OTRAS VERDADES DEL EVANGELIO
Autor: Rafael Garcia Ramos (Ingenieron Técnico)
Hay, además de éstas, otras muchas cosas que hizo Jesús, las cuales, si se escribiesen una por una, ni en todo el mundo creo que cabrían los libros que se escribieran. (Jn 21-25)
Así termina el Evangelio de San Juan, escrito y de notorio conocimiento sobre el año 95 a 100 de nuestra era. Hasta hoy, las páginas publicadas sobre Jesucristo, en verdad, cubrirían la superficie del este hermoso planeta, que gira y gira consumiendo sus días hacia un destino glorioso donde ya no habrá ni llanto ni pena.
Además de este discípulo amado, otros tres mensajeros de Jesucristo escribieron su vida, doctrina y milagros. San Marcos, San Mateo y San Lucas, son los nombres de los evangelistas.
Sobre el año 70 de nuestra era, la ciudad y el templo de Jerusalén fueron destruídos por los romanos. Antes de esta fecha se supone que fueron escritos estos tres Evangelios que se denominan Sinópticos porque están redactados con un esquema semejante.
San Juan y San Mateo son Apóstoles que escriben como testigos de los hechos que redactan, aunque en parte de sus escritos se hayan valido de informaciones complementarias de otras personas que vivieron “en vivo y en directo” los acontecimientos del Autor de la vida, Jesucristo.
San Marcos con su Evangelio, transmite fielmente la catequesis de San Pedro, transcribe, literalmente, lo que le dicta la Roca de la Iglesia.
San Lucas, inicia su Evangelio con estas palabras:
Puesto que muchos han emprendido el trabajo de coordinar la narración de las cosas verificadas entre nosotros, según que nos las transmitieron los que desde el principio fueron testigos oculares y después ministros de la palabra, he resuelto yo también, después de haberlas investigado todas escrupulosamente desde su origen, escribírtelas por su orden, excelentísimo Teófilo, para que reconozcas la solidez de las enseñanzas que recibiste. (Lc 1,1-4)
Recibe, pues, documentación de otros que tuvieron el privilegio de vivir de cerca los hechos que se van a relatar. Los capítulos I y II de su Evangelio, posiblemente, los escribe con información de primera mano, es decir, la misma Virgen María le expone, detalladamente, los hechos que él redactará para su generación y todas las generaciones futuras hasta el fin de los tiempos.
Querida lectora, querido lector, al hilo de lo que te he expuesto anteriormente, pongo a tu consideración este trabajo que titulo: Otras verdades del Evangelio, tratando de descubrirte matices de esta Escritura Sagrada tantas veces leída por los ojos, ya gastados, de este ingeniero que busca enamorarte de este Dios y de este Hombre que te dice y me dice:
Mayor amor que éste nadie le tiene: que dar uno la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hiciereis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, pues el siervo no sabe qué hace su señor; mas a vosotros os he llamado amigos, pues todas las cosas que de mi Padre oí os las di a conocer. (Jn 15,13-15).
Infancia de Jesús
(Lc 1,5-80; Lc 2, 1-52; Mt 1,18-25; Mt 2,1-23)
De la mano de San Lucas comenzamos a leer el Evangelio Concordado. Parece evidente que este médico, para gloria suya, tuvo la oportunidad de conocer personalmente a la Virgen María. Es más que probable que de la misma Virgen recibiera la información precisa con la que nos inicia en su Evangelio. ¿Quién pudo darle tanto detalle sobre estos hechos que no fuera la misma persona que los vivió?
Cuando el lector piensa que con este evangelista comienza y termina el relato de la encarnación, nacimiento e infancia de Jesús, observa que, como valioso complemento, interviene San Mateo, el Apóstol, que nos relata las zozobras de San José, la adoración de los Magos, la huída a Egipto, la matanza de los inocentes y la vuelta a Nazaret.
Desde estos hechos, que relata San Mateo, hasta su vocación habrán pasado sobre unos treinta años mas otros treinta y pocos años hasta que se decide a escribirlos y dejar, para salvación de muchos, culminada la obra que más gloria le ha dado: El Evangelio según su nombre, Mateo. ¿De quién pudo recibir esta información? ¿Qué otra persona, además de la Virgen María conocía estos hechos? De su puño y letra, Mateo escribe lo siguiente:
Desposada su Madre María con José, antes de que cohabitasen se halló que había concebido, -lo cual fué- por obra del Espíritu Santo. José, su marido, como fuese justo y no quisiese infamarla, resolvió repudiarla secretamente. (Mt 1, 18-19).
De esto, San Mateo, no pudo tener conocimiento por ciencia infusa. Fue informado por las personas que intervinieron. Estas personas fueron José y María. Si José ya había muerto, solo María pudo instruir al Apóstol evangelista en estos pasajes de su Evangelio.
En el desierto. Tentaciones.
(Mt 4,1-11; Mc 1,12-13; Lc 4,1-13)
Después de ser bautizado, Jesucristo se encamina hacia el desierto para ser tentado por Satanás. Ninguno de los evangelistas que hacen referencia a este episodio fue, evidentemente, testigo de los hechos que relatan. San Mateo describe la secuencia de las tentaciones con mayor rigor y lógica que los otros dos evangelistas. San Marcos solo emplea dos versículos en su Evangelio para dar referencia de este suceso. San Lucas muestra aquí, que efectivamente, este pasaje es una información recibida de terceros y por lo que se ve, aunque el Evangelio de San Mateo se había escrito antes que el suyo, no tuvo oportunidad de tenerlo en sus manos.
San Mateo describe magistralmente el impresionante coloquio entre el Hijo de Dios y el mismo Satanás que lo tienta sin saber exactamente quien era este Joven que le superaba con unas desconcertantes respuestas a sus diabólicos requerimientos, a esa perversa astucia que hasta ahora tan buenos resultados le había dado en el ejercicio de su maldad sobre otros hombres. ¿Quién es este Hombre? se pregunta el Padre de la mentira.
¿De quien recibe el Apóstol esta detallada información? En este acto, fuera de Satanás, solo interviene Cristo, por tanto nadie más que El pudo revelar, pormenorizadamente, a Mateo las tres siniestras tentaciones con las que el Diablo trató de perderlo.
Las Bodas de Caná
(Jn 2,1-12)
Ahora hacemos intervenir a Juan que nos presenta al principio de su Evangelio, escrito a más de 30 años de los de San Mateo, San Marcos y San Lucas, un evento de bodas, las Bodas de Caná. En estas bodas se encontraba la Madre de Jesús, más que como invitada como familiar activo de los novios. Llega Jesús a la boda acompañado de sus discípulos. Parece como si con estos recién llegados, que acompañan a Jesús, no se hubiera contado para calcular las raciones inicialmente previstas. Las mujeres responsables de este banquete de bodas, entre las que se encuentra la Virgen María, se percatan de que en breve se terminará el vino mucho antes de lo previsto.
Posiblemente, Jesús presentó los discípulos a su Madre y a su vez a esta la presentó a sus amigos. Se vieron por primera vez.
Juan, el más joven seguidor de Jesús, clavó los ojos en esta Mujer, en esta Madre que le hizo sentir un vuelco en su joven corazón. Se admiró de su maternal belleza.
Juan muestra ser testigo directo de este acto del pequeño drama en el que intervienen una Madre, un Hijo, unos criados y unos testigos que oyen el coloquio entre una Mujer y el mandato de este a los criados. Ven también unas hidrias que son llenadas de agua y ven atónitos que esta agua se convierte en el mejor vino que jamás hayan gustado. Todo esto lo redacta San Juan en un solo acto del que se deduce que él ha sido testigo presencial desde el principio hasta el fin.
Sin embargo me atrevería a asegurar que, posiblemente, esto no pasó de la forma descrita. La Virgen María, la Madre más prudente del mundo, que acaba de conocer a estos discípulos, no parece haberse llegado a su Hijo, en público, y de primeras y en presencia de todos demandar de El un milagro que en definitiva va a adelantar la hora de su manifestación divina. María, en cierta forma, compromete a su Hijo, no la imagino, haciéndolo en público, suplicando el primer milagro de su Jesús de forma manifiestamente notoria ante la atenta concurrencia de los testigos.
Yo creo que la Virgen procuró, a distancia, encontrarse con la mirada de su Hijo. Con un leve gesto le indicaría que pretendía hablar con El a solas. Jesús, se apartaría del grupito donde estaba, se llegaría a su Madre y a solas los dos se entabló una conversación:
-No tienen vino.
-¿Qué tenemos que ver tú y yo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora.
Supongo que algo más se dirían Madre e Hijo. Lo cierto es que esta Madre, comprometida con la familia de los novios, que conoce perfectamente quien es su Hijo, de manera resuelta y como intuyendo por anticipado de qué forma iba a ser resuelto el problema de la escasez de vino, se llegó a los sirvientes y les dijo:
-Todo cuanto él os diga, hacedlo.
Para maravilla de los presentes y nuestra, ya sabemos como termina este lance y ahora nos toca deducir que San Juan no pudo oír la conversación entre Madre e Hijo, por lo tanto, también a este, le llegó la información, sobre este asunto, de la propia Virgen, la Mujer con la que convivió largos años hasta la Asunción en cuerpo y alma de la que era Madre de su Señor, Madre suya y Madre nuestra, amiga lectora, amigo lector.
