El Salvador del mundo, el Mesías En tiempos del NT Yeshûâ{ (Jesús) era un nombre corriente que se daba a los muchachos judíos. Expresaba la fe de los padres en Dios y en su promesa de uno que traería salvación a Israel. El ángel Gabriel indicó a José que llamara al primogénito de María con este nombre, y la razón que se le dio fue: "Porque él salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt. 1:21). "Cristo" no fue un nombre personal por el que la gente lo conoció mientras estuvo sobre la tierra, sino un título usado para identificarlo con aquel en quien las promesas y profecías mesiánicas del AT encontraban su cumplimiento. Para los que creyeron en él como enviado de Dios, él era el Cristo; es decir, el Mesías, el "ungido" por Dios para ser el Salvador del mundo. El uso de los dos nombres juntos (Mt. 1:18; 16:20; Mr. 1:1), Jesús y Cristo, constituye una confesión de fe en que Jesús de Nazaret, el hijo de María, es realmente el Mesías (Mt. 1:1; Hch. 2:38). También se lo conocía por el título de Emanuel, "Dios con nosotros", un reconocimiento de su divinidad y nacimiento virginal (Mt. 1:23; cf Is. 7:14; 9:6, 7). La designación corriente que usó Jesús para sí mismo fue "el Hijo del Hombre" (Mr. 2:10; etc,), una expresión que nunca usaron otros cuando hablaban de él o se dirigían a él. Con este título, que parece tener implicaciones mesiánicas, Jesús enfatizó su humanidad, sin duda pensando de sí mismo como la simiente prometida (Gn. 3:15; 22:18; cf Gá. 3:16). Raramente usó para sí mismo el título "Hijo de Dios", el cual enfatizaba su divinidad (Jn. 9:35-37; 10:36), aunque a menudo se refería a Dios como su Padre (Mt. 16:17; etc.). Sin embargo, el Padre lo llamó su Hijo (Lc. 3:22; 9:35), y Juan el Bautista (Jn. 1:34) y los Doce (Mt. 14:33; 16:16) lo reconocieron como "Hijo de Dios". La afirmación de Jesús de que Dios era su Padre en un sentido especial, y más tarde, su admisión de ser el Hijo de Dios, le valieron el arresto de los judíos que alegaban que eso era causa suficiente para su condenación y muerte (Lc. 22:70, 71). El ángel Gabriel explicó que Jesús debía ser llamado Hijo de Dios en virtud de su nacimiento de María por el poder del Espíritu Santo (Lc. 1:35; cf He. 1:5), y Pablo dice que la resurrección de Jesús de los muertos lo declara "Hijo de Dios" con poder (Ro. 1:4). Sus dicípulos con frecuencia se dirigieron a él como "Maestro" (Mr. 4:38; 9:38; etc.), y también, en reconocimiento de su deidad, como "Señor" (Jn. 14:5, 8; 20:28). La gente y los gobernantes por igual usaron el término "Hijo de David" como una designación popular para el Mesías (Mt. 12:23; 22:42; Mr. 12:35; etc.), y como una expresión de la esperanza de liberación de la opresión política. I. Ambientación Más que cualquier otra cosa, fue la fe en el Mesías lo que unió a los judíos como raza a través de los siglos y constituyó la base para su existencia como nación. La esperanza mesiánica es el tema central del AT, desde el anuncio de un Redentor (Gn. 3:15) hasta la promesa de uno que vendría delante de él para preparar el camino (ls. 40:3-5; Mal. 4:5). Correctamente comprendidas, las Escrituras del AT predicen su venida y dan testimonio de él (Lc. 24:25-27; Jn, 5:39, 47). Los escritores de los Evangelios se refieren con frecuencia a las profecías del AT como cumplidas en Jesús de Nazaret (Mt. 1:23; 2:6, 15, 17, 18; 3:3; etc.), y Cristo mismo, en diversas ocasiones, las citó como evidencia de que él era el Mesías (Lc. 4:17-21; 24:25-27; Jn. 5:39, 47; etc.). Por unos 375 años después de la restauración de la cautividad babilónica en el 536 a.C., Judea fue tributario de los persas, de Alejandro Magno y de sus sucesores: los Tolomeos de Egipto y los Seléucidas de Siria. Luego, por aproximadamente un siglo, los judíos gozaron de cierta independencia de gobiernos extranjeros, bajo una serie de gobernantes conocidos como macabeos o asmoneos. Desde el 63 a.C. Palestina fue tributaria de Roma -aunque mayormente autónoma en la administración de su vida interna, civil y religiosa- hasta el 70 d.C., cuando la nación se extinguió. Unos 15 años después que Pompeyo subyugara Palestina, Herodes, conocido más tarde como "el Grande", fue designado como principal magistrado de Galilea. En ocasión de la invasión de los partos y cuando 2 gobernantes asmoneos estaban luchando por el trono, Herodes fue designado rey de Judea por los romanos (40 a.C.), y con la ayuda de ellos tomó Jerusalén (37 a.C.). Esto terminó la larga serie de sangrientas guerras que habían marcado los años 63 al 37 a.C., durante las cuales, se dice, murieron más de 100.000 judíos. Durante los siguientes 70 años, hasta el 34 d.C., se estima que otros 100.000 perdieron la vida en abortivos intentos de sacudirse el yugo romano-herodiano. Herodes asesinó a varios miembros