domingo, 6 de abril de 2008

San Agustín

San Agustín

(354 - 430)

Agustín de Hipona

San Agustín, de Sandro Botticelli, c. 1480

Nombre Aurelius Augustinus
Apodo {{{apodo}}}
Nacimiento 13 de noviembre de 354
Souk-Ahras, Argelia
Muerte 28 de agosto de 430
Hipona
Festividad 28 de agosto (Occ), 15 de junio (Ori)
Venerado en La mayoría de las denominaciones Cristianas
Simbología
Patrón Teólogos

Nacimiento – conversión – regreso a África

“Nació San Agustín en provincia africana, en la ciudad de Tagaste, de padres cristianos y nobles, pertenecientes a la curia municipal. A su esmero, diligencia y cuenta corrió la formación del hijo, el cual fue muy bien instruido en todas las letras humanas, esto es, en las que llaman artes liberales. Enseñó primeramente gramática en su ciudad, y después retórica en Cartago, y en tiempos sucesivos, en ultramar, en Roma y Milán, donde a la sazón estaba establecida la corte de Valentiniano el Menor. En la misma ciudad ejercía entonces su cargo episcopal Ambrosio, sacerdote muy favorecido de Dios, flor de proceridad entre los más egregios varones. Mezclado con el pueblo fiel, Agustín acudía a la iglesia a escuchar los sermones, frecuentísimos en aquel dispensador de la divina palabra, y le seguía absorto y pendiente de su palabra. En Cartago le habían contagiado los maniqueos por algún tiempo con sus errores, siendo adolescente; y por eso seguía con mayor interés todo lo relativo al pro o contra de aquella herejía (1, 1-4).

De este modo adoctrinado, con la divina ayuda, suave y paulatinamente se desvaneció de su espíritu aquella herejía, y confirmado luego en la fe católica, inflamóse con el deseo ardiente de instruirse y progresar en el conocimiento de la religión, para que, llegando los días santos de la Pascua, lograse la purificación bautismal. Así, Agustín, favorecido por la gracia del Señor, recibió por medio de un prelado tan excelente como Ambrosio la doctrina saludable de la Iglesia y los divinos sacramentos (1, 5).

Contaba a la sazón más de treinta años, y le acompañaba sola su madre, gozosa de seguirle y encantada de sus propósitos religiosos, más que de los nietos según la carne. Su padre había muerto ya (2, 3).

Después de recibir el bautismo juntamente con otros compañeros y amigos, que también servían al Señor, plúgole volverse al África, a su propia casa y heredad; y una vez establecido allí, casi por espacio de tres años, renunciando a sus bienes, en compañía de los que se le habían unido, vivía para Dios, con ayunos, oración y buenas obras, meditando día y noche en la divina ley. Comunicaba a los demás lo que recibía del cielo con su estudio y oración, enseñando a presentes y ausentes con su palabra y escritos” (3, 1-2).

Al servicio de la Iglesia

“Ordenado, pues, presbítero, luego fundó un monasterio junto a la iglesia, y comenzó a vivir con los siervos de Dios según el modo y la regla restablecida por los apóstoles. Sobre todo miraba a que nadie en aquella comunidad poseyese bienes, que todo fuese común y se distribuyese a cada cual según su menester, como lo había practicado él primero, después de regresar de Italia a su patria (5, 1).

En la ciudad de Hipona había contagiado e inficionado entonces a muchísimos ciudadanos y peregrinos la herejía pestilente de Manés, por seducción y engaño de un presbítero de la secta, llamado Fortunato, que allí residía y buscaba adeptos. Entre tanto, los cristianos de Hipona y de fuera, tanto católicos como donatistas, se entrevistan con el sacerdote, rogándole fuera a ver a aquel maniqueo, a quien tenían por docto, para tratar con él de la ley.

[...] Señalados, pues, el día y el lugar, se tuvo la reunión con muchísimo concurso de estudiosos y curiosos, y dispuestas las mesas de los notarios, se comenzó la discusión, que se acabó al segundo día. En ella, el maestro maniqueo, según consta por las actas de la conferencia, ni pudo rebatir las aserciones de la doctrina cristiana ni apoyar sobre bases firmes la de Manés (6, 1-2; 6-7).

Enseñaba y predicaba privada y públicamente, en casa y en la iglesia, la palabra de la salud eterna contra las herejías de África, sobre todo contra los donatistas, maniqueos y paganos, combatiéndolos, ora con libros, ora con improvisadas conferencias, siendo esto causa de inmensa alegría y admiración para los católicos, los cuales divulgaban donde podían a los cuatro vientos los hechos de que eran testigos. Con la ayuda, pues, del Señor, comenzó a levantar cabeza la iglesia de África, que desde mucho tiempo yacía seducida, humillada y oprimida por la violencia de los herejes, mayormente por el partido donatista, que rebautizaba a la mayoría de los africanos (7, 1-2).

Nombrado obispo, predicaba la palabra de salvación con más entusiasmo, fervor y autoridad; no sólo en una región, sino donde quiera que le rogasen, acudía pronta y alegremente, con provecho y crecimiento de la Iglesia de Dios (9, 1).

Dilatándose, pues, la divina doctrina, algunos siervos de Dios que vivían en el monasterio bajo la dirección y en compañía de San Agustín, comenzaron a ser ordenados clérigos para la iglesia de Hipona. Y más adelante, al ir en auge y resplandeciendo de día en día la verdad de la predicación de la Iglesia católica, así como el modo de vivir de los santos y siervos de Dios, su continencia y ejemplar pobreza, la paz y la unidad de la Iglesia, con grandes instancias comenzó primero a pedir y recibir obispos y clérigos del monasterio que había comenzado a existir y florecía con aquel insigne varón: y luego lo consiguió. Pues unos diez santos y venerables varones, continentes y muy doctos, que yo mismo conocí, envió San Agustín a petición de varias iglesias, algunas de categoría (11, 1-3).

Era aquel hombre memorable el miembro principal del Cuerpo del Señor, siempre solícito y vigilante para trabajar en pro de la Iglesia; y por divina dispensación tuvo, aun en esta vida, la dicha de gozar del fruto de sus labores, primeramente con la concordia y la paz, restablecida en la iglesia y diócesis de Hipona, puesta bajo su vigilancia pastoral, y después en otras partes de África, donde vio crecer y multiplicarse la Iglesia por esfuerzo suyo o por mediación de otros sacerdotes formados en su escuela, alborozándose en el Señor, porque tan a menos habían venido en gran parte los maniqueos, donatistas, pelagianos y paganos, convirtiéndose a la verdadera fe” (18, 6-7).

Forma de vida

“Sus vestidos, calzado y ajuar doméstico eran modestos y convenientes: ni demasiado preciosos, ni demasiado viles, porque estas cosas suelen ser para los hombres motivo de jactancia o de abyección, por no buscar por ellos los intereses de Jesucristo, sino los propios. Pero él, como he dicho, iba por un camino medio, sin torcerse ni a la derecha ni a la izquierda. La mesa era parca y frugal, donde abundaban verduras y legumbres, y algunas veces carne, por miramiento a los huéspedes, y a personas delicadas. No faltaba el vino en ella, porque sabía y enseñaba, como el Apóstol, que toda criatura es buena, y nada hay reprobable tomado con hacimiento de gracias, pues con la palabra de Dios y la oración queda santificado (22, 1-2).

Usaba sólo cucharas de plata, pero todo el resto de la vajilla era de arcilla, de madera o de mármol; y esto no por una forzada indigencia, sino por voluntaria pobreza. Se mostraba también siempre muy hospitalario. Y en la mesa le atraía más la lectura y la conversación que el apetito de comer y beber. Contra la pestilencia de la murmuración tenía este aviso escrito en verso: El que es amigo de roer vidas ajenas, no es digno de sentarse en esta mesa (22, 5-6).

Alternativamente delegaba y confiaba la administración de la casa religiosa y de sus posesiones a los clérigos más capacitados. Nunca se vio en su mano una llave o un anillo, y los ecónomos llevaban los libros de cargo y data. A fin de año, le recitaban el balance, para que conociese las entradas y salidas y el remanente de la caja, y fiábase en muchas transacciones de la honradez del administrador, sin verificar una comprobación personal minuciosa” (24, 1).

Invasión vandálica y últimos días

“Por voluntad y permisión de Dios, numerosas tropas de bárbaros crueles, vándalos y alanos, mezclados con los godos y otras gentes venidas de España, dotadas con toda clase de armas y avezadas a la guerra, desembarcaron e irrumpieron en África; y luego de atravesar todas las regiones de la Mauritania penetraron en nuestras provincias, dejando en todas partes huellas de su crueldad y barbarie, asolándolo todo con incendios, saqueos, pillajes, despojos y otros innumerables y horribles males. No tenían ningún miramiento al sexo ni a la edad; no perdonaban a sacerdotes y ministros de Dios, ni respetaban ornamentos, utensilios ni edificios dedicados al culto divino (28, 4-5).

Todas estas calamidades y miserias, rumiándolas con alta sabiduría, las acompañaba con copioso llanto diario. Y aumentaron su tristeza y sus llantos al ver sitiada la misma ciudad de Hipona, todavía en pié, de cuya defensa se encargaba entonces el en otro tiempo conde Bonifacio, al frente del ejército de los godos confederados. Catorce meses duró el asedio completo, porque bloquearon la ciudad totalmente hasta en la parte litoral. Allí me refugié yo con otros obispos, y permanecimos durante el tiempo del asedio (28, 12-13).

Aquel santo varón tuvo una larga vida, concedida por divina dispensación para prosperidad y dicha de la Iglesia; pues vivió setenta y seis años, siendo sacerdote y obispo durante casi cuarenta. En conversación familiar solía decirnos que, después del bautismo, aun los más calificados cristianos y sacerdotes deben hacer digna y conveniente penitencia antes de partir de este mundo. Así lo hizo él en su última enfermedad de que murió, porque mandó copiar para sí los salmos de David que llaman de la penitencia, los cuales son muy pocos, y poniendo los cuadernos en la pared ante los ojos, día y noche, el santo enfermo los miraba y leía, llorando copiosamente (31, 1-2).