Nicodemo
(Jn 3,1-21)
A no muchos días de estas bodas, Jesús se instala temporalmente en la misma ciudad de Jerusalén. Proclama su doctrina, hace milagros y con autoridad divina expulsa a los vendedores de la Casa de su Padre, del Templo de los judíos. Las turbas le seguían, pero la autoridad religiosa le miraba con antipatía y recelo, no creían en El.
Pero he aquí que un fariseo se siente impresionado vivamente de su doctrina y sus milagros aunque no creyera plenamente en El. Era uno de los príncipes de Israel, un hombre eminente por su ciencia y posición, maestro y miembro del Sanedrín, condición que le obligaba a no dar ningún paso en materia religiosa sin gran cautela. Su nombre es Nicodemo y era considerado como una de las lumbreras de la ciencia rabínica. Además era un hombre rico.
Viene a ver a Jesús de noche. No quería indisponerse con sus compañeros. Posiblemente fuera conocido del joven Juan, hijo de Alfeo, el mismo que escribe este coloquio, el mismo además que nos comunica (Jn 18,15) que también conocía Caifás, sumo sacerdote, y como Nicodemo, preeminente miembro del Sanhedrín.
Puedo imaginarme la escena. Ya ha anochecido. Jesús está en el interior de la casa, a la puerta de ella conversan varios discípulos entre los cuales se encuentra Juan que se percata de Nicodemo que viene hacia ellos. Juan le conoce y no puede evitar un vuelco en el corazón. Presto abandona el grupito, se adentra en la casa y pone en conocimiento de Jesús que un ilustre maestro de Israel viene a verle.
Quizás, Jesús, saliera a su encuentro y en la puerta de la casa le recibiera. Con pocas palabras ambos se entienden, se saben atentamente observados por los discípulos. El Señor le da la bienvenida, no le pregunta cual es la causa de su visita, le mira fijamente, conoce su corazón y la causa de sus dudas. Se desean la paz. Jesús percibe la inquietud de este fariseo que está un poco cortado, en su presencia, ante testigos que le escrutan sin perder un solo detalle de sus movimientos, de sus palabras.
Creo no estar lejos de la objetividad si aseguro que Jesús le indicaría el camino al ilustre visitante hacia un lugar más o menos apartado del núcleo interior de la casa, quizás en la terraza, justo donde solos los dos pudieran iniciar una amable conversación. Quien va a preguntar es Nicodemo, pretende averiguar quien es este Joven y evidentemente no tiene intención de polemizar con este Hombre de Dios, que tanto le atrae, a la vista de una concurrencia ávida de conocer la razón de su visita. Es más que razonable y lógico que este diálogo se hiciera en privado, reservadamente y sin testigos.
Deduzca la lectora o el lector por sí mismo. Si esto fue cabalmente como lo he expuesto, ¿cómo pudo San Juan escribir este episodio a tantos años vista de cuando sucedió? Si no estuvo presente en esta entrevista, ¿quién le informó tan pormenorizadamente de los temas tratados?
Estoy seguro que San Juan no se llegó a Cristo y le dijo: “Oye, Jesús, ¿de qué has hablado con Nicodemo?" Sin embargo, es más que probable que con el tiempo, más de una vez se encontraran Juan y Nicodemo, sobre todo después de que Jesucristo ascendiera a los cielos. Los dos, que desde lejos ya posiblemente se conocían, ahora que les une un mismo ideal, no solo se conocen mejor sino que además les une un mismo amor, el amor de Jesucristo. Si esto fue así ¿qué inconveniente hay en aceptar que la fuente de información de Juan, en este suceso, fuera el mismo Nicodemo?
La Samaritana.
(Jn 4,4-42)
Jesús abandona la Judea para dirigirse a Galilea y tenía que pasar por el territorio de Samaría. Cuando llegaba a una ciudad de nombre Sicar, se apartó un poquito del camino para descansar. Jesús estaba fatigado y se sentó cerca de un pozo, el pozo de Jacob. Los discípulos entraron en la ciudad para comprar provisiones. En esto, el Señor alza la vista y ve que se acerca una mujer con la pretensión de sacar agua de este pozo.
Bueno, amiga lectora, amigo lector, te invito a que leas este bello pasaje del Evangelio de San Juan. Y ahora se me ocurre preguntaros: si Jesús y La Samaritana estaban, por lo que parece solos, ¿quién informó a Juan de esta transcendental conversación? Parece seguro que en verdad estaban solos. Dice Jesús: “Dame de beber”. Habla en singular, nadie le acompaña. Dice la Samaritana: “¿Cómo Tú, siendo judío…? Habla en singular, solo ve a un Hombre. El Evangelio deja entrever que todos los discípulos se fueron a comprar provisiones. Cuando el Señor le pide que llame a su marido, esta le contesta que no tiene marido. Jesús le dirá entonces que conoce su vida más íntima y ella debió sonrojarse y sorprendida salió como pudo de esta incómoda situación. Es más que evidente que Jesús, Manso y Humilde de Corazón, no habría propiciado la mayor vergüenza que hubiera supuesto para esta mujer que otros hombres, además de su Interlocutor, se enterasen de su personal vida privada.
Doy por hecho que Jesús y la Samaritana estaban solos, por tanto, San Juan solo pudo recibir información de su Maestro o de esta mujer. Dice el Evangelio: Y en esto vinieron sus discípulos, y se maravillaron de que hablara con una mujer; nadie, empero, le dijo: ¿Qué preguntas? o ¿Qué hablas con ella? (Jn 4,27). San Juan no reclamó información a Jesús. Veremos, también en el Evangelio, que esta mujer abandonó su cántaro y a toda prisa se llegó al pueblo y clamorosamente anunció a los hombres de su ciudad la mesianidad del Hombre que acababa de conocer, de Jesús de Nazaret.
Parece, pues, que fue la misma Samaritana la que le dio el detalle y el matiz de cada una de las palabras de este hermoso coloquio entre una mujer de mundo y el Redentor que no da nunca una alma por perdida. Cabe la posibilidad de que esta mujer siguiera a Cristo y formara parte del grupo de mujeres que le servía. El Evangelio nos dice: Había también unas mujeres mirando desde lejos, entre las cuales estaban también María Magdalena y María, la madre de Santiago el Menor y de José, y Salomé, las cuales, cuando estaba él en Galilea, le seguían y le servían, y otras mujeres, que habían subido con él a Jerusalén. (Mc 15, 40-41). Si esto fuera así las ocasiones que Juan tuvo de hablar con ella fueron muy frecuentes y esta será por tanto su fuente de información para redactar este episodio.
Vocación de los primeros discípulos. Pesca milagrosa.
(Mt 4,18-22; Mc 1,16-20; Lc 5,1-11)
En la línea con el trabajo que pongo a tu consideración, amiga lectora, amigo lector, este episodio es muy interesante y cuando se efectúa sabemos que:
1. Mateo todavía no era discípulo de Cristo.
2. Lucas solo escribe con la experiencia de terceros.
3. Pedro, que manda escribir a Marcos su Evangelio, es el único testigo presencial.
4. Sin embargo en Marcos no aparece la Pesca milagrosa ni las impresionantes palabras de Pedro al observar la barca llena de peces capturados a hora no propicia para la pesca: Y viendo esto Simón Pedro, postróse a los pies de Jesús, diciendo: Retírate de mí, porque soy hombre pecador, Señor. (Lc 5,8).
Mateo, pues se informó, posiblemente de cualquiera de los cuatro discípulos que intervienen en este pasaje: Pedro, Andrés, Santiago o Juan.
Pedro no hace escribir a Marcos sobre la pesca milagrosa ni tampoco de su rendida declaración a los pies de su Señor.
Es, precisamente, San Lucas quien expone, para bien nuestro, con mayor amplitud, este importante pasaje evangélico. ¿De quién se informó? Posiblemente en el tiempo que escribe, Santiago ya había muerto mártir, por tanto solo Pedro, Juan y Andrés podían ser los más directos y seguros informadores de estos hechos. Leemos que sólo dos barcas estaban de pesca a esas horas del día, la de Pedro y Andrés y la de Santiago y Juan, hijos de Zebedeo. Si Jesús estaba en la barca de Pedro, sólo este y su hermano Andrés fueron los primeros en advertir el gran milagro que se había efectuado a sus atónitos ojos. El Evangelio dirá, además: E hicieron señas a los compañeros que estaban en la otra barca, para que viniendo los ayudasen. Y vinieron y llenaron ambas barcas, tanto que se hundían (Lc 5,7).
Las palabras de Pedro: Retírate de mí, porque soy hombre pecador, Señor, sólo las pudo escuchar Jesús y su hermano Andrés. Si esto es así, como yo creo, solo Andrés o el mismo Pedro pudieron ser la única fuente de información de la que se sirvió San Lucas para redactar este pasaje de su Evangelio.
El leproso.
(Mt 8,1-4; Mc 1,40-45; Lc 5,12-16)
Querida amiga, querido amigo, con el Programa Concordante se descubren detalles fascinantes que están ocultos para aquellos que leemos el Evangelio sin las pausas que merece esta Palabra de Dios, Palabra que lleva la Vida en sí misma. Si pongo en el mismo plano, la redacción que cada evangelista hace de este pasaje, descubro algo importante.
1. Mateo todavía no era discípulo de Jesús, por tanto, en su día le informaron de estos hechos y en base a esta indagación los redacta como los leemos.
2. Lucas hace lo mismo, escribe lo que no ha visto ni oído.
3. Marcos escribe lo que le dicta Pedro y quizás la descripción de este suceso sea una prueba evidente de que el evangelista manuscribe literalmente lo que otro le testimonia porque ha visto y oído con suma atención.