de la familia asmonea, a cuyos miembros se habían acercado los judíos en un vano intento por recuperar su libertad. También asesinó a veintenas de nobles en diversas ocasiones, ya sea porque no los quería o para confiscar sus propiedades. Además incurrió en el odio de sus súbditos por sus impuestos opresivos, uno de los medios usados para obtener los fondos necesarios para sus grandiosos proyectos de construcción. Se dice que al asumir encontró a la nación en un estado de prosperidad razonable; cuando murió la dejó en una pobreza abyecta. Los judíos también odiaban a Herodes por sus actividades paganizantes y su crueldad ilimitada y desenfrenada. Lo llamaban "ese esclavo edomita" y lo consideraban la encarnación de Satanás. Aunque era odiado, tenía un deseo insaciable de ser apreciado y recibir honores; pero percibiendo que los judíos nunca le darían eso, otorgó ricos favores y donó grandes edificios a los habitantes de ciudades gentiles, cercanas y lejanas. Un terremoto asolador (31 a.C.) y una hambruna severa 6 años más tarde aumentaron el sufrimiento del pueblo judío durante su reinado de 33 años. Uno de sus últimos actos antes de su muerte, quizás en el 4 a.C., fue la matanza de los niños de Belén (Mt. 2). Como sucesores designó a sus hijos Arquelao (sobre Judea y Samaria), Herodes Antipas (sobre Galilea y Perea) y Felipe (sobre la región al norte y al este del Mar de Galilea). Este, cuyos súbditos eran mayormente gentiles, hizo, según se dice, una buena administración para sus gobernados. A veces, Jesús se retiró brevemente a regiones bajo la jurisdicción de Felipe, donde gozaba de estar libre de las molestias que le causaban los escribas y fariseos. Gran parte del ministerio de Jesús fue consagrado a Galilea y Perea que estaban bajo el dominio de Herodes Antipas. Arquelao heredó el carácter perverso de su padre, pero no tuvo la capacidad de éste. Era tiránico y bárbaro en el peor sentido. Inauguró su reinado sobre Judea con una matanza sin sentido de 3.000 personas en los atrios del templo. Esta masacre despertó el sentimiento público en su contra y provocó una serie de revueltas sin precedentes. El odio por el dominio herodiano-romano alcanzó tal nivel que por un tiempo prevaleció una anarquía completa. Finalmente, en el 6 d.C., Augusto desterró a Arquelao a Galia y anexó Judea y Samaria a la provincia romana de Siria, poniendo así por 1ª vez a los judíos directamente bajo el gobierno romano. Como se podía esperar, éstos se sentían amargamente ofendidos por la presencia de los administradores y soldados romanos; pero con ocasionales excepciones, los asuntos de Palestina estuvieron relativamente en calma por muchos años. Cuando Coponio, el 1º de los procuradores, intentó cobrar un impuesto romano directo, muchos judíos galileos se rebelaron bajo Judas (Hch. 5:37). Abandonando su intento, los romanos entregaron la recolección de impuestos a los judíos, que en el NT son conocidos como "publicanos". Estos eran odiados, tanto porque representaban a un detestado gobierno extranjero, como porque sistemáticamente estafaban a sus propios conciudadanos. El emperador Tiberio, según Josefo, observó que los procuradores romanos, los oficiales financieros, eran como moscas en una herida: los que ya estaban saciados no succionaban tanto como los recién llegados. La mayoría de los procuradores eran inescrupulosos e incompetentes, que provocaban en los judíos un odio aún mayor hacia Roma. Estaban sentados, por así decirlo, sobre un volcán que finalmente entró en erupción en la gran revuelta del 66-73 d.C. Sin embargo, bajo los procuradores, los judíos todavía gozaban de una gran medida de autonomía local en la administración de sus asuntos civiles y religiosos: el gran Sanedrín de Jerusalén tenía cierta jurisdicción civil como también religiosa; el sumo sacerdote era su presidente y tenía una fuerza policial para imponer su autoridad; además, había 11 sanedrines regionales en Judea. Como corazón del judaísmo, la Judea de los días de Jesús era ultraconservadora. Por otra parte, Galilea -llamada "Galilea de los gentiles"-, era más cosmopolita, con una mayor proporción de no judíos en su población. La influencia griega predominaba en mucho mayor grado que en Judea. Había pocas ciudades grandes, y la región estaba casi totalmente cultivada. II. Vida religiosa judía Esta giraba en gran medida alrededor de la sinagoga local. Sin embargo, en las grandes fiestas anuales -la Pascua o los Panes sin Levadura, Pentecostés y los Tabernáculos- los peregrinos judíos y los prosélitos gentiles de todas partes del mundo civilizado afluían por miles al templo de Jerusalén. En esas ocasiones, los romanos entregaban para su uso las sagradas vestiduras del sumo sacerdote que ordinariamente guardaban en la Fortaleza Antonia