sábado, 29 de marzo de 2008

IMITACIÓN DE CRISTO de Tomas de Kempis I

LIBRO PRIMERO

Contiene avisos provechosos para la vida espiritual

CAPÍTULO I

De la imitación de Cristo y desprecio de todas las vanidades del mundo

Quien me sigue no anda en tinieblas, dice el Señor. Estas palabras son de Cristo, con las cuales nos exhorta a que imitemos su vida y costumbres, si queremos ser verdaderamente iluminados y libres de toda ceguedad del corazón. Sea, pues, todo nuestro estudio pensar en la vida de Jesús.


La doctrina de Cristo excede a la de todos los Santos; y el que tuviese su espíritu, hallará en ella maná escondido. Más acaece que muchos, aunque a menudo oigan el Evangelio, gustan poco de él, porque no tienen el espíritu de Cristo. El que quisiere, pues, entender con placer y perfección las palabras de Cristo, procure conformar con él toda su vida.


¿Qué te aprovecha disputar altas cosas de la Trinidad, si no eres humilde, y con esto desagradas a la Trinidad? Por cierto las palabras sublimes, no hacen al hombre santo ni justo; más la virtuosa vida le hace amable a Dios. Más deseo sentir la contrición, que saber definirla. Si supieses toda la Biblia a la letra, y las sentencias de todos los filósofos, ¿qué te aprovecharía todo, sin caridad y gracia de Dios? Vanidad de vanidades, y todo es vanidad, sino amar y servir solamente a Dios. La suprema sabiduría consiste en aspirar a ir a los reinos celestiales por el desprecio del mundo.


Luego, vanidad es buscar riquezas perecederas y esperar en ellas; también es vanidad desear honras y ensalzarse vanamente. Vanidad es seguir el apetito de la carne y desear aquello por donde después te sea necesario ser castigado gravemente. Vanidad es desear larga vida y no cuidar que sea buena. Vanidad es mirar solamente a esta presente vida y no prever lo venidero. Vanidad es amar lo que tan rápido se pasa y no buscar con solicitud el gozo perdurable.


Acuérdate frecuentemente de aquel dicho de la Escritura: Porque no se haría la vista de ver, ni el oído de oír. Procura, pues, desviar tu corazón de lo visible y traspasarlo a lo invisible; porque los que siguen su sensualidad, manchan su conciencia y pierden la gracia de Dios.


CAPÍTULO II

Cómo ha de sentir cada uno humildemente de sí mismo


Todos los hombres naturalmente desean saber, ¿mas que aprovecha la ciencia sin el temor de Dios? Por cierto, mejor es el rústico humilde que le sirve, que el soberbio filósofo, que dejando de conocerse, considera el curso de los astros. El que bien se conoce, tiénese por vil y no se deleita en loores humanos. Si yo supiera cuanto hay que saber en el mundo, y no tuviese caridad, ¿qué me aprovecharía delante de Dios, que me juzgará según mis obras?


No tengas deseo demasiado de saber, porque en ello se halla gran estorbo y engaño. Los letrados gustan de ser vistos y tenidos por tales. Muchas cosas hay, que saberlas, poco o nada aprovecha al alma; y muy loco es el que en otras cosas entiende, sino en las que tocan a la salvación. Las muchas palabras no hartan el ánima; mas la buena vida le da refrigerio y la pura conciencia causa gran confianza en Dios.


Cuanto más y mejor entiendas, tanto más gravemente serás juzgado si no vivieres santamente. Por esto no te envanezcas si posees alguna de las artes o ciencias; sino que debes temer del conocimiento que de ella se te ha dado. Si te parece que sabes mucho y bien, ten por cierto que es mucho más lo que ignoras. No quieras con presunción saber cosas altas; sino confiesa tu ignorancia. ¿Por qué te quieres tener en más que otro, hallándose muchos más doctos y sabios que tú en la ley? Si quieres saber y aprender algo provechosamente, desea que no te conozcan ni te estimen.

El verdadero conocimiento y desprecio de sí mismo, es altísima y doctísima lección. Gran sabiduría y perfección es sentir siempre bien y grandes cosas de otros, y tenerse y reputarse en nada. Si vieres a alguno pecar públicamente, o comentar culpas graves, no te debes juzgar por mejor que él, porque no sabes hasta cuándo podrás perseverar en el bien. Todos somos frágiles, mas a nadie tengas por más frágil que tú.


CAPÍTULO III

De la doctrina de la verdad


Bienaventurado aquél a quien la verdad por sí misma enseña, no por figuras y voces pasajeras, sino así como ella es. Nuestra estimación y nuestro sentimiento, a menudo nos engañan, y conocen poco. ¿Qué aprovecha la curiosidad de saber cosas obscuras y ocultas, que de no saberlas no seremos en el día del juicio reprendidos? Gran locura es, que dejadas las cosas útiles y necesarias, entendamos con gusto en las curiosas y dañosas. Verdaderamente teniendo ojos no vemos.


¿Qué se nos da de los géneros y especies de los lógicos? Aquél a quien habla el Verbo Eterno se desembaraza de muchas opiniones. De este Verbo salen todas las cosas, y todas predican su unidad, y él es el principio y el que nos habla. Ninguno entiende o juzga sin él rectamente. Aquel a quien todas las cosas le fueren uno, y trajeren a uno, y las viere en uno, podrá ser estable y firme de corazón, y permanecer pacífico en Dios. ¡Oh verdadero Dios! Hazme permanecer unido contigo en caridad perpetua. Enójame muchas veces leer y oír muchas cosas; en ti está todo lo que quiero y deseo; callen los doctores; no me hablen las criaturas en tu presencia; háblame tú solo.


Cuanto más entrare el hombre dentro de sí mismo, y más sencillo fuere su corazón, tanto más y mejores cosas entenderá sin trabajo; porque recibe de arriba la luz de la inteligencia. El espíritu puro, sencillo y constante, no se distrae aunque entienda en muchas cosas; porque todo lo hace a honra de Dios y esfuérzase a estar desocupado en sí de toda sensualidad. ¿Quién más te impide y molesta, que la afición de tu corazón no mortificada? El hombre bueno y devoto, primero ordena dentro de sí las obras que debe hacer exteriormente, y ellas no le inducen deseos de inclinación viciosa; mas él las sujeta al arbitrio de la recta razón. ¿Quién tiene mayor combate que el que se esfuerza a vencerse a sí mismo? Esto debía ser todo nuestro empeño, para hacernos cada día más fuertes y aprovechar en mejorarnos.


Toda perfección en esta vida tiene consigo cierta imperfección; y toda nuestra especulación no carece de alguna obscuridad. El humilde conocimiento de ti mismo es camino más cierto para Dios que escudriñar la profundidad de las ciencias. No es de culpar la ciencia, ni cualquier otro conocimiento de lo que, en sí considerado, es bueno y ordenado por Dios; mas siempre se ha de anteponer la buena conciencia y la vida virtuosa. Porque muchos estudian más para saber que para bien vivir, y yerran muchas veces y poco o ningún fruto sacan.


Si tanta diligencia pusiesen en desarraigar los vicios y sembrar las virtudes como en mover cuestiones, no se verían tantos males y escándalos en el pueblo, ni habría tanta disolución en los monasterios. Ciertamente, en el día del juicio no nos preguntarán qué leímos, sino qué hicimos; ni cuán bien hablamos, sino cuán santamente hubiéramos vivido. Dime, ¿dónde están ahora todos aquellos señores y maestros, que tú conociste cuando vivían y florecían en los estudios? Ya ocupan otros sus puestos, y por ventura no hay quien de ellos se acuerde. En su viviente parecían algo; ya no hay quien hable de ellos.


¡Oh, cuán presto pasa la gloria del mundo! Pluguiera a Dios que su vida concordara con su ciencia, y entonces hubieran estudiado y leído con fruto. ¡Cuántos perecen en el mundo por su vana ciencia, que cuidaron poco del servicio de Dios! Y porque eligen ser más grandes que humildes, se desvanecen en sus pensamientos. Verdaderamente es grande el que tiene gran caridad. Verdaderamente es grande el que se tiene por pequeño y tiene en nada la cumbre de la honra. Verdaderamente es prudente el que todo lo terreno tiene por basura para ganar a Cristo. Y verdaderamente s sabio aquél que hace la voluntad de Dios y renuncia la suya propia.


