sábado, 29 de marzo de 2008

La Septuaginta (I)

La Septuaginta,
el Antiguo Testamento de Judíos y Cristianos

Esquema

1. Origen de la Septuaginta.

1.1. La traducción más primitiva del Antiguo Testamento.

1.2. Los “Setenta”.

1.3. Un “texto” inspirado para judíos y cristianos.

2. La Septuaginta y su importancia para el conocimiento de las versiones primitivas del Antiguo Testamento.

2.1. El estudio textual del Antiguo Testamento.

2.2. Fines de la traslación de los “LXX”.

3. La Septuaginta, un texto reconocido por judíos y cristianos.

4. La Septuaginta, la Biblia para los judíos de Palestina y la Diáspora.

5. Lectura de la Septuaginta por los cristianos.

5.1. Opiniones de los Padres.

5.2. Opinión de San Jerónimo.

5.3. Posiciones iluminativas de San Justino, San Agustín y Orígenes.

6. Opiniones hodiernas sobre la inspiración de la Septuaginta.

7. ¿Porqué el judaísmo rabínico abandonó la Septuaginta?

7.1. La confrontación con el Cristianismo y el abandono de la Septuaginta.

7.2. El abandono de la Septuaginta y los conflictos entre griegos y judíos.

8. La Biblia Hebrea y el Fariseísmo
8.1. Adopción de una única versión bíblica.

8.2. Los Fariseos: el Partido Popular.

8.3. La autoridad de los Escribas.

8.4. La “Escuela” de Hillel.

9. Los “comentarios exegéticos” del Fariseísmo Rabínico.

10. El problema de la fijación de una “lista” de libros de la Sagrada Escritura: el llamado “Canon” Fariseo.

11. Intentos tempranos de reemplazar la Septuaginta: la traducción del “Proto-Teodoción”.

12. Los Textos Proto Masoréticos.

12.1. La existencia de diversas tradiciones.

12.2. La “Masorah” y los “Textos Masoréticos”.

13. Conclusión.




1. Origen de la Septuaginta.

1.1. La traducción más primitiva del Antiguo Testamento.

Algunas de las interrogantes que surgen de la lectura de la Sagrada Escritura y particularmente del Antiguo Testamento versan sobre la antigüedad de los textos que poseemos de la Biblia. ¿Cual es la versión más primitiva conocida de aquellos libros, sagrados para judíos y cristianos? ¿Cuales fueron las versiones del Antiguo Testamento empleadas por el Señor Jesús y los primeros cristianos? ¿Cual fue la fuente de las referencias del Antiguo Testamento recogidas por el Nuevo Testamento? ¿Cual fue la versión del Antiguo Testamento con mayor difusión entre los primeros cristianos?

La versión en griego del Antiguo Testamento llamada “Septuaginta” constituye una de las fuentes más importantes para adentrarse en la antigüedad de los textos de la Sagrada Escritura, tal como los conoció el Señor Jesús. Estos escritos fueron fundamentales para los primeros cristianos, tanto de origen hebreo como gentil. La Septuaginta fue reconocida por la naciente Iglesia y leída con la devoción reservada a la Revelación de Dios.

La Septuaginta constituye un testimonio de fundamental importancia para remontarse al pasado más remoto de los textos del Antiguo Testamento. Es una fuente privilegiada para conocer las llamadas “versiones paleohebreas”, o “hebreas antiguas”, veneradas por el pueblo de Israel en épocas anteriores al Señor Jesús, e incluso leídas, escuchadas de boca de los rabinos y maestros y estudiadas por el mismo entorno del Salvador.

La Septuaginta conforma el conjunto de las fuentes veterotestamentarias con otros escritos venerables como los manuscritos bíblicos de Qumrán, el “Pentateuco Samaritano” y la “Peshitta”, la traducción del Antiguo Testamento del hebreo al idioma “siriaco”, realizada por judeocristianos a finales del siglo I A. de C. La llamada “Biblia Hebrea” o la “versión Masorética” es bastante posterior. La Biblia Masorética fue elaborada a lo largo del primer milenio, ulterior al Señor Jesús, publicándose recién en su forma definitiva alrededor del año 900 de la era cristiana.