junto al templo. Los 2 partidos religiosos principales eran los fariseos y los saduceos. Un 3er grupo lo constituían los esenios. Los zelotes conformaban un 4º partido judío. Los herodianos, "los que estaban en favor de Herodes", formaban un 5º grupo, con intereses puramente políticos. Los escribas, "intérpretes de la ley" o "doctores" (Mt. 7:29; Lc. 7:30), no constituían un grupo separado, porque su mayoría era farisea. Intérpretes profesionales de las leyes civiles y religiosas de Moisés, su trabajo consistía en aplicar estas leyes a los asuntos de la vida diaria. Su interpretación colectiva de la ley mosaica, más tarde codificada en la Mishná y el Talmud, constituyó la "tradición" contra la que Cristo habló tan definidamente. Sin embargo, se debería recordar que sólo una pequeña fracción de la población de Palestina pertenecía a estas sectas políticas y religiosas, y que las grandes masas no tenían educación y eran despreciados por los líderes por causa de su ignorancia y laxa observancia de los ritos. Entre estas personas sencillas hizo Jesús la mayor parte de su obra y con quienes fue clasificado por la así llamada elite de su tiempo. Era la gente común -muchos de los cuales temían a Dios y tomaban en serio su religión-, la que lo escuchaba "de buena gana" (Mr. 12:37). En los días de Cristo había quienes fervientemente esperaban el Mesías (Mr. 15:43; Lc. 2:25, 36-38). La literatura judía extrabíblica anterior a Cristo, como también la posterior a él refleja un gran interés en su venida y el establecimiento de su reino. Las interminables y sangrientas guerras del período herodiano-romano, el gran terremoto del 31 a.C. (en el que miles de personas murieron) y la hambruna desastrosa del 25-24 a.C. fueron considerados como señales de la cercanía de la venida del Mesías. También había en todo el mundo gentil 634 gran expectativa por un salvador. Cuando Augusto subió al trono (27 a.C.) y siglos de luchas dieron lugar a una paz casi universal, los sentimientos populares aplicaron leyendas y profecías mesiánicas a él. En la mente de muchos su largo y tranquilo reinado parecía justificar esta opinión. De esta expectativa mesiánica general, el historiador romano Suetonio escribió: "Se había difundido por todo el Oriente una antigua y firme creencia de que la suerte quería que en ese tiempo hombres salidos de Judea Gobernaran al mundo. A esta predicción, referida al emperador de Roma, como surgía de los acontecimientos, la gente de Judea la tomo para sí misma". Otro historiador romano, Tácito, atribuyo la rebelión judía (que terminó con la destrucción de Jerusalén en el 70 d.C.) a esta esperanza mesiánica de los judíos: la creencia de que uno de su raza estaba destinado a gobernar al mundo. III. Cronología de la vida de Cristo No se conoce con precisión las fechas exactas del nacimiento, ministerio y la muerte de Cristo, pero se las puede determinar con razonable exactitud.
Sobre la base del registro de los Evangelios sinópticos (Mt., Mr. y Lc.) se podría llegar a la conclusión de que el ministerio de Jesús duró poco más que un año, ya que sólo se mencionan incidentes relacionados con 2 Pascuas. Sin embargo, Juan menciona 3 (Jn. 2:13, 23; 6:4; 13:1) y una "fiesta de los judíos" no especificada (5:1 ). El encarcelamiento y la muerte de Juan el Bautista, tomados en relación con los eventos registrados del ministerio de Cristo, ayudan a determinar que esta fiesta, cuyo nombre se omitió, probablemente también fue una Pascua. Cuatro Pascuas fijarían la duración del ministerio de Cristo en 3 1/2 años. Los datos de estos eventos se pueden interpretar así: De acuerdo con Mt. 4:12 y Mr. 1:14. fue el encarcelamiento de Juan el Bautista lo que indujo a Jesús a trasladar sus labores de Judea a Galilea y, según Mt. 14:10-21(cf Jn. 6:4-15), Juan fue decapitado en la época de la Pascua y un año antes de la muerte de Jesús en la cruz (cf Jn. 11:55). Además, el ministerio público en Galilea terminó en la época de la Pascua, un año antes de la crucifixión (cf Jn. 5:1; 6:66). El ministerio galileo coincide así con el período del encarcelamiento de Juan. Ahora bien, el ministerio de Jesús en Judea comenzó inmediatamente después de la Pascua, en la primavera que siguió a su bautismo -es decir, la primavera del 28 d.C.