Hasta su postrera enfermedad predicó ininterrumpidamente la palabra de Dios en la iglesia con alegría y fortaleza, con mente lúcida y sano consejo. Y al fin, conservando íntegros los miembros corporales, sin perder ni la vista y el oído, asistido de nosotros, que le veíamos y orábamos con él, durmióse con sus padres, disfrutando aun de buena vejez. Asistimos nosotros al sacrificio ofrecido a Dios por la deposición de su cuerpo y fue sepultado. No hizo ningún testamento, porque como pobre de Dios, nada tenía que dejar (31, 4-6).

Dejó a la Iglesia clero suficientísimo y monasterios llenos de religiosos y religiosas, con su debida organización, su biblioteca provista de sus libros y tratados y de otros santos; y en ellos se refleja la grandeza singular de este hombre dado por Dios a la Iglesia, y allí los fieles lo encuentran inmortal y vivo” (31, 8).

Posidio († d. 437)

* Vida de San Agustín, en Obras completas de San Agustín, vol. I (BAC. 6ª ed.), Madrid 1994, 303-65 (extracto literal). Trad. de V. Capánaga, o.a.r.

sábado, 5 de abril de 2008

El Silencio de Dios

¿Qué quiere decir el silencio de Dios y lo que significa en la vida de un creyente hoy?


Muchas veces nos preguntamos ¿Por qué razón Dios no nos contesta? ¿Por qué razón se queda callado Dios?

A muchos nos gustaría que Él nos respondiera según nuestra voluntad y deseos... pero, la forma de actuar de Dios es diferente. El conoce el pasado, el presente, y el futuro (Heb 13:8)

Dios nos responde aún con el silencio... Debemos estar dispuestos a escucharle y esperar en Él.

“Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos ni vuestros caminos son mis caminos, dice el Señor. Cuanto son los cielos mas altos que la tierra, tanto están mis caminos por encima de los vuestros.” (Is 55:8-9)

“Pues Yo conozco mis designios para con vosotros, dice el Señor, designios de paz y no desgracia, de daros un porvenir y una esperanza” (Jer 29:11)
Un hombre debe comprender lo que significa el divino silencio y rendirse a los caminos del Señor y orar como el Salmista,

“Te amo Señor, mi fortaleza. El Señor es mi roca, mi fortaleza, mi libertador, mi Dios, mi roca, a quien me acojo; mi escudo, mi fuerza de salvación, mi asilo” (Sal. 18:1-2)

«Cuenta una antigua leyenda Noruega, acerca de un hombre llamado Haakon, quien cuidaba una Ermita. A ella acudía la gente a orar con mucha devoción. En esta ermita había una cruz muy antigua. Muchos acudían ahí para pedirle a Cristo algún milagro.
Un día el ermitaño Haakon quiso pedirle un favor a Cristo crucificado, impulsado por un sentimiento generoso. Se arrodillo ante la cruz y dijo:
- Señor, quiero padecer por ti. Déjame ocupar tu puesto. Quiero reemplazarte en la cruz
Y se quedo Fijo con la mirada puesta en la Efigie, como esperando la respuesta.
El Señor abrió sus labios y habló. Sus palabras cayeron de lo alto, susurrantes y amonestadoras:
- Siervo mío, accedo a tu deseo, pero ha de ser con una condición.
-¿Cual, Señor? - pregunto con acento suplicante Haakon. - ¿Es una condición difícil? Estoy dispuesto a cumplirla con tu ayuda, Señor!, - respondió el viejo ermitaño.
- Escucha: suceda lo que suceda y veas lo que veas, has de guardarte en silencio siempre.
Haakon contesto:
-¡Os, lo prometo, Señor! - Y se efectuó el cambio.
Nadie advirtió el trueque. Nadie reconoció al ermitaño, colgado con los clavos en la Cruz y a su vez el Señor ocupaba el puesto de Haakon. Y este por largo tiempo cumplió el compromiso al pie de la letra, a nadie dijo nada.
Pero un día, llego un comerciante rico a la ermita; después de haber orado, dejo allí olvidada su bolsa de dinero. Haakon lo vio y callo. Tampoco dijo nada cuando un campesino pobre, que vino dos horas después, encontró la bolsa de oro del comerciante y, al verla sin dueño, se apropio de ella. Ni tampoco dijo nada cuando un muchacho se postro ante el poco después para pedirle su gracia antes de emprender un largo viaje.
Pero en ese momento volvió a entrar el comerciante en busca de la bolsa. Al no hallarla, pensó que el muchacho se la había apropiado. El rico se volvió al joven y le dijo iracundo:
- ¡Dame la bolsa que me has robado!
El joven sorprendido, replicó:
¡No he robado ninguna bolsa!.
No mientas, ¡devuélvemela enseguida!.
¡Le repito que no he cogido ninguna bolsa!
Fue la rotunda afirmación del muchacho. El rico arremetió, furioso contra el. Sonó entonces una voz fuerte: Detente!
El rico miro hacia arriba y vio que la imagen le hablaba. Haakon, que no pudo permanecer en silencio, y gritó, defendió al joven, e increpó al rico por la falsa acusación. Este quedo anonadado, y salio de la Ermita. El joven salio también porque tenía prisa para emprender su viaje. Cuando la Ermita quedo a solas, Cristo Se dirigió a su siervo y le dijo:
- Baja de la Cruz. No sirves para ocupar mi puesto. No has sabido guardar silencio.
- Señor, - dijo Haakon - ¿Como iba a permitir esa injusticia?
Se cambiaron los oficios. Jesús ocupo la Cruz de nuevo y el ermitaño se quedo ante la Cruz. El Señor, siguió hablando:
- Tú no sabías que al comerciante le convenía perder la bolsa, pues llevaba en ella el precio de la virginidad de una joven mujer. El campesino, por el contrario, tenia necesidad de ese dinero e hizo bien en llevárselo; en cuanto al muchacho que iba a ser golpeado, sus heridas le hubiesen impedido realizar el viaje que para el resultaría fatal. Ahora, hace unos minutos acaba de zozobrar el barco y él ha perdido la vida. Tú no sabías nada. Yo si. Por eso escucho las plegarias y calló. Y el Señor nuevamente guardó silencio.» (1)
Abel B. Veiga Copo, autor de la nota “El silencio de Dios”, del Jueves 30 de agosto de 2007, escrita en el portal de la fe católica “RadioEvangelización”, escribe que «Muchas veces nos preguntamos: ¿por que razón Dios no nos contesta? ¿Por que razón se queda callado Dios ante nuestras oraciones? Muchos de nosotros quisiéramos que El nos respondiera lo que deseamos oír pero Dios no es así. Dios nos responde aun con el silencio. Debemos aprender a escucharlo. Su Divino Silencio, son palabras destinadas a convencernos de que, El sabe lo que esta haciendo. En su silencio nos dice con amor: ¡Confiad en mi, que se bien lo que debo hacer! »

Luego Copo sigue diciendo que «No es nuevo cuestionarse el silencio de Dios, todos y cada uno de los pueblos y creyentes lo han hecho en alguna ocasión. Pero al lado de la pregunta, suele haber un escenario de pobreza, de miseria, de humillación y profundo dolor, una soledad sonora. Y muy pocos, con una fe inquebrantable, son capaces de preguntarse por ese silencio, esa recriminación humana a lo que no es entendible con ojos y corazones humanos. El silencio de Dios está presente en toda teología, en todo estudio, en todo debate, en toda religión.»

Parece que a Copo este interrogante lo atormenta, pues él dice que esta pregunta «nos acompaña y acompañará hasta el final de los tiempos. La duda, el abismo, el miedo, el vacío, la oquedad de uno mismo. Y en el camino el interrogante ¿dónde está Dios?»

Y como él muchos se han hecho la misma pregunta. Casi seguramente Copo le preguntó muchas veces cosas a Dios y este en apariencia no le respondió, y la duda le quedó clavada en el corazón. Digo en apariencia, porque Dios siempre responde: Si, no, espera…

Copo termina su reflexión, diciendo primero que «La fe es un constante preguntarse, un ir y venir de afirmaciones y dudas, de preguntas que no tienen respuesta desde la razón. La fe es una llama que espera y robustece, auxilia y ayuda pero que no todos tienen ni quieren poseer. Pero fe y beatería, tan pródiga en una España y sociedad macilenta, no casan bien. » y luego haciéndose la pregunta terrible «¿Dónde está mi fe, dónde está nuestra fe? » El mismo se responde, diciendo que la fe es «un camino que sólo nosotros mismos debemos recorrer desde el interior y el conocimiento de nosotros mismos.» Es como Copo dice, «Dios no está en silencio, pero sin embargo no somos capaces de escucharle, hace mucho que le hemos arrojado de nuestras vidas, de nuestros yos, con nuestros ímpetus de supremacía y soberbia. Y tras cualquier catástrofe humanitaria, guerra, hambruna, muerte, nos preguntamos dónde está, y por qué. Incluso le culpamos, le crucificamos. Y sin embargo muchos se resignan, otros se rebelan y el hombre sigue haciendo camino, el camino de su vida, única e irrepetible, aparentemente solo, pero no lo está aunque no vea, no crea y niegue.» Que reflexión fuerte sobre el silencio de Dios, como hace sufrir al ser humano, cuantas personas hoy han abandonado su fe, pues creyeron que ya Dios no responde. Es terrible el vacío del corazón del hombre, esa terrible soledad existencia que le lleva a decir, “Dios mió, Dios mío, por que me abandonaste” [2]