A Pedro le impresionó la súbita presencia de un hombre cubierto de lepra. Le vió caer de rodillas ante su Maestro, le oyó una patética y entrecortada voz suplicando clemencia y tuvo que sujetar fuertemente el arrebato de su corazón que le pedía salir corriendo. Clavó sus ojos en la expresión del rostro de su Señor y se sobrecogió porque lo contempló ¡profundamente conmovido! Esta imagen se le quedó grabada para siempre, vió a Jesús con el rostro desencajado por la honda pena que le produjo la decrepitud de un ser humano, percibió que Jesucristo se había estremecido y que sus ojos brillaban colmados de compasión y misericordia.
Pedro, descubre al lector del Evangelio lo que no manifiestan ni Mateo ni Lucas, ¡Dios tiene un Corazón de hombre! y tú y yo, amiga mía, amigo mío, somos, también, destinatarios de esta divina compasión que nos abrazará siempre que queramos salir a su encuentro, sea cual sea la decadencia de nuestra vida.
Vocación de Mateo.
(Mt 9,9-17; Mc 2,13-22; Lc 5,27-39)
Corren los últimos días del primer año de predicación pública. Jesús al pasar junto al despacho de aduanas situado en la ribera del mar de Galilea, en Cafarnaúm, fijó su mirada en los ojos de Mateo y le dice. “Sígueme”. Mateo dejándolo todo le siguió. Dio un gran banquete en su casa. Fue como su despedida. Era un hombre rico. Lo dejó todo por seguir a Jesús.
Este es un de los relatos en el que muy poquito más o muy poquito menos de una redacción básicamente semejante, dicen los tres evangelistas. Por esta razón se denominan Sinópticos. Pedro y Mateo lo vivieron y como lo vivieron lo contaron después de haber pasado treinta años.
Lucas, sin embargo, recogió información de los mismos Pedro y Mateo o quizás de otros discípulos de Jesús que fueron testigos presenciales de los hechos que relata.
No habría mucho más que decir sobre este pasaje, pero si nos fijamos bien, resulta que vemos a los fariseos y escribas murmurar contra Jesús por la condescendencia con la que mantiene el trato no solo con Mateo, hombre odiado por ser recaudador de impuesto para el imperio romano, sino también por la afable comunicación que el Nazareno mantiene con los numerosos amigos del nuevo discípulo, que también gozaban de esta mala fama. Hombres pecadores y de mundo indiferentes al espíritu religioso de estos “hombrecillos justos” que llevaban a mal el cordial trato con el que Jesús les dispensaba. Los tres evangelistas ponen en boca de estos “santos varones” la misma pregunta:
¿Cómo es que vuestro Maestro come con publicanos y pecadores?
También los tres pondrán en boca de Jesús casi las mismas palabras que respondían a esta arbitraria denuncia:
No tienen necesidad de médico los sanos sino los que están enfermos…No vine a llamar justos sino pecadores a penitencia.
Hasta aquí, Mateo, Marcos y Juan vienen a decir lo mismo. Amiga lectora, amigo lector, fui al Programa concordante tratando de buscar algo que me diera luz sobre una reflexión que me hacía: En la exposición que hace Mateo sobre su vocación debería haber algún matiz que me justificara que algo debió de apreciar Mateo en este hecho tan transcendental para su vida que no apreciaron los demás.
Las tres redacciones de esta vocación son muy semejantes, pero al fijarme bien, comprobé que efectivamente, Mateo expuso algo más que no expusieron Marcos y Lucas, porque vivió, como es lógico, mucho más intensamente la emoción de este singular día de su vida.
Dios estaba harto de mortificaciones y falsas renuncias de los fariseos y escribas, hechas con la publicidad de quien busca la aprobación de los hombres más que la complacencia del cielo. Mateo pondrá en boca de Jesús una máxima divina que será la piedra angular sobre la cual se edifica toda la posible piedad del corazón del hombre que reconoce al Ser Fontal de quien recibe la vida, al Dios en el que se mueve y existe. Como un estampido sonó la siguiente frase de Jesús, que de forma vibrante solo recoge Mateo:
Andad y aprended que quiere decir: “Misericordia quiero, que no sacrificio” (Os. 6,6).
Curación en Sábado del hombre que tenía una mano paralizada.
(Mt 12,9-14; Mc 3,1-6; Lc 6,6-11)
A poco de comenzar el 2º año de la predicación pública de Jesús, los Sinópticos nos presentan un suceso en el que los fariseos son capaces de irritar hasta el mismo Dios. La casuística de estos individuos es espeluznante, propia de corazones inhumanos.
En día de Sábado y en el interior de una sinagoga, repleta de gente, los fariseos, ellos mismos, presentan al Taumaturgo un pobre hombre con la mano tullida. Intentan provocar la curación de este hombre en Sábado para tener causa con la que imputar a Jesús el incumplimiento, según ellos, de la Ley de Moisés.
A la pregunta de estos ladinos personajes responde Jesús con otra pregunta:
¿Es lícito en sábado hacer bien o hacer mal? ¿Salvar un alma o matar? (Mc 3,4)
En la Sinagoga se hace un silencio sepulcral, Cristo espera respuesta de los guardianes de la Ley, la gente no pierde detalle. El silencio se prolonga. Los fariseos no contestan.
Mateo, testigo del suceso, y Lucas que transcribe información de otros testigos, pasan de un detalle que solo reseña Marcos.
Pedro, inmerso en esta embarazosa situación, sintió verdaderas nauseas de esta funesta hipocresía farisaica y en este silencio volvió la mirada hacia su Maestro y le contempló con el rostro profundamente entristecido, percibió la indignación divina con la que Jesús paseó su mirada sobre estos taimados hijos del padre de la mentira que interpretaban la Ley de Moisés para perder a los hombres más que para salvarlos. A partir de este acontecimiento, los fariseos se confabulan con los herodianos para acabar con el Hijo del hombre.
Amiga mía, amigo mío, ¿qué hubiera sido de nosotros si Jesús no hubiera bajado del cielo?
El siervo del Centurión.(Mt 8,5-13; Lc 7,1-10)
La lógica de Dios no es la lógica de los hombres. Tampoco la palabra de Dios la podemos circunscribir a la interpretación literal de la inteligencia humana. En este suceso, los teólogos y exegetas han tenido notable dificultades para poder acomodar las dos versiones de este relato, la de San Mateo y la de San Lucas.
Mateo expone, meridianamente, que fue el propio Centurión el que se dirige a Jesús suplicándole la curación de su siervo. Los oídos humanos de Jesús oyeron, directamente, la voz de un soldado humilde que articulaba las siguientes palabras: “Señor, no soy digno de que entres debajo de mi techo; mas ordénalo con una sola palabra, y quedará sano mi muchacho”.
Lucas expone, manifiestamente, que el Centurión no se atrevió llegarse a Jesús de manera personal, mandó a unos amigos que en su nombre dijeron a Jesús: “Señor, no te molestes, que no soy digno de que entres debajo de mi techo; por lo cual tampoco me consideré digno de ir a ti; mas ordénalo con una sola palabra, y quede sano mi muchacho”.
Querida lectora, querido lector, este suceso es histórico, si pudiera volver hacia atrás en el tiempo sería testigo directo de él, pero ¿cómo acaeció?, ¿como lo narra San Mateo o como lo hace San Lucas? Aquí nos sale al encuentro lo que se llama “materia de opinión”. ¿Cuál de los dos expone la verdad? La verdad intrínseca la exponen los dos con sumo rigor: Un Centurión, una humilde súplica, un siervo enfermo, Cristo que hace el milagro a distancia..etc. En esto nada difieren los evangelistas. Solo en la redacción de este pasaje difieren el Apóstol y el médico. Ahora, este ingeniero entiende que, posiblemente, los acontecimientos se desarrollaron como nos lo presenta San Lucas.
Al hacer uso del Programa Concordante he podido advertir algunas peculiaridades que, normalmente, pasan desapercibidas cuando el Evangelio se lee de corrido y no se medita en profundidad.
1. Ni San Pedro (San Marcos), ni San Juan hacen mención de este pasaje. Ambos viven en Cafarnaúm y debieron conocer que la Sinagoga fue una realidad gracias a la generosidad de este Centurión que, posiblemente, ostentaba la máxima autoridad romana en esta ciudad. ¿Por qué?
2. Por primera vez oiremos de boca de Jesús la siguiente frase: “…allí será el llanto y el rechinar de los dientes”. Salvo una sola vez que la menciona San Lucas, cuando Jesús contesta a uno que pregunta si serán pocos lo que se salven, solo en San Mateo veremos esta afirmación del Hijo de Dios. Hasta seis veces en este Evangelio la oiremos en los labios del Maestro. En el Infierno se llora con eterna amargura y sin embargo no se suplica consolación, se llora con desesperación porque no se quiere el arrepentimiento, no es posible tener dolor de corazón, se vive en una desesperanza que no tiene término porque se odia en un inusitado desasosiego infernal del cual al condenado no le es posible querer salir. Lo quiere y lo padece porque lo ha querido, lo quiere y lo querrá más allá del tiempo. ¿Por qué el Verbo de Dios hecho carne iba a asegurar que existe este indefinido lugar si no fuera verdad? El lugar existe y allí hay alguien.