-, y siguio por un tiempo no especificado pero algo extenso (2:13, 23; 3:22, 26, 30; 4:1). Pero "Juan no había sido aún encarcelado" durante el ministerio de Jesús en Judea (3:22, 24). Para evitar controversias entre sus discípulos y los de Juan (3:25-4:3), interrumpió temporariamente sus labores en Judea y fue a Galilea, pasando por Samaria (4:3, 4). Por tanto, los incidentes de Jn. 4 -en Samaria y Caná de Galilea- ocurrieron mientras Juan todavía estaba en libertad y, por consiguiente, antes de la iniciación formal del ministerio de Jesús en Galilea. Por cuanto no había probablemente suficiente tiempo entre la Pascua de 2:13, 23 y la fiesta de Pentecostés (7 semanas más tarde para los eventos de los cps 3 y 4), la "fiesta" de 5:1 no pudo ocurrir antes de la de los Tabernáculos (6 meses después de la Pascua). Pero si la de 5:1 se debe considerar la de los Tabernáculos de ese año, es necesario llegar a la conclusión, sobre la base de los hechos ya notados, que todos los eventos y desarrollos registrados en relación con el ministerio de Jesus en Galilea conducen a la conclusión de que sería imposible comprimir el ministerio galileo en un período de 6 meses. Por tanto, es razonable llegar a la conclusión de que la "fiesta" de Jn. 5:1 fue la 2ª Pascua del ministerio de Jesús (cf 2:13-15; un año después de la Pascua de 2:13, 23, y un año antes de la Pascua de 6:4), y que su ministerio se extendió por un período de 3 1/2 años. Si se fija su bautismo en el otoño del 27 d.C., su ministerio se extendió hasta la primavera del 31 d.C. Sobre la base de este esquema cronológico, pasaron unos 6 meses entre su bautismo (otoño del 27 d.C.) y la 1ª Pascua (primavera del 28 d.C.). Durante este tiempo Jesús trabajó tranquilamente en Judea y Galilea sin atraer la atención del público. Entre la 1ª y la 2ª Pascuas (28 y 29 d.C.) su trabajo se centró principalmente en Judea. El ministerio en Galilea ocupó el año siguiente, hasta el tiempo de la Pascua del 30 d.C. Desde esta Pascua, la 3ª, hasta la fiesta de los Tabernáculos (otoño siguiente), Jesús interrumpió su ministerio público en Galilea y pasó bastante tiempo en las regiones de los gentiles al norte y al este, y en conversaciones privadas con sus discípulos. Desde la fiesta de los Tabernáculos hasta la 4ª, Pascua (primavera del 31 d.C.), trabajó principalmente en Samaria y en Perea. Sólo Juan (cps 2-5) informa 1 1/2 año del ministerio de Jesús (otoño del 27 d.C. hasta la Pascua del 29 a.C.). Los escritores sinópticos cubren con detalle el año del ministerio en Galilea y los 6 meses de su retiro (Pascua del 29 d.C. hasta la fiesta de los Tabernáculos del 30 d.C.). Juan relata sólo 2 o 3 eventos de este período (cp 6). Lucas (cps 9-19) es nuestra principal fuente de lo que Jesús hizo durante los 6 meses finales en Samaria y en Perea, hasta la Pascua del 31 d.C. La designación formal de los Doce como apóstoles no ocurrió hasta el verano del 29 d.C., más o menos a mitad del ministerio de 3 1/2 años. El último año de este período está claramente señalado por las Pascuas mencionadas en Jn. 6:4 y 11:55, quizá las de los años 30 y 31 d.C., respectivamente.
IV. Vida y ministerio público 1. De la infancia a la adultez Jesús nació en Belén, la ciudad de David, para poder identificarse más fácilmente como el Hijo de David y, por ello, el Mesías de las profecías del AT (Lc. 2:1-7; cf Mi. 5:2). Al 8º día fue circuncidado (Lc. 2:21), por cuanto la circuncisión era el signo del pacto y un compromiso de obediencia a sus requerimientos. Jesús nació "bajo la ley" de Moisés y se sometió a su jurisdicción (Gá. 4:4). Más tarde, José y María lo llevaron al templo para la ceremonia de la dedicación del primogénito (Lc. 2:22-39; cf Lv. 12:1-4). Desde muy temprano este rito había sido seguido por los hebreos como reconocimiento de la promesa de Dios de dar su Primogénito para salvar a los perdidos. En el caso de Jesús fue un reconocimiento del acto de Dios de dar a su Hijo al mundo, y el de la dedicación del Hijo a la obra que había venido a hacer. Después de la visita de los magos (Mt. 2:1-12), mediante los cuales Dios llamó la atención de los dirigentes de la nación judía al nacimiento de su Hijo, José y María se refugiaron por breve tiempo en Egipto de la furiosa persecución de Herodes (Mt. 2:13-18). De regreso a Palestina, por instrucción divina se establecieron en Galilea y no en Judea, sin duda para evitar el estado de anarquía que prevalecía allí durante el turbulento reinado de Arquelao (Mt. 2:19-23; Lc. 2:39, 40). Se consideraba que a la edad de 12 años un varón judío pasaba el umbral de la niñez a la juventud. Como "hijo de la ley" llegaba a ser personalmente responsable de cumplir los requisitos de la religión judía, y se esperaba que participara en sus sagrados servicios y fiestas. De acuerdo con esto, a la edad de 12 años Jesús asistió a su 1ª Pascua, donde por primera vez dio evidencia de comprender su propia relación especial con el Padre y la misión de su vida (Lc. 2:41-50). 