La Septuaginta o, en diminutivo, los “LXX” (Setenta), constituye la primera traducción de la Ley Mosaica o “Pentateuco” y de los Profetas, a un idioma distinto al hebreo, lengua considerada “sagrada” por los fieles judíos. En los decenios posteriores se sumaron a la Septuaginta el resto de los “otros escritos” en hebreo antiguo o “paleohebreo” de la Biblia.
Esta monumental empresa literaria fue iniciada en Alejandría de Egipto durante el reinado de Ptolomeo II Filadelfo (285-247 A. de C.). Como documenta Julio Trebolle, “la traducción de todo un cuerpo de literatura hebrea a la lengua griega constituye un esfuerzo único de interpretación en todos los sentidos: ortografía, morfología, sintaxis, semántica, teología, etc.” (1).

La Iglesia cristiana primitiva adoptó la Septuaginta como “escritura sagrada”, sin reserva alguna. La mayoría de los textos del Antiguo Testamento citados por los Evangelistas y los Apóstoles pertenecen a los LXX.
Después de la Septuaginta, la más antigua e importante traducción del Antiguo Testamento en otro idioma fue la versión en lengua Siriaca o Aramea, llamada “Peshitta”, o “Traducción Simple”. Su origen se vincula a la conversión al judaísmo de los monarcas de Adiabene. La hebraización de la dinastía gobernante de este reino Sirio-Helénico ocurrió alrededor del año 40 D. de C. El manuscrito de mayor antigüedad descubierto de la “Peshitta” data del año 464 de la era cristiana. Dicho texto contiene parte del Pentateuco, aunque falta el libro de Levítico (2).

1.2. Los “Setenta”.
El Rey Ptolomeo II Filadelfo de Egipto fue un gran admirador de la cultura y las antigüedades. A Ptolomeo se atribuye la fundación del primer “Museo” -casa en honor de las “musas” que inspiraban a los artistas-. Según una carta atribuida a un judío helenizado llamado Aristeas, dirigida a su hermano Filócrates, Ptolomeo Filadelfo solicitó al Sumo Sacerdote Eleazar de Jerusalén la presencia de 72 sabios judíos (seis por cada tribu de Israel) con el fin de traducir la Torah (los libros de la Ley hebrea revelada por Yahvé al griego “koiné” para enriquecer la biblioteca de Alejandría.

El nombre de “Septuaginta” se origina en el número “redondeado” de sabios que habrían intervenido en la traducción, o más bien en la “transposición”, porque no se “tradujeron” solamente palabras y frases de una lengua a otra, sino se expresó con lucidez providencial el sentido auténtico de la Palabra de Dios.

A pesar del recurso a la narrativa empleado por Aristeas en su relato, la carta parece expresar los hechos esenciales que rodearon la traducción de los textos del Antiguo Testamento, particularmente el carácter sagrado del original hebreo, como de la traducción de los Setenta.
El filósofo judío Aristóbulo, que vivió en Alejandría durante el reinado de Tolomeo VI Filometor (181-145 A. d. C.), confirmó la existencia de la versión de los Setenta con anterioridad a la carta de Aristeas. Aristóbulo atribuyó incluso a Platón el conocimiento de la Ley Mosaica. El filósofo judío alejandrino relata en una carta al rey Tolomeo que “la completa traducción de todos los libros de la Ley (fue hecha) en los tiempos del Rey llamado Filadelfo, vuestro ancestro” (3).

1. 3. Un “texto” inspirado para judíos y cristianos.

