JESÚS Y LOS PECADORES
1. JESÚS SE ACERCA A LOS PECADORES.
Un día Jesús fue invitado a comer a casa de un fariseo. Llegó entonces una mujer pecadora, bien conocida en la ciudad. Habiendo sabido que Jesús estaba allí, llevó un recipiente de perfume. Se postró a sus pies y los bañaba con sus lágrimas, los secaba con sus cabellos, los cubría de besos, de perfume. El fariseo que había invitado a Jesús lo presenciaba, escandalizado. Pero Jesús deja hacer a la mujer y explica a los presentes que su comportamiento manifiesta un gran amor y que, en consecuencia, sus numerosos pecados serán perdonados. "Tu fe te salva le dice vete en paz".
Otra vez se encontraba Jesús rodeado de publícanos y pecadores. Los fariseos se asombraban de esta mezcolanza. Pero Jesús, adivinando sus pensamientos, les dijo: "No son los sanos los que necesitan del médico, sino los enfermos... Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores".
Otro día. Jesús atravesaba la ciudad de Jericó. Vivía allí un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de los recaudadores romanos de impuestos. Se trataba de un hombre rico. Quería ver a Jesús, pero debido a su baja estatura no lo conseguía, pues una multitud se lo impedía. Entonces se adelantó y se subió a un tamarindo, para verle cuando pasara por allí.
Llegado a ese lugar, Jesús le ve y le interpela: "Zaqueo, baja de allí. Es necesario que me hospede en tu casa". Zaqueo bajó pronto y recibió a Jesús con alegría.
Viendo esto, todos le recriminaban: "Se ha ido a alojar en casa de un pecador".
Zaqueo le dijo al Señor: "Mira Señor, donaré a los pobres la mitad de mis bienes y si he hecho mal a alguien le recompensaré con cuatro veces más". Jesús le respondió: "Hoy la salvación ha llegado para esta casa. En efecto el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido".
La mirada que Jesús deja sobre el hombre pecador, sobre cada uno de nosotros, es una mirada de compasión y misericordia. No es una mirada que abruma, que condena o humilla, sino una llamada a la conversión, a empezar de nuevo, a un amor mayor. Es una mirada que rehabilita, que reconcilia.
"Vete en paz", le dice Jesús a los que perdona. Este llamamiento a la paz lo encontramos a todo lo largo del evangelio. Jesús desea que vivamos siempre en paz con Dios, con nuestros semejantes, con nosotros mismos.
2. ¿QUÉ HIZO JESÚS?
Sólo Jesús es justo, verdaderamente justo. Pero esto no le induce jamás a despreciar a los demás. Al contrario. Su santidad no es abrumadora con quienes El se encuentra.
Su vida entera fue un permanente "sí" a Dios: depositó toda su confianza en Dios, hizo suyos todos los deseos del Padre. Jesús supo llegar al límite de su amor por Dios y por nosotros: amando profundamente a los que salieron a su paso, les manifestó que la última palabra de su vida no fue el "no" de la ruptura, sino el "sí" de la reconciliación.
Un día llevan ante Jesús a una mujer sorprendida en flagrante delito de adulterio. Todos los presentes sabían lo sucedido.
Situémosnos allí por un instante: la actitud de la mujer, la forma como Jesús se comporta, nos revelan tres maneras de reaccionar en relación al pecado:
1) Esa mujer ha cometido adulterio. En Israel una ley preveía el castigo a aplicar en ese caso. Es la primera forma de situarnos en relación al pecado: el pecado es lo que va contra la ley, contra el orden establecido, "lo que no debe hacerse". Todas las sociedades, todos los grupos humanos conocen esto. Y nosotros los cristianos no estamos muy lejos de los judíos coetáneos de Jesús. Para advertir esto basta observar la manera en que a veces juzgamos a los demás.
Cuando adoptamos esta actitud, la única forma de salir de la situación de pecado es aceptar la pena prevista en la ley.
2) La actitud de Jesús va a revelarnos una nueva forma de situar nos en relación a} pecado: "Aquel de entre nosotros que esté sin pecado que lance la primera piedra".
Esta vez no se trata de juzgar desde fuera. Jesús hace un llamamiento a la conciencia de cada uno, a la noción que más pronto o más tarde se despertará en nosotros de los fallos posibles, de lo que hay de verdadero, do dinámico, en nosotros y de nuestra mediocridad, nuestras torpezas, nuestros retrocesos; un espíritu creado para descifrar el misterio de las cosas, que permanece inactivo: un corazón hecho para amar, que de hecho se endurece, una personalidad, que sólo puede afianzarse apoyándose en otra, o en otros, y que sin embargo frecuentemente se repliega, se encierra en si misma. Tomar conciencia de esto es aceptar que no somos mejores que los demás.