2. Ministerio público temprano El bautismo de Jesús y su ungimiento con el Espíritu Santo, posiblemente en la época de la fiesta de los Tabernáculos (otoño del 27 d.C.), fue para él un acto de consagración a la tarea de su vida, que lo separó para el ministerio (Mt. 3:13-17; cf Hch. 10:38). El Padre declaró públicamente que Jesús era su propio Hijo (Mt. 3:17), y Juan el Bautista reconoció la señal que se le había indicado para identificar al Cordero de Dios (Jn. 1:31-34). Después de su bautismo, se retiró al desierto para contemplar su misión. Allí, el tentador lo sometió a pruebas destinadas a apelar a sus sentidos, al orgullo y al logro de su propia misión. Antes que pudiera salir a salvar a los hombres, él mismo debía obtener la victoria sobre el tentador (Mt. 4:1-11; cf He. 2:18). Más tarde regresó al Jordán, donde Juan estaba predicando (Jn. 1:28-34), y poco después reunió a su alrededor un pequeño grupo de seguidores: Juan, Andrés, Simón, Felipe y Natanael (vs. 35-51). Su 1er milagro, en Caná de Galilea (2:1-11), fortaleció la fe de ellos en él como el Mesías y les dio una oportunidad de dar testimonio de su nueva fe a otros.
3. Ministerio en Judea Con la limpieza del templo en la época de la Pascua (la primavera siguiente, unos 6 meses después de su bautismo), Jesús anunció públicamente su misión de limpiar los corazones de los hombres de la contaminación del pecado (Jn. 2:13-17). Desafiado por las autoridades del templo por este acto, señaló hacia adelante en forma velada a su muerte en la cruz como el medio por el cual se proponía limpiar el templo del alma (vs 18-22). La visita nocturna de Nicodemo, un consejero importante, dio a Jesús una oportunidad, bien al principio de su ministerio, de explicar el propósito de su misión a un miembro del Sanedrín (Jn. 3:1-21) cuya mente era receptiva. Más tarde, Nicodemo pudo desbaratar temporariamente los intentos de los sacerdotes para destruir a Jesús (cf 7:50-53). Saliendo de Jerusalén, ministro por un período prolongado en Judea (3:22). La gente se agolpaba para escucharlo, y la marea de popularidad gradualmente pasó de Juan a Jesús (4:1). Cuando esto afectó a los discípulos de Juan (3:25-36), Jesús, deseando evitar toda ocasión de incomprensiones y disensiones, calladamente dejó sus labores y se retiró, por un tiempo, a Galilea (4:1-3). Aprovechó esta interrupción de su ministerio en Judea para preparar el camino para su posterior ministerio exitoso en Samaria y en Galilea. A su regreso a Jerusalén (la Pascua del 29 d.C.) sanó en sábado a un paralítico junto al estanque de Betesda, tal vez el caso peor y más conocido de cuantos se encontraban allí (5:1-15). Los dirigentes judíos habían tenido un año entero para observar a Jesús y evaluar su mensaje, y Cristo sin duda quería que este milagro los condujera a una decisión abierta. Acusado por los judíos de quebrantar el sábado, se defendió afirmando: "Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo" (vs 16-18). Tenían ante sí diversas evidencias de su calidad de Mesías: A. Habían oído y profesaban aceptar el mensaje de Juan el Bautista, y Juan había declarado que Jesús era el Hijo de Dios (vs 32-35; cf 1:31, 34). B. Los muchos milagros que había realizado durante su ministerio en Judea (2:23) y, en particular, la curación del hombre paralítico ese mismo sábado, testificaban acerca de su afirmación (5:16). Por estar haciendo las obras de su Padre (v 36; cf v 17) testificaba de que había venido del Padre. C. El Padre mismo había declarado que era su Hijo (vs 37, 38). D. La evidencia suprema del mesianismo de Jesús era la que se encontraba en los escritos de Moisés que ellos profesaban aceptar, y que serían sus acusadores si lo rechazaban (vs 39-47). Los sacerdotes y gobernantes sin duda hubieran matado a Jesús allí mismo si se hubiesen atrevido, pero temieron los sentimientos populares que estaban demasiado en su favor (cf Jn. 5:16, 18). Sin embargo, rechazaron sus afirmaciones y decidieron quitarle la vida en algún momento futuro (v 18). De allí en adelante, los escritores evangélicos mencionan con frecuencia a espías enviados para observar a Jesús e informar lo que hacía y decía, lo que mostraba que los sacerdotes y gobernantes intentaban consolidar acusaciones contra él (cf Lc. 11:54; 20:20; etc.). También, por esta época, Herodes Antipas encarceló a Juan el Bautista (Lc. 3:19, 20). Estos 2 eventos -el rechazo por el Sanedrín y el encarcelamiento de Juan el Bautista- señalan el fin del ministerio de Jesús en Judea (Mt. 4:12; cf Jn. 7:1). Para evitar conflictos sin sentido con los maestros de Jerusalén, desde entonces restringió sus labores principalmente a Galilea y, en realidad, no volvió a Jerusalén hasta la fiesta de los Tabernáculos (1 1/2 año más tarde). 