El portal del diario argentino Página 12, hace una reflexión sobre Bush y su “relación con el Señor”. El autor de esta nota, en forma sarcástica, cuestiona las palabras del pte. Bush, acerca de su relación con Dios y termina esta nota, en forma irónica y sarcástica, diría yo, con un subtitulo: “el silencio de Dios”, donde José Pablo Feinmann (autor de la nota) dice que «El genio sueco Ingmar Bergman debiera estar muy contento. Se le hizo. Todas sus películas tematizaron el silencio de Dios. También Woody Allen, que solía decir: “Es cierto (como dijo Einstein): Dios no juega a los dados con el Universo. Juega a las escondidas”. Se acabó. Se acabó la tragedia del silencio de Dios. Dios, por fin, ha roto su silencio. Dios, por fin, habla. Con Bush. El resto es silencio.»[3]


En un foro de discusión temático, un usuario del foro, reflexionó acerca de esto mismo, y el se expresa diciendo que en realidad «Dios está siempre presente con nosotros… pero hay momentos cuando nos despoja de su presencia en nuestra conciencia.» El también piensa en la muerte de Jesús en la cruz, y dice que «quien no sintió un escalofrío al leer o escuchar la oración desgarradora de Jesús en la Cruz: Posiblemente también existieron momentos en nuestra vida en los que tuvimos una fuerte identificación con aquellas palabras. A veces cargadas de reproche, otras de impotencia y, aun de perplejidad.» Este usuario comenta que «muchos personajes Bíblicos vivieron esta experiencia a la que convenientemente se le denomina “desierto”, aprovechando una rica imagen bíblica. » Este comentarista, ilustra este tema con el pensamiento de San Juan de la Cruz. El comenta en este foro que este piadoso hombre de la fe católica, “avanza aun más la descripción y la llamó “la noche oscura del alma” a este tiempo de ausencias y distancias gravosas.» Luego, también se hace preguntas en voz alta y reflexionando se hace la pregunta si acaso «existe una intencionalidad divina en la distancia, en esa sensación de desamparo » El se expresa al igual que muchos, que «por momentos, desde el dolor, pensamos en una incomprensible dosis de crueldad: Dios soltándonos en una especie de “arréglate como puedas” o desde la vergüenza culposa buscamos respuestas en el proporcionado “castigo” que nuestra contumacia merece» Pero pronto la repuesta llega a su mente y recuerda «una palabra cargada de esperanza, [que] Dios proclama en el libro de Isaías. “Era como una esposa joven abandonada y afligida, pero, tu Dios te vuelve a llamar y te dice: “por un pequeño instante te abandone, pero con bondad inmensa te volveré a unir conmigo. En un arranque de ira, por un momento, me oculte de ti, pero con amor eterno te tuve compasión”. (Is 54:6,8)»

El concluye su nota reflexionando deseando que «tal vez esta imagen nos permita aproximarnos a la comprensión de la táctica divina: suelta nuestras manos esperando el paso.»
Pensemos, como el bien nos dice « ¿Que pasaría si los padres no dejarán a sus hijos en la horrible circunstancia de la soledad para caminar? ¿Podemos imaginar una vida en la que una persona a los treinta años está caminando todavía de la mano de sus progenitores?»
Es que «Dios nos despoja de la conciencia para forjar en nosotros un espíritu deseoso de su presencia y compañía. Un Dios que por su amor nos quiere adultos. En la oscura noche del alma se sufre y se gime, pero se crece.» [4]

« ¿Cual es nuestra actitud cuando al intentar una y mil veces la oración sentimos vacío y soledad? ¿Nos empecinamos como un bebé y apoyamos la posadera en el suelo esperando las manos que nos rescaten de tanto naufragio? ¿O buscamos caminar, a tientas, sin apoyo hacia los brazos que al final del camino nos esperan? » [5]

«Al comienzo Dios decía al alma: "Habla poco a las criaturas y mucho conmigo”. Aquí le dice. "No me hables más”. El silencio con Dios es adherirse a Dios, presentarse y exponerse ante Dios, ofrecerse a El, aniquilarse ante El, adorarlo, amarlo, escucharlo, oírlo, descansar en El. Es el silencio de la eternidad; es la unión del alma con Dios.» [6]

«Quién sabe si, como dijo Joseph Ratzinger en Polonia, Dios permaneció en silencio cuando los nazis asesinaban a millones de eslavos, judíos, comunistas, socialistas, liberales, homosexuales y gitanos, entre otros. Sus designios, ya se sabe, son inescrutables: tal vez El Altísimo quería poner en evidencia los límites de la maldad humana o la inexistencia de ellos, o acaso se expresó, pero lo hizo por las bocas de los cañones soviéticos e ingleses y por el trabajo de los grupos de la resistencia antifascista, o puede ser que anduviera arreglando asuntos más importantes, que los nazis lo pillaran distraído, que no haya estado on line en ese momento, o nunca. A fin de cuentas, Su condición es un misterio inmarcesible hasta para quienes la pregonan, empezando por el que este domingo abrió la boca en el centro de exterminio. Podría ser también que las diversas caras de Dios -la inescrutable del Jehová de los hebreos, el severo e implacable rostro del Señor de los protestantes, el Dios Padre bonachón e indulgente de los católicos- no se hubieran puesto de acuerdo sobre cómo reaccionar ante la carnicería. Más difícil es entender cómo Dios puede guardar silencio cuando su presunto delegado abre la boca. Pero Sus actos son inescrutables.»[7]

El escritor José María Espinàs se hace eco de las palabras que el papa Benedicto XVI pronunció durante la visita que hizo al campo de exterminio nazi de Auschwitz, al referirse al “silencio de Dios”.

En el portal del diario siglo xxi, Octavi Pereña, escribe en la columna un momento de reflexión, acerca de “El silencio de Dios”, y comenta acerca de las palabras de este escritor español.
Espinás, al igual que otros que han reflexionado acerca de las palabras del papa Ratzinger. También Copo, de quien comenté acerca de su nota algunos párrafos mas atrás, al igual que Espinás, habla acerca de la pregunta que se hizo el papa: «Dónde estaba Dios se preguntó no hace mucho el papa Ratzinger al traspasar las verjas de Auschwitz»
Juan Hernández, en una artículo publicado en “El Comercio”, un diario digital de Asturias, España, comenta que «visitaba Ratzinger los fríos barracones del campo de concentración de Auschwitz, y mientras paseaba estremecido por entre un aleteo de almas judías exterminadas por la barbarie racista, se preguntaba por dónde estaba Dios cuando esto estaba pasando.» Y que Ratzinger dijo «Si por ventura vieres a aquel que yo más quiero, decidle que adolezco, peno y muero. Y que conteste a las llamadas.» (8)
Espinás dice que «tratar el problema de la maldad en su relación con el Dios de los cristianos siempre levanta ampollas» Espinás se pregunta «¿Por qué se le acusa [a Dios] de la malicie existente?»[9]

Y al igual que él, muchos de nosotros opinamos lo mismo, y nos llama la atención la actitud de la sociedad actual, «una sociedad que está muy satisfecha de su libertad [pero que culpa] a Dios de pasividad cuando no interviene para arreglar unos males provocados por nosotros mismos, haciendo uso de la libertad de la que estamos tan satisfechos.» [10]

Octavi Pereña, dice que «el “silencio de Dios” del que se hace eco Espinàs, aun cuando no se lo crea tiene un propósito. Expresa la paciencia de Dios.» De que manera es esto, uno se pregunta. Pues aquí nos relata la respuesta que Espinás dio: «En el ámbito cristiano del siglo I se creía que era inminente el regreso glorioso de Cristo que pondría fin al mundo actual. Viendo que el acontecimiento tan esperado no se producía, se introdujo el desaliento en las iglesias cristianas. El apóstol Pedro con el propósito de reintroducir la confianza en los creyentes les recuerda lo que había anunciado Jesús, que “el día del Señor vendrá como un ladrón de noche”. No os lo creáis. La tardanza en el cumplimiento de la promesa no quiere decir que no se realizará. No. Es la manifestación de que el Señor “es paciente con nosotros porque no quiere que nadie se pierda, sino que todos se arrepientan”. Pasaron unos 100 años desde el momento que Dios anunció a Noé el Diluvio Universal. Durante este tiempo Noé y sus hijos se dedicaron a construir el arca que les daría cobijo durante el cataclismo. Tal vez, sus conciudadanos los tildaban de locos porque construían una nave en tierra firme. Por el otro lado no se había tenido la experiencia de un gran temporal. A pesar de ello, no abandonaron la construcción de la embarcación por fe. Llegado el momento oyen la voz de Dios que les dice que se embarquen.. El cataclismo se produce. Noé y su familia se salvaron de la inundación universal. La gente que se quedaron fuera del arca, perecieron. En este caso, la paciencia de Dios duró un siglo. Sólo ocho personas se salvaron. Por lo que hace a la promesa de destrucción total de la Tierra anunciada por Cristo ya han pasado dos milenios. Son muy pocos quienes hacen caso del anuncio. La mayoría prefiere vivir guiados por su naturaleza caída y disfrutar de la vida que es muy corta. ¿Por qué culpan a Dios del mal del que son responsables? No. No existe tal cosa como el “silencio de Dios”. Desde un buen principio Dios no ha dejado de hablar. En un principio de viva voz con algunos hombres. Más tarde por medio de sus profetas Ahora hace dos mil años por medio de su Hijo. Finalmente utilizando a los apóstoles. Hoy nos sigue hablando por medio de los escritos proféticos y apostólicos que se hallan unidos en un libro que llamamos Biblia. Dios no cesa de hablar. Para no variar el hombre sigue menospreciando a Dios y culpándoles de las consecuencias de su desobediencia. ¿No sería más sensato dejar de dar la espalda a un Dios que todo el día tiene los brazos extendidos esperando recibir a quienes andan extraviados como ovejas que no tienen pastor?» (9)

«Ingmar Bergman, el pensador solitario de la isla de Faro, sabe ya la respuesta al interrogante que asoló su vida entera, la personal y la artística, pero no nos lo puede contar. Para sus admiradores sigue vigente el verso de Rubén, colgado siempre en las imágenes bergmanianas: «No saber adónde vamos, ni de dónde venimos». (10)


Pero nosotros si sabemos donde vamos y de donde venimos, ya que nuestra fe esta en un Dios vivo, y en su hijo Jesucristo, ”Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Jn 1.12 RVR 1960)