Que no tenemos, por consiguiente, lecciones que dar. Cada uno permanece entonces solo con su conciencia. Esto es lo que explica la actitud de Jesús y de los que condujeron a la mujer ante él. "Se retiraron uno tras otro, comenzando por los más viejos".
Sólo el amor, que va más allá de la falta cometida realiza lo que la simple justicia era incapaz de hacer, lo que la lucidez personal era impotente para lograr, devolver a esa mujer su dignidad.
3) Nadie dirigió la palabra a la mujer durante todo el tiempo de la discusión. La trataron como un objeto (el cuerpo del delito). Jesús se dirigió a ella: "Dime, nadie te ha condenado "Nadie, Señor", respondió ella. "yo tampoco te condeno" dijo él. "Vete, pero aún así, no peques más". La última palabra sobre la vida de esta mujer no es el mal que hizo, sino el amor de Dios por ella.
Esto nos revela que el pecado no es en principio una falta contra la ley ni contra nosotros mismos. Es algo más profundo que todo esto, es una ruptura del amor, de ese amor que viene más allá del corazón del hombre porque viene del mismo Dios. Y en efecto, esto es así, el drama de esa mujer, su pecado fue que traicionó el amor que había comprometido.
Lapidándola, como prevenía la ley, no se podía devolverla a ese amor. Eso sólo podía lograrlo una sola mirada de amor y fue eso lo que Cristo hizo.
Para escapar del pecado no tenemos más camino que reconocernos amados, reconocer la mirada de Dios sobre nosotros; no un guiño de complicidad a nuestra mediocridad, sino la mirada profunda dirigida hacia nuestro adormecido e inconstante corazón.
¡El perdón! Cristo nos ha enseñado a perdonar. Muchas veces y de varios modos. El ha hablado de perdón. ¿Cuando Pedro le preguntó cuántas veces habría de perdonar a su prójimo, " hasta siete veces?", Jesús contestó que debía de perdonar "hasta setenta veces siete" (Mt. 18, 21 y ss.). En la práctica esto quiere decir siempre: efectivamente, el número setenta por siete es simbólico, y significa, más que una cantidad determinada, una cantidad incalculable, infinita. Al responder a la pregunta sobre cómo es necesario orar, Cristo pronunció aquellas magníficas palabras dirigidas al Padre: "Padre nuestro que estás en los cielos"; y entre las peticiones que componen esta oración la última habla del perdón: "Perdónanos nuestras deudas, como nosotros las perdonamos" a quienes son culpables con relación a nosotros ("a nuestros deudores') Finalmente, Cristo mismo confirmó la verdad de estas palabras con la cruz, cuando, dirigiéndose al Padre, suplicó: '* Perdónalos!", "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lc. 32, 34).
"Perdón" es una palabra pronunciada por los labios de un hombre, al que se le había hecho mal. Más aún, es la palabra del corazón humano. En esta palabra del corazón cada uno de nosotros se esfuerza por superar la frontera de la enemistad, que puede separarlo del otro, trata de reconstruir el espacio interior de entendimiento, de contacto, de unión. Cristo nos ha enseñado con la palabra del evangelio y, sobre todo, con el propio ejemplo, que este espacio se abre no sólo ante el otro hombre sino, a la vez, ante Dios mismo.
El Padre, que es Dios de perdón y de misericordia, desea actuar precisamente en este espacio del perdón humano, desea perdonar a aquellos que son capaces de perdonar recíprocamente, a los que tratan de poner en práctica estas palabras:
"Perdónanos....como nosotros perdonamos".
EL PECADO CONTRA LA VIDA DEL HOMBRE.
Cristo nos ha enseñado a perdonar. El perdón es indispensable también para que Dios pueda plantear a la conciencia humana los interrogantes sobre los que espera respuesta en toda la verdad interior.
Cristo nos ha enseñado a perdonar. Enseñó a Pedro a perdonar "hasta setenta veces siete" (Mt. 18, 22). Dios mismo perdona cuando el hombre responde a la pregunta dirigida a su conciencia y a su corazón con toda la verdad interior de la conversión.
Dejando a Dios mismo el juicio y la sentencia en su dimensión definitiva, no cesamos de pedir; "Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores".