CAPÍTULO IV

De la prudencia en lo que se ha de obrar


No se debe dar crédito a cualquier palabra ni movimiento interior, mas con prudencia y espacio se deben examinar las cosas según Dios. Mucho es de doler que las más veces se cree y se dice el mal del prójimo, más fácilmente que el bien. ¡Tan débiles somos! Mas los varones perfectos no creen de ligero cualquier cosa que les cuentan, porque saben ser la flaqueza humana presta al mal, y muy deleznable en las palabras.


Gran sabiduría es no ser el hombre inconsiderado en lo que ha de obrar, ni tampoco porfiado en su propio sentir. A esta sabiduría también pertenece no dar crédito a cualesquiera palabras de hombres, ni comunicar luego a los otros lo que se oye o cree. Toma consejo con hombre sabio y de buena conciencia, y apetece más ser enseñado por otro mejor que tú, que seguir tu parecer. La buena vida hace al hombre sabio según Dios, y experimentado en muchas cosas. Cuanto alguno fuese más humilde y más sumiso a Dios, tanto será en todo más sabio y morigerado.

CAPÍTULO V

De la lección de las santas Escrituras


En las santas Escrituras se debe buscar la verdad y no la elocuencia. Toda la Escritura se debe leer con el mismo espíritu que se hizo. Más debemos buscar el provecho en la Escritura que la sutileza de las palabras. De tan buena gana debemos leer los libros sencillos y devotos, como los sublimes y profundos. No te mueva la reputación del que escribe, ni si es de pequeña o gran ciencia; mas convídate a leer el amor de la pura verdad. No mires quien lo ha dicho; mas atiende qué tal es lo que se dijo.


Los hombres pasan, la verdad del Señor permanece para siempre. De diversas maneras nos habla Dios, sin acepción de personas. Nuestra curiosidad nos impide muchas veces el provecho que se saca en leer las Escrituras, por cuanto queremos entender lo que deberíamos pasar sencillamente. Si quieres aprovechar, lee con humildad, fidelidad y sencillez, y nunca desees renombre de sabio. Pregunta de buena voluntad, y oye callando las palabras de los santos, y no te desagraden las sentencias de los ancianos, porque nunca las dicen sin motivo.


CAPÍTULO VI

De los deseos desordenados


Cuantas veces desea el hombre desordenadamente alguna cosa, tantas pierde la tranquilidad. El soberbio y el avariento jamás sosiegan; el pobre y humilde de espíritu viven en mucha paz. El hombre que no es perfectamente mortificado en sí mismo, con facilidad es tentado y vencido, aun en cosas pequeñas y viles. El que es flaco de espíritu, y está inclinado a lo carnal y sensible, con dificultad se abstiene totalmente de los deseos terrenos, y cuando lo hace padece muchas veces tristeza, y se enoja presto si alguno lo contradice.


Pero si alcanza lo que deseaba siente luego pesadumbre, porque le remuerde la conciencia el haber seguido su apetito, el cual nada aprovecha para alcanzar la paz que buscaba. En resistir, pues, a las pasiones, se halla la verdadera paz del corazón, y no en seguirlas. Pues no hay paz en el corazón del hombre que se ocupa en las cosas exteriores, sino en el que es fervoroso y espiritual.

CAPÍTULO VII

Cómo se ha de huir la vana esperanza y la soberbia


Vano es el que pone su esperanza en los hombres o en las criaturas. No te avergüences de servir a otros por amor de Jesucristo y parecer pobre en este mundo. No confíes de ti mismo, mas pon tu parte y Dios favorecerá tu buena voluntad. No confíes en tu ciencia, ni en la astucia de ningún viviente, sino en la gracia de Dios, que ayuda a los humildes y abate a los presuntuosos.


Si tienes riquezas no te gloríes de ellas, ni en los amigos, aunque sean poderosos; sino en Dios que todo lo da, y sobre todo desea darse a sí mismo. No te alucines por la lozanía y hermosa disposición de tu cuerpo, que con una pequeña enfermedad se destruye y afea. No tomes contentamiento de tu habilidad o ingenio, porque no desagrades a Dios, de quien proviene todo bien natural que poseyeres.


No te estimes por mejor que los demás, porque no seas quizá tenido por peor delante de Dios, que sabe lo que hay en el hombre. No te ensoberbezcas de tus obras buenas, porque son muy distintos de los juicios de Dios los de los hombres, al cual muchas veces desagrada lo que a ellos contenta. Si algo bueno hay en ti piensa que son mejores los otros, pues así conservarás la humildad. No te daña si te pospones a los demás, pero es muy dañoso si te antepones a solo uno. Continua paz tiene el humilde; mas en el corazón del soberbio hay emulación y saña muchas veces.

CAPÍTULO VIII


Cómo se ha de evitar la mucha familiaridad


No manifiestes tu corazón a cualquiera, mas comunica tus cosas con el sabio y temeroso de Dios. Con los mancebos y extraños conversa poco. Con los ricos no seas lisonjero, ni desees parecer delante de los grandes. Acompáñate con los humildes y sencillos, y con los devotos y bien acostumbrados, y trata con ellos materias edificantes. No tengas familiaridad con ninguna mujer, mas en general encomienda a Dios y a sus ángeles, y huye de ser conocido de los hombres.


Justo es tener caridad con todos; mas no conviene la familiaridad. Algunas veces acaece, que la persona no conocida resplandece por su buena fama, mas a su presencia nos suele parecer mucho menos. Pensamos algunas veces agradar a los otros con nuestro trato, y al contrario los ofendemos, porque ven en nosotros costumbres poco arregladas.


CAPÍTULO IX

De la obediencia y sujeción


Gran cosa es estar en obediencia, vivir bajo Prelado, y no tener voluntad propia. Mucho más seguro es estar en sujeción que en mando. Muchos están en obediencia más por necesidad que por amor; éstos tienen trabajo, fácilmente murmuran, y nunca tendrán libertad de ánimo, si no se sujetan por Dios de todo corazón. Anda de una parte a otra, no hallarás descanso sino en la humilde sujeción al Prelado. La idea de mudar de lugar ha engañado a muchos.


Verdad es que cada uno se rige de buena gana por su propio parecer, y se inclina más a los que siguen su sentir. Mas si Dios está entre nosotros, necesario es que renunciemos algunas veces a nuestro parecer por el bien de la paz. ¿Quién es tan sabio que lo sepa todo enteramente? Pues no quieras confiar demasiado en tu opinión, mas gusta también de oír de buena gana el parecer ajeno. Si tu parecer es bueno y lo dejas por agradar a Dios y sigues el ajeno, más aprovecharás de esta manera.


Muchas veces he oído decir que es más seguro oír y tomar consejo que darlo. Bien puede también acaecer que sea bueno el parecer de uno; mas no querer sentir con los otros, cuando la razón o las circunstancias lo piden, es señal de soberbia y pertinacia.


CAPÍTULO X

Cómo se ha de cercenar la demasía de las palabras


Excusa cuanto pudieres el bullicio de los hombres, pues mucho estorba el tratar de las cosas del siglo, aunque se haga con buena intención, porque presto somos amancillados y cautivos de la vanidad. Muchas veces quisiera haber callado, y no haber estado entre los hombres. Pero ¿cuál es la causa por qué tan de grado hablamos, y platicamos unos con otros, viendo cuán pocas veces volvemos al silencio sin daño de la conciencia? La razón es, que por el hablar procuramos consolarnos unos con otros, y deseamos aliviar el corazón fatigado de pensamientos diversos; y de muy buena gana nos detenemos en hablar o pensar de las cosas que amamos, y aún de las que tenemos por adversas.


Mas, ¡oh dolor!, que esto se hace muchas veces vanamente y sin fruto; porque esta consolación exterior es de gran detrimento a la interior y divina. Por eso, velemos y oremos, no se nos pase el tiempo en balde. Si se puede y conviene hablar, sea de cosas edificantes. La mala costumbre, y la negligencia en aprovechar, ayuda mucho a la poca guarda de nuestra lengua; pero no poco servirá para nuestro espiritual aprovechamiento la devota plática de cosas espirituales, especialmente cuando muchos de un mismo espíritu y corazón se juntan en Dios.