Completada la transposición del Pentateuco al griego, se continuó con la traducción del resto de los libros sagrados. El proceso concluyó alrededor del año 150 A. de C. El texto griego de los “Setenta” fue adoptado por una significativa porción de judíos, tanto en Palestina como en la Diáspora. Los judíos “dispersos” se contaban en cientos de miles, exilados entre las naciones mediterráneas y del Lejano Oriente, especialmente Mesopotamia y Alejandría. Esta porción del pueblo hebreo hablaba griego y participaba de la cultura Helénica, extendida en Oriente desde Egipto, Etiopía, Palestina, Arabia, Siria, Asia Menor, Babilonia, Persia, adentrándose incluso hasta la frontera con la India.

El Pueblo Judío estimó la Septuaginta, desde sus orígenes, como “inspirada”, digna de ser leída y estudiada en las sinagogas. Tal opinión fue compartida por la naciente Iglesia cristiana, que asumió la Septuaginta como expresión auténtica de la Revelación divina. Los Evangelistas y los Apóstoles acudieron a los “LXX” cuando escrutaron las antiguas escrituras en busca de los anuncios proféticos revelados por el Padre sobre la venida redentora del Hijo.

Dejando de lado los elementos improbables o legendarios de la citada “Carta de Aristeas” (4), la intención del Rey Filadelfo estaba de acuerdo con la política cultural de los herederos del imperio de Alejandro Magno: emprender la helenización de la cuenca Mediterránea y del Oriente. Con ese propósito se quiso dotar a sus numerosos súbditos judíos con una versión de la Biblia en griego. En este sentido coinciden testimonios muy antiguos, como el de Aristóbulo (c. 150 A. de C.), de Filón de Alejandría, de Flavio Josefo y de Eusebio de Cesarea.

Tanto en Palestina como en la Diáspora hebrea la política del rey Ptolomeo fue considerada estimable y conveniente por las autoridades. Ellos promovieron la traducción del resto de los libros bíblicos para el uso de los judíos “helenizados”, escasamente versados en el idioma hebreo de sus antepasados.

En el fomento de la versión del Antiguo Testamento en un lenguaje gentil, los líderes judíos estaban siguiendo la senda iniciada en la época de Esdras, quien fue ministro del rey Atajerjes de Persia. Esta asimilación cultural fue conflictiva, pero continuo su flujo, contribuyendo con influencias duraderas. Como explica Abraham Schalit, la promoción de la traducción de las Escrituras Sagradas judías por Tolomeo y el reconocimiento de la Torá como la “constitución legal” del Pueblo Hebreo por reyes extranjeros como el seleúcida Antíoco III, trajo consigo la alteración de valores entre la población de Judea, “transformación cuya importancia histórica no es posible exagerar. Por vez primera en el período del segundo Templo, desde la época de Esdras y Nehemías, una influyente clase social judía, al mirar más allá de los confines de su propia cultura, descubría un mundo desconocido, y este descubrimiento ejerció en ellos una profunda influencia espiritual y material” (5).

¿Cuál fue la influencia espiritual del helenismo sobre los judíos? Cuando rige el “Segundo Templo” los nuevos textos recogidos en la Biblia se alejan del estilo rígido y excluyente del judaísmo “Pre-Exílico”. Por ejemplo, el libro de Jonás muestra una inmensa carga humana cuando manifiesta su preocupación por la miseria del hombre como tal, sin hacer distinciones entre judíos y gentiles. En la percepción de Jonás se descubre un enfoque universal hacia la persona y su destino. En épocas anteriores los judíos se confirmaban, más bien, en su “razón de existir”, en su identidad como “pueblo elegido” que esperaba su redención al final de los tiempos. Los llamados gentiles, “el resto” de la humanidad, incircuncisa y marginada de la Ley de Yahvé, estaban al margen de la salvación.

Esta preocupación “humanista” no es excluyente a Jonás. También se descubre en el Eclesiastés, cuando su autor se plantea el problema del fin último y sentido de la existencia. ¿Podríamos interrogarnos si acaso esta influencia no habría retornado, del judaísmo hacia el mundo helénico y posteriormente romano, preparando la conciencia religiosa e intelectual a los grandes temas que serán respondidos con la predicación de la Buena Nueva del Evangelio?

