sábado, 29 de marzo de 2008

IMITACIÓN DE CRISTO de Tomas de Kempis III

LIBRO TERCERO

De la consolación interior

CAPÍTULO I

De la habla interior de Cristo al ánima fiel

Oiré lo que hablare el Señor Dios en mí. Bienaventurada el alma que oye al Señor que le habla interiormente, y de su boca recibe palabra de consolación. Bienaventurados los oídos que perciben lo sutil de las inspiraciones divinas y no se cuidan de las murmuraciones mundanas. Bienaventurados los oídos que escuchan, no la voz que oyen de fuera, sino la verdad que enseña adentro. Bienaventurados los ojos que cerrados a las cosas exteriores, están muy atentos a los interiores. Bienaventurados los que penetran las cosas interiores y procuran con ejercicios continuos prepararse cada día más y más a entender los secretos celestiales. Bienaventurados los que se alegran de entregarse a Dios, y se desembarazan de todo impedimento del mundo. ¡Oh alma mía! Considera muy bien esto, y cierra las puertas de tu sensualidad, porque puedas oír lo que el Señor tu Dios habla en ti.

Esto dice tu Amado: Yo soy tu salud, tu paz y tu vida; consérvate en mí, y hallarás la paz. Deja todas las cosas transitorias y busca las eternas. ¿Qué es todo lo temporal sino engañoso? ¿Y qué te ayudarán todas las criaturas si fueres desamparado del Criador? Por esto, dejadas todas las cosas, vuélvete amable y fiel a tu Criador, para que puedas alcanzar la verdadera bienaventuranza.

CAPÍTULO II

Cómo la verdad habla interiormente al alma sin ruido de palabras

Habla, Señor, porque tu siervo oye. Yo, soy tu siervo, dame entendimiento para que sepa tus verdades. Inclina mi corazón a las palabras de tu boca; descienda tu habla así como rocío. Decían en otro tiempo los hijos de Israel a Moisés: Háblanos tú, y oirémoste; no nos hable el Señor, porque quizá moriremos. No así, Señor, no te ruego así; mas con el profeta Samuel, con humildad y deseo te suplico: Habla, Señor, porque tu siervo oye. No me hable Moisés, ni alguno de los profetas; mas háblame tú, Señor Dios, inspirador e iluminador de todos los profetas; pues tú solo sin ellos me puedes enseñar perfectamente, pero ellos sin ti ninguna cosa aprovecharán.

Es verdad que pueden pronunciar palabras, mas no comunican espíritu. Muy bien hablan, mas callando tú no encienden el corazón. Dicen la letra, mas tú abres el sentido; predican misterios, mas tú aclaras la inteligencia de lo oculto; pronuncian mandamientos, pero tú ayudas a cumplirlos; muestran el camino, pero tú das esfuerzo para andarlo; ellos obran por afuera solamente, pero tú instruyes e iluminas los corazones; ellos riegan la superficie, mas tú das la fertilidad; ellos claman con palabras, mas tú das la inteligencia al oído.

Pues no me hable Moisés, sino tú, Señor Dios mío, eterna Verdad, para que por ventura no muera, y quede sin fruto si solamente fuere enseñado por afuera y no encendido por adentro. No me sea para condenación la palabra oída y no obrada, conocida y no amada, creída y no guardada. Habla pues tú, Señor, porque tu siervo oye, pues tienes palabras de vida eterna. Háblame, para consolación de mi alma, para la enmienda de toda mi vida, y para eterna honra y gloria tuya.

CAPÍTULO III

Las palabras de Dios se deben oír con humildad, y muchos no las estiman

Oye, hijo mío, mis palabras, palabras suavísimas, que exceden toda la ciencia de los filósofos y sabios del mundo. Mis palabras son espíritu y vida, y no se pueden examinar por el sentido humano. No se deben traer al sabor del paladar, mas se deben oír con silencio, y recibir con toda humildad y grande afecto.

Dijo David: Bienaventurado es aquel a quien tú enseñares, Señor, y a quien mostrares tu ley, porque lo guardes de los días malos, y no sea desamparado en la tierra.

Yo, dice el Señor, enseñé a los profetas desde el principio, y no ceso de hablar a todos hasta ahora, mas muchos son duros y sordos a mi voz. Muchos de mejor gana oyen al mundo que a Dios; más fácilmente siguen el apetito de su carne, que al beneplácito divino. El mundo promete cosas temporales y pequeñas, y con toso eso le sirven con gran ansia; yo prometo cosas grandes y eternas, y entorpécense los corazones de los mortales. ¿Quién me sirve a mí y me obedece en todo, con tanto cuidado como al mundo y a sus señores se sirve? Avergüénzate, Sidón, dice el mar. Y si preguntas la causa, oye el por qué. Por un pequeño beneficio andan los hombres largo camino, y por la vida eterna muchos con dificultad levantan el pie del suelo. Buscan los hombres viles ganancias; por una blanca pleitean a las veces vergonzosamente; por cosas vanas y por una corta promesa no temen fatigarse noche y día. Mas ¡oh dolor! que emperezan de fatigarse un poco por el bien que no se muda, por el galardón que es inestimable, y por la suma honra y gloria sin fin. Avergüénzate, siervo perezoso y quejoso de ver que aquellos se hallan más dispuestos para la perdición, que tú para la vida eterna. Alégranse ellos más por la vanidad, que tú por la verdad. Porque algunas veces les miente su esperanza; mas mi promesa a nadie engaña, ni deja frustrado al que confía en mí. Yo daré lo que tengo prometido. Y cumpliré lo que he dicho, si alguno perseverare fiel en mi amor hasta el fin. Yo soy galardonador de todos los buenos y rígido examinador de todos los devotos.

Escribe mis palabras en tu corazón, y considéralas con mucha diligencia, pues en el tiempo de la tentación las habrás menester. Lo que no entiendes cuando lees, lo conocerás en el día de la visitación. De dos maneras acostumbro visitar a mis escogidos; esto es, con la tentación y con el consuelo. Y dos lecciones les doy cada día, una reprendiendo sus vicios, otra exhortándolos al adelantamiento en la virtud. El que tiene mis palabras y las desprecia, tiene quien le juzgue en el postrero día.

ORACIÓN

Para pedir la gracia de la devoción

Señor Dios mío, tú eres todos mis bienes. ¿Quién soy yo para que me atreva a hablarte? Yo soy un pobrísimo siervo tuyo, un gusanillo despreciable, mucho más pobre y más digno de ser despreciado de lo que yo sé, y me atrevo a decir. Pero acuérdate, Señor, que soy nada, nada tengo, nada valgo. Tú solo eres bueno, justo y santo, tú lo puedes todo, tú lo das todo, tú lo llenas todo, sólo al pecador dejas vacío. Acuérdate, Señor, de tus misericordias, y llena mi corazón de tu gracia, pues no quieres que queden vacías tus obras.