CAPÍTULO XI

Cómo se debe adquirir la paz, y del celo de aprovechar


Mucha paz tendríamos, si no quisiésemos mezclarnos en los dichos y hechos ajenos que no nos pertenecen. ¿Cómo quiere estar en paz mucho tiempo el que se mezcla en cuidados ajenos, y se ocupa de cosas exteriores, y dentro de sí poco o tarde se recoge? Bienaventurados los sencillos, porque tendrán mucha paz.


¿Cuál fue la causa porque muchos Santos fueron tan perfectos y contemplativos? Porque procuraron mortificarse totalmente en todos sus deseos terrenos; y por eso pudieron con lo íntimo del corazón allegarse a Dios y ocuparse libremente de sí mismos. Nosotros nos ocupamos mucho de nuestras pasiones y tenemos demasiado cuidado de las cosas transitorias. Y como pocas veces vencemos un vicio perfectamente, no nos alentamos para aprovechar cada día en la virtud; por esto permanecemos tibios y aun fríos.


Si estuviésemos perfectamente muertos a nosotros mismos, y libres en lo interior, entonces podríamos gustar las cosas divinas y experimentar algo de la contemplación celestial. El total, y el mayor impedimento es, que no estando libres de nuestras inclinaciones y deseos, no trabajamos por entrar en el camino de los Santos. Y cuando alguna adversidad se nos ofrece, muy prestos nos desalentamos y nos volvemos a las consolaciones humanas.

Si nos esforzásemos más en la batalla peleando como fuertes varones, veríamos sin duda la ayuda del Señor que viene desde el cielo sobre nosotros; porque siempre está dispuesto a socorrer a los que pelean y esperan en su gracia, y nos procura ocasiones de pelear para que alcancemos la victoria. Si solamente en las observancias exteriores ciframos el aprovechamiento de la vida religiosa, presto se nos acabará nuestra devoción. Pongamos la segur a la raíz, para que libres de las pasiones, poseamos pacíficas nuestras almas.

Si cada año desarraigásemos un vicio, presto seríamos perfectos; mas al contrario experimentamos muchas veces, que fuimos mejores y más puros en el principio de nuestra conversión que después de muchos años de profesos. Nuestro fervor y aprovechamiento cada día debe crecer; mas ahora se estima por mucho perseverar en alguna parte del fervor primitivo. Si al principio hiciésemos algún esfuerzo, podríamos después hacerlo todo con ligereza y gozo. Duro es renunciar a la costumbre; pero más duro es ir contra la propia voluntad; mas si no vences las cosas pequeñas y ligeras, ¿cómo vencerás las dificultosas? Resiste en los principios a tu inclinación, y deja la mala costumbre, para que no te lleve poco a poco a mayores dificultades. ¡Oh si supieses cuánta paz gozarías en ti mismo, y cuánta alegría darías a los demás obrando el bien!; yo creo que serías más solícito en el aprovechamiento espiritual.


CAPÍTULO XII

De la utilidad de las adversidades

Bueno es que algunas veces nos sucedan cosas adversas y contratiempos, porque suelen atraer al hombre a su interior para que conociéndose desterrado, no ponga su esperanza en cosa alguna del mundo. Bueno es que padezcamos a veces contradicciones, y que sientan de nosotros mal e imperfectamente, aunque hagamos bien y tengamos buena intención. Estas cosas de ordinario ayudan a la humildad, y nos defienden de la vanagloria; porque entonces mejor buscamos a Dios por testigo interior, cuando por defuera somos despreciados de los hombres y no nos dan crédito.

Por eso debía uno afirmarse de tal manera en Dios, que no le fuese necesario buscar muchas consolaciones humanas. Cuando el hombre de buena voluntad es atribulado, o tentado, o afligido con malos pensamientos, entonces conoce tener de Dios mayor necesidad, experimentando que sin él no puede nada bueno. Entonces también se entristece, gime y ruega por las miserias que padece. Entonces le es molesta la vida larga, y desea llegue la muerte para ser desatado de este cuerpo y unirse con Cristo. Entonces también conoce que no puede haber en el mundo seguridad perfecta, ni paz cumplida.

CAPÍTULO XIII

Cómo se ha de resistir a las tentaciones

Mientras en el mundo vivimos no podemos estar sin tribulaciones y tentaciones; por eso está escrito en Job: Tentación es la vida del hombre sobre la tierra. Por tanto, cada uno debe tener mucho cuidado, velando y orando para que no halle el demonio ocasión de engañarle, que nunca duerme, sino que busca por todos lados nuestra perdición. Ninguno hay tan santo ni tan perfecto, que no tenga algunas veces tentaciones, y no podemos vivir absolutamente libres de ellas.

Mas son las tentaciones muchas veces utilísimas al hombre, aunque sean graves y pesadas; porque en ellas es uno humillado, purificado y enseñado. Todos los Santos pasaron por muchas tribulaciones y tentaciones, y por su medio aprovecharon en la virtud; y los que no las quisieron sufrir y llevar bien, se hicieron réprobos y desfallecieron. No hay religión tan santa, ni lugar tan retirado, donde no haya tentaciones y adversidades.

No hay hombre seguro del todo de tentaciones mientras vive, porque en nosotros mismos está el germen de ellas, pues que nacimos con la inclinación al pecado. Después de pasada una tentación o tribulación, sobreviene otra, y siempre tendremos que sufrir, porque desde el principio se perdió el bien de nuestra felicidad. Muchos quieren huir las tentaciones, y caen en ellas más gravemente. No se puede vencer con solo huir. Con la paciencia y la verdadera humildad nos hacemos más fuertes que todos los enemigos.

El que solamente quita lo que se ve y no arranca la raíz, poco aprovechará, antes tornarán a él más presto y con más violencia las tentaciones. Poco a poco, con paciencia y larga esperanza, mediante el favor divino, vencerás mejor que no con tu propio conato y fatiga. Toma muchas veces consejo en las tentaciones, y no seas desabrido con el que está tentado, antes procura consolarle como tú quisieras te consolaran.

El principio de toda tentación es no ser uno constante y tener poca confianza en Dios; porque así como la nave sin gobernarle la llevan a una y otra parte las ondas, del mismo modo, el hombre descuidado que desiste de su propósito, es tentado de diversas maneras. El fuego prueba al hierro, y la tentación al justo. Muchas veces no sabemos lo que podemos, mas la tentación descubre lo que somos. Debemos pues velar, principalmente al principio de la tentación; porque entonces más fácilmente es vencido el enemigo, cuando no le dejamos pasar de la puerta del alma, y se le resiste al umbral luego que toca, por lo cual dijo uno: Resiste a los principios; tarde viene el remedio, cuando la llaga es muy vieja. Porque primeramente se ofrece al alma sólo el pensamiento sencillo, después la importuna imaginación, luego la delectación, el movimiento desordenado y el consentimiento, y así se entra poco a poco el maligno enemigo, y se apodera de todo, por no resistirle al principio. Y cuanto más tiempo fuere uno perezoso en resistir, tanto se hace cada día más débil, y el enemigo, contra él, más fuerte.

Algunos padecen graves tentaciones al principio de su conversión, otros al fin, otros casi toda su vida. Algunos son tentados blandamente, según la sabiduría y juicio de Dios, que mide el estado y los méritos de los hombres, y todo lo tiene ordenado para la salvación de los escogidos.

Por eso no debemos desconfiar cuando somos tentados; antes bien debemos rogar a Dios con mayor fervor, que sea servido de ayudarnos en toda tribulación, pues según el dicho de San Pablo, nos dará tal auxilio junto con la tentación, que la podamos sufrir. Humillemos, pues, nuestras almas bajo la mano de Dios en toda tribulación y tentación, porque él salvará y engrandecerá los humildes de espíritu.

En las tentaciones y adversidades se ve cuánto uno ha aprovechado, porque entonces es mayor el merecimiento y se conoce mejor la virtud. No es mucho ser un hombre devoto y fervoroso cuando se siente pesadumbre; mas si en el tiempo de la adversidad sufre con paciencia, es señal y da esperanza de gran provecho. Algunos hay que no caen en las grandes tentaciones, y son vencidos a menudo en las pequeñas, para que se humillen y no confíen de sí en cosas grandes, viéndose débiles en las pequeñas.