Y aunque por un instante él no nos hable y haga silencio, bien haríamos si tomamos el ejemplo de Job, quien se humilló ante Dios y no se quejó cuando perdió todo: “Entonces Job se levantó, rasgó su manto, se rasuró la cabeza, y postrándose en tierra, adoró, y dijo: Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré allá. El SEÑOR dio y el SEÑOR quitó; bendito sea el nombre del SEÑOR. En todo esto Job no pecó ni culpó a Dios.” (Job 1:20-22 LBLA) “Satanás salió de la presencia del SEÑOR, e hirió a Job con llagas malignas desde la planta del pie hasta la coronilla. Y Job tomó un tiesto para rascarse mientras estaba sentado entre las cenizas. Entonces su mujer le dijo: ¿Aún conservas tu integridad? Maldice a Dios y muérete. Pero él le dijo: Como habla cualquier mujer necia, has hablado. ¿Aceptaremos el bien de Dios y no aceptaremos el mal? En todo esto Job no pecó con sus labios. Cuando tres amigos de Job, Elifaz temanita, Bildad suhita y Zofar naamatita, oyeron de todo este mal que había venido sobre él, vinieron cada uno de su lugar, pues se habían puesto de acuerdo para ir juntos a condolerse de él y a consolarlo. Y cuando alzaron los ojos desde lejos y no lo reconocieron, levantaron sus voces y lloraron. Cada uno de ellos rasgó su manto y esparcieron polvo hacia el cielo sobre sus cabezas. Entonces se sentaron en el suelo con él por siete días y siete noches sin que nadie le dijera una palabra, porque veían que su dolor era muy grande.” (Job 2:7-13 LBLA) “Mirad que tenemos por bienaventurados a los que sufrieron. Habéis oído de la paciencia de Job, y habéis visto el resultado del proceder del Señor, que el Señor es muy compasivo, y misericordioso.” (Stgo 5:11 LBLA)

Como dijo Pablo, “Pero cuando agradó a Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre, y me llamó por su gracia, revelar a su Hijo en mí” (Gál 1:15 RVR 1960)
Yo no creo, como algunos dicen “que Dios sea como la Policía, nunca está cuando, y donde, se le necesita.”, ese no es nuestro Dios

Porque nuestro Dios esta cercano, a las puertas del corazón del hombre, dice Juan en Apocalipsis (“He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo”), y en Romanos dice” Mas ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo.” (Ro.10:8-9)

Lo que creemos acerca de Él es lo que determina nuestro destino eterno.

También Jesús enseñó la parábola del juez injusto y la necesidad de perseverar y seguir insistiendo aunque en apariencia Dios no este escuchando o haciendo justicia a nuestra necesidad: “También les refirió Jesús una parábola sobre la necesidad de orar siempre, y no desmayar, diciendo: Había en una ciudad un juez, que ni temía a Dios, ni respetaba a hombre. Había también en aquella ciudad una viuda, la cual venía a él, diciendo: Hazme justicia de mi adversario. Y él no quiso por algún tiempo; pero después de esto dijo dentro de sí: Aunque ni temo a Dios, ni tengo respeto a hombre, sin embargo, porque esta viuda me es molesta, le haré justicia, no sea que viniendo de continuo, me agote la paciencia. Y dijo el Señor: Oíd lo que dijo el juez injusto. ¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará en responderles? Os digo que pronto les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra? “(Luc 18:1-8 RVR 1960)

Y el prometió “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.” (Mat. 6: 33) Lo que creemos acerca del reino de Dios determina la dirección en la vida, porque Jesús bien dijo “Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.” (Jn 14:6 RVR 1960)

“Estoy seguro de que los sufrimientos por los que ahora pasamos no son nada, si los comparamos con la gloriosa vida que Dios nos dará junto a él. El mundo entero espera impaciente que Dios muestre a todos que nosotros somos sus hijos. Pues todo el mundo está confundido, y no por su culpa, sino porque Dios así lo decidió. Pero al mundo le queda todavía la esperanza de ser liberado de su destrucción. Tiene la esperanza de compartir la maravillosa libertad de los hijos de Dios. Nosotros sabemos que este mundo se queja y sufre de dolor, como cuando una mujer embarazada está a punto de dar a luz. Y no sólo sufre el mundo, sino que también sufrimos nosotros, los que tenemos al Espíritu Santo como anticipo de todo lo que Dios nos dará después. Mientras esperamos que Dios nos adopte definitivamente como sus hijos, y nos libere del todo, sufrimos en silencio. Dios nos salvó porque tenemos la confianza de que así sucederá. Pero esperar lo que ya se está viendo no es esperanza, pues ¿quién sigue esperando algo que ya tiene? Sin embargo, si esperamos recibir algo que todavía no vemos, tenemos que esperarlo con paciencia. Del mismo modo, y puesto que nuestra confianza en Dios es débil, el Espíritu Santo nos ayuda. Porque no sabemos cómo debemos orar a Dios, pero el Espíritu mismo ruega por nosotros, y lo hace de modo tan especial que no hay palabras para expresarlo. Y Dios, que conoce todos nuestros pensamientos, sabe lo que el Espíritu Santo quiere decir. Porque el Espíritu ruega a Dios por su pueblo especial, y sus ruegos van de acuerdo con lo que Dios quiere. Sabemos que Dios va preparando todo para el bien de los que le aman, es decir, de los que él ha llamado de acuerdo con su plan. Desde el principio, Dios ya sabía a quiénes iba a elegir, y ya había decidido que fueran semejantes a su Hijo, para que este sea el Hijo mayor. A los que él ya había elegido, los llamó; y a los que llamó también los aceptó; y a los que aceptó les dio un lugar de honor. Sólo nos queda decir que si Dios está de nuestra parte, nadie podrá ponerse en contra nuestra. Dios no nos negó ni siquiera a su propio Hijo, sino que lo entregó por nosotros, así que también nos dará junto con él todas las cosas.

¿Quién puede acusar de algo malo a los que Dios ha elegido? ¡Si Dios mismo los ha declarado inocentes! ¿Puede alguien castigarlos? ¡De ninguna manera, pues Jesucristo murió por ellos! Es más, Jesucristo resucitó, y ahora está a la derecha de Dios, rogando por nosotros. ¿Quién podrá separarnos del amor de Jesucristo? Nada ni nadie. Ni los problemas, ni los sufrimientos, ni las dificultades. Tampoco podrán hacerlo el hambre ni el frío, ni los peligros ni la muerte.

Como dice la Biblia: "Por ti nos enfrentamos a la muerte todo el día. Somos como las ovejas que se llevan al matadero".En medio de todos nuestros problemas, estamos seguros de que Jesucristo, quien nos amó, nos dará la victoria total. Yo estoy seguro de que nada podrá separarnos del amor de Dios: ni la vida, ni la muerte, ni los ángeles, ni los espíritus, ni lo presente, ni lo futuro, ni los poderes del cielo, ni los del infierno, ni nada de lo creado por Dios. ¡Nada, absolutamente nada, podrá separarnos del amor que Dios nos ha mostrado por medio de nuestro Señor Jesucristo!” (Ro. 8:18-39 BLS)

Nuestra esperanza no está en volver a nacer, en que nuestra alma reaparezca en otro cuerpo que no es el propio, como se nos trata de convencer con el mito de la re-encarnación.
Sabemos por la Sagrada Escritura que esto no es posible, pues dice San Pablo: “los hombres mueren una sola vez y después viene para ellos el juicio” (Heb. 9:27).
“Si la esperanza que tenemos en Cristo fuera sólo para esta vida, seríamos los más desdichados de todos los mortales.” (I Cor. 15:19 NVI)

“¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva. Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección.” (Ro. 6:3-5 NVI)

“Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra. Porque los que esto dicen, claramente dan a entender que buscan una patria; pues si hubiesen estado pensando en aquella de donde salieron, ciertamente tenían tiempo de volver. Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad.” (Heb. 11:13-16 NVI)

"Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero. En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo, a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso; obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas" ( I Pe. 1:3-9 RVR 1960)

Así comienza San Pedro su primera epístola. Es el grito jubiloso y optimista de quien está firme en la fe de Cristo.

San Pablo, para designar a los que no conocen a Cristo, emplea la expresión: "Ahora, hermanos, quiero hablaros acerca de los que ya han muerto, para que no os entristezcáis como los otros, los que no tienen esperanza." (I Tes. 4:13). El mundo incrédulo, dice en otro lugar, se caracteriza por vivir sin Dios, sin Cristo, sin esperanza, ("Recordad que vuestra vida se desarrollaba entonces sin Cristo, excluidos de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa; y por eso andabais perdidos en un mundo falto de esperanza y de Dios.” Ef. 2:12 CST).

San Ignacio de Antioquía, cuando iba camino del martirio, rebosaba optimismo en sus cartas hablando de "nuestra esperanza", "nuestra común esperanza", referida a Jesucristo. Era la respuesta de la fe a la angustia de aquel mundo sin esperanza por no tener a Cristo. (11)

"La fe -dice San Pablo- La fe es la certidumbre de lo que se espera, la convicción de alcanzar lo que no se ve." (Heb. 11:1 CST). La fe es, pues, raíz y madre de la esperanza. El mensaje de Cristo es un mensaje de esperanza, que abre ante nuestras miserias e inquietudes un espléndido panorama de amor y misericordia del Señor, que nos quiere como hijos y nos ha dado a su Hijo, para que por El seamos salvos para siempre: "juntamente con las cuales nos ha concedido sus más preciosas y grandes promesas, mediante las cuales, habiendo huido vosotros de la corrupción que en este mundo causan los malos deseos, sois hechos partícipes de la naturaleza divina." (II Pe. 1:4 CST).

Esa fe en la palabra divina, y la esperanza de que Dios cumple sus promesas, es la gran fuerza propulsora de la vida del cristiano, y por ella agradamos a Dios. Es cierto que muchas veces zozobramos ante las tribulaciones y desalientos que el Señor permite para probar nuestra esperanza; pero hemos de tener siempre presentes las palabras de Jesús: " El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras nunca pasarán" (Mat. 24:35 CST).