¿Cómo me podré sufrir en esta miserable vida, si no me esfuerza tu misericordia y tu gracia? No me vuelvas el rostro, no dilates tu visitación, no me quites tu consuelo, para que no sea mi alma como la tierra sin agua. Señor, enséñame a hacer tu voluntad, enséñame a conversar delante de ti digna y humildemente, porque tú eres mi sabiduría, que en verdad me conoces, y me conociste antes que el mundo se hiciese, y antes que yo naciese en el mundo.

CAPÍTULO IV

Debemos conversar delante de Dios con verdad y humildad

Hijo, anda delante de mí en verdad, y búscame siempre con sencillo corazón. El que camina delante de mí en verdad, será defendido de malos encuentros, y la verdad le librará de los seductores, y de las murmuraciones de los inicuos. Si la verdad te librase serás verdaderamente libre, y no cuidarás de las palabras vanas de los hombres.

Señor, verdad es lo que dices, y así te suplico que lo hagas conmigo. Tu verdad me enseñe, y ella me guarde y me conserve hasta el fin saludable. Ella me libre de toda mala afición y todo amor desordenado, y así andaré contigo con gran libertad de corazón.

Yo te enseñaré, dice la Verdad, las cosas rectas y agradables a mí. Piensa en tus pecados con gran dolor y tristeza, y nunca te juzgues valer algo por tus buenas obras; que en verdad eres pecador, sujeto y enlazado en muchas pasiones. De ti siempre caminas a la nada, luego caes, luego eres vencido, presto te turbas y pronto desfalleces. No tienes cosa de que te puedas gloriar, y tienes muchas porque puedas envilecerte; porque más flaco eres de lo que puedes pensar.

Por eso no te parezca cosa grande alguna de cuantas haces. Nada tengas por grande, nada por cosa preciada ni maravillosa, nada estimes por digno de reputación, nada por elevado, nada por verdaderamente loable y apetecible, sino lo que es eterno. Agrádete sobre todas las cosas la eterna Verdad, y desagrádete siempre sobre todo tu gran bajeza. Nada temas, ni desprecies ni huyas tanto como tus faltas y pecados, los cuales deben entristecerte más que los daños de todas las cosas. Algunos no andan delante de mí sinceramente; pero con curiosidad y arrogancia quieren saber mis secretos, y entender las cosas altas de Dios, no cuidando de sí mismos, ni de su salvación. Estos caen con frecuencia en grandes tentaciones y pecados, por su soberbia y curiosidad; porque yo les soy contrario.

Teme los juicios de Dios, tiembla de la ira del Omnipotente, no quieras sondear las obras del Altísimo; mas escudriña tus maldades, en cuántas cosas pecaste y cuántas buenas obras dejaste de hacer por tu negligencia. Algunos reducen su devoción solamente en los libros, otros en las imágenes, otros en señales y figuras exteriores. Unos me traen en la boca, pero muy poco en el corazón. Hay otros, que iluminados en el entendimiento y purificados en el afecto, suspiran siempre por las cosas eternas, oyen con pena hablar de las terrenas y con dolor acuden a las necesidades de la naturaleza, y éstos sienten lo que habla en ellos el Espíritu de verdad, porque éste les enseña a despreciar lo terreno y amar lo celestial; aborrecer el mundo, y desear el cielo día y noche.

CAPÍTULO V

Del maravilloso efecto del Divino Amor

Bendígote, Padre celestial, Padre de mi Señor Jesucristo, que tuviste por bien acordarte de mí, pobre. ¡Oh Padre de las misericordias, y Dios de toda consolación! Gracias te doy porque a mí, indigno de todo consuelo, recreas algunas veces con tu consolación. Bendígote siempre, y glorifícote con tu Unigénito Hijo, y con el Espíritu Santo Consolador, por todos los siglos de los siglos. ¡Oh Señor Dios mío, Amador santo mío! Cuando tú vinieres a mi corazón, se alegrarán todas mis entrañas. Tú eres mi gloria y la alegría de mi corazón; tú eres mi esperanza y el refugio mío en el día de mi tribulación.

Mas porque aún soy débil en el amor, e imperfecto en la virtud, por eso tengo necesidad de ser fortalecido y consolado por ti. Por eso visítame, Señor, continuamente, e instrúyeme con santas doctrinas. Líbrame de mis malas pasiones y sana mi corazón de todos mis afectos desordenados; a fin de que sano y bien purificado en lo interior, sea apto para amarte, fuerte para sufrir y firme para perseverar.

Gran cosa es el amor y el mayor de todos los bienes. Él solo hace ligero todo lo pesado, y sufre con igualdad todo lo desigual, pues lleva la carga sin fatiga y hace dulce y sabroso todo lo amargo. El nobilísimo amor de Jesús nos anima a hacer grandes cosas y siempre nos mueve a desear lo más perfecto. El amor quiere estar en lo más alto, y no ser detenido en cosas bajas. El amor quiere ser libre y ajeno de toda afición mundana, para que no se impida su afecto interior, ni se embarace en ocupaciones de provecho temporal, ni caiga por algún daño o pérdida. No hay cosa más dulce que el amor, ni más fuerte, ni más alta, ni más espaciosa, ni más alegre, ni más cumplida ni mejor en el cielo ni en la tierra. Porque el amor nació de Dios y no puede descansar con nada de lo creado, sino con el mismo Dios.

El que ama vuela, corre, alégrase, es libre, y no es detenido; todas las cosas da por todo, y las tiene todas en todo, porque descansa en el único Sumo Bien sobre todas las cosas, del cual mana y procede todo bien. No mira a los dones, sino vuélvese al dador de ellos sobre todos los bienes. El amor muchas veces no sabe modo, mas se inflama sobre todo modo. El amor no siente carga, ni hace caso de los trabajos, antes desea más de lo que puede. No se queja que le manden lo imposible, porque cree que en Dios todo lo puede. Pues tiene poder para todo y muchas cosas ejecuta y pone por obra, en las cuales el que no ama desfallece y cae. El amor siempre vela, y durmiendo no se adormece, fatigado no se cansa, angustiado no se angustia, espantado no se espanta; sino que como viva llama y ardiente luz, sube a lo alto y se remonta con seguridad. Si alguno ama, conoce lo que dice esta voz: Gran clamor es en los oídos de Dios el abrasado afecto del alma que dice: Dios mío, Amor mío, tú eres todo mío, y yo todo tuyo.