El endemoniado geraseno(Mt 8, 28-34; Mc 5, 1-20; Lc 8, 26-39)
Corre el segundo año de la vida pública de Jesucristo y sorprendentemente nos encontramos con un estremecedor diálogo entre dos seres que parecen conocerse, el Hijo de Dios y un espíritu inmundo que dice llamarse Legión, porque es él y en él son, quizás, otros dos mil que habitan en el alma de un ser humano sin ocupar espacio.
El Programa Concordante nos indicará que San Mateo habla de dos hombres endemoniados que se llegan a Jesús, sin embargo, San Marcos y San Lucas nos advierten de que solo fue un hombre. Especulando que de los dos hombres uno solo fuera el que hablara, se entiende también que San Marcos y San Lucas obviaran al que permaneció callado. En cualquier caso lo importante de este escalofriante drama es lo que se puede deducir de esta conversación.
El hombre endemoniado lleva la iniciativa y corre al encuentro del que reconoce como el Hijo de Dios Altísimo, pero a la contemplación del lector de este pasaje, además del hombre, entra en escena un espíritu inmundo que resulta ser el que verdaderamente interpela a Jesucristo, es decir, el que se hace notar tomando prestado las cuerdas vocales del hombre pasivo y sin voluntad, para consumar el patético diálogo que nos ocupa.
El espíritu inmundo, vociferando, hace una pregunta que da que pensar: ¿Viniste acá antes de tiempo a atormentarnos? ¿Qué quiso decir con esta interpelación? El demonio sabe que Jesús es el Hijo de Dios, pero no distingue entre su venida a este mundo haciéndose Hombre y la definitiva, al final de los tiempos, cuando el mundo se acabe y vuelva de nuevo en la majestad de su gloria. El espíritu diabólico se sabe, en su desesperación, mejor ubicado en el corazón de un hombre que en el averno donde ya no hay ser humano que perder, por tanto se resiste a abandonar a esta enloquecida alma, porque de volver a su lugar de origen solo le espera la eternidad satánica que con mucho es más insufrible que esta maldita existencia terrena. Si todavía no ha llegado el fin del mundo ¿por qué me envías al abismo infinito?, pudiera haber reclamado el que en sí era con otros más de dos mil espíritus abominables.
Contemplando la majestad de Jesucristo me vienen a la mente algunas de sus palabras: En verdad, en verdad os digo: Antes que Abrahán viniese a ser, yo soy (Jn 8,58). Mi reino no es de este mundo (Jn 18,36). En este pasaje, asisto al sobrehumano encuentro entre dos seres antagónicos que no son de este planeta y que además existen desde antes del tiempo, antes de que Abrahán viniese a ser en este mundo. Según la Fe que me asiste, lo que mi razón deduce es que Jesucristo Dios manda con imperio divino a una criatura que más allá de la historia se reveló contra Él, el Dios que precisamente le había creado. A la pregunta de Jesucristo Hombre contesta afirmando que su nombre es Legión porque él no era solo, él era él y en él otros más de dos mil hijos de Satanás que se resisten a salir de estos hombres desdichados porque quizás, por su negligencia, se pusieron al alcance de quienes ahora le poseían el alma y el cuerpo.
Cristo manda y Satanás obedece necesariamente y en última instancia el Señor accede a la demanda de este tenebroso ser que abandona al hombre que dominaba para entrar en los dos mil cerdos. La piara enloquecerá y terminará precipitándose en el mar. Allí, ahogados, perecerán los puercos y desde allí, los demonios retornarán al Averno que es el sitio que ellos mismos se escogieron para siempre.
Amiga lectora, amigo lector, ¿verdad que esto no es una fábula? ¿verdad que crees que esto ha sucedido tal y como lo has entendido? Solo me resta terminar esta reflexión con la perplejidad que me produce escuchar a hombres y mujeres, dotados de inteligencia y cultura suficientes, que no creen en estas cosas. “Esto del Infierno y del demonio son imaginaciones de un transnochado pasado cultural que no tiene vigencia en este siglo de la razón y la ciencia”. Más o menos, así se expresan los que han exterminado su inocencia sin posibilidad de recuperarla, los que no creen en unos seres vivos, tan vivos como el incrédulo que precisamente los tiene dentro de sí a la espera de la hora oportuna en la que podrá verles el rostro.
Maldita paradoja para el hombre que no cree, en el último tramo de su existencia se percatará con meridiana claridad de su demonio, de ese espíritu infernal en el que no creía, de ese infausto personaje que le acompañará al lugar de la eterna pena donde no hay consuelo, a ese lugar en el que meditó con escepticismo porque su racional cultura le engañó para su perpetua desgracia.
Curación de la Hemorroísa y resurrección de la hija de Jairo(Mt 9, 18-26; Mc 5, 21-43; Lc 8, 40-56)
Amiga lectora, amigo lector, para tu conocimiento te expongo que, sea cual sea la lengua con el que se redactan los Evangelios existe una proporción en el consumo de palabras empleadas. Como sabes el Evangelio de San Marcos (San Pedro) es el más cortito, ¿Cuánto más cortito con respecto a los Sinópticos?
• 37 % Más breve que el de San Mateo.
• 42% Más breve que el de San Lucas
Pues bien, en este pasaje quiso San Pedro, testigo directo, extenderse más porque ambos sucesos le impresionaron vivamente. El Programa Concordante nos mostrará que, en este caso, San Pedro empleará un 181% más de palabras que empleara San Mateo y un 35% más que empleara San Lucas.
La Fe de esta mujer hace posible el milagro, que se consuma sin que en principio fuera voluntad de Jesús. La Hemorroisa robó al Taumaturgo su curación porque de Cristo salía una virtud que curaba a todo aquel que le tocaba con Fe. El Señor percibe que una energía ha salido de su cuerpo y para maravilla de Pedro, que observa como la gente estruja a su Maestro, pregunta quién le ha tocado. La mujer queda al descubierto y entre sollozos y temblando expone públicamente su penosa enfermedad.
Los Sinópticos expondrán lo que la mujer debió decir. Doce años padeciendo flujo de sangre, gastó toda su hacienda en médicos y ninguno la curó, más bien empeoró según manifiesta San Marcos aunque San Lucas, que también es médico, oculta el desacierto de sus colegas. Ya todo el mundo conoce a la Hemorroísa y nosotros, hoy, sabemos que ella sería la Verónica, aquella mujer que se atrevió a enjugar con un paño el rostro del Hijo de Dios, el rostro de un Hombre que quedó impreso en la blanca tela, cuando por la calle de la amargura se dirigía a cumplir la Voluntad de su Padre.
Pedro queda impresionado con este milagro y todavía embargado por la emoción, escucha a alguien que asegura la muerte de la niña, la hija de Jairo, a la cual iba a curar su Maestro. La situación se tensa, Jesús se dirige a Jairo demandándole Fe. Acelera el paso. Pedro, percibe que su corazón se desboca cuando escucha los gritos que llegan de dentro de la casa donde yace la niña muerta y sin perder detalle del rostro de su Señor, le escucha decir: “la niña no murió, sino que duerme”.
Ni Mateo ni Lucas estuvieron dentro de la sala, escriben de referencia. Tendida sobre el lecho, se veía el cadáver de una niña. Sólo Pedro (San Marcos), testigo directo, con Santiago y Juan acompañan a los padres, solo Pedro nos dejará escrito las palabras que Jesús pronunció para resucitar a la hija de Jairo, unas palabras que quedarán escritas en arameo para siempre: Talithá kumi.
Para una razón cristiana, la muerte es la separación entre el cuerpo y el alma. En aquel cuerpo ya no estaba el alma de la niña. Verdaderamente había muerto, sin embargo para Jesús, la niña estaba dormida.
Ahora, amiga lectora, amigo lector, te voy a pedir que me acompañes al pasaje de la resurrección de Lázaro. Cristo recibe aviso del inminente óbito de su amigo Lázaro a no ser que El, Dueño de la vida y de la muerte, lo impida. El Hijo de Dios permaneció en el lugar del aviso dos días más. Lázaro murió y El lo sabía, sin embargo, dirigiéndose a sus discípulos les dice:
“Lázaro, nuestro amigo, se ha dormido, pero voy a despertarle”.
¿Qué te parece? Para el Señor, esta niña y este amigo no estaban muertos sino dormidos. No puedo pensar que Jesús hablara metafóricamente de la muerte tal y como yo la entiendo. A los ojos de Pedro, a los ojos de Marta y María, a mis ojos y los tuyos, amiga mía, amigo mío, lo que contemplamos son cuerpos inertes, muertos, camino de la descomposición. Para Dios no es así, para Dios nuestra muerte es un dormir en su Paz si no la hemos ganado, nadie está muerto para Él.
Autor: Rafael Garcia Ramos (Ingenieron Técnico)
Hay, además de éstas, otras muchas cosas que hizo Jesús, las cuales, si se escribiesen una por una, ni en todo el mundo creo que cabrían los libros que se escribieran. (Jn 21-25)
Así termina el Evangelio de San Juan, escrito y de notorio conocimiento sobre el año 95 a 100 de nuestra era. Hasta hoy, las páginas publicadas sobre Jesucristo, en verdad, cubrirían la superficie del este hermoso planeta, que gira y gira consumiendo sus días hacia un destino glorioso donde ya no habrá ni llanto ni pena.
Además de este discípulo amado, otros tres mensajeros de Jesucristo escribieron su vida, doctrina y milagros. San Marcos, San Mateo y San Lucas, son los nombres de los evangelistas.