La esperanza cristiana es un ejercicio de paciencia y de fe. De paciencia, que soporta dilaciones y pruebas: "Si esperamos lo que no vemos, en paciencia esperamos (Romanos, 8, 25). De fe, ya que esta larga espera es una profesión constante de fe "porque es fiel el que la ha prometido" (Hch. 10-23).

Fe, paciencia y optimismo. "Ante todo esto, ¿qué podríamos decir? Si Dios está con nosotros, ¿quién puede estar contra nosotros? Si él no vaciló en entregar a su Hijo en favor nuestro, ¿no nos dará también con él todas las cosas? ¿Quién se atreverá a acusar a los que hemos sido escogidos por Dios, si él ya nos ha perdonado y nos ha declarado justos? ¿Quién podrá condenarnos? ¿Acaso Cristo, que dio su vida por nosotros, y resucitó por nosotros, y está en el cielo, en el lugar de honor, intercediendo incesantemente en nuestro favor junto a Dios Padre?" (Ro. 8:31-34 CST).

“Acerca de esto quiero hacer constar mi absoluta convicción de que nuestros sufrimientos actuales no pueden compararse con la gloria de la vida eterna que Dios nos dará." (Ro. 8:18 CST).

Creo que la palabra de Dios es bien clara. Y los argumentos que he examinado alcanzan para comprender la problemática del hombre de hoy y el silencio de Dios.

Notas:

(1) http://www.mensajespositivos.net/espiritual/el-silencio-de-Dios.html
(2) El silencio de Dios, Por Abel B.Veiga Copo, jueves 30 de agosto de 2007 http://www.radioevangelizacion.org/spip.php?article955
(3) http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/index-2005-10-09.html
(4) http://agenciajai.mforos.com/418065/6716557-el-silencio-de-dios/
(5) http://agenciajai.mforos.com/418065/6716557-el-silencio-de-dios/
(6) http://www.statveritas.com.ar/Espiritualidad/Los%20Doce%20Grados.htm
(7) http://www.aporrea.org/internacionales/a22304.html
(8) http://www.elcomerciodigital.com/gijon/20070911/gijon/silencio-dios-20070911.html
(9) http://www.diariosigloxxi.com/texto-diario/mostrar/18919
(10) Diario digital de españa, “El Mundo”, Viernes, 3 de agosto de 2007. Año: XVIII. Número: 6438, articulo publicado ¿No será la muerte el silencio de Dios?
http://www.elmundo.es/papel/2007/08/03/opinion/2167497.html
(11) Web católico, artículo titulado “Las Virtudes teologales - La Esperanza” http://groups.msn.com/CRISTIANOSCATOLICOS/lasvirtudesteologalesesperanza.msnw

¿Qué importancia tiene el nacimiento virginal de Jesús para los creyentes hoy?

¿Qué importancia tiene el nacimiento virginal de Jesús para los creyentes hoy?

El nacimiento virginal de Jesús, nos permite conocer el origen divino de Jesucristo, que su padre no fue un hombre natural, sino que el fue engendrado por el Espíritu Santo de Dios.

Este hecho no significó una disminución de la deidad, sino la adquisición de la humanidad. No es que Dios Hijo vino a morar dentro de un ser humano, como haría posteriormente el Espíritu Santo (La equiparación de la encarnación con una simple morada es la base de le herejía nestoriana). Más bien se trata de que el Hijo de Dios en persona comenzara a vivir una vida plenamente humana. No se trata de que simplemente se envolvió en un cuerpo humano, ocupando el lugar de su alma, como sostenía Apolinario, sino de que tomó para si un alma humana tanto como en un cuerpo humano, o sea que ingresó e la experiencia de la vida psíquica humana a la vez que física. Su humanidad fue completa; se hizo Jesucristo hombre (I Tim. 2:5; Gál. 4:43; Heb. 2:14,17). Y su humanidad es permanente. Aunque actualmente está exaltado, “sigue siendo Dios y hombre en dos naturalezas diferentes y una sola persona para siempre” [1]

Es de suprema importancia lo que creemos a cerca del nacimiento de nuestro Señor Jesucristo. La creencia que tenemos gobernará nuestras creencias en cuanto a otras doctrinas. El nacimiento virginal de Cristo correctamente ha sido llamado "El Fundamento del Cristianismo." Al negarlo es también negar su vida sobrenatural, sin pecado; la suficiencia de su muerte por nuestros pecados, y toda la Biblia. Es la Doctrina que los modernistas, ateos e incrédulos han atacado más. Encontramos que Dios ha usado solamente cuatro maneras de producir vida humana.

En la creación:

(1) Creó el hombre (Adán) sin hombre o mujer. Eva:

(2) Creó a la mujer del hombre sin mujer. Los hombres en:

(3) La manera natural - con hombre y mujer. General: Jesucristo

(4) De la mujer sin hombre.

Esta doctrina también nos permite ver el cumplimiento de las profecías de las Escrituras, y saber que Dios es fiel, que su palabra es verdadera, y que lo que esta escrito se cumple, hasta en los mas mínimos detalles:

Jürgen Moltmann, en el libro “El camino de Jesucristo”, ed. Salamanca 2000, pp.119-129., hace una exposición muy interesante sobre este tema, el cual considero vale la pena reproducir:

«No hablamos en esta sección, como hace la tradición dogmática, de «nacimiento virginal» sino de nacimiento de Jesucristo desde el Espíritu Santo, ya que no se trata de una cuestión de ginecología sino de un tema de la pneumatología cristiana.

Aunque el “nacimiento virginal” de Cristo sólo aparece en los relatos de Lucas y Mateo y fue desconocido e irrelevante en amplios sectores del cristianismo primitivo, como el paulino y el joánico, desde el siglo III se convirtió en parte integrante de la profesión de fe cristiana y de las cristologías teológicas. En el nuevo testamento no hay una doctrina teológica especial sobre María ni un reconocimiento de ella como «madre de Cristo»; pero el comienzo de los conflictos cristológicos dio origen en la Iglesia antigua a una mariología cada vez más exuberante que se fue alejando del nuevo testamento y, en determinadas tradiciones cristianas pasó a ser incluso el fundamento de la cristología. La diferencia entre la doctrina de las iglesias ortodoxa y católico-romana y el nuevo testamento aumentó como en ningún otro tema en el culto a María, en la mariología teológica y los dogmas marianos. De ese modo aumentó también la distancia entre la teología eclesial y la tradición judía del cristianismo. ¿Qué relación guarda la Madonna que sostiene al niño Jesús en brazos –“la diosa y su héroe- con la madre judía Miriam y su obstinado hijo Jesús que se emancipó de ella? ¿Habría que buscar las raíces del culto a María y de la mariología eclesial en el culto a Diana en Éfeso, en lugar del Belén judío?

La profesión de fe para el bautismo vigente en Roma desde el siglo III dice: “Nació del Espíritu santo y de la virgen María...”. El credo niceno une el nacimiento con la encarnación: “... sarkothenta ek pneumatos agiou kai Marías tes parthenou...” (En latín: “... incarnatus est de spiritu sancto ex Maria virgine...”). En el credo de los apóstoles leemos: “... conceptus est de Spiritu sancto, natus ex Maria virgine...”. ¿Se ajustan estos artículos al testimonio neotestamentario? ¿Se pueden considerar como parte teológicamente necesaria de la cristología? ¿Nos dice algo, hoy, esa fórmula de profesión de fe? ¿Dice lo mismo que decía entonces?

1. El nacimiento neumático de Cristo en perspectiva histórica

El nacimiento virginal no es un elemento básico de la fe neotestamentaria en Cristo. El reconocimiento de Jesús como el Hijo de Dios, como el Señor, es independiente del nacimiento virginal y no se basa en él. Ese reconocimiento se basa, como sabemos, en el testimonio sobre la resurrección de Cristo, y sólo en Lucas y en Mateo aparece una conexión con la historia del nacimiento. La profesión de fe en Cristo aparece, en cambio, también en aquellas tradiciones cristianas que desconocen o no mencionan el nacimiento virginal. Ya por este hecho indiscutible se puede inferir la consecuencia teológica de que el nacimiento virginal no fundamenta la confesión de Cristo sino que ocurre, si acaso, a la inversa. La mariología no sustenta a la cristología, sino que ésta sustenta a la mariología. A María madre se le recuerda y venera por causa de Cristo. Los evangelios hablan de María incidentalmente: ella no pertenecía al círculo de discípulas y discípulos que iban con Jesús. El distanciamiento de su madre y sus hermanos (Mar 3:31-35), tan escandaloso y, por ello, probablemente histórico, y su ausencia en el grupo de mujeres junto a la cruz de su hijo muerto según los relatos de los sinópticos, demuestran su lejanía de Jesús y de su mensaje. Sólo en la comunidad pospascual de Jerusalén (Hch 1:14) aparecen María y los hermanos de Jesús... como creyentes, no como familiares. Mientras que María Magdalena, según los evangelios, ejerció un papel central en el círculo de discípulas y discípulos y también para Jesús mismo (por ejemplo, como testigo ocular su muerte en la cruz y de su resurrección), y por eso en la edad media se la llamó «la apóstol de los apóstoles», no encontramos nada parecido en el nuevo testamento por lo que se refiere a María. Sólo marginalmente, en los relatos del nacimiento adquiere un relieve cristológico, pero con un gesto con el que en cierto modo se olvida de sí y remite totalmente a Cristo: Fiat. Una mariología teológica legitimada por el nuevo testamento sólo puede ser una mariología cristo céntrica. Es lo que significa la frase en sí trivial: sin Cristo no hay María.

