Reynaú Omán S. Marroquín, México
Detalle de la cena en Emaus, (1606), Caravaggio
I. Lectura del evangelio:
“Aquel mismo día hubo dos discípulos que iban camino de un pueblito llamado Emaús, distante unos diez kilómetros de Jerusalén, y comentaban lo sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero estaban cegados y no podían reconocerlo. Jesús les dijo: ¿Qué conversación es esa que se traen por el camino?
Se detuvieron, con la cara triste, y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó: ¿Eres tú el único de paso en Jerusalén que no se ha enterado de lo ocurrido estos días en la ciudad? Él les preguntó: ¿De qué? Contestaron: De lo de Jesús Nazareno, que resultó ser un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo; de cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron, cuando nosotros esperábamos que él fuera el liberador de Israel. Pero, además de todo eso, con hoy son ya tres días que ocurrió. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han dado un susto: fueron muy de mañana al sepulcro y, no encontrando su cuerpo, volvieron contando incluso que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro, y lo encontraron tal y como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron.
Entonces Jesús les dijo: ¡Qué torpes son ustedes y qué lentos para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No tenía el Mesías que sufrir todo eso para entrar en su gloria? Y comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura. Cerca ya de la aldea adonde iban, hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le insistieron diciendo: Quédate con nosotros, que está atardeciendo y el día va ya de caída.
Él entró para quedarse. Recostado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo ofreció. Se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero él desapareció. Entonces comentaron: ¿No estábamos en ascuas mientras nos hablaba por el camino explicándonos las escrituras?
Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que decían: Era verdad: ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón. Ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.” Según Lucas 24: 13- 35.
II. Sección poética:
Jesús, el eterno caminante
sale al encuentro de sus discípulos
que van de Jerusalén a Emaús
después de su resurrección triunfante.
¿De qué hablan ustedes por el camino?
Pregunta a los viajeros que transitan
con el rostro triste y los ojos velados.
¿Qué no sabes lo que ha pasado?
Responde uno de ellos en voz queda.
Para sorpresa de los caminantes
Jesús comienza a caminar con ellos.
Se solidariza en la tristeza y el peligro
y les recuerda que el camino no termina.
Que es posible continuar sin desmayar
haciendo camino con Él al andar.
III. Comentario pastoral:
El relato En el camino a Emaús llega a nosotros a través de los redactores del evangelio Según Marcos y Según Lucas; uno es breve y el otro descriptivo; razón por la que optamos comentar el relato Según Lucas.
El primer día de la semana, después de la crucifixión de Jesús, sus seguidores y seguidoras que permanecían en Jerusalén, despertaron tristes y perplejos; aún no daban crédito de lo acontecido en el Gólgota dos días antes. La principal noticia que circulaba por Jerusalén y sus alrededores era que Jesús había muerto. Quienes le lloraban eran aquellos que fueron sanados, aceptados y perdonados por él. Quienes celebraban su muerte eran aquellos cuyos intereses fueron confrontados por el mensaje y testimonio de Jesús.
Los guardias seguían vigilando las calles de Jerusalén para evitar posibles actos subversivos de los seguidores de Jesús; éstos, permanecían ocultos en escondrijos por miedo a las represalias de quienes decretaron la muerte del Maestro. Un grupo de mujeres, seguidas por Pedro, llegaron diciendo que el sepulcro estaba vacío y que Jesús les había salido al encuentro y enviado a proclamar esa buena nueva a los suyos.
Diversidad de sentimientos calaban el ser de los seguidores y seguidoras de Jesús, sumergiéndolos en una actitud de indecisión y de permanecer en Jerusalén, mientras que otros, deseaban trasladarse a algún lugar cercano de Jerusalén. Tal fue el caso de Cleofás y el otro discípulo que decidieron dejar Jerusalén, el primer día de la semana, y emprender un camino de aproximadamente once kilómetros con destino a un pueblito llamado Emaús.
Ha resultado difícil ubicar con precisión ese lugar sobre todo por el parámetro longitudinal inmerso en el texto bíblico. Esta falta de precisión geográfica ha llevado permite que unos afirmen que los once kilómetros de Jerusalén a Emaús hacen alusión a la distancia total recorrida entre la ida y la vuelta de los dos discípulos.
Tres años atrás, Jesucristo aconsejó a sus discípulos: “No tomar nada para el camino, ni bordón, ni alforja, ni pan, ni dinero; ni llevar dos túnicas.”1 La propuesta de Jesús era “caminar ligeros de equipaje, proclamando el reino de Dios y su justicia.”
Cleofás y su compañero de trinchera dejan Jerusalén y comienzan a caminar hacia Emaús un primer día de la semana. Mientras caminan van conversando y discutiendo sobre lo acontecido en Jerusalén durante la semana que apenas transcurrió.