Sobre el año 70 de nuestra era, la ciudad y el templo de Jerusalén fueron destruídos por los romanos. Antes de esta fecha se supone que fueron escritos estos tres Evangelios que se denominan Sinópticos porque están redactados con un esquema semejante.
San Juan y San Mateo son Apóstoles que escriben como testigos de los hechos que redactan, aunque en parte de sus escritos se hayan valido de informaciones complementarias de otras personas que vivieron “en vivo y en directo” los acontecimientos del Autor de la vida, Jesucristo.
San Marcos con su Evangelio, transmite fielmente la catequesis de San Pedro, transcribe, literalmente, lo que le dicta la Roca de la Iglesia.
San Lucas, inicia su Evangelio con estas palabras:
Puesto que muchos han emprendido el trabajo de coordinar la narración de las cosas verificadas entre nosotros, según que nos las transmitieron los que desde el principio fueron testigos oculares y después ministros de la palabra, he resuelto yo también, después de haberlas investigado todas escrupulosamente desde su origen, escribírtelas por su orden, excelentísimo Teófilo, para que reconozcas la solidez de las enseñanzas que recibiste. (Lc 1,1-4)
Recibe, pues, documentación de otros que tuvieron el privilegio de vivir de cerca los hechos que se van a relatar. Los capítulos I y II de su Evangelio, posiblemente, los escribe con información de primera mano, es decir, la misma Virgen María le expone, detalladamente, los hechos que él redactará para su generación y todas las generaciones futuras hasta el fin de los tiempos.
Querida lectora, querido lector, al hilo de lo que te he expuesto anteriormente, pongo a tu consideración este trabajo que titulo: Otras verdades del Evangelio, tratando de descubrirte matices de esta Escritura Sagrada tantas veces leída por los ojos, ya gastados, de este ingeniero que busca enamorarte de este Dios y de este Hombre que te dice y me dice:
Mayor amor que éste nadie le tiene: que dar uno la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hiciereis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, pues el siervo no sabe qué hace su señor; mas a vosotros os he llamado amigos, pues todas las cosas que de mi Padre oí os las di a conocer. (Jn 15,13-15).
Infancia de Jesús
(Lc 1,5-80; Lc 2, 1-52; Mt 1,18-25; Mt 2,1-23)
De la mano de San Lucas comenzamos a leer el Evangelio Concordado. Parece evidente que este médico, para gloria suya, tuvo la oportunidad de conocer personalmente a la Virgen María. Es más que probable que de la misma Virgen recibiera la información precisa con la que nos inicia en su Evangelio. ¿Quién pudo darle tanto detalle sobre estos hechos que no fuera la misma persona que los vivió?
Cuando el lector piensa que con este evangelista comienza y termina el relato de la encarnación, nacimiento e infancia de Jesús, observa que, como valioso complemento, interviene San Mateo, el Apóstol, que nos relata las zozobras de San José, la adoración de los Magos, la huída a Egipto, la matanza de los inocentes y la vuelta a Nazaret.
Desde estos hechos, que relata San Mateo, hasta su vocación habrán pasado sobre unos treinta años mas otros treinta y pocos años hasta que se decide a escribirlos y dejar, para salvación de muchos, culminada la obra que más gloria le ha dado: El Evangelio según su nombre, Mateo. ¿De quién pudo recibir esta información? ¿Qué otra persona, además de la Virgen María conocía estos hechos? De su puño y letra, Mateo escribe lo siguiente:
Desposada su Madre María con José, antes de que cohabitasen se halló que había concebido, -lo cual fué- por obra del Espíritu Santo. José, su marido, como fuese justo y no quisiese infamarla, resolvió repudiarla secretamente. (Mt 1, 18-19).
De esto, San Mateo, no pudo tener conocimiento por ciencia infusa. Fue informado por las personas que intervinieron. Estas personas fueron José y María. Si José ya había muerto, solo María pudo instruir al Apóstol evangelista en estos pasajes de su Evangelio.
En el desierto. Tentaciones.
(Mt 4,1-11; Mc 1,12-13; Lc 4,1-13)
Después de ser bautizado, Jesucristo se encamina hacia el desierto para ser tentado por Satanás. Ninguno de los evangelistas que hacen referencia a este episodio fue, evidentemente, testigo de los hechos que relatan. San Mateo describe la secuencia de las tentaciones con mayor rigor y lógica que los otros dos evangelistas. San Marcos solo emplea dos versículos en su Evangelio para dar referencia de este suceso. San Lucas muestra aquí, que efectivamente, este pasaje es una información recibida de terceros y por lo que se ve, aunque el Evangelio de San Mateo se había escrito antes que el suyo, no tuvo oportunidad de tenerlo en sus manos.
San Mateo describe magistralmente el impresionante coloquio entre el Hijo de Dios y el mismo Satanás que lo tienta sin saber exactamente quien era este Joven que le superaba con unas desconcertantes respuestas a sus diabólicos requerimientos, a esa perversa astucia que hasta ahora tan buenos resultados le había dado en el ejercicio de su maldad sobre otros hombres. ¿Quién es este Hombre? se pregunta el Padre de la mentira.
¿De quien recibe el Apóstol esta detallada información? En este acto, fuera de Satanás, solo interviene Cristo, por tanto nadie más que El pudo revelar, pormenorizadamente, a Mateo las tres siniestras tentaciones con las que el Diablo trató de perderlo.
Las Bodas de Caná
(Jn 2,1-12)
Ahora hacemos intervenir a Juan que nos presenta al principio de su Evangelio, escrito a más de 30 años de los de San Mateo, San Marcos y San Lucas, un evento de bodas, las Bodas de Caná. En estas bodas se encontraba la Madre de Jesús, más que como invitada como familiar activo de los novios. Llega Jesús a la boda acompañado de sus discípulos. Parece como si con estos recién llegados, que acompañan a Jesús, no se hubiera contado para calcular las raciones inicialmente previstas. Las mujeres responsables de este banquete de bodas, entre las que se encuentra la Virgen María, se percatan de que en breve se terminará el vino mucho antes de lo previsto.
Posiblemente, Jesús presentó los discípulos a su Madre y a su vez a esta la presentó a sus amigos. Se vieron por primera vez.
Juan, el más joven seguidor de Jesús, clavó los ojos en esta Mujer, en esta Madre que le hizo sentir un vuelco en su joven corazón. Se admiró de su maternal belleza.
Juan muestra ser testigo directo de este acto del pequeño drama en el que intervienen una Madre, un Hijo, unos criados y unos testigos que oyen el coloquio entre una Mujer y el mandato de este a los criados. Ven también unas hidrias que son llenadas de agua y ven atónitos que esta agua se convierte en el mejor vino que jamás hayan gustado. Todo esto lo redacta San Juan en un solo acto del que se deduce que él ha sido testigo presencial desde el principio hasta el fin.
Sin embargo me atrevería a asegurar que, posiblemente, esto no pasó de la forma descrita. La Virgen María, la Madre más prudente del mundo, que acaba de conocer a estos discípulos, no parece haberse llegado a su Hijo, en público, y de primeras y en presencia de todos demandar de El un milagro que en definitiva va a adelantar la hora de su manifestación divina. María, en cierta forma, compromete a su Hijo, no la imagino, haciéndolo en público, suplicando el primer milagro de su Jesús de forma manifiestamente notoria ante la atenta concurrencia de los testigos.
Yo creo que la Virgen procuró, a distancia, encontrarse con la mirada de su Hijo. Con un leve gesto le indicaría que pretendía hablar con El a solas. Jesús, se apartaría del grupito donde estaba, se llegaría a su Madre y a solas los dos se entabló una conversación:
-No tienen vino.
-¿Qué tenemos que ver tú y yo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora.
Supongo que algo más se dirían Madre e Hijo. Lo cierto es que esta Madre, comprometida con la familia de los novios, que conoce perfectamente quien es su Hijo, de manera resuelta y como intuyendo por anticipado de qué forma iba a ser resuelto el problema de la escasez de vino, se llegó a los sirvientes y les dijo:
-Todo cuanto él os diga, hacedlo.
Para maravilla de los presentes y nuestra, ya sabemos como termina este lance y ahora nos toca deducir que San Juan no pudo oír la conversación entre Madre e Hijo, por lo tanto, también a este, le llegó la información, sobre este asunto, de la propia Virgen, la Mujer con la que convivió largos años hasta la Asunción en cuerpo y alma de la que era Madre de su Señor, Madre suya y Madre nuestra, amiga lectora, amigo lector.
Nicodemo
(Jn 3,1-21)
A no muchos días de estas bodas, Jesús se instala temporalmente en la misma ciudad de Jerusalén. Proclama su doctrina, hace milagros y con autoridad divina expulsa a los vendedores de la Casa de su Padre, del Templo de los judíos. Las turbas le seguían, pero la autoridad religiosa le miraba con antipatía y recelo, no creían en El.
Pero he aquí que un fariseo se siente impresionado vivamente de su doctrina y sus milagros aunque no creyera plenamente en El. Era uno de los príncipes de Israel, un hombre eminente por su ciencia y posición, maestro y miembro del Sanedrín, condición que le obligaba a no dar ningún paso en materia religiosa sin gran cautela. Su nombre es Nicodemo y era considerado como una de las lumbreras de la ciencia rabínica. Además era un hombre rico.