La Septuaginta es un testimonio indispensable de esta “apertura cultural” y una vía fundamental para entrar en contacto con la fe del Pueblo Hebreo en la época del Señor y en los primeros pasos de la Iglesia. En el año del nacimiento de Jesús solamente en Alejandría, Egipto, la población judía sobrepasaba el medio millón de fieles. Los judíos alejandrinos residían en sus propios barrios y estaban regidos por Leyes especiales, diversas a las que gobernaban la población local egipcia o “copta”.

El proceso de traducción, culminado en Alejandría a finales del siglo II, A de C., incluyó libros considerados como sagrados e inspirados, como I Esdras, Sabiduría, Eclesiástico, Judit, Tobías, Baruc, la “Carta de Jeremías” (contenida en el libro profético), 1-2 Macabeos y fragmentos de Ester (10, 4-16; 24).

Los cuestionamientos a la “Canonicidad” (autoridad y fidelidad de los antiguos libros sagrados) de la Septuaginta aparecieron tardíamente, concretamente cuando avanzaba el siglo I de la Era Cristiana (6). Los líderes del llamado “judaísmo fariseo” o “rabínico”, la tradición dominante tras la trágica rebelión de los judíos de Palestina contra los romanos, entre los años 68 y 70 D. de C., descartaron estos libros “tardíos” después de la catástrofe que sufrieron bajo las armas romanas.

2. La Septuaginta y su importancia para el conocimiento de las versiones primitivas del Antiguo Testamento.

2.1. La Septuaginta, fuente de estudio para el Antiguo Testamento.
Los LXX tienen un valor especialísimo que no puede relativizarse. Como reconoce F.M. Cross, uno de los eruditos de las investigaciones sobre Qumrán y los manuscritos del Mar Muerto, “los traductores de la Septuaginta reprodujeron con fidelidad y extrema literalidad el ‘Vorlage’ u ‘original’ hebreo. Ello significa que la Septuaginta de los libros históricos debe ser asumida como herramienta primaria de la crítica del Antiguo Testamento” (7).

Julio Trebollé es aun más enfático:
“La versión de los LXX constituye el mayor y más importante arsenal de datos para el estudio crítico del texto hebreo. Su testimonio es indirecto por cuanto se trata de una obra de traducción. Sin embargo, las numerosas y significativas coincidencias existentes entre LXX y manuscritos hebreos de Qumrán, han revalorizado el testimonio del texto griego, frente a corrientes imperantes en la época anterior al descubrimiento (1947), que consideraban el texto griego desprovisto de valor crítico y muy valioso en cambio como testimonio de la exégesis judía contemporánea de la época de la traducción” (8).

Contrariamente algunos autores contemporáneos como Paul Kahle tendieron a comparar la Septuaginta con el desarrollo de los “targúmenos” arameos, los comentarios libres a los textos hebreos del Antiguo Testamento realizados por los escribas y rabinos en el idioma sirio-arameo hablado corrientemente entre los judíos de Palestina en tiempos del Señor Jesús.

Sin embargo, las evidencias acumuladas por la crítica textual conducen a descartar esta hipótesis. Las nuevas investigaciones de las técnicas de traducción empleadas por los sabios hebreos demuestran que los “targúmenos” arameos dependen de la Septuaginta, y no al revés (9).

2.2. Fines de la traslación de los “LXX”.
La traducción del mensaje salvífico de Dios Padre Misericordioso, recogido primero en hebreo, y más tarde trasladado a un idioma distinto, el griego koiné, constituyó una epopeya notable, tanto para la gesta religiosa, como para la historia del pensamiento.