Dilátame en el amor, para que aprenda a gustar en el fondo de mi corazón, cuán suave es amar y derretirse y nadar en el amor. Sea yo cautivo del amor, saliendo de mí por el gran fervor y admiración. Cante yo cantares de amor; sígate yo, Amado mío, a lo alto, y desfallezca mi alma en tu loor transportada de amor. Ámete yo más que a mí, y no me ame a mí sino por ti; y ame en ti a todos los que de verdad te aman, como manda la ley del amor, que sale de ti como un resplandor de tu Divinidad.

El amor es diligente, sincero, piadoso, alegre y ameno; fuerte, sufrido, fiel, prudente, constante, magnánimo, y nunca se busca a sí mismo, porque si alguno se busca a sí mismo, luego cae del amor. El amor es circunspecto, humilde y recto; no es regalado ni liviano, ni atiende a cosas vanas; es sobrio, firme, casto, tranquilo y recatado en todos sus sentidos. El amor es sumiso y obediente a los Prelados, y para sí mismo vil y despreciable; para con Dios devoto y agradecido, confiando y esperando siempre en él, aún en el tiempo cuando no le regala, porque ninguno vive en amor sin dolor.

El que no está dispuesto a sufrir todas las cosas y estar a la voluntad del amado, no es digno de llamarse amador. Conviene al que ama abrazar de buena voluntad por el amado todo lo duro y amargo, y no apartarse de él por cosa contraria que le acaezca.

CAPÍTULO VI

De la prueba del verdadero amor

Hijo, aún no eres fuerte y prudente amador.

¿Por qué Señor?

Porque a cualquier contradicción pequeña faltas en lo comenzado y buscas la consolación con mucha ansia. El constante amador está firme en las tentaciones y no cree las astucias engañosas del enemigo. Como yo le agrado en las prosperidades, así no le descontento en lo adverso.

El discreto amador, no considera tanto el don del que ama, cuanto el amor del que lo da; más mira a la voluntad que a la merced, y todas las dádivas pospone al amado. El amador noble no descansa en el don, sino en mí que soy sobre todo don. Por eso si alguna vez no gustas tan bien de mí o de mis santos como deseas, no por eso está ya todo perdido. Aquel tierno y dulce afecto que percibes algunas veces, obra es de la gracia presente, y como una pequeña participación de la patria celestial, sobre lo cual no debes apoyarte mucho, porque va y viene. Mas el pelear contra los malos movimientos del ánimo, y desechar las sugestiones del enemigo, señal es de virtud, y de gran merecimiento.

No te turben pues las imaginaciones extrañas de diversas materias que te ocurran. Guarda tu firme propósito con recta intención a Dios. No es extraño que de repente te arrebates alguna vez a lo alto, y luego te tornes a las distracciones acostumbradas del corazón, porque más las sufres contra tu voluntad que las causas; y mientras te dan penas y las contradices, mérito es y no pérdida.

Persuádete que el enemigo antiguo, de todos modos se esfuerza para impedir tu deseo en lo bueno, y privarte de todo ejercicio devoto, como es honrar a los Santos, la piadosa memoria de mi Pasión, la útil recordación de los pecados, la guarda del propio corazón y el firme propósito de aprovechar en la virtud. Te trae muchos pensamientos malos para causarte horror, y para desviarte de la oración y de la lección sagrada. Desagrádale mucho la humilde confesión; y si pudiese, haría que no comulgases. No le creas ni hagas caso de él aunque muchas veces te arme lazos. Cuando te trajere pensamientos malos y torpes, atribúyelo a él y dile: Vete de aquí, espíritu inmundo; avergüénzate, desventurado; muy inmundo eres, pues me traes tales cosas a la imaginación. Apártate de mí, malvado engañador, no tendrás parte alguna de mí, porque Jesús estará conmigo como invencible capitán y tú quedarás confuso. Más quiero morir y sufrir cualquier pena, que consentir contigo. Calla y enmudece; no te oiré más, aunque más me importunes. El Señor es mi luz y mi salud, ¿a quién temeré? Aunque se ponga contra mí un ejército, no temerá mi corazón. El Señor es mi ayudador y mi redentor.

Pelea como buen soldado; y si alguna vez cayeres por fragilidad, procura cobrar mayores fuerzas que las primeras, confiando de mayor favor mío, y guárdate mucho de la vana complacencia y de la soberbia. Por esto muchos están engañados y caen algunas veces en una ceguedad casi incurable. Séate aviso para perpetua humildad la caída de los soberbios, que locamente presumen de sí.

CAPÍTULO VII

Cómo se ha de ocultar la gracia bajo la humildad

Hijo, más útil y más seguro te es encubrir la gracia de la devoción, que no ensalzarte, ni hablar mucho de ella, ni ponderarla mucho; sino despreciarte a ti mismo, y temer, como dada a quien no la merece. No es bien apegarse demasiado a este tierno afecto, que tan pronto puede mudarse en lo contrario. Piensa cuando están en gracia, cuán miserable y pobre sueles ser sin ella. No está sólo la perfección de la vida espiritual en tener la gracia de la consolación; sino en que con humildad, negándote a ti mismo, lleves con paciencia que se te quite, de suerte que entonces no aflojes en el ejercicio de la oración, ni dejes las buenas obras que sueles practicar; mas como mejor pudieres y entendieres has de buena gana todo lo que esté de tu parte; ni por la sequedad o angustia que sientes, descuides del todo de ti mismo.

Porque hay muchos que cuando las cosas no les suceden bien, luego se impacientan, o aflojan en la virtud. Porque no está siempre en la mano del hombre su adelantamiento; mas a Dios pertenece el dar y consolar cuando quiere, cuanto quiere, y a quien quiere, como a él le agrada, y no más. Algunos indiscretos se destruyeron por la gracia de la devoción; porque quisieron hacer más de lo que pudieron, no mirando la medida de su pequeñez, siguiendo más el deseo de su corazón que el juicio de la razón. Y porque se atrevieron a mayores cosas que Dios quería, por esto perdieron la gracia, y se hicieron pobres, y quedaron viles los que pusieron en el cielo su nido, para que humillados y empobrecidos aprendan a no volar con sus alas, sino a esperar debajo de las mías. Los que todavía son nuevos y sin experiencia en el camino del Señor, si no se gobiernan por el consejo de discretos, fácilmente pueden ser engañados y venir a perderse.

Si quieren seguir más su parecer que creer a los experimentados, les será al cabo de gran peligro, si no quieren ceder de su propio juicio. Los que se tienen por sabios rara vez sufren con humildad ser corregidos. Mejor te es el tener poco, que mucho de donde te puedes ensoberbecer. No hace discretamente el que se da todo a la alegría, olvidándose de su pasada miseria y del casto temor del Señor, que teme perder la gracia concedida. Ni entiende mucho de virtud el que se desalienta en el tiempo de la adversidad o tribulación, y piensa y siente de mí con menos confianza de lo que conviene.