Viene a ver a Jesús de noche. No quería indisponerse con sus compañeros. Posiblemente fuera conocido del joven Juan, hijo de Alfeo, el mismo que escribe este coloquio, el mismo además que nos comunica (Jn 18,15) que también conocía Caifás, sumo sacerdote, y como Nicodemo, preeminente miembro del Sanhedrín.
Puedo imaginarme la escena. Ya ha anochecido. Jesús está en el interior de la casa, a la puerta de ella conversan varios discípulos entre los cuales se encuentra Juan que se percata de Nicodemo que viene hacia ellos. Juan le conoce y no puede evitar un vuelco en el corazón. Presto abandona el grupito, se adentra en la casa y pone en conocimiento de Jesús que un ilustre maestro de Israel viene a verle.
Quizás, Jesús, saliera a su encuentro y en la puerta de la casa le recibiera. Con pocas palabras ambos se entienden, se saben atentamente observados por los discípulos. El Señor le da la bienvenida, no le pregunta cual es la causa de su visita, le mira fijamente, conoce su corazón y la causa de sus dudas. Se desean la paz. Jesús percibe la inquietud de este fariseo que está un poco cortado, en su presencia, ante testigos que le escrutan sin perder un solo detalle de sus movimientos, de sus palabras.
Creo no estar lejos de la objetividad si aseguro que Jesús le indicaría el camino al ilustre visitante hacia un lugar más o menos apartado del núcleo interior de la casa, quizás en la terraza, justo donde solos los dos pudieran iniciar una amable conversación. Quien va a preguntar es Nicodemo, pretende averiguar quien es este Joven y evidentemente no tiene intención de polemizar con este Hombre de Dios, que tanto le atrae, a la vista de una concurrencia ávida de conocer la razón de su visita. Es más que razonable y lógico que este diálogo se hiciera en privado, reservadamente y sin testigos.
Deduzca la lectora o el lector por sí mismo. Si esto fue cabalmente como lo he expuesto, ¿cómo pudo San Juan escribir este episodio a tantos años vista de cuando sucedió? Si no estuvo presente en esta entrevista, ¿quién le informó tan pormenorizadamente de los temas tratados?
Estoy seguro que San Juan no se llegó a Cristo y le dijo: “Oye, Jesús, ¿de qué has hablado con Nicodemo?" Sin embargo, es más que probable que con el tiempo, más de una vez se encontraran Juan y Nicodemo, sobre todo después de que Jesucristo ascendiera a los cielos. Los dos, que desde lejos ya posiblemente se conocían, ahora que les une un mismo ideal, no solo se conocen mejor sino que además les une un mismo amor, el amor de Jesucristo. Si esto fue así ¿qué inconveniente hay en aceptar que la fuente de información de Juan, en este suceso, fuera el mismo Nicodemo?
La Samaritana.
(Jn 4,4-42)
Jesús abandona la Judea para dirigirse a Galilea y tenía que pasar por el territorio de Samaría. Cuando llegaba a una ciudad de nombre Sicar, se apartó un poquito del camino para descansar. Jesús estaba fatigado y se sentó cerca de un pozo, el pozo de Jacob. Los discípulos entraron en la ciudad para comprar provisiones. En esto, el Señor alza la vista y ve que se acerca una mujer con la pretensión de sacar agua de este pozo.
Bueno, amiga lectora, amigo lector, te invito a que leas este bello pasaje del Evangelio de San Juan. Y ahora se me ocurre preguntaros: si Jesús y La Samaritana estaban, por lo que parece solos, ¿quién informó a Juan de esta transcendental conversación? Parece seguro que en verdad estaban solos. Dice Jesús: “Dame de beber”. Habla en singular, nadie le acompaña. Dice la Samaritana: “¿Cómo Tú, siendo judío…? Habla en singular, solo ve a un Hombre. El Evangelio deja entrever que todos los discípulos se fueron a comprar provisiones. Cuando el Señor le pide que llame a su marido, esta le contesta que no tiene marido. Jesús le dirá entonces que conoce su vida más íntima y ella debió sonrojarse y sorprendida salió como pudo de esta incómoda situación. Es más que evidente que Jesús, Manso y Humilde de Corazón, no habría propiciado la mayor vergüenza que hubiera supuesto para esta mujer que otros hombres, además de su Interlocutor, se enterasen de su personal vida privada.
Doy por hecho que Jesús y la Samaritana estaban solos, por tanto, San Juan solo pudo recibir información de su Maestro o de esta mujer. Dice el Evangelio: Y en esto vinieron sus discípulos, y se maravillaron de que hablara con una mujer; nadie, empero, le dijo: ¿Qué preguntas? o ¿Qué hablas con ella? (Jn 4,27). San Juan no reclamó información a Jesús. Veremos, también en el Evangelio, que esta mujer abandonó su cántaro y a toda prisa se llegó al pueblo y clamorosamente anunció a los hombres de su ciudad la mesianidad del Hombre que acababa de conocer, de Jesús de Nazaret.
Parece, pues, que fue la misma Samaritana la que le dio el detalle y el matiz de cada una de las palabras de este hermoso coloquio entre una mujer de mundo y el Redentor que no da nunca una alma por perdida. Cabe la posibilidad de que esta mujer siguiera a Cristo y formara parte del grupo de mujeres que le servía. El Evangelio nos dice: Había también unas mujeres mirando desde lejos, entre las cuales estaban también María Magdalena y María, la madre de Santiago el Menor y de José, y Salomé, las cuales, cuando estaba él en Galilea, le seguían y le servían, y otras mujeres, que habían subido con él a Jerusalén. (Mc 15, 40-41). Si esto fuera así las ocasiones que Juan tuvo de hablar con ella fueron muy frecuentes y esta será por tanto su fuente de información para redactar este episodio.
Vocación de los primeros discípulos. Pesca milagrosa.
(Mt 4,18-22; Mc 1,16-20; Lc 5,1-11)
En la línea con el trabajo que pongo a tu consideración, amiga lectora, amigo lector, este episodio es muy interesante y cuando se efectúa sabemos que:
1. Mateo todavía no era discípulo de Cristo.
2. Lucas solo escribe con la experiencia de terceros.
3. Pedro, que manda escribir a Marcos su Evangelio, es el único testigo presencial.
4. Sin embargo en Marcos no aparece la Pesca milagrosa ni las impresionantes palabras de Pedro al observar la barca llena de peces capturados a hora no propicia para la pesca: Y viendo esto Simón Pedro, postróse a los pies de Jesús, diciendo: Retírate de mí, porque soy hombre pecador, Señor. (Lc 5,8).
Mateo, pues se informó, posiblemente de cualquiera de los cuatro discípulos que intervienen en este pasaje: Pedro, Andrés, Santiago o Juan.
Pedro no hace escribir a Marcos sobre la pesca milagrosa ni tampoco de su rendida declaración a los pies de su Señor.
Es, precisamente, San Lucas quien expone, para bien nuestro, con mayor amplitud, este importante pasaje evangélico. ¿De quién se informó? Posiblemente en el tiempo que escribe, Santiago ya había muerto mártir, por tanto solo Pedro, Juan y Andrés podían ser los más directos y seguros informadores de estos hechos. Leemos que sólo dos barcas estaban de pesca a esas horas del día, la de Pedro y Andrés y la de Santiago y Juan, hijos de Zebedeo. Si Jesús estaba en la barca de Pedro, sólo este y su hermano Andrés fueron los primeros en advertir el gran milagro que se había efectuado a sus atónitos ojos. El Evangelio dirá, además: E hicieron señas a los compañeros que estaban en la otra barca, para que viniendo los ayudasen. Y vinieron y llenaron ambas barcas, tanto que se hundían (Lc 5,7).
Las palabras de Pedro: Retírate de mí, porque soy hombre pecador, Señor, sólo las pudo escuchar Jesús y su hermano Andrés. Si esto es así, como yo creo, solo Andrés o el mismo Pedro pudieron ser la única fuente de información de la que se sirvió San Lucas para redactar este pasaje de su Evangelio.
El leproso.
(Mt 8,1-4; Mc 1,40-45; Lc 5,12-16)
Querida amiga, querido amigo, con el Programa Concordante se descubren detalles fascinantes que están ocultos para aquellos que leemos el Evangelio sin las pausas que merece esta Palabra de Dios, Palabra que lleva la Vida en sí misma. Si pongo en el mismo plano, la redacción que cada evangelista hace de este pasaje, descubro algo importante.
1. Mateo todavía no era discípulo de Jesús, por tanto, en su día le informaron de estos hechos y en base a esta indagación los redacta como los leemos.
2. Lucas hace lo mismo, escribe lo que no ha visto ni oído.
3. Marcos escribe lo que le dicta Pedro y quizás la descripción de este suceso sea una prueba evidente de que el evangelista manuscribe literalmente lo que otro le testimonia porque ha visto y oído con suma atención.
A Pedro le impresionó la súbita presencia de un hombre cubierto de lepra. Le vió caer de rodillas ante su Maestro, le oyó una patética y entrecortada voz suplicando clemencia y tuvo que sujetar fuertemente el arrebato de su corazón que le pedía salir corriendo. Clavó sus ojos en la expresión del rostro de su Señor y se sobrecogió porque lo contempló ¡profundamente conmovido! Esta imagen se le quedó grabada para siempre, vió a Jesús con el rostro desencajado por la honda pena que le produjo la decrepitud de un ser humano, percibió que Jesucristo se había estremecido y que sus ojos brillaban colmados de compasión y misericordia.
