lunes, 15 de diciembre de 2008

John Owen

John Owen



Nació en el año 1616 en Stadham (Oxfordshire, Inglaterra), de antepasados galeses. Su padre, Henry Owen, era ministro de la Iglesia Anglicana y pertenecía al ala de los “puritanos”, o reformadores evangélicos.

El joven Owen fue un alumno tan prodigioso que a los doce años pudo entrar en la Universidad de Oxford, en el Queen’s College, cosa inaudita aun en aquel entonces. A sus dones naturales añadió un esfuerzo casi sobrehumano, disciplinándose severamente en cuanto al descanso: sólo dormía cuatro horas durante la noche. Esta fue una de las causas de sus continuos problemas de salud y de su relativamente temprana muerte.

Fue ordenado al ministerio de la Iglesia de Inglaterra, aunque fue algún tiempo después, al escuchar un sermón de un predicador cuyo nombre nunca pudo saber, que llegó a experimentar su conversión personal y la paz con Dios. En Fordham (Essex), pastoreó una pequeña congregación anglicana.

En el conflicto civil que enfrentó a los ingleses en aquel tiempo, Owen apoyó decididamente la causa del ejército del Parlamento en contra de los defensores de los reyes jacobitas.

Fue llamado a predicar ante el Parlamento inglés en varias ocasiones, incluso el día después de la ejecución del rey Carlos I. Además, acompañó a Oliver Cromwell en muchas de sus campañas militares, en las cuales sirvió como capellán al ejército parlamentario.

En 1652 fue nombrado vice-rector de la Universidad de Oxford, siendo rector el mismo Cromwell. Sin embargo, fue quitado de este prestigioso cargo cuando más tarde se opuso a que Cromwell fuese nombrado rey.

Pero su verdadera fama se debe no a sus importantísimos papeles en la vida política y académica, sino a sus incomparables aportaciones a la teología. No pocos lo tienen por el más gran de todos los teólogos ingleses. El número de sus obras escritas, la profundidad de su contenido, y la amplitud de los temas sobre los cuales ejercitó su enorme intelecto, le hacen uno de los más grandes exponentes del protestantismo clásico.
Quizá la obra que más destaque, por su erudición y por el tratamiento casi exhaustivo de su exégesis, es el monumental 
Comentario a la epístola a los Hebreos, en ocho gruesos volúmenes en una edición moderna.

Era calvinista y aún no ha sido superada su exposición contundente de la teología calvinista. Tocante a su doctrina del gobierno de la Iglesia mantuvo una posición independiente, pese a sus antepasados y su propia educación teológica y comienzos espirituales. Estaba firmemente convencido del sistema congregacional, de que cada iglesia local tenía que ser independiente y gobernarse a sí misma.

Murió un 24 de agosto de 1683, fecha de doble vergüenza para los adversarios de cristianismo histórico, y de doble honor para sus defensores; fue el día de la matanza de San Bartolomé en Francia, cuando en 1572 de ese mismo día fueron asesinados miles de hugonotes o evangélicos franceses; y el día cuando, en 1662, dos mil ministros del Evangelio británicos fueron expulsados de sus iglesias, por negarse a someterse a la Ley de Uniformidad respecto a la religión

Esta reseña fue escrita por Andrés Birch
Fuente: 
Editorial Clie
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