales.

El revés lo dejó aislado y consumiéndose de impaciencia ante las fragmentarias noticias que recibía de Europa. Allí la segunda coalición de las potencias monárquicas había recobrado las conquistas de Italia y la política interior francesa hervía de conjuras y candidatos a asaltar un Estado en el que la única fuerza estabilizadora que restaba era el ejército. Por fin se decidió a regresar a Francia en el primer barco que pudo sustraerse al bloqueo de Nelson, recaló de paso en su isla natal y nadie se atrevió a juzgarle por deserción y abandono de sus tropas, mientras subía otra vez de Córcega a París, ahora como héroe indiscutido.

Primer Cónsul

En pocas semanas organizó el golpe de estado del 18 Brumario (según la nueva nomenclatura republicana del calendario: el 9 de noviembre) con la colaboración de su hermano Luciano, el cual le ayudó a disolver la Asamblea Legislativa del Consejo de los Quinientos en la que figuraba como presidente. Era el año de 1799. El golpe barrió al Directorio, a su antiguo protector Barras, a las cámaras a los últimos clubes revolucionarios, a todos los poderes existentes e instauró el Consulado: un gobierno provisional compartido en teoría por tres titulares, pero en realidad cobertura de su dictadura absoluta, sancionada por la nueva Constitución napoleónica del año 1800.


Napoleón, Primer Cónsul (Óleo de Antoine Jean Gros)

Aprobada bajo la consigna de «la Revolución ha terminado», la nueva Constitución restablecía el sufragio universal que había recortado la oligarquía termidoriana, sucesora de Robespierre. En la práctica, calculados mecanismos institucionales cegaban los cauces efectivos de participación real a los electores, a cambio de darles la libertad de que le ratificasen en entusiásticos plebiscitos. El que validó su ascensión a primer cónsul al cesar la provisionalidad, arrojó menos de dos mil votos negativos entre varios millones de papeletas. Pero Napoleón no se contentó con alargar luego esta dignidad a una duración de diez años, sino que en 1802 la convirtió en vitalicia. Era poco todavía para el gran advenedizo que embriagaba a Francia de triunfos después de haber destruido militarmente a la segunda coalición en Marengo, y emprendía una deslumbrante reconstrucción interna.

Napoleón, Emperador

La heterogénea oposición a su gobierno fue desmantelada mediante drásticas represiones a derecha e izquierda, a raíz de fallidos atentados contra su persona; el ejemplo más amedrentador fue el secuestro y ejecución de un príncipe emparentado con los Borbones depuestos, el duque de Enghien, el 20 de marzo de 1804. El corolario de este proceso fue el ofrecimiento que le hizo el Senado al día siguiente de la corona imperial. La ceremonia de coronación se llevó a cabo el 2 de diciembre en Notre Dame, con la asistencia del papa Pío VII, aunque Napoleón se ciñó la corona a sí mismo y después la impuso a Josefina; el pontífice se limitó a pedir que celebrasen un matrimonio religioso, en un sencillo acto que se ocultó celosamente al público. Una nueva Constitución el mismo año afirmó aún más su autoridad omnímoda.


Napoleón coronado emperador (Cuadro de J. A. D. Ingres)

La historia del Imperio es una recapitulación de sus victorias sobre las monarquías europeas, aliadas en repetidas coaliciones contra Francia y promovidas en último término por la diplomacia y el oro ingleses. En la batalla de Austerlitz, de 1805, abatió la tercera coalición; en la de Jena, de 1806, anonadó al poderoso reino prusiano y pudo reorganizar todo el mapa de Alemania en la Confederación del Rin, mientras que los rusos eran contenidos en Friendland, en 1807. Al reincidir Austria en la quinta coalición, volvió a destrozarla en Wagram en 1809.

Nada podía resistirse a su instrumento de choque, la Grande Armée (el 'Gran Ejército'), y a su mando operativo, que, en sus propias palabras, equivalía a otro ejército invencible. Cientos de miles de cadáveres de todos los bandos pavimentaron estas glorias guerreras. Cientos de miles de soldados supervivientes y sus bien adiestrados funcionarios, esparcieron por Europa los principios de la Revolución francesa. En todas partes los derechos feudales eran abolidos junto con los mil particularismos económicos, aduaneros y corporativos; se creaba un mercado único interior, se implantaba la igualdad jurídica y política según el modelo del Código Civil francés, al que dio nombre -el Código Napoleón, matriz de los derechos occidentales, excepción hecha de los anglosajones-; se secularizaban los bienes eclesiásticos; se establecía una administración centralizada y uniforme y la libertad de cultos y de religión, o la libertad de no tener ninguna. Con estas y otras medidas se reemplazaban las desigualdades feudales -basadas en el privilegio y el nacimiento- por las desigualdades burguesas -fundadas en el dinero y la situación en el orden productivo-.