El que en tiempo de paz se juzgare demasiado seguro, muy caído y medroso se hallará en el tiempo del combate. Si supiese siempre permanecer humilde y pequeño a tus ojos y moderar y regir bien tu espíritu, no caerías tan presto en los peligros. Buen consejo es que pienses cuando están con fervor de espíritu, lo que puede venir apartándose aquella luz. Y cuando esto acaece, piensa que otra vez puede volver la misma luz; la cual yo te quité por algún tiempo para tu seguridad y gloria mía.

Más aprovecha muchas veces esta prueba, que si tuvieses de continuo a tu voluntad las cosas que deseas; porque los merecimientos no se han de calificar por tener muchas visiones o consolaciones, o porque sea uno entendido en la Escritura, o porque esté colocado en dignidad, sino en si fuere fundado en humildad verdadera, y lleno de la caridad divina; si pura y enteramente buscare siempre la honra de Dios; si se reputare a sí mismo por nada y verdaderamente se despreciare; y si se holgare de ser abatido y despreciado de otros, más que de ser honrado.

CAPÍTULO VIII

De la vil estimación de sí mismo a los ojos de Dios

¿Hablaré yo a mi Señor, siendo, como soy, polvo y ceniza? Si por más de esto me reputare, tú estás contra mí, y mis maldades dan de esto verdadero testimonio, y no puedo contradecirlo. Mas si reconociendo mi vileza, juzgare que soy nada, dejare toda propia estimación y me considerare polvo, como lo soy, me será tu gracia favorable, y tu luz se acercará a mi corazón, y toda estimación se hundirá en el abismo de mi nada y perecerá eternamente. Allí me mostrarás lo que soy, lo que fui, y a dónde vine a parar, porque soy nada y no lo conocí. Si soy dejado a mis fuerzas, todo soy nada, y todo flaqueza; pero si tú me mirares, luego seré fortificado y estaré lleno de nuevo gozo. Y es cosa maravillosa, por cierto, cómo tan de repente soy levantado sobre mí, y abrazado de ti con tanta benignidad, siendo así que yo, según mi propia pesadez, siempre soy inclinado a lo bajo.

Esto, Señor, hace tu amor; que sin méritos míos, me previene y me socorre en tantas necesidades, guardándome también de graves peligros, librándome, para decir verdad, de innumerables males. Porque yo me perdí amándome desordenadamente; pero buscándote a ti solo, y amándote puramente, hallé a mí y a ti, y por el amor me reduje más profundamente a mi nada; porque tú ¡oh dulcísimo Señor! haces conmigo mucho más de lo que merezco, y más de lo que me atrevo a esperar o pedir.

Bendito seas, Dios mío, que aunque soy indigno de todo bien, todavía tu suprema e infinita bondad nunca cesa de hacer bien aún a los desagradecidos, y a los que están muy lejos de ti. Conviértenos a ti, para que seamos agradecidos, humildes y devotos, pues tú eres nuestra salud, nuestra virtud y nuestra fortaleza.

CAPÍTULO IX

Todas las cosas deben referirse a Dios, como a último fin

Hijo, yo debo ser tu supremo y último fin, si deseas de veras ser bienaventurado. Con este propósito se purificará tu afecto, que malamente se inclina muchas veces a sí mismo y a las criaturas, porque si en algo te buscas a ti mismo, luego desfalleces y te secas. Pues atribuye todo lo bueno principalmente a mí, que soy el que te doy todos los bienes. Así considera cada cosa como venida del Soberano Bien, y por eso todas las cosas se deben reducir a mí, como a su propio principio.

De mí, como de fuente viva, sacan agua viva el pequeño y el grande, el pobre y el rico; y los que me sirven de buena voluntad recibirán gracia por gracia. Mas el que se quiera gloriar fuera de mí, o deleitarse en algún bien particular, no será confirmado en el verdadero gozo, ni se dilatará su corazón; sino que estará impedido y angustiado de muchas maneras. Por eso no te apropies a ti cosa buena, ni atribuyas a hombre alguno la virtud; más refiérelo todo a Dios, sin el cual nada tiene el hombre. Yo lo di todo, yo quiero todo recobrarlo; y con gran razón quiero se me den acciones de gracias.

Esta es la verdad con que se ahuyenta la vanagloria. Y si la gracia celestial y la caridad verdadera entrare en el alma, no habrá envidia alguna, ni contradicción del corazón, ni le ocupará el amor propio. La caridad de Dios lo vence todo, y dilata todas las fuerzas del alma. Si bien lo entiendes, en mí solo te has de gozar, en mí solo has de tener esperanza, porque ninguno es bueno, sino sólo Dios, el cual se ha de alabar sobre todas las cosas, y se ha de bendecir en todas ellas.

CAPÍTULO X

Despreciando el mundo, es dulce cosa servir a Dios

Otra vez hablaré, ahora, Señor, y no callaré; diré en los oídos de mi Dios, de mi Señor y de mi Rey que está en el cielo: ¡Oh Señor, cuán alta es la grandeza de tu dulzura, que reservaste para los que te temen! Pues ¿qué serás para los que te aman? ¿Qué serás para los que te sirven de todo corazón? Verdaderamente es inefable la dulzura de tu contemplación, la cual das a los que te aman. En esto has mostrado singularmente la dulcedumbre de tu caridad, que cuando yo no era me criaste; y cuando andaba perdido lejos de ti, me tornaste a ti, para que te sirviese, y me mandaste que te amase.

¡Oh fuente perenne de amor! ¿qué diré de ti? ¿cómo podré olvidarme de ti, que te dignaste acordarte de mí, aún después que yo me perdí y perecí? Has usado con tu siervo, misericordia sobre toda esperanza, y sobre todo merecimiento le diste tu gracia y amistad. ¿Qué te daré yo por esta gracia? Porque no es dado a todos, que dejadas todas las cosas, renuncien al mundo y abracen la vida retirada. ¿Es gran cosa que yo te sirva, a quien toda criatura debe servir? No me debe parecer mucho servirte; antes me parece cosa grande y maravillosa, que tú te dignes recibirme por siervo, a mí tan pobre e indigno, y unirme con tus amados siervos.

Señor, todas las cosas que tengo y con que te sirvo, tuyas son. Mas en verdad, más me sirves tú a mí, que yo a ti. El cielo y la tierra que criaste para el servicio del hombre, están prontos para obedecerte, y hacen cada día todo lo que le mandaste; y esto poco es, pues aún los ángeles ordenaste para servir al hombre. Mas a todas estas cosas excede, que tú mismo te dignaste de servir al hombre, y le prometiste darte a ti mismo.