CAPÍTULO XIV

Cómo se deben evitar los juicios temerarios

Pon los ojos en ti mismo y guárdate de juzgar las acciones ajenas. En juzgar a otros se ocupa uno en vano, yerra muchas veces, y peca fácilmente; mas juzgándose y examinándose a sí mismo, se emplea siempre con fruto. Muchas veces sentimos de las cosas según nuestro juicio, y fácilmente perdemos el verdadero juicio de ellas por el amor propio. Si fuese Dios siempre el fin puramente de nuestro deseo, no nos turbaría tan presto la contradicción de la sensualidad.

Muchas veces tenemos algo adentro escondido, o de afuera se ofrece, cuya afición nos lleva tras sí. Muchos buscan secretamente su propia comodidad en las obras que hacen, y no lo entienden. También les parece estar en paz cuando se hacen las cosas a su voluntad y gusto; mas si de otra manera suceden, presto se alteran y entristecen. Por la diversidad de los pareceres muchas veces se levantan discordias entre los amigos y convecinos, entre los religiosos y devotos.

La costumbre antigua con dificultad se quita, y ninguno deja de buena gana su propio parecer. Si en tu razón e industria estribas más que en la virtud de la sujeción de Jesucristo, rara vez y tarde serás iluminado; porque quiere Dios que nos sujetemos a él perfectamente, y que trascendamos toda razón inflamados de su amor.

CAPÍTULO XV

De las obras que proceden de la caridad

No se debe hacer lo que es malo por ninguna cosa del mundo; ni por amor de alguno; mas por el provecho del necesitado, alguna vez se puede diferir la buena obra o trocarla por otra mejor. De esta suerte no se pierde, antes se muda en otra mejor. La obra exterior sin caridad no aprovecha; mas todo cuanto se hace con caridad, por poco que sea, se hace fructuoso, pues más mira Dios al corazón que a la obra misma.

Mucho hace el que mucho ama, y mucho hace el que en todo hace bien, y bien hace el que atiende más al bien común que a su voluntad propia.

Muchas veces parece caridad lo que es amor propio; porque la inclinación de la naturaleza, la propia voluntad, la esperanza de la recompensa, el gusto de la comodidad, pocas veces nos abandonan.

El que tiene verdadera y perfecta caridad, no se busca a sí mismo en cosa alguna; mas sólo desea que sea Dios glorificado en todas las cosas. De nadie tiene envidia, porque ama algún placer particular, ni se quiere gozar en sí; más desea sobre todas las cosas gozar de Dios. A nadie atribuye ningún bien; mas refiérelo todo a Dios, del cual, como de primera fuente, emanan todas las cosas, y en quien finalmente todos los santos descansan con perfecto gozo. ¡Oh quien tuviese una centella de verdadera caridad! Por cierto que sentiría estar todas las cosas mundanas llenas de vanidad.

CAPÍTULO XVI

Cómo se han de sufrir los defectos ajenos

Lo que no puede un hombre enmendar en sí ni en los otros, débelo sufrir con paciencia, hasta que Dios lo ordene de otro modo. Piensa que por ventura te conviene esto mejor para probar tu paciencia, sin la cual no son de mucha estimación nuestros merecimientos. Mas debes rogar a Dios por estos estorbos, porque tenga por bien de socorrerte para que los toleres.

Si alguno, amonestado una vez o dos no se enmendare, no porfíes con él; mas encomiéndalo todo a Dios, para que se haga su voluntad, y él sea honrado en todos sus siervos, que sabe sacar de los males bienes. Estudia y aprende a sufrir con paciencia cualesquier defectos y flaquezas ajenas, pues que tú también tienes mucho en que te sufran los demás. Si no puedes hacerte a ti cual deseas, ¿cómo quieres tener a otro a la medida de tu deseo? De buena gana queremos a los otros perfectos, y no enmendamos los defectos propios.

Queremos que los otros sean castigados con rigor, y nosotros no queremos ser corregidos. Parécenos mal si a los otros se les da larga licencia, y nosotros no queremos que cosa alguna se nos niegue. Queremos que los otros sean oprimidos con estrechos estatutos, y en ninguna manera sufrimos que nos sea prohibida cosa alguna. Así parece claro cuán pocas veces amamos al prójimo como a nosotros mismos. Si todos fuesen perfectos ¿qué tendrías que sufrir por Dios a tus hermanos?

Pero así lo ordenó Dios, para que aprendamos a llevar las cargas ajenas; porque no hay ninguno sin defecto, ninguno sin carga, ninguno es suficiente ni cumplidamente sabio para sí; importa llevarnos, consolarnos y juntamente ayudarnos unos a otros, instruirnos y amonestarnos. Nada descubre mejor la sólida virtud del hombre, que la adversidad; porque las ocasiones no hacen al hombre débil, mas declaran que lo es.

CAPÍTULO XVII

De la vida Monástica

Conviene que aprendas a reprimirte en muchas cosas, si quieres tener paz y concordia con otros. No es poco morar en los Monasterios o Congregaciones, y allí conversar sin quejas, y perseverar fielmente hasta la muerte. Bienaventurado es el que vive allí bien y acaba dichosamente. Si quieres estar bien y aprovechar, mírate como desterrado y peregrino sobre la tierra. Conviene hacerte simple por Jesucristo, si quieres seguir la vida religiosa.

El hábito y la corona poco hacen; la mudanza de las costumbres y la entera mortificación de las pasiones son las que hacen al hombre verdadero religioso. El que busca algo fuera de Dios y de la salvación de su alma, no hallará sino tribulación y dolor. No puede estar mucho tiempo en paz el que no procura ser el menor y el más sujeto a todos.

Viniste a servir y no a mandar; persuádete que fuiste llamado para trabajar y padecer, no para holgar y hablar, pues aquí se prueban los hombres como el oro en el crisol, aquí no puede nadie permanecer si no quiere de todo corazón humillarse por Dios.

CAPÍTULO XVIII

De los ejemplos de los Santos Padres

Considera bien los heroicos ejemplos de los Santos Padres, en los cuales resplandece la verdadera perfección y religión, y verás cuán poco o casi nada es lo que hacemos. ¡Ay! ¿qué es nuestra vida consagrada con la suya? Los Santos y amigos de Cristo sirvieron al Señor en hambre, en sed, en frío, en desnudez, en trabajos, en fatigas, y vigilias y ayunos, en oraciones y santas meditaciones, en persecuciones y en muchos oprobios.

¡Oh, cuántas y cuán graves tribulaciones padecieron los Apóstoles, los Mártires, los Confesores, las Vírgenes, y todos los demás que quisieron seguir las pisadas de Jesucristo, pues en esta vida aborrecieron sus almas, para poseerlas en la eterna! ¡Oh cuán estrecha y austera vida hicieron los Santos Padres en el desierto! ¡Cuán largas y graves tentaciones padecieron! ¡Cuán de ordinario fueron atormentados del enemigo! ¡Cuán continuas y fervorosas oraciones ofrecieron a Dios! ¡Cuán rigurosas abstinencias practicaron! ¡Cuán gran celo y favor tuvieron en su aprovechamiento espiritual! ¡Cuán fuertes combates sostuvieron para vencer los vicios! ¡Cuán pura y recta intención tuvieron para con Dios! De día trabajaban, y las noches ocupaban en larga oración, aunque trabajando no cesaban de orar mentalmente.

Todo el tiempo gastaban obrando el bien; las horas les parecían cortas para dedicarse a Dios, y la gran dulzura que experimentaban en la contemplación les hacía olvidar la necesidad del mantenimiento corporal. Renunciaban a todas las riquezas, honores, dignidades, parientes y amigos, ninguna cosa querían del mundo, apenas tomaban lo necesario para la vida, y repugnaban servir a su cuerpo aun en las cosas necesarias. De modo que eran pobres de lo temporal, pero riquísimos en gracia y virtudes. En lo exterior eran necesitados; pero en lo interior estaban abastecidos de la gracia y recreados con divinas consolaciones.

