¿QUÉ IMPRESIÓN PRODUCE JESÚS?
Jesús visto desde fuera hacia adentro.
1.- ORIGEN HUMANO.
Su estirpe queda relacionada con la antigua progenie de reyes, en indicaciones genealógicas y en observaciones sueltas (Mat. 1, 1 ss.; Lc. 3, 23 ss.) ha perdido poder, posesiones e importancia, de modo que este descendiente tardío vive completamente inobservado.
No crece en la miseria propiamente dicho., pero en condiciones muy sencillas; en la casa de un pequeño trabajador, de un carpintero. También da testimonio de costumbres muy sencillas la restante actitud de Jesús en la vida; aunque no se ha de olvidar que trata con naturalidad a los pudientes, por ejemplo, a Simón el fariseo, que le invita, pero no considera necesario mostrarle amistad, como lo evidencia su proceder (Lc. 7, 44 ss.).
En el aspecto espiritual, no sabemos que tuviera ninguna formación cultural. El asombro que se manifiesta en diversos lugares sobre de dónde ha sacado su conocimiento de la Escritura y su sabiduría, muestra que no ha tenido lugar tal formación (Lc. 2, 47 ss.; Mc. 1, 22).
2.- MODO DE VIDA.
El modo de vida de Jesús es el del maestro religioso, vagabundo. Va de lugar en lugar, según lo requieren las ocasiones exteriores -tales como una peregrinación a una fiesta o la necesidad interior, la "hora". A veces se queda más tiempo en un lugar, para desde allí ir por los alrededores y regresar luego; así, por ejemplo, al principio de su actuación en Cafarnaún (Mt. 8, 5; 9, 35), o en los últimos tiempos en Betania (Mt. 21, 17-18-26-6). Este modo de vida procede del sentido de su misión, no de una inclinación personal al vagabundeo. Lo podemos inducir de su respuesta cuando uno quiere ir con El: "Los zorros tienen madrigueras y los pájaros del cielo tienen nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza" (Mt. 8, 20). De entre los que le escuchan, reúne en torno suyo un grupo de algunos especialmente receptivos, y los hace entrar más profundamente en su misión. De entre ellos a su vez, elige un grupo más pequeño, de doce. La importancia de esta elección queda subrayada por nombrarse a los elegidos con sus propios nombres (Mc. 3, 14 y ss.); también se relata que El pasó la noche anterior en .oración (Lc.6, 12).
3.- SUS COSTUMBRES.
Todavía hay algo que decir sobre sus costumbres de vida.
No tiene ningún lugar fijo para enseñar, algo como un arrimo al Templo o una escuela de rabino, sino que va de lugar en lugar.
También se ha dicho ya que esta forma de vida no es expresión de un afán errabundo natural. Las indicaciones que da a sus discípulos enviados podrían muy bien, con ciertas limitaciones, reflejar la vida que lleva El mismo, y las experiencias que ha te nido en ella (Mt. 10, 5 y ss.). Enseña en cualquier sitio que sea; en las sinagogas, donde, en efecto, podía hablar todo mayor de edad (Mt. 4, 23 etc.); en los corredores y patios del Templo (Mt. 21, 12 y ss.; 21, 23-22, 14); en la plaza y en la calle (Mt. 9, 9 y ss.); en casa (Mc. 7, 17); junto al pozo a donde van las que sacan agua (Jn. 4, 5 y ss.); en la orilla del mar (Mc. 3, 9); en alturas como aquella que ha dado su nombre al Sermón de la Montaña (Mt. 5, 1); en el campo (Mt. 12, 1); en el "desierto", esto es, en lugar despoblado (Mc. 8, 4) y así sucesivamente.
Si se le invita, va a comer (Jn. 2, 1 y ss.); incluso a casa de los que no le quieren bien (Lc. 7, 36 y ss.). Cura a los enfermos donde quiera que le encuentren; incluso va a verles a su casa (Mc. 1, 30 y ss.).
Pero luego vuelve a separarse de la multitud, aún de los discípulos y de los mejores amigos, se retira a la soledad. La actuación pública empieza con el largo ayuno en oración en el desierto (Mt. 4, 1 y ss.). Siempre se repite que se va a la soledad para rezar (Mt. 14, 13; 17, 1). En especial lo hace así antes de acontecimientos importantes como la elección de los Apóstoles (Lc. 6, 12 y ss.), en la Transfiguración (Lc. 9, 18) y en Getsemani, antes de la Pasión (Mt. 26, 36 y ss.).
En lo que se refiere a uso y culto, es decir, en lo que se refiere a la Ley, El, por lo pronto, se comporta como todos. Pero, por otro lado, El también se pone, a su vez, por encima de la Ley. Y no sólo de modo de intérprete, la Ley de modo más razonable e interior que sus celadores, como ocurre por ejemplo en las diversas discusiones a propósito del mandato del descanso festivo (Mt. 12, 9 y ss.), sino de modo radical. El la considera como algo sobre lo cual tiene poder: "El Hijo del Hombre es dueño del día festivo" (Mt. 12, 8). Pero, si es dueño del día festivo, también es dueño de la Ley entera, de la cual forma el mandato del descanso festivo una de las partes importantes. Igualmente es señal de ello el que anticipe un día la cena de la Preparación de Pascua. Y con más fuerza todavía salen a la luz sus palabras en la Cena. No sólo porque en esta sacratísima solemnidad deje fundada su "memoria", sino que expresamente a la vez deja abolida y asumida toda la Antigua Alianza y anuncia la "Nueva Alianza" y la nueva Cena en su memoria (Lc. 22, 20). Aquí habría debido incluirse la cuestión del aspecto exterior y las actitudes personales de Jesús pero es difícil de plantear.