¿Qué te daré yo por tantos millares de beneficios? ¡Oh si pudiese yo servirte todos los días de mi vida! ¡Oh si pudiese solamente, siquiera un solo día, hacerte algún digno servicio! Verdaderamente tú sólo eres digno de todo servicio, de toda honra y de alabanza eterna. Verdaderamente tú sólo eres mi Señor, y yo miserable siervo tuyo, que estoy obligado a servirte con todas mis fuerzas, y nunca debo cansarme de alabarte. Así lo quiero, así lo deseo, y lo que me falta ruégote que tú lo completes.

Grande honra y gran gloria es servirte, y despreciar todas las cosas por ti. Por cierto grande gracia tendrán los que de toda voluntad se sujetaren a tu santísimo servicio. Hallarán la suavísima consolación del Espíritu Santo los que por amor tuyo despreciaren todo deleite carnal; y alcanzarán gran libertad de corazón los que entran por la senda estrecha por amor tuyo, y por él desechen todo cuidado mundano.

¡Oh agradable y muy alegre servidumbre del Altísimo, con la cual se hace el hombre verdaderamente libre y santo! ¡Oh sagrado estado del ejercicio religioso, que hace al hombre igual a los ángeles, grato a Dios, terrible a los demonios y recomendable a todos los fieles! ¡Oh ejercicio digno de ser abrazado, y siempre apetecido, con el cual se merece el Sumo Bien, y se adquiere el gozo que durará para siempre!

CAPÍTULO XI

Los deseos del corazón se deben examinar y moderar

Hijo, aún te conviene aprender muchas cosas que no has entendido bien.

Señor, ¿qué cosas son éstas?

Que pongas tu deseo totalmente en solo mi beneplácito, y no seas amador de ti mismo, sino afectuoso celador de mi voluntad. Los deseos te encienden muchas veces y te impelen con vehemencia; pero considera si te mueves más por mi honra, o por tu provecho. Si yo soy la causa, bien te contentarás de cualquier modo que yo lo ordenare; mas si algo tienes escondido de amor propio, mira que eso es lo que te impide y agrava.

Guárdate, pues, no confíes mucho en el deseo que tuviste sin consultarlo conmigo; porque puede ser que te arrepientas, y te descontente lo que primero te agradaba, y como cosa mejor con gran afecto deseaste. Porque no se ha de seguir luego cualquier deseo que parece bueno, ni tampoco se ha de huir a primera vista toda afición que aparece contraria. Conviene algunas veces usar de moderación, aún en los buenos ejercicios y deseos, porque no caigas por demasía en distracción del alma, ni causes escándalo a otro con tu indiscreción, o por la contradicción de algunos te turbes luego y deslices.

Otras veces conviene usar de fuerza, y contradecir varonilmente al apetito sensitivo, y no cuidar de lo que la carne quiere o no quiere; sino trabajar sobre todo porque esté sujeta al espíritu, aunque le pese. Y debe ser castigada y enfrenada hasta que esté pronta para todo lo bueno, y aprenda a contentarse con poco, holgarse con lo sencillo, y no murmurar contra cosa alguna que le fuere amarga.

CAPÍTULO XII

La paciencia y la lucha contra el apetito

Señor Dios, a lo que veo, la paciencia me es muy necesaria, porque en esta vida acaecen muchas adversidades; pues de cualquier suerte que yo ordenare mi paz, no puede estar mi vida sin batalla y sin dolor.

Así es, hijo; pero no quiero que busques tal paz, que carezcas de tentaciones, o que no sientas contrariedades, antes, cuando fueres ejercitado en diversas tribulaciones, y probado en muchas contrariedades, entonces piensa que has hallado la paz. Si dijeres que no puedes padecer mucho, ¿cómo sufrirás el fuego del Purgatorio? De dos trabajos, siempre se ha de escoger el menor. Por eso, para que puedas escapar de los tormentos eternos, procura sufrir con paciencia por Dios los males presentes. ¿Piensas tú que poco o nada sufren los hombres del mundo? Esto no lo hallarás ni aún en los muy regalados.

Pero dirás que tienen muchos deleites, y siguen sus apetitos, y por eso sienten poco el peso de sus tribulaciones.

Mas aunque fuese así, que tengan cuanto quisieren, dime, ¿cuánto les durará? Mira que los muy ricos en el siglo, desfallecerán como humo, y no quedará memoria de los gozos pasados, pues aún mientras viven no se huelgan en ellos sin amargura, congoja y miedo; porque de la misma cosa de que consiguen el deleite; de allí las más veces reciben la pena del dolor. Y justamente se hace con ellos; porque así como desordenadamente buscan y siguen los deleites, así los tengan con amargura y confusión. ¡Oh cuán breves son todos, cuán falsos!, ¡cuán desordenados y torpes! Mas, por estar privados de juicio y con gran ceguedad, no lo entienden; sino como animales brutos, por un poco de deleite de vida corruptible, caen en la muerte del alma. Por eso, hijo, no vayas tú tras tus desordenados apetitos; apártate de tu propia voluntad, deléitate en el Señor y él te dará lo que pidiere tu corazón.

Porque si quieres tener verdadero gozo y ser consolado por mí abundantísimamente, tu suerte y bendición estará en el desprecio de todas las cosas del mundo, y en cortar de ti todo deleite de acá abajo, y así se te dará copiosa consolación. Y cuando más te desviares de todo consuelo de las criaturas, tanto hallarás en mí más suaves y poderosas consolaciones; mas no las alcanzarás sin alguna pena, trabajo y pelea. La costumbre te será contraria; pero la vencerás con otra costumbre mejor. La carne resistirá; mas la enfrentarás con el fervor del espíritu. La serpiente antigua te instigará y provocará; pero con la oración huirá, y a más con un trabajo útil le cerrarás la puerta.

CAPÍTULO XIII

De la obediencia del súbdito humilde, a ejemplo de Cristo

Hijo, el que procura eximirse de la obediencia, el mismo se aparta de la gracia; y el que quiere tener cosas propias, pierde las comunes. El que no se sujeta voluntariamente y de buena gana a su superior, señal es que su carne aún no le obedece a él perfectamente, sino que muchas veces se rebela y murmura. Aprende, pues, a sujetarte pronto a tu superior si deseas tener tu carne sujeta, porque más presto se vence el enemigo exterior cuando el hombre interior no estuviere disipado. No hay enemigo más dañoso, ni peor para tu alma que tú mismo, si no estás de acuerdo con el espíritu. Necesario es que tengas un verdadero desprecio de ti mismo, si quieres vencer la carne y la sangre. Porque aún te amas desordenadamente, por eso temes sujetarte del todo a la voluntad de otros.