Extraños eran al mundo, pero muy allegados y familiares amigos de Dios. Teníanse por nada en cuanto a sí mismos, y para con el mundo eran despreciados; mas en los ojos de Dios fueron muy preciosos y amados. Se conservaban en obediencia, caminaban por la senda de la caridad y la paciencia, y por eso cada día crecían en el espíritu, y alcanzaban mucha gracia delante de Dios. Fueron puestos por dechados a todos los religiosos; y más nos deben ellos mover para aprovechar en el bien, que la muchedumbre de los tibios para relajarnos.

¡Oh tibieza y negligencia de nuestro estado, qué tan presto declinamos del primitivo fervor, y nos es molesto el vivir por nuestra laxitud y tibieza! ¡Pluguiese a Dios que no durmiese en ti el deseo de aprovechar en las virtudes, habiendo visto muchas veces los ejemplos de tantos varones piadosos!

CAPÍTULO XIX

De los ejercicios que debe practicar el buen religioso

La vida del buen religioso debe resplandecer en toda suerte de virtudes, siendo tal en lo interior cual parece en lo de afuera. Y con razón debe ser más en lo interior que lo que se mira exteriormente, porque quien nos mira es Dios, a quien debemos suma reverencia donde quiera que estuviéremos, y ante el cual nos hemos de presentar tan puros como los ángeles. Cada día debemos renovar nuestro propósito y excitarnos a mayor fervor, como si fuese el primero de nuestra conversión, y decir: Señor Dios mío, ayúdame en mi buen propósito y en tu santo servicio, y dame gracia para que comience hoy perfectamente, porque es nada cuanto hice hasta aquí.

Según es nuestro propósito, así es nuestro aprovechar, y quien quiere aprovechar bien, ha menester ser muy diligente. Si el que propone firmemente falta muchas veces ¿qué hará el que tarde o nunca propone? Acaece de diversos modos el dejar nuestro propósito, y faltar con facilidad en los ejercicios que se tiene de costumbre pocas veces deja de ser dañoso. El propósito de los justos más pende de la gracia de Dios que del saber propio, y en él confían siempre en cualquier cosa que emprenden; porque el hombre propone, mas Dios dispone, y no está en manos del hombre su camino.

Si se deja alguna vez el ejercicio acostumbrado por piedad o por provecho del prójimo, esta omisión se puede reparar fácilmente, mas si, por fastidio o negligencia, ligeramente se deja, muy culpable es, y resultará en nuestro daño. Esforcémonos cuanto pudiéremos, que aun así caeremos en muchas faltas con facilidad; pero algún fin determinado debemos siempre proponernos, y principalmente se han de remediar las cosas que más estorban nuestro aprovechamiento. Debemos examinar y ordenar todos nuestros actos exteriores e interiores, porque unos y otros convienen para el aprovechamiento espiritual.

Si no puedes continuamente estar recogido, siquiera recógete algunos ratos, por lo menos una vez al día. Por la mañana haz tus propósitos, y a la noche examina tus obras, qué tal ha sido este día tu conducta en obras, palabras y pensamientos, porque puede ser que ofendiste a Dios y al prójimo muchas veces en ello. Ármate como varón contra la malicia del demonio. Refrena la gula y fácilmente refrenarás toda inclinación de la carne. Nunca estés del todo ocioso; lee, escribe, reza o medita, o haz algo de provecho para la comunidad. Pero los ejercicios corporales se deben tomar con discreción, porque no son igualmente para todos.

Los ejercicios particulares no se deben hacer públicamente, porque son más seguros para el secreto. Guárdate, no seas más presto para lo particular que para lo común; pero cumplido bien y fielmente lo que te está encomendado, si tienes lugar, entra dentro de ti como desea tu devoción. No podemos todos ejercitar una misma cosa; unas convienen más a unos, y otras a otros. Según el tiempo nos son más a propósitos diversos ejercicios; unos son para los días de fiesta, otros para los días de trabajo; convienen otros para el tiempo de la tentación, y otros para el de la paz y el sosiego. En unas cosas nos agrada pensar cuando estamos tristes, y en otras cuando estamos alegres en el Señor.

En las fiestas principales debemos renovar nuestros buenos ejercicios, e invocar con mayor fervor la intercesión de los Santos. De fiesta en fiesta debemos proponer algo, como si entonces hubiésemos de salir de este mundo y llegar a la eterna festividad. Por eso debemos prepararnos con cuidado en los tiempos de devoción, conversar más devotamente, y guardar toda observancia con más rigor, como quien ha de recibir en breve de Dios el premio de sus trabajos.

Y si se dilatare, creamos que no estamos bastante preparados, y que aun somos indignos de tanta gloria, como si se declarara a nosotros acabado el tiempo de la vida, y estudiemos en prepararnos mejor para la muerte. Bienaventurado el siervo, dice el Evangelista San Lucas, que cuando viniere el Señor, le hallare velando; en verdad os digo, que le constituirá sobre todos sus bienes.

CAPÍTULO XX

Del amor a la soledad y silencio

Busca tiempo competente para dedicarte a ti mismo, y piensa a menudo en los beneficios de Dios. Deja las cosas meramente curiosas, y lee aquellas materias que te den más compunción que ocupación. Si te apartares de pláticas superfluas, de estar ocioso y de oír novedades y murmuraciones, hallarás tiempo suficiente y a propósito para darte a la meditación de las cosas divinas. Los mayores Santos evitaban cuanto podían la compañía de los hombres y elegían el servir a Dios en su retiro.

Dijo uno: Cuantas veces estuve entre los hombres, volví menos hombre; lo cual experimentamos cada día cuando hablamos mucho. Más fácil cosa es callar siempre, que hablar sin errar; más fácil es ocultarse en su casa, que guardarse del todo fuera de ella. Por esto al que aspira a la vida interior y espiritual le conviene apartarse con Jesucristo de la multitud. Ninguno se crea seguro en público, sino el que se esconde voluntariamente. Ninguno habla con acierto, sino el que calla de buena gana. Ninguno preside dignamente, sino el que se sujeta con gusto. Ninguno manda con razón, sino el que aprendió a obedecer sin replicar.

Nadie se goza seguramente sino quien tiene en sí el testimonio de la buena conciencia, pues la seguridad de los Santos siempre estuvo llena de temor de Dios. Ni por eso fueron menos solícitos y humildes, aunque resplandecían en grandes virtudes y gracias; pero la seguridad de los malos nace de la soberbia y presunción. Nunca te tengas por seguro en esta vida, aunque parezcas buen religioso o devoto ermitaño.

Los muy estimados por buenos, muchas veces cayeron en graves peligros por su mucha confianza; por lo cual es utilísimo a muchos, el que no le falten del todo tentaciones, y que sean muchas veces combatidos, para que no confíen mucho de sí propios, y para que no se ensoberbezca, ni se entreguen demasiadamente a los consuelos exteriores. ¡Oh quien nunca buscase alegría transitoria, ni jamás se ocupase del mundo! ¡Cuán pura conservaría su conciencia! ¡Oh quien, apartando de sí todo vano cuidado, y pensando solamente en las cosas saludables y divinas, pusiese toda su esperanza en Dios! ¡Cuánta paz y sosiego poseería! Ninguno es digno de la consolación celestial, sino el que se ejercitare con diligencia en la santa contrición. Si quieres arrepentirte de corazón, entra en tu retiro y destierra de ti todo bullicio del mundo, según está escrito: Compungíos en vuestros retiramientos. En la celda hallarás lo que fuera pierdes muchas veces. El rincón usado se hace dulce, y el poco usado causa enfado. Si al principio de tu conversión le guardares bien, te será, después tu recogimiento, un dulce amigo y tu más agradable consuelo.

En el silencio y sosiego se aprovecha el alma devota y penetra los secretos de las Escrituras. Allí halla arroyos de lágrimas con que purificarse todas las noches, para que sea tanto más familiar a su Hacedor, cuanto más se desviare del tumulto del siglo; pues el que se aparta de amigos y conocidos, estará más cerca de Dios y de sus santos ángeles. Mejor es esconderse y cuidar de sí, que con descuido propio hacer milagros. Muy loable es al hombre religioso salir pocas veces, huir de ser visto y no querer ver a los hombres.