4. Ministerio en Galilea Los galileos eran menos complicados y menos dominados por sus dirigentes que los judíos de Judea, y sus mentes estaban más abiertas para recibir la verdad. Durante su ministerio en Galilea el entusiasmo creció tanto que se vio obligado, algunas veces, a esconderse para que las autoridades romanas no tuvieran ocasión de temer una insurrección. Por un tiempo pareció que los galileos lo recibirían como el Mesías. Abrió su obra en Galilea, en Nazaret, cuya población lo conocía mejor y deberían haber sido los que estuvieran mejor preparados para darle la bienvenida (Lc. 4:16-30). En la sinagoga, el sábado les explicó la naturaleza y el propósito de su misión, pero ellos rehusaron aceptarlo y quisieron quitarle la vida. Dejando Nazaret, Jesús hizo de Capernaum su centro de labores en Galilea (Mt. 4:13-17). Junto al mar, una mañana llamó a Pedro y Andrés, y a Jacobo y a Juan para que se le unieran como colaboradores suyos y lo siguieran como discípulos de tiempo completo (Lc. 5:1-11; cf Mt. 4:18-22). Los sentimientos subieron tanto de tono, que Jesús se sintió impulsado a abandonar Capernaum por un tiempo y trabajar en otra parte (Mr. 1:28, 33, 37, 38). Así salió en su 1er viaje por los pueblos y las aldeas de Galilea, proclamado que "el reino de Dios" se había "acercado" (Mr. 1:14, 15; Lc. 4:31, 43). De regreso en Capernaum, sanó al paralítico que había sido bajado por el techo (Mr. 2:1-12). Como testigos del milagro había una delegación de "fariseos y doctores de la ley" de todas partes de Judea y de Galilea y también representantes de las autoridades de Jerusalén (Lc. 5:17) que sin duda habían venido para investigar y estorbar sus labores exitosas. Al perdonar y sanar al paralítico, les dio una evidencia indiscutible del poder del Cielo en operación, y que su autoridad era divina (vs 18-24). El fracaso de los intentos de desacreditar a Jesús es evidente por el aumento de la popularidad que caracterizaba su obra (cf Mr. 3:7, 8). Durante el intervalo entre la 1ª y la 2ª gira por Galilea, Jesús ordenó a 12 de sus seguidores para que fueran apóstoles (Mr. 3:13-19). El mismo día (véase Lc. 6:13-20) presentó el Sermón del Monte, dirigido primariamente a sus discípulos, pero que oyó también una gran multitud (Mt. 5-7). En este sermón, que se puede considerar como el discurso inaugural de Jesús como Rey del reino de la gracia divina y como su constitución, planteó sus principios fundamentales. Poco después salió en su 2ª gira por Galilea (Lc. 8:1-3), que está descripta con más detalles que cualquiera de las otras. Durante ella, demostró el poder de su reino y su valor para los hombres. Se inició (7:11-17) y terminó (Mr. 5:21-43) con revelaciones de su potestad sobre la muerte. Jesús también demostró su dominio sobre la naturaleza (Mt. 8:23-27) y sobre los demonios (Mt. 12:22-45; Mr. 5:1-20). Como Rey del reino de la gracia divina, Jesús podía liberar a los hombres del temor a la muerte, a los elementos de la naturaleza y a los demonios, lo que resumía muy bien los temores populares de la época. Durante esta gira Jesús dio su sermón junto al mar (Mt. 13:1-53), con una serie de parábolas en las que presenta los mismos principios que había enseñado de un modo más formal en el Sermón del Monte. En su 3ª gira por Galilea envió a los Doce, de 2 en 2, para adquirir experiencia en la evangelización personal (9:36-11:1). En su ausencia, en compañía de otros discípulos, visitó de nuevo Nazaret, donde sus conciudadanos lo rechazaron por 2ª vez (Mr. 6:1-6). Esta gira terminó por el tiempo de la Pascua (primavera del 30 d.C.). La evidencia del poder divino en el milagro de los panes y los peces (vs 30-44) fue aceptada por los 5.000 hombres presentes como la prueba cumbre de que el Libertador largamente esperado estaba entre ellos. Tenían un hombre que podía alimentar a todo un ejército, sanar a todos los soldados heridos y aun levantarlos de los muertos, conquistar las naciones, restaurar el dominio a Israel y transformar a Judea en un paraíso terrenal, como lo habían predicho los profetas de la antigüedad. Quisieron coronarlo rey, pero se rehusó (Jn. 6:14, 15). Este fue el punto culminante de su ministerio. Después de una noche de tormenta en el mar (Mt. 14:22-36) regresó a Capernaum, donde dio el sermón sobre el Pan de Vida (Jn. 6:25-7:1). La gente que había pensado en Jesús como gobernante de un reino terrenal ahora se dio cuenta de que el suyo era un reino espiritual, y la mayoría de ellos "se volvieron atrás" (Jn. 6:66). La corriente del entusiasmo popular se volvió contra Jesús en Galilea como había ocurrido en Judea un año antes. 