Pedro, descubre al lector del Evangelio lo que no manifiestan ni Mateo ni Lucas, ¡Dios tiene un Corazón de hombre! y tú y yo, amiga mía, amigo mío, somos, también, destinatarios de esta divina compasión que nos abrazará siempre que queramos salir a su encuentro, sea cual sea la decadencia de nuestra vida.
Vocación de Mateo.
(Mt 9,9-17; Mc 2,13-22; Lc 5,27-39)
Corren los últimos días del primer año de predicación pública. Jesús al pasar junto al despacho de aduanas situado en la ribera del mar de Galilea, en Cafarnaúm, fijó su mirada en los ojos de Mateo y le dice. “Sígueme”. Mateo dejándolo todo le siguió. Dio un gran banquete en su casa. Fue como su despedida. Era un hombre rico. Lo dejó todo por seguir a Jesús.
Este es un de los relatos en el que muy poquito más o muy poquito menos de una redacción básicamente semejante, dicen los tres evangelistas. Por esta razón se denominan Sinópticos. Pedro y Mateo lo vivieron y como lo vivieron lo contaron después de haber pasado treinta años.
Lucas, sin embargo, recogió información de los mismos Pedro y Mateo o quizás de otros discípulos de Jesús que fueron testigos presenciales de los hechos que relata.
No habría mucho más que decir sobre este pasaje, pero si nos fijamos bien, resulta que vemos a los fariseos y escribas murmurar contra Jesús por la condescendencia con la que mantiene el trato no solo con Mateo, hombre odiado por ser recaudador de impuesto para el imperio romano, sino también por la afable comunicación que el Nazareno mantiene con los numerosos amigos del nuevo discípulo, que también gozaban de esta mala fama. Hombres pecadores y de mundo indiferentes al espíritu religioso de estos “hombrecillos justos” que llevaban a mal el cordial trato con el que Jesús les dispensaba. Los tres evangelistas ponen en boca de estos “santos varones” la misma pregunta:
¿Cómo es que vuestro Maestro come con publicanos y pecadores?
También los tres pondrán en boca de Jesús casi las mismas palabras que respondían a esta arbitraria denuncia:
No tienen necesidad de médico los sanos sino los que están enfermos…No vine a llamar justos sino pecadores a penitencia.
Hasta aquí, Mateo, Marcos y Juan vienen a decir lo mismo. Amiga lectora, amigo lector, fui al Programa concordante tratando de buscar algo que me diera luz sobre una reflexión que me hacía: En la exposición que hace Mateo sobre su vocación debería haber algún matiz que me justificara que algo debió de apreciar Mateo en este hecho tan transcendental para su vida que no apreciaron los demás.
Las tres redacciones de esta vocación son muy semejantes, pero al fijarme bien, comprobé que efectivamente, Mateo expuso algo más que no expusieron Marcos y Lucas, porque vivió, como es lógico, mucho más intensamente la emoción de este singular día de su vida.
Dios estaba harto de mortificaciones y falsas renuncias de los fariseos y escribas, hechas con la publicidad de quien busca la aprobación de los hombres más que la complacencia del cielo. Mateo pondrá en boca de Jesús una máxima divina que será la piedra angular sobre la cual se edifica toda la posible piedad del corazón del hombre que reconoce al Ser Fontal de quien recibe la vida, al Dios en el que se mueve y existe. Como un estampido sonó la siguiente frase de Jesús, que de forma vibrante solo recoge Mateo:
Andad y aprended que quiere decir: “Misericordia quiero, que no sacrificio” (Os. 6,6).
Curación en Sábado del hombre que tenía una mano paralizada.
(Mt 12,9-14; Mc 3,1-6; Lc 6,6-11)
A poco de comenzar el 2º año de la predicación pública de Jesús, los Sinópticos nos presentan un suceso en el que los fariseos son capaces de irritar hasta el mismo Dios. La casuística de estos individuos es espeluznante, propia de corazones inhumanos.
En día de Sábado y en el interior de una sinagoga, repleta de gente, los fariseos, ellos mismos, presentan al Taumaturgo un pobre hombre con la mano tullida. Intentan provocar la curación de este hombre en Sábado para tener causa con la que imputar a Jesús el incumplimiento, según ellos, de la Ley de Moisés.
A la pregunta de estos ladinos personajes responde Jesús con otra pregunta:
¿Es lícito en sábado hacer bien o hacer mal? ¿Salvar un alma o matar? (Mc 3,4)
En la Sinagoga se hace un silencio sepulcral, Cristo espera respuesta de los guardianes de la Ley, la gente no pierde detalle. El silencio se prolonga. Los fariseos no contestan.
Mateo, testigo del suceso, y Lucas que transcribe información de otros testigos, pasan de un detalle que solo reseña Marcos.
Pedro, inmerso en esta embarazosa situación, sintió verdaderas nauseas de esta funesta hipocresía farisaica y en este silencio volvió la mirada hacia su Maestro y le contempló con el rostro profundamente entristecido, percibió la indignación divina con la que Jesús paseó su mirada sobre estos taimados hijos del padre de la mentira que interpretaban la Ley de Moisés para perder a los hombres más que para salvarlos. A partir de este acontecimiento, los fariseos se confabulan con los herodianos para acabar con el Hijo del hombre.
Amiga mía, amigo mío, ¿qué hubiera sido de nosotros si Jesús no hubiera bajado del cielo?
El siervo del Centurión.(Mt 8,5-13; Lc 7,1-10)
La lógica de Dios no es la lógica de los hombres. Tampoco la palabra de Dios la podemos circunscribir a la interpretación literal de la inteligencia humana. En este suceso, los teólogos y exegetas han tenido notable dificultades para poder acomodar las dos versiones de este relato, la de San Mateo y la de San Lucas.
Mateo expone, meridianamente, que fue el propio Centurión el que se dirige a Jesús suplicándole la curación de su siervo. Los oídos humanos de Jesús oyeron, directamente, la voz de un soldado humilde que articulaba las siguientes palabras: “Señor, no soy digno de que entres debajo de mi techo; mas ordénalo con una sola palabra, y quedará sano mi muchacho”.
Lucas expone, manifiestamente, que el Centurión no se atrevió llegarse a Jesús de manera personal, mandó a unos amigos que en su nombre dijeron a Jesús: “Señor, no te molestes, que no soy digno de que entres debajo de mi techo; por lo cual tampoco me consideré digno de ir a ti; mas ordénalo con una sola palabra, y quede sano mi muchacho”.
Querida lectora, querido lector, este suceso es histórico, si pudiera volver hacia atrás en el tiempo sería testigo directo de él, pero ¿cómo acaeció?, ¿como lo narra San Mateo o como lo hace San Lucas? Aquí nos sale al encuentro lo que se llama “materia de opinión”. ¿Cuál de los dos expone la verdad? La verdad intrínseca la exponen los dos con sumo rigor: Un Centurión, una humilde súplica, un siervo enfermo, Cristo que hace el milagro a distancia..etc. En esto nada difieren los evangelistas. Solo en la redacción de este pasaje difieren el Apóstol y el médico. Ahora, este ingeniero entiende que, posiblemente, los acontecimientos se desarrollaron como nos lo presenta San Lucas.
Al hacer uso del Programa Concordante he podido advertir algunas peculiaridades que, normalmente, pasan desapercibidas cuando el Evangelio se lee de corrido y no se medita en profundidad.
1. Ni San Pedro (San Marcos), ni San Juan hacen mención de este pasaje. Ambos viven en Cafarnaúm y debieron conocer que la Sinagoga fue una realidad gracias a la generosidad de este Centurión que, posiblemente, ostentaba la máxima autoridad romana en esta ciudad. ¿Por qué?
2. Por primera vez oiremos de boca de Jesús la siguiente frase: “…allí será el llanto y el rechinar de los dientes”. Salvo una sola vez que la menciona San Lucas, cuando Jesús contesta a uno que pregunta si serán pocos lo que se salven, solo en San Mateo veremos esta afirmación del Hijo de Dios. Hasta seis veces en este Evangelio la oiremos en los labios del Maestro. En el Infierno se llora con eterna amargura y sin embargo no se suplica consolación, se llora con desesperación porque no se quiere el arrepentimiento, no es posible tener dolor de corazón, se vive en una desesperanza que no tiene término porque se odia en un inusitado desasosiego infernal del cual al condenado no le es posible querer salir. Lo quiere y lo padece porque lo ha querido, lo quiere y lo querrá más allá del tiempo. ¿Por qué el Verbo de Dios hecho carne iba a asegurar que existe este indefinido lugar si no fuera verdad? El lugar existe y allí hay alguien.
El endemoniado geraseno(Mt 8, 28-34; Mc 5, 1-20; Lc 8, 26-39)
Corre el segundo año de la vida pública de Jesucristo y sorprendentemente nos encontramos con un estremecedor diálogo entre dos seres que parecen conocerse, el Hijo de Dios y un espíritu inmundo que dice llamarse Legión, porque es él y en él son, quizás, otros dos mil que habitan en el alma de un ser humano sin ocupar espacio.
El Programa Concordante nos indicará que San Mateo habla de dos hombres endemoniados que se llegan a Jesús, sin embargo, San Marcos y San Lucas nos advierten de que solo fue un hombre. Especulando que de los dos hombres uno solo fuera el que hablara, se entiende también que San Marcos y San Lucas obviaran al que permaneció callado. En cualquier caso lo importante de este escalofriante drama es lo que se puede deducir de esta conversación.
