Hugh Miller | |
Hugh Miller | |
Nacido | 1802 Cromarty |
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Fallecido | 1856 |
Nacionalidad | Escocia |
Profesión | Geología |
El siglo XIX fue una época en la que prosperó de una manera espectacular el estudio de la historia natural. Pero de todos los campos de estudio había uno que se empezó a considerar demasiado peligroso: la geología. Los fósiles de reptiles gigantes, la sucesión de estratos geológicos y todos los datos que se iban recopilando hablaban de otro mundo, de otra Tierra mucho más antigua de la cual no se hablaba en las Escrituras. Los geólogos no paraban de asegurar, en general, que el registro geológico y la Biblia no se contradecían. A pesar de ello, la gente se sentía cada vez más desconcertada, surgían cada vez más preguntas, en lugar de más respuestas, y la Iglesia, ante semejante situación, aconsejaba evitar estos temas.
Pero el ser humano es curioso por naturaleza, y lejos de seguir los consejos eclesiásticos, los descubrimientos y descubridores se multiplicaron sin cesar. Y entre ellos, vamos a rescatar la historia de un cortador de piedra, escritor y geólogo escocés que vivió en esta época: Hugh Miller.
Hugh Miller nació en Escocia en el año 1802. Ya desde joven soñaba con ser escritor, pero como hijo de herreros debía aprender algún oficio, en su caso, y debido a su robustez, cortador de piedra en una cantera. Desde el principio fue capaz de compaginar esta actividad con la escritura, la cual, debido a su trabajo, se fue centrando en la geología. Miller sintió verdadera pasión por las rocas y a base de estudio logró convertirse en un admirado experto en el tema por sus múltiples descubrimientos y sus meticulosas descripciones, como así lo atestiguan sus obras literarias: The Old Red Sandstone (1841), Footprints of the Creator (1849), Testimony of the Rocks (1868). Logró conquistar a los lectores con su forma de escribir llana y sin pretensiones, aunando en una sola persona al científico, al filósofo y al trabajador, lo que le permitió llegar a todos los públicos.
Además, Miller era profundamente creyente y se encontraba entre aquellos que aseguraban que no había discordancias entre las Sagradas Escrituras y los descubrimientos geológicos. La geología era una de las ramas de la ciencia que permitía contemplar la maravillosa obra de Dios, como cualquier otra, y respaldaba sin problemas los escritos bíblicos. Esta firme convicción era la que transmitía a través de sus libros, para tranquilidad de sus lectores.
Por otro lado, como bien sabemos, en esta época también se produjo otra revolución, que ya se venía gestando hacía tiempo, y es la que produjo la teoría de la evolución, cuyo punto álgido se alcanzó en el año 1859 con la publicación de la obra de Charles Darwin: On the Origin of Species by Means of Natural Selection.
Miller fue un acérrimo enemigo de la teoría de la evolución ya que, según él, estas ideas llevaban al ateismo y a la inmoralidad. Atacó con dureza los escritos de multitud de evolucionistas tales como Benoît de Maillet, Jean-Baptiste Lamarck o Robert Chambers, a los que tildaba de pseudocientíficos.
Sin embargo, Miller seguía trabajando, escribiendo y acumulando pruebas geológicas, y esto fue su perdición. Cada vez le era más difícil explicar los relatos bíblicos desde el punto de vista geológico. Es curioso ver la contradicción que existe entre sus primeras obras, donde afirma que la Tierra pudo ser creada en 6 días de 24 horas, y la última, Testimony of the Rocks (publicada póstumamente en 1868), donde admite que los días bíblicos podían representar millones de años.
Y fue mientras escribía la mencionada obra, cuando Miller comenzó a sufrir pesadillas, visiones y paranoias. Escribía aferrado a un cuchillo y una pistola, por miedo a que le atacaran. Comenzó a padecer terribles dolores de cabeza que le impedían escribir. Y fue empeorando hasta que el 23 de diciembre de 1856 se suicidó con su pistola.
Aunque los médicos de la época atribuyeron su locura a un exceso de fatiga cerebral, la opinión pública tenía su propia versión, y la atribuyó a la pretensión de Miller de querer reconciliar las pruebas geológicas que tenía con la Biblia.
Parecía demostrarse que la geología era realmente peligrosa y no era recomendable investigar al respecto. Nuevamente, la Iglesia advirtió de los peligros que el estudio de esta disciplina llevaba implícitos.
Y es que, como diría Périgord “lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible”. Aunque el caso de Miller es un tanto extremo, ya que acabó con su vida, es un claro ejemplo de lo absurdo que es pretender respaldar la Biblia (o cualquier otro libro religioso) con los descubrimientos científicos. A pesar de ello, Miller fue capaz de rectificar, como en el caso de la antigüedad de la Tierra… hace más de 150 años. Parece increíble que a estas alturas, con millones más de pruebas, aún haya quien pretenda justificar una Tierra joven o un diluvio universal. Miller tenía, al menos, una actitud crítica, científica, lo que le permitió rectificar (cualidad imprescindible en ciencia), cosa que veo improbable, por no decir imposible, en los fundamentalistas.
En cualquier caso, y aunque nos cueste más de un dolor de cabeza, creo firmemente que, con el tiempo, el creacionismo quedará relegado a una secta de unos pocos miles de personas, al igual que las sectas actuales defensoras de una Tierra plana o una Tierra hueca. Pero para ello habrá que seguir moviéndose.
Referencias:
Richard Milner. “Diccionario de la evolución” (1995). Págs.: 448-450.
http://oldearth.wordpress.com/2008/06/01/el-creacionista-que-enloquecio/
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