Ni el relato del nacimiento de Mateo ni el de Lucas, probablemente más tardío, son mario lógicos en sentido eclesial. Son cristo céntricos, pues ambos tratan del anuncio del nacimiento del hijo mesiánico. Según Lucas, el anuncio del ángel invocando Is 7:14 y II Sam 7:12s no hace ninguna referencia a un nacimiento virginal: el hijo mesiánico se llamará “Jesús”, “hijo del Altísimo”, y llegará a ser el rey mesiánico de Israel, descendiente de David. Sólo a la pregunta de María sobre el “cómo” sigue la interpretación, con la referencia a la bajada del Espíritu santo y al poder de la “sombra del Altísimo”, y a la consecuencia; “Por eso lo santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios” (v.35). El cambio de título desde el anuncio a la interpretación sugiere una comunidad judeocristiana en un entorno helenístico: El título de Mesías es familiar a los judíos y sirve para ellos como confirmación de un vaticinio. El título de hijo de Dios es familiar también a los paganos y se les propone en sentido apologético, con la conocida leyenda del nacimiento sobrenatural. La historia del nacimiento de Rómulo se narraba también en estos términos.

Desde una perspectiva humana, Mateo no trae a María sino a José al primer plano. El ángel le habla a él, no a María. El tema es su “honradez”. También Mat 1:18-25 trata de un anuncio y no es el relato de un nacimiento. La vida engendrada por el Espíritu de Dios y la filiación divina de Jesús aparecen ya tan estrechamente relacionados desde el principio en el seno materno que surge la idea del embarazo de María por obra del Espíritu santo. Esa idea se expresa en la frase: «La criatura que lleva en su seno viene del Espíritu santo» (v.20). Según el v.21, el niño divino recibe el nombre de “Jesús” porque salvará a su pueblo de los pecados; pero según el v.23, recibirá el nombre de “Emmanuel: Dios con nosotros”. Así caracteriza Mateo su evangelio desde el comienzo hasta el final en 28:20: “Mirad, yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. “La presencia del Señor glorificado en su comunidad hace le revela como Emmanuel, Dios con nosotros” (U. Luz, El evangelio según san Mateo 1 (Mat 1-7), p.146). Como en Lucas, el nexo entre la entronización pascual y el título de Hijo que establece la antigua fórmula confesional Ro. 1:3s aparece proyectado al nacimiento de Jesús. Mateo proyecta la resurrección y exaltación de Jesús como Emmanuel al relato del nacimiento. El anuncio del nacimiento viene a decir en ambos que Jesús es el Hijo mesiánico de Dios y el Señor del reino mesiánico, no sólo desde su bautismo por Juan en el Jordán sino desde su origen celestial y desde su comienzo terreno. Jesús no sólo actuó por la fuerza del Espíritu santo sino que es fruto, desde el comienzo, de la fuerza del Altísimo, del Espíritu santo. No hubo en Jesús ningún instante ni fase de su vida que no estuvieran llenos del Espíritu santo. Ni en Lucas ni en Mateo ni en ningún pasaje del nuevo testamento aparece ligada la historia del nacimiento virginal a la idea de la encarnación o de la preexistencia del Hijo eterno de Dios, como aparece luego en la cristología de la Iglesia antigua.

Los relatos sobre el anuncio del nacimiento virginal son, desde el punto de vista literario, leyendas. Tales relatos no mencionan testigos ni tradiciones históricas. No revelan las fuentes que utiliza el narrador. Tampoco ponen como testigos a José ni a María. Ello diferencia estos relatos de los testimonios de discípulos y discípulas sobre las apariciones pascuales de Cristo resucitado; de ahí que los milagros del comienzo y del final de la historia de Cristo no sean comparables entre sí. Pero cabe suponer que los relatos del nacimiento son proyecciones secundarias de las experiencias que los testigos pascuales de pascua hicieron con el Cristo resucitado y presente en el Espíritu, ya que transforman en inicio prenatal de Cristo exactamente aquello que se manifestó en el Resucitado y Presente por el Espíritu. Los narradores siguen así la lógica de la necesaria correspondencia entre el futuro y el origen: Si Cristo subió al cielo, debió de haber descendido del cielo; si está presente en el Espíritu vivificador de Dios (I Cor 15:45), debió de nacer de este Espíritu. Como ellos no distinguen entre historia y leyenda en sentido moderno, sino que se proponen narrar un evangelio, nada hay que objetar a la expresión moderna de «leyenda» aplicada a los relatos del nacimiento de Cristo. El contenido de los relatos del nacimiento de Cristo tenía que expresarse en aquella época en forma de mito etiológico. Ese contenido, en efecto, se encuentra en este relato mítico de los orígenes, y no en lo biológico. Por eso es un error calificar de “histórico” o de “biológico” el nacimiento virginal. Tales calificativos modernos, positivistas, no preservan la intención y la verdad de los relatos, sino que las destruyen. La intención del narrador no es referir un milagro ginecológico sino confesar a Jesús como el Hijo de Dios mesiánico y señalar, al comienzo de su vida, el origen divino de su personal.

2. El nacimiento neumático de Cristo en perspectiva teológica

La historia de la tradición ofrece dos modos diferentes de narrar míticamente el origen de Jesús como Hijo de Dios y Emmanuel.

El primero da a entender que Dios realizó el milagro del embarazo de María “por obra del Espíritu santo”, por esta “fuerza del Altísimo”: “Concebido por obra del Espíritu santo, nació de María virgen”. Con estas expresiones se significa que sólo Dios es el Padre de Jesucristo, no sólo en el ámbito de la conciencia de Jesús, sino en todo su ser personal, desde el principio. Dios es el Padre de Jesucristo de un modo tan exclusivo que la paternidad terrena de José debe quedar excluida. Esto se corresponde en un sentido muy literal con el dicho de Jesús: “No llaméis a nadie padre en la tierra, pues vuestro Padre es uno solo, el del cielo” (Mt 23,9). El árbol genealógico sirve de ilustración a la historia de la promesa. En esta perspectiva Dios es el Padre de Jesucristo, el Espíritu Santo el principio masculino y la “virgen” (en sentido humano) María su madre.

El segundo modo narrativo ve detrás de la maternidad humana de María la maternidad del Espíritu santo. Por eso la antigua fórmula romana de confesión bautismal dice paralelamente: “Nacido del Espíritu santo y de María virgen”. La maternidad del Espíritu santo la experimentan los creyentes en su “nuevo nacimiento” del Espíritu de Dios. De ahí que el evangelio de Juan diga inmediatamente antes de su frase sobre la encarnación de la Palabra eterna: “Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre, que no nacen de sangre ni por impulso de la carne ni por deseo de varón, sino de Dios” (1:12-13). Si los creyentes en Cristo se hacen hijos de Dios “naciendo del Espíritu”, como dice la metáfora, entonces el Espíritu Santo es la madre divina de los creyentes, “madre virgen”, obviamente. La antigua doctrina siria y la nueva doctrina hutterita del “oficio maternal del Espíritu santo” hunden su raíz aquí y en la función del Paráclito que consuela como una madre. El punto de comparación para comprender el nacimiento de Cristo no es un hecho de generación y concepción humana sino la experiencia neumática de los que han nacido de nuevo a la filiación divina. Como esta experiencia neumática se produjo en la comunidad cristiana, que hace de Jesucristo el “primogénito entre muchos hermanos” (Ro 8:29) y hermanas, en este mismo primogénito tiene que residir el prototipo de la filiación divina en el Espíritu. Por eso el “primogénito” es llamado “hijo unigénito de Dios”. El relato de su nacimiento originario e inicial desde el Espíritu de Dios supone sólo la diferencia de que él es desde el comienzo y por naturaleza lo que los creyentes llegan a ser por la palabra y el Espíritu en su comunión con él: el Hijo mesiánico de Dios. Entonces hay que ver en la humana y temporalmente “virgen” una materialización simbólica y una figura humana del Espíritu santo como “madre” siempre virgen y divina de Cristo, y no la mujer humana que está grávida del Espíritu santo como elemento masculino. El Espíritu Santo sería entonces la gran madre virginal-fecunda de todo lo vivo y, como tal, el prototipo divino de María, La madre de Jesucristo. A la luz del simbolismo femenino del ser y el hacer del Espíritu en las tradiciones judías, sirias y cristianas, esta idea no es desacertada. En el evangelio de Tomás, Cristo habla aún del Espíritu santo como “madre” suya.

Nosotros recogemos las intenciones teológicas de estas dos concepciones sobre el nacimiento virginal de Cristo y sobre la importancia de María para la salvación.

Hay que decir ante todo, de acuerdo con estos relatos del nacimiento, que Dios no está unido a Jesús de Nazaret por azar, sino esencialmente. Dios es desde el principio el “Padre de Jesucristo”. Su paternidad no se extiende sólo a la conciencia y a la acción de Cristo sino a toda su persona y a su existencia misma. En consecuencia, el Mesías Jesús es esencialmente hijo de Dios y no llega a serlo sólo históricamente desde un determinado momento de su vida. Es el Hijo mesiánico desde el principio, y su principio está en su nacimiento del Espíritu santo. La filiación divina no afecta sólo a su conciencia sino también a su ser corporal. Esto diferencia la encarnación por el Espíritu de la inhabitación del Espíritu en el hombre. La encarnación carece de presupuestos, mientras que la inhabitación presupone la existencia humana. Si se equipara la encarnación con la inhabitación, la cristología queda disuelta en antropología.