¿Cuál es el tenor de las palabras de quienes han sufrido la pérdida de un ser querido, sobre todo si saben que la muerte ha sido provocada por un grupo de personas a quienes conocen muy bien? ¿Qué siente una madre frente al féretro donde reposa el cuerpo de su hijo o hija, asesinado brutalmente por individuos inconformes con quienes luchan por la justicia y por el respeto de los derechos humanos? Hay tristeza y dolor en el corazón de los que lloran por la muerte de un luchador social. Es como si arrancaran una parte de la piel al rojo vivo. Segundo a segundo sus palabras vienen a nuestra mente. Sus sonrisas y disparates resultan imborrables en el cuadro memorial. Por otro lado, hay coraje hacia los autores materiales e intelectuales que decretaron ese asesinato con premeditación, alevosía y ventaja. Más si ellos son portadores de credenciales que los acredite como procuradores de la justicia humana y divina. ¿Cómo es posible que sustituyan la justicia y el derecho por la corrupción y la injusticia? Hay una razón: los intereses personales de unos cuantos que se sirven del poder y de las leyes para justificar el logro y cuidado de su intereses malsanos.
Pues bien, Cleofás y el otro discípulo, cuya identidad desconocemos, conversan y cuestionan lo sucedido, mientras caminan a Emaús. Los verbos griegos ómilein y susetein (hablaban y discutían) aparecen en presente, infinitivo, activo. El segundo verbo resulta ser polisémico en este texto: puede indicar la inconformidad y el cuestionamiento de los dos caminantes hacia las actitudes de los que decretaron dar muerte a Jesús; por otro lado, puede denotar la incredulidad de ellos al no aceptar con facilidad el mensaje de las mujeres acerca de la resurrección de Jesús. De esto y muchas cosas iban conversando y discutiendo por el camino.
En una de las vueltas del camino, Jesús mismo se acercó y comenzó a caminar con ellos. El camino de los caminantes que conversan y discuten entre sí, lo asume Jesús. Decide acompañarles en sus tristezas e iniciar una conversación con ellos. Los ojos de ellos estaban velados, cansados por el sueño que no habían logrado conciliar las noches anteriores; por lo que les resultó difícil identificar a Jesús cuando les sale al encuentro.
¿Qué conversación es esa que se traen por el camino? Pregunta Jesús. Cleofás le responde: ¿Eres tú el único forastero que no sabe lo que ha pasado? Él les preguntó: ¿De qué? Contestaron: De lo de Jesús nazareno, que resultó ser un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo, de cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaran. En verdad, algunas mujeres nos han dado un susto: fueron de mañana al sepulcro y, no encontrando su cuerpo, volvieron contando que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaban vivo.
Los elementos principales que contiene la respuesta de los dos discípulos a Jesús son: afirmación de la identidad de Jesús Nazareno, su entrega y condena por los sumos sacerdotes y gobernantes, y, el mensaje de resurrección que recibieron de las mujeres. Llama la atención la afirmación acerca de la misión de Jesús: “resultó ser un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo.” El cumplimiento de su misión profética trajo como consecuencia la muerte que le dieron aquellas personas inconformes con su mensaje de opción preferencial por la justicia y por los excluidos. Un profeta verdadero, según el texto, no busca solamente lo de arriba y congraciarse con los poderosos de la tierra, antes bien “busca hacer realidad el reino de Dios y su justicia en la tierra.”
La respuesta de Jesús resultó ser inesperada y confrontativa: ¡Qué torpes son ustedes y que lentos para creer lo que anunciaron los profetas! Los calificativos griegos anóetoi y braméis (necios- insensatos y tardos) dan pautas para entender que lo que Jesús quiso decir a los dos caminantes fue que “eran unos necios, lentos para creer lo que estaba escrito, con la cabeza y el corazón más duros que una piedra.”
Inmediatamente, y para asombro de los dos discípulos, Jesús demostró que conocía las Escrituras al derecho y al revés: ¿No tenía el Mesías que sufrir todo esto para entrar en su gloria? Comenzando por Moisés y siguiendo por los Profetas, les explicó lo que se refería a Él en toda la Escritura. Les declara que la muerte no tiene la última palabra. Que ningún ser humano puede acabar con la vida de un profeta poderoso en palabras ante Dios y ante todo el pueblo.
El camino de Jerusalén a Emaús resultó ser más corto de lo esperado. Mientras se acercaban, Jesús dio a entender con sus gestos que el camino seguía para Él. Entonces los discípulos le insistieron: Quédate con nosotros, que está atardeciendo. La invitación fue aceptada por Él. Entró con ellos a un lugar y sentándose alrededor de la mesa, tomó el pan, pronunció la bendición y se lo ofreció. Inmediatamente se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero Él desapareció.
Jesús viene al encuentro de sus hijos e hijas; camina con ellos y ellas por todos los caminos y veredas de la vida; recuerda su misión profética en obras y palabras ante Dios y ante el pueblo y reitera los riesgos que corre quien asume ese ministerio. Viene al encuentro de sus hijos e hijas para quedarse y seguir haciendo camino.
Jesús conoce todas las realidades de vida de nuestros pueblos. Las acciones injustas de los poderosos. Los planes homicidas de los imperios conquistadores y explotadores. Camina con los suyos recordándoles que la muerte no tiene la última palabra. Esa es la razón por la que hemos de seguir el camino, sin prisa pero sin pausa, acompañados de Jesús, el eterno caminante, que propuso un modelo de vida cimentado en los valores de su evangelio: amor, justicia, servicio, cuidado, ternura y acompañamiento.
1 Lucas 9: 3.
No hay comentarios:
Publicar un comentario