Pero ¿qué gran cosa es, que tú, polvo y nada, te sujetes al hombre por mi amor, cuando yo, Omnipotente y Altísimo, que crié todas las cosas de la nada, me sujeté al hombre humildemente por ti? Híceme el más humilde y más abatido de todos para que vencieses tu soberbia con mi humildad. Oh polvo, aprende a obedecer; tierra y lodo, aprende a humillarte y a postrarte a los pies de todos. Aprende a quebrantar tu voluntad y rendirte a toda sujeción.

Enójate contra ti mismo, y no sufras que viva en ti la presunción de soberbia; más hazte tan sujeto y pequeño, que puedan todos andar sobre ti y pisarte como el lodo de las calles. Hombre vano, ¿de qué te quejas? Pecador torpe, ¿qué podrás contradecir a quien te zahiere, pues tantas veces ofendiste a tu Criador, y muchas mereciste el infierno? Mas te perdoné, porque tu alma fue preciosa en mi acatamiento, para que conociese mi amor, y fueses siempre agradecido a mis beneficios, y te dieses continuamente a verdadera humildad y sujeción, y sufrieses con paciencia el propio desprecio.

CAPÍTULO XIV

Cómo se han de considerar los secretos juicios de Dios, porque no nos envanezcamos en lo bueno

Señor, tus juicios me asombran como un espantoso trueno, y hieren todos mis huesos, penetrados de temor y temblor, estremeciéndose de ellos mi alma. Estoy atónito, y considero que ni los cielos son limpios en tu presencia. Si en los ángeles hallaste maldad y no los perdonaste, ¿qué será de mí? Cayeron las estrellas del cielo; yo que soy polvo, ¿qué presumo? Aquéllos cuyas obras parecían muy dignas de alabanza, cayeron a lo bajo; y a los que comían pan de ángeles vi deleitarse con el manjar de animales inmundos.

No hay por tanto santidad, si tú, Señor, apartas tu mano. No aprovechará ninguna sabiduría, si tú dejas de gobernar.

No hay fortaleza que ayude, si tú dejas de conservar. No hay castidad segura, si tú no la defiendes. Ninguna propia guarda aprovecha, si nos falta tu sagrada vigilancia. Porque en dejándonos, luego nos vamos a fondo y perecemos; mas visitados por ti, nos levantamos y vivimos. Mudables somos, mas por ti estamos firmes; nos entibiamos, mas tú nos enfervorizas.

¡Oh cuán humilde y bajamente debo pensar de mí! ¡En cuán poco me debo tener, aunque parezca que tengo algo bueno en mí! ¡Oh Señor cuán profundamente me debo someter a tus insondables juicios, donde hallo no ser otra cosa, sino nada y pura nada! ¡Oh carga inmensa! ¡Oh piélago que no se puede nadar, donde no hallo otra cosa en mí sino ser nada en todo! ¿Pues dónde estará el escondrijo de la gloria? ¿Dónde la confianza en la virtud adquirida? Anégase toda vanagloria en la profundidad de tus juicios sobre mí.

¿Qué es toda carne en tu presencia? ¿Por ventura, podrá gloriarse el barro contra el que lo formó? ¿Cómo se puede engreír con vanas alabanzas aquél cuyo corazón está verdaderamente sujeto a Dios? Todo el mundo no enloquecerá al que tiene la verdad sujeto; ni se moverá por mucho que lo alaben el que tiene puesta toda su esperanza en Dios. Porque todos los que hablan son nada, pues fallecerán con el sonido de las palabras; pero la verdad del Señor permanecerá para siempre.

CAPÍTULO XV

Qué debe uno hacer y decir en todas las cosas que deseare

Hijo, di así en cualquier cosa: Señor, si te agradare, hágase esto así. Señor, si es honra tuya, hágase esto en tu nombre. Señor, si vieres que me conviene, y hallares serme provechoso, concédemelo, para que use de ello a honra tuya; mas si conocieres que me sería dañoso, y nada provechoso a la salvación de mi alma, aparta de mí tal deseo, porque no todo deseo procede del Espíritu Santo, aunque parezca justo y bueno al hombre. Dificultoso es juzgar si te induce buen espíritu o malo a desear esto o aquello, o si te mueve tu propio espíritu. Muchos han sido engañados al fin, que al principio parecía ser movidos por buen espíritu.

Por eso, sin verdadero temor de Dios y humildad de corazón, no debes desear, ni pedir cosa que al pensamiento se le ofreciere digna de desearse, y especialmente con entera resignación de la propia voluntad, remítelo todo a mí, y puedes decir: Oh Señor, tú sabes lo mejor, haz que se haga esto o aquello como más te agrade. Dame lo que quisieres, cuanto quisieres y cuando quisieres; haz conmigo como sabes, y como más te pluguiere y fuere mayor honra tuya. Ponme donde quisieres, y obra libremente conmigo en todas las cosas. Yo estoy en tu mano, vuélveme y revuélveme alrededor. Ve aquí tu siervo preparado para todo, porque no deseo, Señor, vivir para mí, sino para ti; quiera tu misericordia que viva digna y perfectamente.

ORACIÓN

Para pedir el cumplimiento de la voluntad de Dios

Concédeme, benignísimo Jesús, tu gracia para que esté conmigo, conmigo obre, y persevere conmigo hasta el fin. Dame que desee y quiera siempre lo que te es más agradable a ti. Tu voluntad sea la mía, y mi voluntad siga siempre la tuya, y se conforme en todo con ella. Tenga yo un mismo querer y no querer contigo; y no pueda ni no querer, sino lo que tú quieres y no quieres.

Dame, Señor, que muera a todo lo que hay en el mundo, y dame que ame por ti ser despreciado y olvidado en el mundo. Dame, sobre todo lo que puedo desear, descansar y aquietar mi corazón en ti. Tú eres la verdadera paz del corazón; tú su único descanso; fuera de ti todas las cosas son molestas y sin sosiego. En esta paz, esto es, en ti, único sumo y eterno Bien, dormiré y descansaré. Amén.

CAPÍTULO XVI

Sólo en Dios se debe buscar el verdadero consuelo

Cualquiera cosa que puedo desear o pensar para mi consuelo no la espero aquí, sino en la otra vida. Pues aunque yo sólo tuviese todos los gustos del mundo, y pudiese usar de todos sus deleites, cierto es que no podrían durar mucho. Así que, alma mía, tú no podrás estar consolada cumplidamente, ni perfectamente recrearte sino en Dios, que es consolador de los pobres y ampara los humildes.

Espera un poco alma mía, espera la promesa divina y tendrás abundancia de todos los bienes en el cielo. Si deseas desordenadamente estas cosas presentes, perderás las eternas y celestiales. Las temporales sean para usar, las celestiales para desear. No puedes quedar satisfecha de cosa temporal, porque no eres criada para gozar de lo caduco.