5. Retiros momentáneos Jesús ahora suspendió sus labores públicas en favor del pueblo de Galilea. Rechazado por los líderes y por el pueblo, percibió que su obra estaba llegando rápidamente a su conclusión. Ante él se erguían en un vívido bosquejo las escenas de su sufrimiento y muerte, pero ni sus discípulos lo entendieron. Como la gente en general, todavía concebían su reino como un dominio terrenal. En repetidas ocasiones Jesús volvió a analizar con ellos su condición de Mesías y su misión en un esfuerzo por prepararlos para el gran chasco que experimentarían. En Cesarea de Filipo (Mt. 16:13-28), sobre el Monte de la Transfiguración (17:1-13), Y mientras andaban por el camino (vs 22, 23), les explicó que como Mesías tenía que sufrir y morir. También, durante ese período, se retiró a las regiones no judías de Fenicia (1 5:21-28), Cesarea de Filipo (16:13-28) y a Decápolis (Mr. 7: 31-8:10), intentando despertar en sus discípulos un sentido de responsabilidad por lo paganos. La confesión de fe en Cesarea de Filipo (Mt. 16:13-20) señaló un punto notable en la relación de los discípulos hacia Jesús. Su comprensión de la misión de Cristo había crecido durante el tiempo de su asociación con él. Ahora, por la vez, dieron evidencia de su aprecio por ella. 6. Ministerio en Samaria y Perea En el otoño de ese año, Jesús y sus discípulos asistieron a la fiesta de los Tabernáculos (Jn. 7:2-13). Esta fue su 1ª visita a Jerusalén desde la curación del paralítico junto al estanque de Betesda y el rechazo del Sanedrín unos 18 meses antes. El tema de Cristo como el Mesías estaba en la mente de todos, y sabían también del complot contra su vida (Jn. 7:25-31). Había una clara división de opinión acerca de si Jesús debía ser aceptado como Mesías o debía ser muerto (vs 40-44). Cuando hubo un intento de arrestar a Jesús, Nicodemo silenció a los complotadores (vs 45-53). Se hizo otro intento de entramparlo (8:2-11). Mientras estaba enseñando en el templo, las autoridades lo desafiaron otra vez, y él, a su vez, abiertamente afirmó que Dios era su Padre y se declaró el Enviado de Dios. Como resultado intentaron apedrearle allí mismo (vs 12-59). Sin embareo, escapó (v 59), y aparentemente regresó brevemente a Galilea antes de salir de allí en su último viaje a Jerusalén (cf Lc. 9:51-56). Los siguientes meses Jesús los pasó trabajando en Samaria y Perea, y envió a los 70 en su misión (Lc. 10:1-24). Poco se sabe de la ruta exacta que tomó Jesús, pero Lucas registra en forma completa las parábolas y las experiencias de este período (9:51-18: 34). Ahora se movía públicamente y enviaba mensajeros delante de sí que anunciaban su llegada (9:52; 10:1); avanzaba hacia el escenario de su gran sacrificio, y la atención de la gente debía ser dirigida hacia él. Durante su estadía en Perea, la multitud otra vez se reunió a su alrededor como lo había hecho en los primeros días de su ministerio en Galilea (12:1). Unos 3 meses antes de la Pascua subió a Jerusalén para asistir a la fiesta de la Dedicación (Jn. 10:22). Las autoridades otra vez se acercaron a él en el templo, exigiéndole: "Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente" (v 24). Después de una breve discusión, los judíos volvieron a tomar piedras para apedrearle por hacerse Dios (vs 25-33). Un poco más tarde procuraron arrestarlo, pero otra vez escapó de sus manos y regresó a Perea (vs 39, 40). La muerte de Lázaro, pocas semanas antes de la crucifixión, le hizo regresar brevemente a la región de Jerusalén, donde realizó su milagro supremo, en presencia de una cantidad de dirigentes judíos, que puso de manifiesto evidencias que los sacerdotes no podían negar ni malinterpretar (11:1-44). Este milagro estampó el sello de Dios sobre la obra de Jesús como el Mesías, pero cuando los dirigentes de Jerusalén fueron informados al respecto (vs 45, 46), decidieron quitar a Jesús de su camino en la oportunidad que se les presentara (Jn. 11:47-53). Esta evidencia del poder sobre la muerte fue la prueba culminante de que en la persona de Jesús, Dios había realmente enviado a su Hijo al mundo para salvar a los hombres del pecado y de su penalidad, la muerte. Los saduceos, que negaban una vida después de la muerte, estaban sin duda completamente alarmados, y se unieron con los fariseos en una decidida determinación de silenciar a Jesús. No deseando apresurar la crisis antes de tiempo, Jesús otra vez se retiró de Jerusalén por una temporada (v 54). Regresar Arriba 7. Ministerio final en Jerusalén Unas pocas semanas después de la resurrección de Lázaro, Jesús dirigió sus pasos una vez más hacia Jerusalén. Pasó el sábado en Betania (Jn. 12:1) donde Simón le ofreció un banquete (Mt. 26:6-13; cf Lc. 7:36-50). Por ese tiempo, Judas fue al palacio del sumo sacerdote y se ofreció para traicionar a Jesús y entregarlo en sus manos (Mt. 26:14,15). El domingo Jesús entró triunfalmente en Jerusalén, manifestándose públicamente como el Mesías-Rey (21:1-11). El entusiasmo del pueblo que había venido a Jerusalén para la Pascua llegó a un punto muy alto y lo saludaron como rey. Sus discípulos sin duda tomaron su aceptación de estos homenajes como prueba de que sus acariciadas esperanzas estaban a punto de cumplirse, y la multitud creyó que la hora de su emancipación del yugo