¿Para qué quieres ver lo que no te conviene tener? El mundo pasa, y con él sus deleites. Los deseos sensuales nos llevan a pasatiempos, mas pasada aquella hora, ¿qué nos queda sino pesadumbre de conciencia y disipación del corazón? La salida alegre causa muchas veces triste vuelta, y la alegre tarde hace triste mañana; así todo gozo carnal entra blandamente, mas al cabo muerde y mata. ¡Qué puedes ver en otro lugar que aquí no lo veas! Aquí ves el cielo y la tierra y todos los elementos, y de éstos fueron hechas todas las cosas.

¿Qué puedes ver en ningún lugar que permanezca mucho tiempo debajo del sol? ¿Piensas satisfacer tu apetito? Pues no lo alcanzarás. Si vieses todas las cosas delante de ti, ¿qué sería sino de tu vista vana? Alza tus ojos a Dios en el cielo, y ruega por tus pecados y negligencias. Deja lo vano a los vanos, y tú ten cuidado de lo que manda Dios. Cierra tu puerta sobre ti, y llama a tu amado Jesús; permanece con él en tu celda, porque no hallarás en otro lugar tanta paz. Si no salieras, ni oyeras nuevas, mejor perseverarás en santa paz. Pues te huelgas de oír algunas veces novedades, necesario es que sufras después turbaciones del corazón.

CAPÍTULO XXI

Del remordimiento del corazón

Si quieres aprovechar algo, consérvate en el temor de Dios y no quieras ser muy libre; mas por medio de la disciplina refrena todos tus sentidos, y no te des a vanos contentos. Date a la compunción y te hallarás devoto. La compunción descubre muchos bienes que la relajación suele perder en breve. Maravilla es que el hombre se pueda alegrar perfectamente en esta vida, considerando su destierro, y pensando los peligros de su alma.

Por la liviandad del corazón, y por el descuido de nuestros defectos, no sentimos los males de nuestra alma; mas muchas veces reímos, cuando deberíamos llorar. No hay verdadera libertad, ni buena alegría, sino en el temor de Dios con buena conciencia. Bienaventurado aquel que puede desviarse de todo motivo de distracción y recogerse a lo interior de una santa compunción. Bienaventurado el que renunciare todas las cosas que pueden mancillar o agravar su conciencia. Pelea como varón; una costumbre vence a otra. Si sabes separarte de los hombres, ellos te dejarán hacer tus buenas obras.

No te ocupes en cosas ajenas, ni te entremetas en las cosas de los mayores. Mira primero por ti, y amonéstate a ti mismo más especialmente que a todos cuantos quieres bien.

Si no eres favorecido de los hombres, no te entristezcas. Dete pena el que no tienes tanto cuidado de mirar por ti, como conviene al siervo de Dios y al devoto religioso. Muy útil y seguro es que el hombre no tenga en esta vida muchas consolaciones, mayormente según la carne; mas no sentir o gustar las divinas, culpa es de que no buscamos la contrición y ternura de corazón, ni desechamos del todo las vanas consolaciones de los sentidos.

Conócete por indigno de la divina consolación, y más bien digno de ser atribulado. Cuando el hombre tiene perfecta contrición, luego le es grave y amargo el mundo entero. El virtuoso siempre halla bastante materia para dolerse y llorar; porque ora se mire a sí, ora piense en su prójimo, sabe que ninguno vive aquí abajo sin tribulaciones y cuanto más atentamente se mira, tanto más halla por qué dolerse. Materia de justo dolor y entrañable contrición son nuestros pecados y vicios, en que estamos tan sumergidos, que casi no podemos contemplar lo celestial.

Si continuamente pensases, más en tu muerte que en vivir largo tiempo, no hay duda que te enmendarías con mayor fervor. Si pusieses también delante de tu corazón las penas del infierno o del purgatorio, creo que de muy buena gana sufrirías cualquier trabajo y dolor, y no rehusarías ninguna aspereza, mas como estas cosas no penetran al corazón, y amamos siempre el regalo, nos quedamos fríos y perezosos.

Muchas veces la falta de espíritu hace que se queje con tanta facilidad el cuerpo miserable. Ruega, pues, con humildad al Señor, que te dé espíritu de contrición, y di con el Profeta: Dame, Señor, a comer del pan de lágrimas, y dame a beber las lágrimas en medida.

CAPÍTULO XXII

Consideración de la miseria humana

Miserable serás donde quiera que fueres y donde quiera que te volvieres, si no te conviertes a Dios. ¿Por qué te turbas, si no te sucede lo que quieres y deseas? ¿Quién es el que tiene todas las cosas a su voluntad? Por cierto ni yo, ni tú, ni hombre alguno sobre la tierra. No hay hombre en el mundo sin tribulación o angustia, aunque sea Rey o Papa. ¿Pues quién es el que está mejor? Ciertamente el que puede padecer algo por Dios.

Dicen muchos imbéciles y flacos: Mirad cuán buena vida tiene aquel hombre, cuán rico es, cuán poderoso, cuán gran señor; mas tú eleva la consideración a los bienes del cielo, y verás que todas estas cosas temporales nada son, antes muy inestables y molestas, porque nunca las poseemos sin cuidado y temor. No está la felicidad del hombre en tener abundancia en lo temporal, bástale la medianía. Verdadera miseria es vivir sobre la tierra. Cuanto el hombre quisiera ser más espiritual, tanto le será más amarga la vida presente, porque siente mejor y ve más claro los defectos de la corrupción humana. Porque el comer, beber, velar, dormir, descansar, trabajar, y estar sujeto a las necesidades naturales, en verdad es grandísima miseria y pesadumbre al hombre devoto, el cual desea ser desatado de este cuerpo y libre de toda culpa.

Porque el hombre interior está muy gravado, con las necesidades corporales en este mundo, por esto ruega devotamente el Profeta a Dios que le libre de ellas diciendo: Líbrame, Señor, de mis necesidades. Mas ¡ay de los que no conocen su miseria! y mucho más ¡ay de los que aman esta vida miserable y corruptible! Porque hay algunos tan apegados a ella, que aunque con mucha dificultad, trabajando o mendigando adquieren lo necesario, si pudiesen vivir aquí siempre, no se cuidarían del reino de Dios.

¡Oh locos y de corazón infiel, que tan profundamente se envuelven en la tierra, que no gustan sino de las cosas carnales! Mas en el fin sentirán gravemente cuán vil y vano era lo que amaron. Los Santos de Dios, y los devotos y amigos de Cristo no tenían cuenta de lo que agradaba a la carne, ni de lo que florecía en esta vida temporal; mas toda su esperanza e intención se dirigía a los bienes eternos. Todo su deseo se elevaba a lo que permanece y que no se ve, porque no fuesen abatidos hacia lo ínfimo con el amor de lo visible. No quieras, hermano, perder la esperanza de aprovechar en las cosas espirituales; aun tienes tiempo y hora para ello.

¿Por qué quieres dilatar tu propósito? Levántate y comienza en este momento y di: Ahora es tiempo de obrar, ahora es tiempo de pelear, ahora es tiempo conveniente para enmendarme. Cuando no estás tranquilo y tienes alguna tribulación, entonces es tiempo de merecer. Conviene que pases por fuego y por agua, antes que llegues al descanso. Si no te haces violento no vencerás el vicio. Mientras estamos en este frágil cuerpo, no podemos estar enteramente sin pecado, ni vivir sin fatiga y dolor. De buena gana descansaríamos de toda miseria; mas como perdimos la inocencia con el pecado, perdimos con ella la verdadera felicidad. Por eso nos importa tener paciencia, y esperar la misericordia de Dios, hasta que se acabe esta malicia que reina ahora, y la vida destruya a la muerte.

¡Oh cuánta es la flaqueza humana, siempre inclinada a los vicios! Hoy confiesas tus pecados, y mañana vuelves a cometerlos. Ahora propones de guardarte, y de aquí una hora obras como si nada hubieras propuesto. Con razón nos podemos humillar, y no sentir de nosotros cosa grande, pues somos tan débiles y tan mudables. Por cierto, presto se puede perder por descuido, lo que dificultosamente y con mucho trabajo se ganó por la gracia.

¿Qué será de nosotros al fin, pues ya tan pronto nos entibiamos? ¡Ay de nosotros si así queremos ir al descanso, como si ya tuviésemos paz y seguridad, cuando aun no se descubre señal de verdadera santidad en nuestra conducta! Bien sería que aun fuésemos instruidos otra vez, como niños, en buenas costumbres, si por ventura hubiese alguna esperanza de enmienda, y de mayor aprovechamiento espiritual.