Aunque tengas todos los bienes criados, no puedes ser dichosa y bienaventurada; porque sólo en Dios, que crió todas las cosas, consiste tu bienaventuranza y tu felicidad; no la dicha que admiran y alaban los locos amadores del mundo, sino la que esperan los buenos y fieles siervos de Cristo, y algunas veces gozan los espirituales y limpios de corazón, cuya conversación está en los cielos. Vano es y breve todo consuelo humano. El bienaventurado y verdadero consuelo es aquél que interiormente da a sentir la verdad. El hombre devoto, en todo lugar lleva consigo a Jesús, su consolador, y le dice: Ayúdame, Señor Jesús, en todo lugar y tiempo. Tenga yo por gran consolación, el querer gustosamente carecer de todo humano consuelo, y si me faltare tu consolación, séame el sumo consuelo tu voluntad y tu justa prueba, pues no estarás perpetuamente airado, ni me amenazarás para siempre.

CAPÍTULO XVII

Todo nuestro cuidado se ha de poner en sólo Dios

Hijo, déjame hacer contigo lo que quiero. Yo sé lo que te conviene. Tú piensas como hombre y sientes en muchas cosas como te enseña el afecto humano. Señor, verdad es lo que dices, mayor es el cuidado que tú tienes de mí, que todo el cuidado que yo puedo poner en mirar por mí. Muy a peligro de caer está el que no pone todo su cuidado en ti, Señor, esté mi voluntad recta y firme en ti, y has de mí lo que quisieres, que no puede ser sino bueno todo lo que tú hicieres de mí.

Si quieres que esté en tinieblas, bendito seas; y si quieres que esté en luz, también seas bendito. Si te dignas consolarme, bendito seas; y si me quieres atribular, también seas bendito para siempre. Hijo, así debes hacer si quieres andar conmigo; tan pronto debes estar para padecer como para gozar. Tan de grado debes ser mendigo y pobre, como abundante y rico.

Señor, de muy buena gana padeceré por ti todo lo que quisieres que venga sobre mí. Sin diferencia quiero recibir de tu mano lo bueno y lo malo, lo dulce y lo amargo, lo alegre y lo triste, y te daré gracias por todo lo que me sucediere. Guárdame de todo pecado, y no temeré la muerte ni el infierno. Con que no me apartes de ti para siempre, ni me borres del libro de la vida, no me dañará cualquier tribulación que viniere sobre mí.

CAPÍTULO XVIII

Debemos llevar con igualdad de ánimo las miserias temporales a ejemplo de Cristo

Hijo, yo bajé del cielo por tu salud; tomé tus miserias, no por necesidad, sino por caridad, para que tú aprendieses la paciencia y sufrieses sin indignación las miserias temporales; porque desde la hora en que nací hasta mi muerte en la cruz no me faltaron dolores que sufrir. Yo tuve muchas faltas de las cosas temporales; oí muchas veces grandes quejas de mí; sufrí con mansedumbre confusiones y afrentas. Por los beneficios recibí ingratitudes; por los milagros oí blasfemias, y por la doctrina reprensiones.

Señor, ya que tú fuiste paciente en tu vida, cumpliendo principalmente en esto la voluntad de tu Padre, justo es que yo, miserable pecador, según tu voluntad me sufra con paciencia y lleve por mi salvación la carga de mi corruptible vida, hasta cuando quisieres; pues aunque la vida presente se siente ser pesada, se ha hecho ya por tu gracia muy meritoria, y más tolerable y esclarecida para los flacos, por tu ejemplo y el de tus santos; y aún de mucho más consuelo de lo que fue en tiempo pasado en la ley antigua, cuando estaba cerrada la puerta del cielo, y el camino parecía también más oscuro, cuando eran tan pocos los que cuidaban de buscar el reino de los cielos; pero ni aún los que entonces eran justos, y se habían de salvar, podían entrar en el reino celestial, antes de tu pasión y el sacrificio de tu muerte.

¡Oh cuántas gracias debo darte por haberte dignado mostrarme a mí y a todos los fieles, el camino recto y seguro para tu eterno reino! Porque tu vida es nuestro camino, y por la santa paciencia vamos a ti, que eres nuestra corona. Si tú no fueras delante y nos enseñaras, ¿quién cuidara de seguirte? ¡Ay, cuántos quedarían lejos y muy atrás, si no mirasen tus esclarecidos ejemplos! Y si aún estamos tibios, después de haber oído tantos milagros tuyos e instrucciones, ¿qué haríamos si no tuviésemos tanta luz para seguirte?

CAPÍTULO XIX

De la tolerancia de las injurias, y como se prueba el verdadero paciente

Hijo ¿qué es lo que dices? Cesa de quejarte, considerando mi Pasión y la de los santos. Aún no has resistido hasta derramar sangre. Poco es lo que padeces en comparación de aquellos que padecieron tanto, que fueron tan fuertemente tentados, tan gravemente atribulados, probados y ejercitados de tan diversos modos. Importa traer a tu memoria las graves penas de otros, para que más fácilmente sufras tus pequeños trabajos. Y si no te parecen pequeños, mira no lo cause esto tu impaciencia; pero sean grandes o pequeños, procura llevarlos todos con paciencia.

Cuanto más te dispones para padecer, tanto más cuerdamente obras y más mereces; y lo llevarás también más ligeramente teniendo el ánimo prevenido y preparado con la costumbre. Y no digas: No puedo sufrir esto de aquel hombre, ni es razón que yo sufra tales cosas, porque me injurió gravemente, y me imputa cosas que nunca pensé, mas de otro sufriré de grado todo lo que me pareciere que debe sufrirse. Indiscreto es tal modo de pensar, que no considera la virtud de la paciencia, ni quien la ha de galardonar, antes se ocupa de las personas y de las injurias que le han hecho.

No es verdadero paciente el que sólo sufre lo que quiere, y de quien quiere. El verdadero paciente no mira quién le persigue, si es su prelado, su igual o su inferior, o si es un varón bueno y santo, o un perverso e indigno; sino que sin diferencia de personas, cualquier daño, y todas cuantas veces le sucede cualquier adversidad, todo lo recibe de buena gana como de la mano de Dios, y lo estima por mucha ganancia, porque no hay cosa delante de Dios, por pequeña que sea, padecida por su amor, que quede sin galardón.

Pues prepárate a la batalla si quieres tener victoria. Sin pelear no podrás alcanzar la corona de la paciencia. Si no quieres padecer, rehúsas ser coronado; mas si deseas ser coronado, pelea varonilmente y sufre con paciencia. Sin trabajo no se consigue el descanso, y sin pelear no se puede obtener la victoria.