El Padre Pierre Benoit, el respetado biblista, director y profesor de la Escuela Bíblica de Jerusalén, destacó cómo la acción de los sabios traductores israelitas no buscaba solamente hacer más accesible la Escritura a los judíos de la Diáspora que conocían mal el hebreo, sino conquistar el pensamiento griego para la sabiduría de la revelación de la Biblia. Con este doble propósito se entregaron a una epopeya inédita en la historia antigua (10).

Es difícil exagerar el cúmulo de problemas lingüísticos y teológicos que debieron enfrentar los traductores alejandrinos. Como observa el Padre Benoit, el resultado obtenido conduce a expresar profunda admiración por las cualidades humanas y sociales de los traductores hebreos. “Aquellos venerables doctores de Israel -destacó Benoit-, eran buenos conocedores de las Escrituras, de la lengua hebrea y también de la griega” (11).

Al poder tener en sus manos este texto venerable y fiel del Antiguo Testamento, los Padres de la Iglesia opinaron, con la sutileza de los “maestros del espíritu”, que la mano de Dios había cuidado cada momento de la transposición de la Septuaginta.

Las posibilidades técnicas con que cuentan los filólogos y lingüistas hodiernos conlleva a la tentación de desmerecer el trabajo de los antiguos traductores. ¿Cuantos retos debieron haber enfrentado para desentrañar el cúmulo de problemas que presentó el lenguaje teológico plasmado en el hebreo? Benoit ha descrito con lucidez el desafío:
“La diferencia entre las lenguas hebrea y griega es el reflejo de una diversidad profunda entre dos mentalidades, entre dos mundos de pensamiento, cuyas categorías no coinciden por completo, si es que se aproximan. Fue todo un drama espiritual pasar de ‘kabob’ a ‘doxa’, de ‘emeth’ a ‘apatheia’, de ‘sadóq’ a ‘dikaios’, etc. Se trataba de encontrar en un nuevo horizonte de pensamiento modos de expresión que no traicionaran al antiguo. Y por fuerza que lo modificaban; lo transformaban y, a la postre, lo hacían progresar. La adopción del mensaje al mundo griego no era un rebajamiento a modo de concesión; era un desarrollo por conquista. Dios utilizaba los útiles mentales y, detrás de ellos, las problemáticas, las doctrinas de otra cultura, para perfeccionar y universalizar la comunicación de su Palabra (…) Esta traducción poseía el sabor fresco de una obra que entrañaba nuevos puntos de vista respecto a la historia de la salvación. La angeología, la resurrección corporal, la virginidad de la madre del Mesías, son algunos ejemplos de ello. Cuando se piensa en el alcance capital de esta nueva Escritura en el progreso de la revelación, no se puede vacilar en reconocer la acción de un carisma no menor, como dicen los Padres, que el de la antigua Escritura” (12).

3. La Septuaginta, un texto reconocido por judíos y cristianos.
La Septuaginta asumió la llamada “división tripartita” del Antiguo Testamento, compuesta por la Torah; los Profetas “Anteriores” y “Posteriores” o “nebi’im”; y los “otros escritos” o “ketubi’im”.

El primer testimonio de esta división “tripartita” está contenida en el prólogo al libro del Eclesiástico que formó parte de los LXX. El Eclesiástico fue escrito por Jesús Ben Sirá, “el Venerable”. El nieto de Ben Sirá, llamado Jesús igual que su abuelo, emprendió en alguna fecha cercana al año 130 A. de C. la laboriosa empresa de traducir al griego las enseñanzas de su abuelo, redactadas en hebreo alrededor del año 180 A. de C.. Ben Sirá “el Joven” instó a los lectores a examinar “con benevolencia y atención” este libro sobre la Sabiduría de la Ley, escrito a semejanza de los Proverbios, para que entrasen “en el conocimiento de estas cosas y se aplicaran más a vivir según la Ley” (13).

Ambos Ben Sirá colocaron el Eclesiástico al mismo nivel de inspiración divina que la Torah y los Profetas. Para ello afirmaban que el espíritu de profecía estaba vigente en la tierra de Israel. Ben Sirá “el Venerable” atestiguó este principio mediante las palabras que Yahvé, Dios, le inspiró a escribir:

“Derramaré la doctrina como profecía, la dejaré a los que buscan sabiduría” (24, 46).