El hombre endemoniado lleva la iniciativa y corre al encuentro del que reconoce como el Hijo de Dios Altísimo, pero a la contemplación del lector de este pasaje, además del hombre, entra en escena un espíritu inmundo que resulta ser el que verdaderamente interpela a Jesucristo, es decir, el que se hace notar tomando prestado las cuerdas vocales del hombre pasivo y sin voluntad, para consumar el patético diálogo que nos ocupa.
El espíritu inmundo, vociferando, hace una pregunta que da que pensar: ¿Viniste acá antes de tiempo a atormentarnos? ¿Qué quiso decir con esta interpelación? El demonio sabe que Jesús es el Hijo de Dios, pero no distingue entre su venida a este mundo haciéndose Hombre y la definitiva, al final de los tiempos, cuando el mundo se acabe y vuelva de nuevo en la majestad de su gloria. El espíritu diabólico se sabe, en su desesperación, mejor ubicado en el corazón de un hombre que en el averno donde ya no hay ser humano que perder, por tanto se resiste a abandonar a esta enloquecida alma, porque de volver a su lugar de origen solo le espera la eternidad satánica que con mucho es más insufrible que esta maldita existencia terrena. Si todavía no ha llegado el fin del mundo ¿por qué me envías al abismo infinito?, pudiera haber reclamado el que en sí era con otros más de dos mil espíritus abominables.
Contemplando la majestad de Jesucristo me vienen a la mente algunas de sus palabras: En verdad, en verdad os digo: Antes que Abrahán viniese a ser, yo soy (Jn 8,58). Mi reino no es de este mundo (Jn 18,36). En este pasaje, asisto al sobrehumano encuentro entre dos seres antagónicos que no son de este planeta y que además existen desde antes del tiempo, antes de que Abrahán viniese a ser en este mundo. Según la Fe que me asiste, lo que mi razón deduce es que Jesucristo Dios manda con imperio divino a una criatura que más allá de la historia se reveló contra Él, el Dios que precisamente le había creado. A la pregunta de Jesucristo Hombre contesta afirmando que su nombre es Legión porque él no era solo, él era él y en él otros más de dos mil hijos de Satanás que se resisten a salir de estos hombres desdichados porque quizás, por su negligencia, se pusieron al alcance de quienes ahora le poseían el alma y el cuerpo.
Cristo manda y Satanás obedece necesariamente y en última instancia el Señor accede a la demanda de este tenebroso ser que abandona al hombre que dominaba para entrar en los dos mil cerdos. La piara enloquecerá y terminará precipitándose en el mar. Allí, ahogados, perecerán los puercos y desde allí, los demonios retornarán al Averno que es el sitio que ellos mismos se escogieron para siempre.
Amiga lectora, amigo lector, ¿verdad que esto no es una fábula? ¿verdad que crees que esto ha sucedido tal y como lo has entendido? Solo me resta terminar esta reflexión con la perplejidad que me produce escuchar a hombres y mujeres, dotados de inteligencia y cultura suficientes, que no creen en estas cosas. “Esto del Infierno y del demonio son imaginaciones de un transnochado pasado cultural que no tiene vigencia en este siglo de la razón y la ciencia”. Más o menos, así se expresan los que han exterminado su inocencia sin posibilidad de recuperarla, los que no creen en unos seres vivos, tan vivos como el incrédulo que precisamente los tiene dentro de sí a la espera de la hora oportuna en la que podrá verles el rostro.
Maldita paradoja para el hombre que no cree, en el último tramo de su existencia se percatará con meridiana claridad de su demonio, de ese espíritu infernal en el que no creía, de ese infausto personaje que le acompañará al lugar de la eterna pena donde no hay consuelo, a ese lugar en el que meditó con escepticismo porque su racional cultura le engañó para su perpetua desgracia.
Curación de la Hemorroísa y resurrección de la hija de Jairo(Mt 9, 18-26; Mc 5, 21-43; Lc 8, 40-56)
Amiga lectora, amigo lector, para tu conocimiento te expongo que, sea cual sea la lengua con el que se redactan los Evangelios existe una proporción en el consumo de palabras empleadas. Como sabes el Evangelio de San Marcos (San Pedro) es el más cortito, ¿Cuánto más cortito con respecto a los Sinópticos?
• 37 % Más breve que el de San Mateo.
• 42% Más breve que el de San Lucas
Pues bien, en este pasaje quiso San Pedro, testigo directo, extenderse más porque ambos sucesos le impresionaron vivamente. El Programa Concordante nos mostrará que, en este caso, San Pedro empleará un 181% más de palabras que empleara San Mateo y un 35% más que empleara San Lucas.
La Fe de esta mujer hace posible el milagro, que se consuma sin que en principio fuera voluntad de Jesús. La Hemorroisa robó al Taumaturgo su curación porque de Cristo salía una virtud que curaba a todo aquel que le tocaba con Fe. El Señor percibe que una energía ha salido de su cuerpo y para maravilla de Pedro, que observa como la gente estruja a su Maestro, pregunta quién le ha tocado. La mujer queda al descubierto y entre sollozos y temblando expone públicamente su penosa enfermedad.
Los Sinópticos expondrán lo que la mujer debió decir. Doce años padeciendo flujo de sangre, gastó toda su hacienda en médicos y ninguno la curó, más bien empeoró según manifiesta San Marcos aunque San Lucas, que también es médico, oculta el desacierto de sus colegas. Ya todo el mundo conoce a la Hemorroísa y nosotros, hoy, sabemos que ella sería la Verónica, aquella mujer que se atrevió a enjugar con un paño el rostro del Hijo de Dios, el rostro de un Hombre que quedó impreso en la blanca tela, cuando por la calle de la amargura se dirigía a cumplir la Voluntad de su Padre.
Pedro queda impresionado con este milagro y todavía embargado por la emoción, escucha a alguien que asegura la muerte de la niña, la hija de Jairo, a la cual iba a curar su Maestro. La situación se tensa, Jesús se dirige a Jairo demandándole Fe. Acelera el paso. Pedro, percibe que su corazón se desboca cuando escucha los gritos que llegan de dentro de la casa donde yace la niña muerta y sin perder detalle del rostro de su Señor, le escucha decir: “la niña no murió, sino que duerme”.
Ni Mateo ni Lucas estuvieron dentro de la sala, escriben de referencia. Tendida sobre el lecho, se veía el cadáver de una niña. Sólo Pedro (San Marcos), testigo directo, con Santiago y Juan acompañan a los padres, solo Pedro nos dejará escrito las palabras que Jesús pronunció para resucitar a la hija de Jairo, unas palabras que quedarán escritas en arameo para siempre: Talithá kumi.
Para una razón cristiana, la muerte es la separación entre el cuerpo y el alma. En aquel cuerpo ya no estaba el alma de la niña. Verdaderamente había muerto, sin embargo para Jesús, la niña estaba dormida.
Ahora, amiga lectora, amigo lector, te voy a pedir que me acompañes al pasaje de la resurrección de Lázaro. Cristo recibe aviso del inminente óbito de su amigo Lázaro a no ser que El, Dueño de la vida y de la muerte, lo impida. El Hijo de Dios permaneció en el lugar del aviso dos días más. Lázaro murió y El lo sabía, sin embargo, dirigiéndose a sus discípulos les dice:
“Lázaro, nuestro amigo, se ha dormido, pero voy a despertarle”.
¿Qué te parece? Para el Señor, esta niña y este amigo no estaban muertos sino dormidos. No puedo pensar que Jesús hablara metafóricamente de la muerte tal y como yo la entiendo. A los ojos de Pedro, a los ojos de Marta y María, a mis ojos y los tuyos, amiga mía, amigo mío, lo que contemplamos son cuerpos inertes, muertos, camino de la descomposición. Para Dios no es así, para Dios nuestra muerte es un dormir en su Paz si no la hemos ganado, nadie está muerto para Él.
Como en la resurrección de Lázaro, aquí también, Jesús elevará la voz: “¡Niña, te lo digo, levántate!” y entonces, dice San Lucas, el espíritu que antes de que Jesús pronunciara estas palabras, no estaba en ella, volvió de un lugar indefinido donde no existe ni el espacio ni el tiempo. La hija de Jairo se levantó al instante y el Señor mandó que le dieran de comer.
Nuestro amigo Pedro guardaba estos recuerdos que dictó al evangelista Marcos y en este caso fue generoso y preciso en redactar las maravillas que había vivido en ese día. A nosotros nos queda reflexionar. A Dios se le puede robar un milagro. Para Dios nadie muere, todos estamos vivos aunque nuestro cuerpo desaparezca en el polvo. El alma de cada hombre y de cada mujer tiende hacia otra patria que no es de este mundo. El espíritu, el yo que verdaderamente me define no es de este cosmos, su último destino está en el seno infinito de un Padre Infinito que ejerció sobre mí su Misericordia infinita.
Nuestro amigo Pedro guardaba estos recuerdos que dictó al evangelista Marcos y en este caso fue generoso y preciso en redactar las maravillas que había vivido en ese día. A nosotros nos queda reflexionar. A Dios se le puede robar un milagro. Para Dios nadie muere, todos estamos vivos aunque nuestro cuerpo desaparezca en el polvo. El alma de cada hombre y de cada mujer tiende hacia otra patria que no es de este mundo. El espíritu, el yo que verdaderamente me define no es de este cosmos, su último destino está en el seno infinito de un Padre Infinito que ejerció sobre mí su Misericordia infinita.
Fuente:
http://www.hijodedios.org/articulos/articulo.php?id=80
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