La obra napoleónica, que liberó fundamentalmente la fuerza de trabajo, es el sello de la victoria de la burguesía y puede resumirse en una de sus frases: «Si hubiera dispuesto de tiempo, muy pronto hubiese formado un solo pueblo, y cada uno, al viajar por todas partes, siempre se habría hallado en su patria común». Esta temprana visión unitarista de Europa, quizá la clave de la fascinación que ha ejercido su figura sobre tan diversas corrientes historiográficas y culturales, ignoraba las peculiaridades nacionales en una uniformidad supeditada por lo demás a la égida imperialista de Francia. Así, una serie de principados y reinos férreamente sujetos, mero glacis defensivo en las fronteras, fueron adjudicados a sus hermanos y generales. El excluido fue Luciano Bonaparte, a resultas de una prolongada ruptura fraternal.

A las numerosas infidelidades conyugales de Josefina durante sus campañas, por lo menos hasta los días de la ascensión al trono, apenas había correspondido Napoleón con algunas aventuras fugaces. Éstas se trocaron en una relación de corte muy distinto al encontrar en 1806 a la condesa polaca María Walewska, en una guerra contra los rusos; intermitente, pero largamente mantenido el amor con la condesa, satisfizo una de las ambiciones napoleónicas, tener un hijo, León. Esta ansia de paternidad y de rematar su obra con una legitimidad dinástica se asoció a sus cálculos políticos para empujarle a divorciarse de Josefina y solicitar a una archiduquesa austriaca, María Luisa, emparentada con uno de los linajes más antiguos del continente.


Napoleón con sus hijos

Sin otro especial relieve que su estirpe, esta princesa cumplió lo que se esperaba del enlace, al dar a luz en 1811 a Napoleón II -de corta y desvaída existencia, pues murió en 1832-, proclamado por su padre en sus dos sucesivas abdicaciones, pero que nunca llegó a reinar. Con el tiempo, María Luisa proporcionó al emperador una secreta amargura al no compartir su caída, ya que regresó al lado de sus progenitores, los Habsburgo, con su hijo, y en la corte vienesa se hizo amante de un general austriaco, Neipperg, con quien contrajo matrimonio en segundas nupcias a la muerte de Napoleón.

El ocaso

El año de su matrimonio con María Luisa, 1810, pareció señalar el cenit napoleónico. Los únicos Estados que todavía quedaban a resguardo eran Rusia y Gran Bretaña, cuya hegemonía marítima había sentado de una vez por todas Nelson en Trafalgar, arruinando los proyectos mejor concebidos del emperador. Contra esta última había ensayado el bloqueo continental, cerrando los puertos y rutas europeos a las manufacturas británicas. Era una guerra comercial perdida de antemano, donde todas las trincheras se mostraban inútiles ante el activísimo contrabando y el hecho de que la industria europea aún estuviese en mantillas respecto de la británica y fuera incapaz de surtir la demanda. Colapsada la circulación comercial, Napoleón se perfiló ante Europa como el gran estorbo económico, sobre todo cuando las mutuas represalias se extendieron a los países neutrales.

El bloqueo continental también condujo en 1808 a invadir Portugal, el satélite británico, y su llave de paso, España. Los Borbones españoles fueron desalojados del trono en beneficio de su hermano José, y la dinastía portuguesa huyó a Brasil. Ambos pueblos se levantaron en armas y comenzaron una doble guerra de Independencia que los dejaría destrozados para muchas décadas, pero fijaron y diezmaron a una parte de la Grande Armée en una agotadora lucha de guerrillas que se extendió hasta 1814, doblada en las batallas a campo abierto por un moderno ejército enviado por Gran Bretaña.

La otra parte del ejército, en la que había enrolado a contingentes de las diversas nacionalidades vencidas, fue tragada por las inmensidades rusas. En la campaña de 1812 contra el zar Alejandro I, Napoleón llegó hasta Moscú, pero en la obligada retirada perecieron casi medio millón de hombres entre el frío y el hielo del invierno ruso, el hambre y el continuo hostigamiento del enemigo. Toda Europa se levantó entonces contra el dominio napoleónico, y el sentimiento nacional de los pueblos se rebeló dando soporte al desquite de las monarquías; hasta en Francia, fatigada de la interminable tensión bélica y de una creciente opresión, la burguesía resolvió desembarazarse de su amo.

La batalla resolutoria de esta nueva coalición, la sexta, se libró en Leipzig en 1813, la «batalla de las Naciones», una de las grandes y raras derrotas de Napoleón. Fue el prólogo de la invasión de Francia, la entrada de los aliados en París y la abdicación del emperador en Fontainebleau, en abril de 1814, forzada por sus mismos generales. Las potencias vencedoras le concedieron la soberanía plena sobre la minúscula isla italiana de Elba y restablecieron en su lugar a los Borbones, arrojados por la Revolución, en la figura de Luis XVIII.