El prólogo del Sirácida daba a entender que existían “otros libros” que reunían similares características de “profecía” y, por lo tanto, compartían el carácter sagrado de la Torah y los Profetas. La Septuaginta recogió estos “libros” en su “colección”, con el carácter de sagrados. Se trataba de Tobías, Judit, Sabiduría, Baruch, 1 y 2 Macabeos, conjuntamente con adiciones a Ester (10, 4; 16.24) y a Daniel (3, 24-90).

La información aportada por la Septuaginta y el Sirácida sobre la colección de escritos religiosos divinamente inspirados, y por lo tanto, portadores de autoridad normativa y sagrada, integrantes del “Canon” del Antiguo Testamento, es fundamental para inferir que en los días de la redacción de obras bíblicas tardías como Macabeos (14) y el Eclesiástico, el proceso de asimilación y fijación de los libros sagrados estaba aun vigente.

El filósofo judío Filón, quien también residió en Alejandría, afirmaba que la inspiración no debía circunscribirse solamente a las Escrituras (la Torah y los Profetas), porque habían personas auténticamente sabias, virtuosas e inspiradas, capaces de expresar aquellas cosas “ocultas” de Dios (15).

4. La Septuaginta, la Biblia para los judíos de Palestina y la Diáspora.
La Septuaginta no solo alcanzó amplia difusión entre los hebreos de la Diáspora. El fluido intercambio entre Alejandría y Palestina permitió la propagación de la Septuaginta entre los judíos helenizados, emigrados a Palestina desde ciudades griegas de Siria, Babilonia y Asia Menor, conjuntamente con los que habitaban las ciudades helénicas de la “Decápolis” palestina. Estos encontraban mayor familiaridad con el “koiné” que con el hebreo. Debe anotarse el papel fundamental que cumplieron los “sabios” de Jerusalén en el proceso de traducción en Alejandría.

Para los judíos de habla griega establecidos en Palestina y los habitantes de la Diáspora -y más tarde para los cristianos- la Septuaginta tuvo el carácter de texto inspirado. En este sentido la “Carta de Aristeas” expresó que la traducción fue realizada de forma milagrosa con la intervención de Dios.

Aristeas narró cómo,

“tras haber dado lectura a los libros, los sacerdotes y los ancianos traductores y la comunidad judía y los líderes del pueblo se colocaron de pie y manifestaron, que habiéndose realizado una tan excelente y sagrada y precisa traducción, era correcto que se conservase como estaba, y ninguna alteración debía hacérsele. Y cuando toda la comunidad expresó su aprobación, pronunciaron un anatema de acuerdo a sus costumbres, para que nadie se atreva a realizar ninguna alteración, añadiendo o cambiando de ninguna manera su contenido, y ninguna de las palabras que hayan sido escritas, o cometer ninguna omisión. Esta fue una precaución muy sabia para asegurar que el libro se preserve inalterado en el tiempo futuro” (16).

Este dato es fundamental cuando se considera la lista de libros sagrados que integran la Septuaginta y la compleja conformación posterior del “Canon Farisaico” o “Rabínico” (surgido entre los siglos II y III D. de C.). Varios de estos libros inspirados fueron retirados posteriormente, por considerarlos de “origen extranjero”.
A pesar de la acción tardía de los dirigentes del “Judaísmo Rabínico”, la tradición que consideró la Septuaginta como divinamente inspirada fue reconocida por autores hebreos como Flavio Josefo y Filón, así como por la Patrística cristiana. Filón afirmó, en su “Vida de Moisés”, la inspiración divina de los traductores de la Septuaginta.

Bibliografía:
http://www.parresia.org/teologia/teo_02a.htm#n1

Notas
http://discipulos।mforos।com/94580/1377211-la-septuaginta/






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