4.- ASPECTO EXTERIOR.
Preguntar qué aspecto ha tenido alguien, cómo hablaba y se presentaba, presupone una imparcialidad en que no aparece la figura de Jesús desde dos mil años. Pero surge la cuestión, por ejemplo, en las diversas tradiciones de la verdadera imagen de su rostro, parece, sin embargo, tener un carácter de segunda fila. Además, la cuestión es difícil de plantear, porque los relatos, cuyo interés se orienta hacia algo completamente distinto, no dicen nada directo sobre estas cosas. De lo que trata en ellos es de su importancia en el orden de Dios y para la salvación humana; es lo absoluto que hay en El, ante lo cual retrocede lo relativo. Por eso la imagen de Jesús ha tenido siempre un carácter fuertemente estilizado. La nota personal ha procedido siempre, en cada caso, de la persona concreta que se ocupa de ello; de la índole especial de su encuentro religioso o del ideal especial de perfección humana que enlazara con la imagen del Redentor, según su época; pensemos, por ejemplo, en los artistas plásticos, o en los intentos de literatura religiosa. Por eso nosotros tampoco intentamos una solución, sino que sólo señalamos por dónde podría estar, en cierto modo.
5.- LA IMPRESIÓN.
¿Qué impresión produce, en conjunto, la presencia de Jesús, cuando ponemos a su lado a los portadores de la Revelación en el Antiguo Testamento, tales como un Moisés o un Elías?
Ante todo, la impresión de una gran calma y suavidad. Ahora bien, 'estas palabras fácilmente hacen pensar en una cierta debilidad: ¿Es débil Jesús? ¿Tiene su figura, por ejemplo, la fragilidad de una hora tardía de la Historia respecto a las anteriores? ¿Es el hombre posterior, sutilmente organizado, frágil, cohibido por un exceso de saber, frente a las figuras creadoras y luchadoras de la época primitiva? ¿Es solamente el bondadoso, solamente el compasivo? ¿O el sufridor, el que aguanta el destino y la vida?
Por desgracia, el arte y la literatura han trabajado a menudo en esa dirección; pero la verdad no se puede hablar de ello.
La impresión que hizo la presencia de Jesús en sus coetáneos, fue patentemente la de una fuerza misteriosa. En los relatos, las personas que le ven quedan subyugadas, más aún, conmocionadas. Sus palabras se perciben -como llenas de fuerza (Mt. 7, 29; Lc. 4, 36).
Sus acciones manifiestan prescindiendo de su influjo en el individuo una energía de espíritu que escapa a todas las medidas naturales, de tal modo que, para señalar su naturaleza se echa mano del concepto ya preparado de "Profeta" (Mt. 16, 14; Lc. 7, 16). Alguna vez esa energía se echa de ver poderosamente, como en la escena con Pedro después de la pesca milagrosa (Lc. 5, 8), en la tempestad en el mar (Mt. 8, 23 y ss.) No se encuentra señal de reflexión vacilante, de retraimiento frágil, de timidez sensible, ni de dejarse ir pasivamente más allá de sí mismo. Está lleno de un podar que sería capaz de toda irrupción y toda violencia; pero que no sólo está dominado, sino transformado por una mensura que viene de lo íntimo por una profunda bondad y suavidad, por una libertad enteramente soberana. Se puede expresar así lo indicado: en Jesús hay una "Humanidad" milagrosamente pura, pero no a pesar de su enorme poder de Espíritu, sino precisamente en él.
6. HUMANIDAD DIVINA.
La unidad de poder y humanidad, tomando esta palabra en toda su pureza, es uno de los rasgos más enérgicos de la figura de Jesús, sobre todo tal como aparece en los tres primeros Evangelios. La fuerza de voluntad, la conciencia de la misión, la disposición a sacar todas las consecuencias, el dominio del Espíritu, todo eso se ha traducido en El en pura humanidad; tan entera creativamente, que se podría expresar su significación rectamente diciendo que es capaz de llevar al hombre a la pura conciencia y a la realización de lo que se llama humanidad; aunque o precisamente .porque El es más que solamente hombre.
Aplicado todavía de otro modo, podría expresarse lo indicado diciendo que es parte esencial de la presencia de Jesús el no ser chocante.
Hay que compararla alguna vez con otras presencias bíblicas o extrabíblicas para ver cómo faltan en ella las palabras gigantescas, las actitudes violentas, las acciones trastornadas, las situaciones fuera de lo habitual, etc. Por extraña que pueda parecer la afirmación: aún en sus milagros falta el carácter de lo insólito. Ciertamente, son grandes; algunos como las resurrecciones de muertos, o el dar de comer a millares, o el caminar sobre el mar, se elevan a lo inaudito. Pero incluso que casi se diría que se hacen naturales.
Vuelve a aparecer esa "humanidad" de que se hablaba.
El comportamiento de Jesús debe haber sido muy sencillo; por su parte, era de tal manera que no se observaba necesariamente. Su acción brotaba de la situación con tranquila necesidad; fidedigna, en el más hondo sentido. También sus palabras tienen esta falta de carácter insólito. Si se las compara con las de un Isaías o un San Pablo, por ejemplo, dan la impresión de una extremada mesura, más aún, de economía. Puestas junto a las de un Buda, parecen a menudo mezquinas, casi cotidianas. Claro está que esa impresión la dan en tanto se las entiende de modo meramente filosófico, o estético, o religioso contemplativo. Si se las toma con la existencia y se las toma en serio, entonces se ve que manifiestan una fuerza que va más allá de la "profundidad" o la "sabiduría" o la "sublimidad": ponen en movimiento la existencia misma.
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