CAPÍTULO XXIII

Del pensamiento de la muerte

Muy presto te ocupará este negocio, por eso debes mirar cómo vives. Hoy es el hombre, y mañana no parece. En quitándolo de la vista, se borra presto también de la memoria. ¡Oh torpeza y dureza del corazón humano, que solamente piensa en lo presente, sin cuidarse de lo venidero! Así deberías conducirte en toda acción y pensamiento, como si luego hubiese de morir. Si tuviese buena conciencia, no temerías mucho la muerte. Mejor fuera evitar los pecados que huir de la muerte. Si hoy no estás preparado, ¿cómo lo estarás mañana? El día de mañana es incierto, ¿y sabes tú si amanecerás a otro día?

¿Qué aprovecha vivir mucho, cuando tan poco nos enmendamos? La larga vida no siempre corrige, antes muchas veces añade pecados. ¡Ojalá hubiésemos vivido siquiera un día bien en este mundo! Muchos cuentan los años de su conversión; pero muchas veces es poco el fruto de la enmienda. Si es temible el morir, acaso sea más peligroso el vivir mucho. Bienaventurado el que tiene siempre presente la hora de la muerte, y se prepara cada día a morir. Si viste morir a alguno, piensa que por aquel camino has de pasar.

En la mañana piensa que no llegarás a la noche, y cuando llegue ésta no te prometas la mañana. Por eso está siempre dispuesto, y vive de tal manera que nunca te halle la muerte desapercibido. Muchos mueren de repente, porque en la hora que no se piensa vendrá el Hijo del Hombre. Cuando viniere aquella hora postrera, muy de otra suerte comenzarás a sentir de toda tu vida pasada, y te dolerás mucho por haber sido tan negligente y perezoso.

¡Cuán feliz y prudente es el que vive de tal modo, cual desea le halle Dios en la hora de la muerte! Porque el absoluto desprecio del mundo, el ardiente deseo de aprovechar en las virtudes, el amor a la disciplina, el trabajo de la penitencia, la prontitud de la obediencia, el renunciarse a sí mismo, la paciencia en toda adversidad por amor de nuestro Señor Jesucristo, gran confianza le darán de morir felizmente. Mucho bueno podrás obrar cuando estás sano, mas cuando enfermo no sé qué podrás. Pocos se enmiendan con la enfermedad; y los que hacen muchas romerías, pocas veces son santificados.

No confíes en amigo y allegados, ni dilates en asegurar tu salvación para lo porvenir, porque más presto de lo que piensas estarás olvidado de los hombres. Mejor es ahora con tiempo prevenir algunas buenas obras que envíes adelante, que esperar en el auxilio de otros. Si no eres solícito para ti ahora, ¿quién cuidará de ti después? Ahora es el tiempo precioso, ahora son los días de salud, ahora es el tiempo agradable, pero ¡oh dolor! que los gasta sin aprovecharte, pudiendo en él ganar la vida eterna. Vendrá tiempo en que desearás un día, o una hora para enmendarte, y no sé si te será concedida.

¡Oh carísimo hermano, de cuántos peligros te podría librar, y de cuán grave espanto salir, si siempre estuviese temeroso y receloso de la muerte! Trata ahora de vivir de modo, que en la hora de la muerte puedas antes alegrarte que temer. Aprende ahora a morir al mundo, para que después comiences a vivir con Cristo. Aprende ahora a despreciar todas las cosas, para que entonces puedas ir libremente a él. Castiga ahora con paciencia tu cuerpo, para que entonces puedas tener segura confianza.

¡Oh loco! ¿Por qué pensar vivir mucho, no teniendo un día seguro? ¡Cuántos han sido engañados y apartados del cuerpo cuando no lo pensaban! ¡Cuántas veces oíste contar que uno murió a puñaladas, otro se ahogó, otro cayó de alto y se rompió la cabeza, otro comiendo se quedó yerto, a otro jugando le llegó su fin; uno murió con fuego, otro con hierro, otro de peste, otro a mano de ladrones! pues la muerte es el fin de todos, y la vida de los hombres se pasa súbitamente como sombra.

¿Quién se acordará de ti, y quién rogará por ti después de muerto? Ahora, hermano, haz lo que pudieres, que no sabes cuándo morirás, ni lo que será de ti después de la muerte. Ahora que tienes tiempo, atesora riquezas inmortales, no pienses sino en tu salvación, y cuida solamente de las cosas de Dios. Hazte amigos de entre los Santos, honrándolos e imitando sus obras, para que cuando salieres de esta vida, te reciban en las moradas eternas.

Trátate como huésped y peregrino sobre la tierra, a quien no le va nada en los negocios del mundo. Guarda tu corazón libre y elevado a Dios, porque aquí no tienes ciudad permanente. Dirige allí diariamente tus oraciones, tus gemidos y tus lágrimas, porque merezca tu espíritu, después de la muerte, pasar dichosamente al Señor.

CAPÍTULO XXIV

Del juicio y de las penas de los pecados

Mira el fin de todas las cosas, y de qué modo te presentará delante de aquel rectísimo Juez, al cual no hay cosa encubierta, ni se aplaca con dones, ni admite excusas, sino que juzgará en justicia. ¡Oh ignorante y miserable pecador! ¿Qué responderás a Dios, que sabe todas tus maldades? Tú, que temes a las veces el rostro de un hombre airado, ¿por qué no te previenes para el día del juicio, cuando no habrá quién defienda ni ruegue por otro, sino que cada uno tendrá que hacerlo por sí? Ahora tu trabajo es fructuoso, tu llanto aceptable, tus gemidos se oyen, tu dolor es satisfactorio.

Grave y saludable purgatorio, tiene aquí el hombre sufrido, que recibiendo injurias, se duele más de la malicia del injuriador, que de su propia ofensa. Él ruega a Dios por sus contrarios de buena gana y de corazón perdona los agravios, y no tarda en pedir perdón a cualquiera, y más fácilmente tiene misericordia que se indigna. Él se hace violencia muchas veces, y procura sujetar del todo su carne al espíritu. Mejor es ahora purgar los pecados y cortar los vicios, que dejar su expiación para lo venidero. Por cierto, nosotros nos engañamos a nosotros mismos por el amor desordenado que nos tenemos.

¿En qué otra cosa se cebará aquel fuego sino en tus pecados? Cuanto más aquí te perdonas y sigues tu propio amor, tanto más gravemente después serás atormentado, pues guardas mayor materia para quemarte. En lo mismo que pecó el hombre, será más gravemente castigado. Allí los perezosos serán punzados con aguijones ardientes, y los golosos serán atormentados con gravísima hambre y sed. Allí los lujuriosos y amadores de deleites serán bañados con pez ardiente y fétido azufre, y los envidiosos aullarán en su dolor como perros rabiosos.

No habrá vicio que no tenga su propio tormento. Allí los soberbios estarán llenos de confusión, y los avarientos serán oprimidos con miserable necesidad. Allí será más grave pasar una hora de tormento, que aquí cien años de penitencia amarga. Allí no hay sosiego ni consolación para los condenados; mas aquí algunas veces cesan los trabajos, y consuelan los amigos. Ahora te den cuidado y causen dolor tus pecados, para que en el día del juicio estés seguro con los bienaventurados; pues entonces estarán los justos con gran constancia contra los que los angustiaron y persiguieron. Entonces estará para juzgar el que aquí se sujetó humildemente al juicio de los hombres. Entonces tendrá mucha confianza el pobre y el humilde, mas el soberbio por todos lados se estremecerá.

Entonces será tenido por sabio el que aprendió aquí a ser ignorante y menospreciado por Cristo. Entonces agradará toda tribulación sufrida con paciencia, y toda maldad no despegará los labios. Entonces se holgarán todos los devotos, y se entristecerán todos los disolutos. Entonces resplandecerá el vestido despreciado, y parecerá vil el traje precioso. Entonces será más alabada la pobre casilla que el palacio adornado. Entonces ayudará más la constante paciencia que todo el poder del mundo. Entonces será más ensalzada la simple obediencia, que toda la sagacidad del siglo.