Para los teólogos de la Iglesia antigua, el nacimiento virginal de Cristo es menos un signo de su divinidad que un signo de su verdadera humanidad. Fueron teólogos gnósticos los que atribuyeron a Cristo una “apariencia” corporal y no real, para salvar su divinidad: el Logos eterno se reviste de figura humana para espiritualizar al hombre. Los teólogos ortodoxos de la Iglesia antigua subrayaron, en cambio, la realidad de la encarnación del Hijo de Dios por el parto virginal de María, y mencionaron la "resurrección de la carne" en el credo de los apóstoles. Por eso el Logos eterno asumió la realidad humana plena e integral y se hizo «carne» por obra del Espíritu santo. Si queremos traducir hoy esta intención del relato sobre el nacimiento de Cristo, tendremos que hablar expresamente de nacimiento no virginal de Cristo, para “alojar a Cristo lo más hondamente posible en la carne”, como dijo Lutero. El fue hombre como nosotros, y el añadido “sin pecado» de la carta a los hebreos (4:15) no se refiere a la procreación sexual. Esta identificación no bíblica se encuentra por primera vez en la doctrina de Agustín sobre el pecado original. A este respecto hay que señalar hoy otro punto de vista: Si el Hijo de Dios se hizo hombre integral y asumió toda la realidad humana, ello afecta no sólo al ser personal humano sino también a la naturaleza humana. No afecta sólo a la realidad humana adulta sino, diacrónicamente, a la realidad humana en todas sus fases evolutivas, incluida la infancia y la realidad del feto y del embrión. Toda la realidad humana, en todas sus formas naturales, es asumida por Dios para salvarla. Por eso es «humana» y «sagrada» en todas sus formas naturales, y lo prenatal no es en modo alguno mero «material humano» o preparación para la realidad humana. De ahí la necesidad de subrayar teológicamente el nacimiento verdadero y real de Cristo. En la mentalidad de hoy, el hablar de «parto virginal» de María limita peligrosamente la humanidad de Cristo, al entenderse que en lugar de un proceso humano-natural se produce un proceso humano-sobrenatural. «No se ve por qué Jesús como Hijo de Dios había de venir al mundo de modo diferente que los otros seres humanos» (Pannenberg, Das Glaubensbekenntnis, 92). Si el punto de comparación para el nacimiento del Hijo de Dios está, según Jn 1:12, en el nuevo nacimiento los creyentes, por obra del Espíritu santo, a la filiación divina, no hay por qué suponer una intervención sobrenatural, sino que todo el proceso de generación, concepción y nacimiento humano de Cristo será obra del Espíritu santo. El nacimiento neumático de Cristo expresa la relación de Cristo con Dios y la relación de Dios con Cristo, y no debe ligarse a una noción genealógica.

El otro motivo teológico que llevó a la idea de nacimiento virginal de Cristo consiste en la estrecha conexión existente entre espíritu de Dios y filiación divina. El hijo de Dios mesiánico es en la esperanza judía, el hombre lleno del espíritu de Dios. Y a la inversa, en la era mesiánica, el hombre mesiánico derrama el Espíritu santo sobre toda carne. Viene impulsado por el espíritu del Señor y lo trae consigo para que él llene el orbe de la tierra. Y si se quiere afirmar que Jesús fue desde el principio y, por tanto, en toda su existencia, el hijo mesiánico de Dios, habrá que decir que desde el principio estuvo lleno del espíritu de Dios y toda su existencia está bajo la influencia de ese Espíritu. Llega a la existencia “desde el Espíritu”, como dice el credo niceno. La bajada del espíritu de Dios y su inhabitación en María debe preceder a la expectativa del hijo mesiánico de Dios; de lo contrario no se podría afirmar que él vino “del Espíritu”. El Espíritu no “crea” sino que “engendra” y “alumbra”, como dice la metáfora del nacimiento. Si el Mesías es llamado hijo de Dios, habrá que hablar del Espíritu como su “madre” divina. El Mesías viene al mundo desde el Padre y desde el Espíritu, y con su venida el espíritu de Dios hace morada en este mundo; primero en el Hijo mesiánico mediante su nacimiento, después en la comunidad de los hijos de Dios mediante su nuevo nacimiento (Jn 3:6; I Pe 1:3,23), finalmente mediante la renovación de todo el cosmos (Mat 19:28). El nacimiento del Hijo de Dios mesiánico “del Espíritu” es el comienzo y el signo esperanzador para el nuevo nacimiento de todo el cosmos mediante la shekina de Dios. Por eso hay que narrar, junto con el nacimiento de Cristo, la inhabitación del Espíritu santo.

Si se toma en serio el nacimiento de Cristo, muchos elementos que la Iglesia atribuyó a la “virgen María” pasan a Dios, al Espíritu santo mismo, y María puede ser de nuevo lo que fue y es: la madre judía de Jesús. No es María, sino el Espíritu santo, la fuente de la vida, la madre de los creyentes, la sabiduría de Dios y la inhabitación de la esencia divina en la creación, que renueva la faz de la tierra. María es testigo y, en la forma de mito sobre los orígenes de Cristo, es también la imagen de la inhabitación del Espíritu vivificador. El “lado femenino” de Dios y el “misterio maternal” de la trinidad no hay que buscarlos en María sino en el Espíritu, y sólo después se puede encontrar en los relatos sobre María. Si el misterio vivificador y re-generador del Espíritu santo, se refleja en el “parto virginal” de María, entonces la posible mariología formará parte de la pneumatología. Justamente cuando María ejerce en la historia de Cristo esta función servicial desinteresada, alcanza su plena validez en la historia de la inhabitación del Espíritu santo. No es ella, sino el Espíritu santo, el que coopera con el Hijo de Dios mesiánico y el que junto con él salvará al mundo. La historia de Cristo es una historia trinitaria de las relaciones mutuas y de la cooperación del Padre, del Espíritu y del Hijo. La mariología eclesial posterior debe entenderse en buena medida como una pneumatología restringida a la Iglesia. Si no hablamos ya de “nacimiento virginal” sino de “nacimiento neumático” de Cristo, podemos decir: sin el Espíritu santo no hay María y sin pneumatología no hay una mariología referida suficientemente a Cristo. » [2]

Conclusión:

Creemos que Jesucristo es el hijo de Dios, "nacido de mujer" (Gál. 4:4) pero no de hombre. Es Dios manifestado en la carne. (Is. 7:14).

A Si negamos el nacimiento virginal de Cristo, tenemos que rechazar la Biblia entera. El Antiguo Testamento lo profetizó. El Nuevo Testamento da la historia del hecho. Si no es cierto, pues, no podemos confiar en ninguno de ellos. Cristo dijo: "y la Escritura no puede ser quebrantada." (Jn. 10:35).

B. Si Cristo nació de padre humano, no es hijo de Dios. En Lucas 1:35 el ángel dijo a María que "será llamado Hijo de Dios." Hubiera sido nada más el hijo del hombre como cualquiera de nosotros si habría tenido padre humano. No hubiera sido Dios manifestado en la carne.

C. Si Cristo tuvo como padre a José o a otro hombre, entonces no puede ser el Salvador.

1. En Ro 5:12 vemos que "el pecado entró en el mundo por un hombre." Aunque Eva pecó primero, Adán fue el responsable delante de Dios por ser el jefe de la familia. Pecó voluntariamente sabiendo lo que hacía. La mujer fue engañada. Entonces, recibimos la naturaleza pecaminosa de nuestros padres. La madre concibe al niño en pecado, es decir, con la naturaleza pecaminosa cuando ha sido engendrado por el hombre. (Sal. 51:5).

2. Por su nacimiento sobrenatural fue protegido de la naturaleza pecaminosa. (Luc.1:35). "El Santo ser que nacerá." Recibió la naturaleza humana de su madre pero no fue contaminado por el pecado.

3. Entonces pudo resistir la tentación y vivir sin pecado. Fue el Cordero de Dios "sin mancha y contaminación." (I Pe. 1:18-19). ¡No teniendo pecado pudo morir por nuestros pecados!

Notas:

[1] Nuevo Diccionario Bíblico, 1º Ed., Ed. Certeza, pág.426

[2] Jürgen Moltmann nació en Hamburgo en 1926. Doctor en teología en 1952. Profesor de historia de los dogmas y teología sistemática en Wuppertal y Bonn. Actualmente es profesor de teología dogmática en la Universidad de Tubinga. Pertenece a la Iglesia Evangélica. Entre sus obras destacan El Dios crucificado (2da ed. 1977), Teología política - Ética política (1987) y Teología de la esperanza (6ta ed. 1999). http://www.geocities.com/moises_jesus_mahoma/enfoques/moltmann02.html

¿Qué importancia tiene la generación de Jesucristo a nosotros hoy?

“Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham. Abraham engendró a Isaac, Isaac a Jacob, y Jacob a Judá y a sus hermanos. Judá engendró de Tamar a Fares y a Zara, Fares a Esrom, y Esrom a Aram. Aram engendró a Aminadab, Aminadab a Naasón, y Naasón a Salmón. Salmón engendró de Rahab a Booz, Booz engendró de Rut a Obed, y Obed a Isaí. Isaí engendró al rey David, y el rey David engendró a Salomón de la que fue mujer de Urías. Salomón engendró a Roboam, Roboam a Abías, y Abías a Asa. Asa engendró a Josafat, Josafat a Joram, y Joram a Uzías. Uzías engendró a Jotam, Jotam a Acaz, y Acaz a Ezequías. Ezequías engendró a Manasés, Manasés a Amón, y Amón a Josías. Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos, en el tiempo de la deportación a Babilonia. Después de la deportación a Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, y Salatiel a Zorobabel. Zorobabel engendró a Abiud, Abiud a Eliaquim, y Eliaquim a Azor. Azor engendró a Sadoc, Sadoc a Aquim, y Aquim a Eliud. Eliud engendró a Eleazar, Eleazar a Matán, Matán a Jacob; y Jacob engendró a José, marido de María, de la cual nació Jesús, llamado el Cristo. De manera que todas las generaciones desde Abraham hasta David son catorce; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce; y desde la deportación a Babilonia hasta Cristo, catorce. “(Mat. 1:1-17 RVR 1960)

Desde Abrahán hasta Cristo (Mat 1:1-16), el itinerario de la historia de la salvación no fue un viaje triunfal. Se diría más bien que en él se mezclan la gracia y el pecado, una alternativa de luces y de sombras. Junto al amor de Dios, que sigue siendo indefectible, está el elemento humano, capaz de subir e inclinado a caer. Entre sus antepasados Cristo tiene santos y pecadores; tanto a los unos como a los otros no se avergüenza de llamarlos hermanos (Heb 2:11-12).