La comunión de mesa en el judaísmo significa comunión ante los ojos de Dios, cuya bendición se ha invocado antes. En este contexto se comprende que la intencionalidad en las comidas de Jesús con los "pecadores" no es puramente social, ni expresan simplemente la gran humanidad de Jesús. En esas comidas Jesús intenta hacer partícipes a los invitados de la mesa del Reino de Dios, es decir, ofrecerles en nombre de Dios la paz, el perdón, la confianza...Jesús, al comer con los "pecadores", quiere indicar simbólicamente que Dios los acoge y perdona. En este trasfondo se comprende, por ejemplo, la parábola de la gran cena, la gravedad de la acusación lanzada contra Jesús y la elevación de su respuesta (cfr. Mc. 2, 17). No hubiera sido criticado, si esas comidas hubieran sido con los "hombres de bien".
En el escándalo padecido por los pretendidamente justos ante el comportamiento de Jesús, está el nervio de la cuestión. Con su actuación, Jesús invierte el orden vigente entre estos dos factores: penitencia y salvación. De esta inversión depende en gran parte la originalidad de Jesús. Aclaremos la cuestión. El judaísmo sabe que Dios es misericordioso y capaz de perdonar. "También para el pecador hay una salvación, pero sólo después de que haya mostrado su arrepentimiento por medio de la reparación y del cambio de su conducta".
Para ser amado por Dios, el pecador debe convertirse antes en justo; la conversión es así el presupuesto que concede al pecador la esperanza de ser perdonado. Pero he aquí que en el comportamiento de Jesús lo primero es la oferta incendie tonada de la salvación; los acoge sin inquirir en su vida anterior. Así, "de la gracia brota la conversión". Esta inversión, fundada en el poder de la misericordia de Dios, es en realidad la única esperanza del pecador. Si nos salvamos es porque Dios es bueno sólo El lo es (cfr. Lc. 18, 19)- no porque nosotros lo seamos todos somos malos (cfr. 7,11)-.
Esta inversión operada por Jesús, tiene un alcance universal. ¿No es acaso el amor el que regenera de verdad a las personas, el que las encamina hacia la respuesta libre, fiel y agradecida? ¿No es la experiencia de ser amados gratuitamente el surtidor que da la confianza fundamental en la vida? ¿No cierran más bien las acusaciones y condenaciones? El que Jesús, en la ética del Reino, pida el perdonar al enemigo se funda en el hecho de haber sido perdonado por Dios (cfr. Mt. 5, 43 y ss.). El perdón recibido sin presupuestos y el deber y la posibilidad de perdonar al enemigo se corresponden.
En esa inversión de las realidades penitencia y gracia está inserto el carácter de Buena Nueva propio de la predicación de Jesús y de toda su existencia; por medio de Jesús se ilumina el futuro de los hombres perdidos. Jesús en persona es el "Evangelio" (cfr. Mc. 1, 1, que puede ser también genitivo objetivo). Y al mismo tiempo en esto radica el escándalo que sufren ante Jesús los que se creían justos.
Tal comportamiento de Jesús "era aparentemente la disolución de toda ética; era algo así como si el comportamiento moral no significara nada a los ojos de Dios...el Evangelio conmociona los cimientos de la religión". Tal escándalo no habría acontecido si esas comidas hubieran sido con los "justos".
Ante estas consecuencias Jesús da la justificación de su proceder, Fundamentalmente son tres: Los "pecadores" realmente le necesitan y los acusadores también son malos. Pero en la tercera justificación se esconde la pretensión de Jesús de ser la encarnación de la misericordia divina, de ser el portador de la salvación, de ser el espejo de lo que Dios es y como Dios actúa.
Esta justificación aparece con claridad en la parábola del "hijo pródigo" o mejor del "amor del Padre", que tiene un valor argumentativo, ya que es respuesta a la acusación de los fariseos y escribas (Lc. 15, 1-2). "El amor de Dios para con los pecadores que buscan el hogar es sin límites. Yo obro como corresponde a la naturaleza y a la voluntad de Dios". Dios es así, Dios actúa así, como se transparenta en la conducta de Jesús hacia los "pecadores". Con ello está redefiniendo a Dios, le caracteriza de forma distinta a como lo hacen los fariseos y los escribas.
Esta veta original del Evangelio de Jesús siempre será atrayente y al mismo tiempo peligrosa. En Jesús se enciende la esperanza y ante El hay que tomar medidas para que los cimientos del orden no se tambaleen. La eliminación y la muerte de Jesús serán la consecuencia de su vida.
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