Entonces alegrará más la pura y buena conciencia que la docta filosofía. Entonces se estimará más el desprecio de las riquezas, que todo el tesoro de los ricos de la tierra. Entonces te consolarás más de haber orado con devoción, que de haber comido delicadamente. Entonces te gozarás más de haber guardado el silencio, que de haber hablado mucho. Entonces te aprovecharán más las obras santas, que las palabras floridas. Entonces te agradará más la vida estrecha y la rigurosa penitencia, que todas las delicias terrenas. Aprende ahora a padecer en lo poco, porque después seas libre de lo muy grave; primero prueba aquí lo que podrás después. Si ahora no puedes padecer levemente, ¿cómo podrás después sufrir los tormentos eternos? Si ahora una pequeña penalidad te hace tan impaciente, ¿qué hará entonces el infierno? De verdad no puedes tener dos gozos, deleitarte en este mundo, y después reinar en el cielo con Cristo.

Si hasta ahora hubiese vivido en honras y deleites, y te llegase la muerte en este instante, ¿qué te aprovecharía todo aquello? Porque todo es vanidad, menos el amar y servir a Dios solo. Porque los que aman a Dios de todo corazón no temen la muerte, ni el tormento, ni el juicio, ni el infierno. El amor perfecto tiene segura la comunicación con Dios, mas quien se deleita en pecar, no es maravilla que tema la muerte y el juicio. Bueno es que si el amor no nos desvía de lo malo, por lo menos el temor del infierno nos refrene; pero el que pospone el temor de Dios, no puede perseverar mucho tiempo en el bien, antes caerá muy presto en los lazos del demonio.

CAPÍTULO XXV

De la fervorosa enmienda de toda nuestra vida

Vela con mucha diligencia en el servicio de Dios, y piensa de ordinario a qué viniste, y por qué dejaste el siglo. ¿Por ventura, no le despreciaste con el fin de vivir para Dios y convertirte en hombre espiritual? Corre, pues con fervor a la perfección, que presto recibirás el galardón de tus trabajos, y no habrá de ahí adelante temor ni dolor en tu fin. Ahora trabajarás un poco, y hallarás después gran descanso, y aun perpetua alegría. Si permaneces fiel y diligente en el servir, sin duda será Dios fidelísimo y riquísimo en el pagar. Ten firme esperanza que alcanzarás victoria; mas no conviene tener seguridad, porque no te entibies o te ensoberbezcas.

Como uno estuviese congojado, y entre la esperanza y el temor dudase muchas veces, cargado de tristeza se postró delante de un altar en la iglesia para rezar; y revolviendo en su corazón varias cosas dijo: ¡Oh si supiese que había de perseverar! Y luego oyó en lo interior esta divina respuesta: ¿Qué harías si eso supieres? Haz ahora lo que harías entonces, y estarás bien seguro. Y al punto, consolado y confortado, se ofreció a la divina voluntad, cesó su congojosa turbación, y no quiso más escudriñar curiosamente para saber lo que le había de suceder; pero anduvo con mucho cuidado de saber lo que fuese la voluntad de Dios, y a sus divinos ojos más agradable y perfecto, para comenzar y perfeccionar toda buena obra.

El Profeta dice: Espera en el Señor, y haz bondad, y mora en la tierra, y serás apacentado en sus riquezas. Detiene a muchos el fervor de su aprovechamiento el temor de las dificultades o el trabajo de la batalla. Ciertamente aprovechan más en las virtudes aquellos que más varonilmente ponen todas sus fuerzas para vencer las que le son más graves y contrarias; porque allí aprovecha uno más, y alcanza mayor gracia, adonde más se vence y se mortifica en el espíritu.

Pero no todos tienen igual ánimo para vencer y mortificarse. Mas el diligente y celoso de su aprovechamiento será más fuerte para la perfección, aunque tenga muchas pasiones, que el de buen natural si no pone cuidado en las virtudes. Dos cosas especialmente ayudan mucho a enmendarse, conviene a saber, desviarse con esfuerzo de aquello a que inclina la naturaleza viciosamente, y trabajar con fervor por el bien que más necesita. Estudia también en vencer y evitar lo que de ordinario te desagrada en tus prójimos.

Mira que te aproveches donde quiera; y si vieres y oyeres buenos ejemplos, anímate a imitarlo. Mas si vieres alguna cosa digna de reprensión, guárdate de hacerlo; y si alguna vez lo hiciste, procura enmendarte luego. Así como tú observas a los otros, así los otros te observan a ti. ¡Oh cuán alegre y dulce cosa es ver a los hermanos devotos y fervorosos, con santas costumbres, y en observante disciplina! ¡Cuán triste y penoso es verlos andar desordenados, y que no cumplen aquello a que son llamados por su vocación! ¡Oh cuán dañoso es ser negligente en el propósito de su llamamiento, y ocuparse en lo que no les mandan!

Acuérdate del propósito que hiciste, y pon delante de ti la imagen del Crucifijo. Bien puedes avergonzarte mirando su vida sacratísima; porque aun no has procurado conformarte más con él, aunque hace muchos años que estás en el camino de Dios. El religioso que se ejercita intensa y devotamente en la santísima Vida y Pasión del Señor, halla allí cumplidamente todo lo útil y necesario para sí, y no tiene que buscar cosa mejor fuera de Jesucristo. ¡Oh si viniese a nuestro corazón Jesús crucificado, cuán presto y cumplidamente seríamos enseñados!

El religioso fervoroso acepta todo lo que le mandan, y lo lleva con paciencia. El negligente y perezoso tiene tribulación sobre tribulación, y de todas partes padece angustia, porque carece de la consolación interior, y no le dejan buscar la exterior. El religioso que vive fuera de la disciplina se expone a caer gravemente. El que busca vivir en anchura y flojedad, siempre estará en angustias; porque lo uno o lo otro le descontentará.

¿Cómo lo practica tanta multitud de religiosos, que viven encerrados bajo la observancia del claustro? Salen pocas veces, viven retirados, comen pobremente, visten groseramente, trabajan mucho, hablan poco, velan largo tiempo, madrugan mucho, tienen continuas horas de oración, leen a menudo y guardan en todo la disciplina. Mira cómo los de la Cartuja y los del Cister, y los Monjes y Monjas de diversos órdenes se levantan cada noche a alabar al Señor. Por eso, sería vergonzoso que tú emperezases en obra tan santa, donde tanta multitud de religiosos comienza a alabar a Dios.

¡Oh si nunca hubiésemos de hacer otra cosa sino alabar a nuestro Señor, de todo corazón y con la boca! ¡Oh si nunca tuviese necesidad de comer, de beber ni de dormir, sino que siempre pudieses alabar a Dios, y solamente ocuparte en cosas espirituales! Entonces serías mucho más dichoso que ahora, cuando sirves a la necesidad de la carne. Pluguiese a Dios que no tuviésemos estas necesidades, sino solamente las refacciones espirituales, las cuales ¡ay! gustamos bien raras veces.

Cuando el hombre llega al tiempo en que no busca su consolación en criatura alguna, entonces comienza a gustar de Dios perfectamente, y está contento, también de todo lo que le sucede. Entonces, ni se alegra en lo mucho, ni se entristece por lo poco, sino que se pone entera y fielmente en manos de Dios, el cual le es todo en todas las cosas, y para el cual ninguna cosa perece ni muere, mas todas viven y le sirven sin tardanza.

Acuérdate siempre del fin, y que el tiempo perdido jamás vuelve. Nunca alcanzarás las virtudes sin cuidado y diligencia. Si comienzas a ser tibio, comenzará a irte mal; mas si te dieres al fervor, hallarás gran paz, y te será el trabajo muy ligero por la gracia de Dios, y por al amor de la virtud. El hombre que tiene fervor y diligencia, a todo está dispuesto. Mayor trabajo es resistir a los vicios y pasiones, que sudar en los trabajos corporales. El que no evita los defectos pequeños, poco a poco cae en los grandes. Gozarás siempre a la noche, si gastares bien la vida. Vela sobre ti, excítate y amonéstate a ti propio. Sea de los otros lo que fuere, no te descuides de ti. Tanto más aprovecharás cuanto más violencia te hicieres. Amén.

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