Su estancia en Elba, suavizada por los cuidados familiares de su madre y la visita de María Walewska, fue comparable a la de un león enjaulado. Tenía cuarenta y cinco años y todavía se sentía capaz de hacer frente a Europa. Los errores de los Borbones, que a pesar del largo exilio no se resignaban a pactar con la burguesía, y el descontento del pueblo le dieron ocasión para actuar. Desembarcó en Francia con sólo un millar de hombres y, sin disparar un solo tiro, en un nuevo baño triunfal de multitudes, volvió a hacerse con el poder en París.

Pero fue completamente derrotado en junio de 1815 por los vigilantes Estados europeos -que no habían depuesto las armas, atentos a una posible revigorización francesa- en Waterloo y puesto nuevamente en la disyuntiva de abdicar. Así concluyó su segundo período imperial, que por su corta duración se ha llamado de los Cien Días (de marzo a junio de 1815). Se entregó a los ingleses, que le deportaron a un perdido islote africano, Santa Elena, donde sucumbió lentamente a las iniquidades de un tétrico carcelero, Hudson Lowe. Antes de morir, el 5 de mayo de 1821, escribió unas memorias, el Memorial de Santa Elena, en las que se describió a sí mismo tal como deseaba que le viese la posteridad. Ésta aún no se ha puesto de acuerdo sobre su personalidad mezcla singular del bronco espadón cuartelero, el estadista, el visionario, el aventurero y el héroe de la antigüedad obsesionado por la gloria.
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http://www.biografiasyvidas.com/monografia/napoleon/

martes, 14 de octubre de 2014

Nerón

Nerón

(Lucio Domitio Claudio Nerón) Emperador romano, último de la dinastía Julio-Claudia (Anzio, Lacio, 37 - Roma, 68). Era hijo del primer matrimonio de la segunda mujer de Claudio, Agripina la Joven y, por tanto, tataranieto de Augusto.

Agripina convenció a Claudio para que adoptara a Nerón en el 51, señalándole como heredero de la diadema imperial (en lugar del que se suponía su propio hijo, Británico, nacido del matrimonio con Mesalina); para fortalecer su posición casó a Nerón con otra hija de Claudio, Octavia, en el 53; y, finalmente, asesinó al emperador en el 54, dejando el camino libre para su hijo. Éste fue proclamado emperador con sólo 17 años por la guardia pretoriana, dirigida por el prefecto Burro.
 

lunes, 13 de octubre de 2014

Antonio Cafiero, militante de la 'vieja guardia'

Antonio Cafiero, militante de la 'vieja guardia'
 
Fue dirigente juvenil en la Universidad. Participó en el emblemático 17 de octubre de 1945. A partir de allí, ocupó múltiples cargos dentro del ámbito nacional y provincial
 
13 de octubre de 2014
Antonio Francisco Cafiero nació el 12 de septiembre de 1922 en la ciudad de Buenos Aires. Fue padre de los también políticos Mario Cafiero y Juan Pablo Cafiero, y viudo de Ana Goitía, con quien tuvo diez hijos.

Antes de encauzarse en la política, se licenció de Contador Público en 1944 y en 1948 de Doctor en Ciencias Económicas, con sendos títulos de la Universidad de Buenos Aires. Incluso antes de su etapa universitaria (desde 1938) había trabajado como miembro de la Acción Católica Argentina.

Su carrera en el Gobierno comenzó durante la gestión de Juan Domingo Perón, cuando, fue designado como Consejero financiero en la embajada argentina en Washington DC.

En 1952 se convirtió en Ministro de Comercio Exterior de la Nación. En 1955, después del golpe que derrocara al Gobierno constitucional del General Juan Domingo Perón, Cafiero fue privado de su libertad durante un año. Después del golpe, militó activamente en la denominada "Resistencia Peronista".

En 1973, el dirigente fue nombrado Presidente de la Caja Nacional de Ahorro y Seguro. Un año más tarde, en 1974, fue Secretario de Comercio de la Nación. Fue Interventor Federal de la Provincia de Mendoza entre agosto de 1974 y mayo de 1975, y Ministro de Economía de la Nación entre 1975 y 1976. Finalmente, fue Embajador ante la Santa Sede en 1976, cargo al que debió renunciar debido al golpe militar que se prudujo ese año en nuestro país.

Después de la derrota del Partido Justicialista en 1983, fundó junto a otros dirigentes del peronismo, la "Renovación Peronista". Durante el levantamiento carapintada de 1987 apoyó al Gobierno democrático de Raúl Alfonsín, a quien consideró junto a Perón uno de sus "maestros en la vida". Ese mismo año fue elegido Gobernador de la provincia de Buenos Aires. Finalmente, desde 2001 y hasta 2005 fue senador nacional.
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