romano estaba por llegar. Jesús sabía que estos actos lo llevarían a la cruz, pero era su propósito llamar públicamente la atención de todos al sacrificio que estaba a punto de realizar. El lunes limpió el templo por 2ª vez (Mt. 21:12-17), repitiendo al fin de su ministerio el mismo acto con el que había iniciado su obra 3 años antes. Esto era un desafío directo a la autoridad de los sacerdotes y gobernantes. Cuando disputaron su derecho a actuar del modo en que lo hizo - "¿Con qué autoridad haces estas cosas?" (v 23)- les contestó de modo que revelaron su incompetencia para evaluar sus credenciales como Mesías (vs 24-27). Con una serie de parábolas (21:28-22:14) describió el curso que los dirigentes judíos estaban tomando al rechazarlo como el Mesías, y en sus respuestas a una serie de preguntas que le hicieron (22:15-46) refutó a sus críticos al punto de que ninguno de ellos se atrevió a preguntarle más (v 46). Después de exponer públicamente el carácter corrupto de los escribas y fariseos, Jesús se apartó del templo para siempre (Mt. 23) declarando: "He aquí vuestra casa os es dejada desierta" (v 38); apenas el día anterior se había referido al templo como "mi casa" (21:13). Con esta declaración desheredó a la nación judía de la relación de pacto. Le quitó "el reino de Dios" para darlo "a gente que produzca los frutos de él" (v 43). Esa noche Jesús se apartó al monte de los Olivos, y a la pregunta de sus discípulos (Mr. 13:3) bosquejó lo que todavía debía ocurrir antes del establecimiento de su reino visible sobre la tierra (Mt. 24 y 25). El miércoles de la semana de la pasión lo pasó aislado con sus discípulos. El jueves de noche celebró la Pascua con ellos, y a su vez instituyó la Cena del Señor (Lc. 22:14-30; Mt. 26:26-29; Jn. 13:1-20). Después de la cena les dio extensos consejos acerca del futuro y de su regreso (Jn. 14-16). Al entrar al jardín del Getsemaní, el peso de los pecados del mundo cayó sobre él (Mt. 26:37) y le pareció que quedaba aislado de la luz de la presencia de su Padre para experimentar la suerte del pecador: la eterna separación de Dios. Torturado por ese temor -porque en su humanidad no pudiera soportar el sufrimiento que estaba delante de él- y angustiado por el rechazo de quienes habían venido a salvar, fue tentado a abandonar su misión y dejar que la raza humana cargara con las consecuencias de sus pecados (cf Mt. 26: 39, 42). Pero bebió la copa del sufrimiento hasta las heces. Al caer moribundo al suelo, sintiendo los sufrimientos de la muerte por todos los hombres, un ángel del cielo vino a fortalecerle para soportar las horas de tortura que quedaban delante de él (Mt. 26:30-56; Lc. 22:43). Esa noche Jesús fue arrestado y llevado primero ante las autoridades judías (Jn. 18:13-24; Mt. 26:57-75; Lc. 22:66-71), y más tarde ante Pilato (Jn. 18:28-19:16) y ante Herodes (Lc. 23:6-12). Jesús fue condenado a muerte por algunos judíos, y la sentencia recibió una vacilante ratificación del procurador romano. Ese mismo día Jesús fue conducido para su crucifixión (Jn. 19:17-37). Con su muerte en la cruz, pagó la penalidad del pecado y vindicó la justicia y la misericordia de Dios. Al pie de la cruz, el egoísmo y el odio de un ser creado que aspiró ser igual a Dios, pero que se interesaba muy poco en Dios al punto de estar dispuesto a asesinar al Hijo de Dios, se enfrentaron cara a cara con el abnegado amor del Creador, que se preocupó tanto por los seres que había creado, que estuvo dispuesto a tomar la naturaleza de un esclavo y morir la muerte de un criminal con el fin de salvarlos de sus propios caminos perversos (3:16). La cruz demostró que Dios podía ser tanto misericordioso como justo cuando perdona a los hombres sus pecados (cf Ro. 3:21-26). Jesús murió en la cruz más o menos a la hora del sacrificio el viernes de tarde, y se levantó de entre los muertos el siguiente domingo de mañana (Mt. 27:45-56; 28:1-15). Después de su resurrección, quedó en la Tierra un tiempo más con el fin de que sus discípulos se familiarizaran con él como un ser resucitado y glorificado. Sus repetidas apariciones (Lc. 24:13-45; Jn. 20:19-21,25; etc.) autenticaron la resurrección. Cuarenta días más tarde ascendió al Padre, concluyendo así su ministerio terrenal (Lc. 24:50-53). "Subo a mi Padre y a vuestro Padre", dijo Jesús (Jn. 20:17). Sus instrucciones de despedida a sus seguidores eran que debían Proclamar las buenas noticias del evangelio a todo el mundo (Mt. 28:19, 20). La confianza de que Jesús verdaderamente había surgido de la tumba y había ascendido al Padre (Lc. 24:50-53) dio un poder dinámico al evangelio mientras los apóstoles salieron a proclamarlo a todo el mundo conocido en esa generación (Hch. 4:10; 2 P. 1:16-18; 1 Jn. 1:13). |
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