Aquella larga peregrinación que se extiende desde Abrahán hasta Cristo alcanza por fin la meta. María es el penúltimo eslabón de esta cadena genealógica. También ella por la vocación especial que se le ha asignado, es testigo de la fidelidad de Dios a sus promesas de querer estar al lado de los hombres (Gén. 3:15). La Virgen surge del río de las generaciones humanas como alba que prepara el día de Cristo, salvación eterna: "Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús el llamado Cristo" (Mat 1:16).

La genealogía es género literario reconocido en la Biblia para mostrar la vinculación de los hombres con la historia de su propio pueblo; y es, al mismo tiempo, título que garantiza la transmisión legítima de la bendición de Dios.

Dios se vale de los hombres para realizar su designio en la historia. Jesús está ligado para siempre con sus hermanos los hombres. Con él la historia ha llegado a un remanso de nueva vida divina. Sabemos que por la fe y no por la sangre recibimos de él el nuevo impulso creador. El nombre de Jesús anuncia la novedad de la salvación.

La obra del Espíritu se perpetúa en todo creyente que ha de ofrecer, también, su colaboración.

La lectura menciona a cuatro mujeres; algo insólito que requiere explicación. Podría ser que Mateo hubiera querido destacar una vez más el universalismo de la nueva alianza, prefigurada ya en la ascendencia del Mesías (de hecho, las mujeres son extranjeras); Cristo viene de la humanidad, no sólo de Israel.

Podría ser también que hubiera querido indicarnos que la salvación se ofrece no sólo a los justos, sino también a los pecadores (las mujeres mencionadas se relacionan con situaciones de pecado) y que, en todo caso, Cristo es solidario de la historia de los hombres, historias no de santos, sino de pecadores. Podría, finalmente, haber querido subrayar que el plan de Dios termina siempre cumpliéndose, si bien a veces por caminos desconcertantes. Las tres hipótesis no se excluyen. También (cf. Gen 38) manifiesta una voluntad obstinada de querer dar descendencia a Judá, a pesar de que es una mujer extranjera; así, a través de ella el plan de Dios avanza a despecho de los hombres y por caminos insospechados. Rahab (cf.Jos 2,1-11) recurre a todo con tal de permitir que el plan de Dios se realice, y toda esa obstinación se da en una extranjera. También Rut se describe como una mujer fiel y obstinada en su afán de conservar la línea del marido (la línea mesiánica), y una vez más se trata de una extranjera. Finalmente, la mujer de Urías recuerda el pecado de David (2 Sam 11-12); pero tal pecado no impide el plan de Dios. Así pues, la promesa de Dios se realiza a despecho de los hombres, por caminos desconcertantes e imprevistos. Junto a la línea de la sangre previsible está la línea de la sorpresa y de la elección. Junto al pueblo judío esta la obstinación de los extranjeros. Y entre los obstáculos que Dios debe vencer está el pecado. En definitiva, Cristo es fruto, más que de los hombres, de una voluntad de Dios que sabe seguir adelante incluso cuando los hombres pretenden cerrarle el camino.[1]

En la genealogía de San Mateo se manifiesta cómo obró Dios la salvación a través incluso de la resistencia humana. Aparecen cuatro nombres de mujer, todos los cuales despiertan el recuerdo del fallo humano. Son los nombres de Tamar, Rahab, Rut y la mujer de Urías. Citar nombres de mujer en genealogías judías pre-cristianas es chocante, dada la situación de aquélla. Pero es aún más extraño que el autor sagrado no nombre entre las madres de Jesús a los grandes patriarcas como Sara, Rebeca o Raquel, sino a cuatro mujeres sin gloria y hasta con ignominia. Tamar (Gen. 38, 6-30: Ruth, 4, 12) se disfraza de ramera, después de quedar viuda y sin hijos, y seduce a su suegro Judá, que engendra en ella a los gemelos Fares y Zara. Y Fares aparece entre los antepasados de Jesús. Rahab (Jos. 2, 1-21, 6, 17-25) es la hospedera de Jericó, es decir, una cortesana; y es cananea, pagana, por tanto. Ella ha de ser la madre de Booz. Rut (cf. el libro de Rut), la bisabuela de David, es moabita, o sea, pagana también, grave oprobio según la concepción israelita. De la mujer de Urías (Il Sam. 11) -Mateo no nombra a Betsabé- David engendró a su hijo Salomón, y oscureció así su vida y la historia de su familia.

Tales nombres en la genealogía de Jesús indican que su prehistoria, la historia de Israel, es gracia de Dios e infidelidad, no gloria humana. Hay que agradecer a la misericordia, dirección e inagotable fidelidad de Dios que el movimiento histórico conduzca a la salvación, a pesar de las resistencias humanas. Según la economía eterna de Dios todos los caminos de la historia llevan a Cristo en el que todo es creado. El es la meta y el fin de la ley, la plenitud de los tiempos, el nuevo Adán que crea una nueva familia de hombres, es decir, una humanidad que vive del Espíritu Santo. Es el verdadero hijo de David, que erigió la soberanía de Dios sobre los hombres como soberanía de salvación.

Por eso las genealogías tienen una importancia cristológica enorme. Son los testimonios del carácter histórico y gratuito de la redención divina. Cristo no es una idea, el "Cristianismo" no es una ideología. Cristo está enraizado profundamente en la historia, tanto que se puede dar su genealogía y nombrar a sus abuelos y bisabuelos. Apareció en un hic et nunc determinado y no pertenece, como figura de leyenda, a un siempre intemporal.» (2)

Conocer sus generaciones nos ayuda entender bien quién es el Señor Jesús, saber y comprender quién era Él en la primera época.

Además, estamos en una época que ha dejado de ser cristiana, y ya muchos niegan la existencia real de Jesús, diciendo que en realidad Jesús nunca existió.

También nos permite encontrarnos mejor con el Cristo histórico.

También nos permite admirar mejor el misterio de su encarnación, y nos permite conocer mejor su aspecto humano y divino. También vemos en este relato que verdaderamente Jesús es el rey de los judíos.

«La división sistemática en tres períodos de 14 generaciones cada uno de ellos, nos sugiere que Mateo estaba pensando en un número simbólico. Algunos piensan que dividió de esta manera el registro de los antepasados de Jesús para ayudarnos a recordar más fácilmente, es decir, lo ordenó de esta manera como un “ejercicio nemotécnico”. Otros creen que eligió el 14 porque es múltiplo de 7, que es el número sagrado en el Antiguo Testamento. Pero lo más curioso de todo es que las tres consonantes hebreas que componen el nombre DAVID tiene un valor numérico que da 14. Así, la D equivale a 4, más la V que equivale a 6, y nuevamente la D que equivale a 4 nos da: 4+6+4= 14 (Tengamos en cuenta que el hebreo antiguo se escribía sin vocales) Se supone, con cierta seguridad, que Lucas conocía el registro genealógico de Mateo, y no lo copia sino que hace otro completamente diferente. Mateo comienza con Abraham y llega hasta Jesús, en cambio Lucas comienza con Jesús y concluye con Adán. Mateo piensa en su pueblo, Israel; Lucas en cambio tiene en cuenta toda la humanidad. Mateo sigue el curso legal, a través de José, en cambio Lucas sigue la descendencia de Maria, la madre de nuestro Señor.» (3)

Esto tira por la borda las tantas teorías erróneas de los orígenes del hombre, ya sea evolución, evolución teísta, casualidad, etc.

«Por eso Mateo mencionó todo tipo de gente, a propósito, diciendo que ésta es la genealogía del Mesías. Él estaba hablando a nosotros, acerca de ¿qué es lo que la genealogía nos enseña? Dios guarda su palabra y sus promesas a través de las profecías del Mesías años atrás. A pesar de lo que pase, las promesas serán cumplidas. La genealogía nos recuerda que Dios tiene una respuesta para cada mentira o escena del diablo. Él ha interferido en la vida de Salomón, un descendiente, Jeconía. En Jer. 22, él dice que fue maldecido y que nadie de su línea podría sentarse en el trono – Satanás pensó ¡Ahá!, José era de la línea de David a través de la línea maldecida. Pero José no fue el padre natural de Jesús o Jesús no sería el Mesías. Dios tiene cuidado de los detalles. Para ser un padre legal, José tenía que nombrar el hijo y enseñarle su trabajo. ¿Quién fue instruido para nombrar a Jesús? José. Dios cuida los detalles de tu vida también» (4)

En el documento electrónico ”El evangelio de Mateo: un evangelio eclesial”, dice así: «…Los nombres de tantos personajes significativos que han tenido, según el misterioso designio de Dios, un papel importante en la historia de la salvación y en la realidad del pueblo de Israel. Estoy convencido de que las palabras del “Libro de la genealogía de Jesucristo” contienen el anuncio esencial de la Antigua y de la Nueva Alianza, el núcleo del misterio de la salvación, que nos encuentra a todos unidos: católicos, ortodoxos y protestantes. Verdaderamente, la misericordia de Dios se extiende y se extenderá de generación en generación, “porque es eterna su misericordia”. Que esta lista de nombres de pecadores y pecadoras que Mateo pone de relieve en la genealogía de Jesús no nos escandalice. En ella se exalta el misterio de la misericordia de Dios» (5)

Notas:

[1] Bruno Maggioni, El Relato De Mateo, Edic. Paulinas/Madrid 1982.Pág. 16

[2] Schmaus Teología Dogmática VIII La Virgen Maria Rialp. Madrid 1961.Págs. 172 S.

[3] ESTUDIO SOBRE LOS CUATRO EVANGELIOS 3 Texto seleccionado: Mateo 1:1-17

[4] Mateo lección 1 - Las generaciones hablan, http://www.redbiblica.com/index/

[5] Introducción El evangelio de Mateo: un evangelio eclesial (F. X. Nguyen van Thuan, Testimoni dellasperanza, Città Nuova, Roma 2000, 15-17.20, passim; edición española: Testigos de esperanza. Ejercicios espirituales dados en el Vaticano en presencia de S.S. Juan Pablo II, Editorial Ciudad Nueva, Madrid, 2000). www.verbodivino.es/documentos/PrimerCapituloPDF/2080.pdf

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