¡Oh Señor! hazme posible por tu gracia lo que me parece imposible por la naturaleza. Tú sabes cuán poco puedo padecer, y que luego desfallezco a la más leve contradicción. Séame por tu nombre, amable y apetecible cualquier ejercicio de tribulación; porque padecer y ser atormentado por ti, es muy saludable para mi alma.

CAPÍTULO XX

De la confesión de la propia flaqueza, y de las miserias de esta vida

Confesaré mi injusticia contra mí, a ti, Señor, confesaré mi flaqueza. Pequeña cosa es muchas veces la que me abate y entristece. Propongo de pelear varonilmente, mas viniendo una pequeña tentación siento gran angustia. Muy vil cosa es a veces de donde me proviene grave tentación. Y cuando me juzgo por algo seguro, y temo menos, me hallo algunas veces casi vencido de un leve soplo.

Mira, pues, Señor, mi humildad y mi fragilidad, que te es bien conocida. Ten misericordia de mí y sácame del lodo, porque no sea en él atollado, y quede abatido de todo. Esto es lo que frecuentemente me encoge y confunde delante de ti, el ser tan deleznable y flaco para resistir las pasiones. Y cuando no me lleve del todo al consentimiento, me ofende y molesta mucho su persecución, y estoy muy descontento de vivir cada día en este combate. De aquí conozco yo mi flaqueza, pues las abominables imaginaciones más fácilmente vienen sobre mí, que se van.

Pluguiese a ti, fortísimo Dios de Israel, celador de las almas fieles, de mirar ya el trabajo y dolor de tu siervo, y asistirle en todo donde quiera que fuere. Esfuérzame con fortaleza celestial, de modo que no prevalezca ni el hombre viejo, ni la carne miserable, aún no bien sujeta al espíritu, contra la cual conviene pelear mientras que vivimos en esta vida llena de miserias. ¡Ay! que tal es esta vida, donde nunca faltan tribulaciones y desgracias, y donde todo está lleno de lazos y de enemigos. Porque faltando una tribulación viene otra, y aún antes que se acabe el primer combate, sobrevienen otros muchos e inesperados.

¿Y cómo puede ser amada una vida llena de tantas amarguras, sujeta a tantas calamidades y miserias? ¿Cómo aún se puede llamar vida la que engendra tantas muertes y pestes? Y con esto vemos que es amada, y de muchos buscada para deleitarse en ella. Muchas veces decimos del mundo que es engañoso y vano; mas no se deja fácilmente, porque los apetitos sensuales nos dominan demasiado. Unas cosas nos incitan a amar al mundo, y otras a despreciarlo. Nos incitan la sensualidad, la codicia y la soberbia de la vida; pero las penas y miserias que se siguen de estas cosas, causan aversión y enfado.

¡Mas ay! que vence el deleite desordenado al alma que está entregada al mundo, y tiene por delicia estar sujeta a los sentidos, porque no ha visto ni gustado la suavidad de Dios, ni el interior gozo de la virtud. Mas los que perfectamente desprecian al mundo, y estudian servir a Dios en una santa observancia, saben que está prometida la divina dulzura a los que con verdad se renunciaren; y ven con más claridad cuán gravemente yerra el mundo, y de cuántas maneras se engaña.

CAPÍTULO XXI

Sólo se ha de descansar en Dios sobre todas las cosas

Alma mía, descansa siempre en Dios, sobre todas y en todas las cosas, porque él es el eterno descanso de los santos. Concédeme tú, dulcísimo y amantísimo Jesús, descansar en ti sobre todas las cosas criadas; sobre toda salud y hermosura; sobre toda gloria y honor; sobre toda potencia y dignidad; sobre toda ciencia y sutileza; sobre todas las riquezas y artes; sobre toda alegría y gozo; sobre toda fama y loor; sobre toda suavidad y consolación; sobre toda esperanza y promesa; sobre todo merecimiento y deseo; sobre todos los dones y dádivas que puedes dar e infundir; sobre todo el gozo y dulzura que el alma puede recibir y sentir; y en fin, sobre todos los ángeles y arcángeles y sobre todo el ejército del cielo; sobre todo lo invisible e invisible; y sobre todo lo que tú, Dios mío, no eres.

Porque tú, Señor Dios mío, eres bueno sobre todo; tú sólo altísimo; tú sólo potentísimo; tú sólo suficientísimo y plenísimo; tú sólo suavísimo y agradable; tú sólo hermosísimo y amantísimo; tú sólo nobilísimo y gloriosísimo sobre todas las cosas, en quien están todos los bienes perfectamente juntos, estuvieron y estarán. Por eso es poco y no me satisface cualquier cosa que me das fuera de ti, o revelas o prometes de ti mismo, si no puedo verte ni poseerte cumplidamente; porque no puede mi corazón descansar verdaderamente ni contentarse del todo, si no descansa en ti, y no se eleva sobre todo lo criado.

¡Oh amantísimo esposo, mío Jesucristo, amador purísimo, Señor de todas las criaturas! ¿Quién me dará alas de verdadera libertad para volar y descansar en ti? ¿Cuándo me será concedido ocuparme en ti cumplidamente y ver cuán suave eres, Señor Dios mío? ¿Cuándo me recogeré del todo en ti, que no me sienta a mí por tu amor, sino a ti sólo sobre todo sentido y modo, y de un modo no manifiesto a todos? Pero ahora muchas veces doy gemidos y sufro con dolor mi infelicidad; porque me acaecen muchos males en este valle de miserias los cuales me turban a menudo, me entristecen y ofuscan; muchas veces me impiden y distraen, me halagan y embarazan, porque no tenga libre la entrada a ti, y no goce de los suaves abrazos, que sin impedimento gozan los espíritus bienaventurados. Muévante mis suspiros, y la grande desolación que hay sobre la tierra.

¡Oh Jesús resplandor de la eterna gloria, consolación del alma que anda peregrinando! Delante de ti están mi boca sin voz, y mi silencio te habla. ¿Hasta cuando tarda en venir mi Señor? Venga a mí, pobrecito suyo, y lléneme de alegría. Extienda su mano, y líbreme a mí, miserable, de toda angustia. Ven, ven, que sin ti ningún día, ni hora estaré alegre; porque tú eres mi gozo, y sin ti está vacía mi mesa. Miserable soy, y como encarcelado y preso con grillos, hasta que tú me reanimes con la luz de tu presencia, y me pongas en libertad y muestres tu amable rostro.

Busquen otros lo que quisieren en lugar de ti, que a mí ninguno otra cosa me agrada sino tú, Dios mío, esperanza mía y salud eterna. No callaré, ni cesaré de clamar a ti, hasta que tu gracia vuelva, y tú me hables en lo interior diciendo:

Mira; aquí estoy, me ves ya aquí, pues me llamaste. Tus lágrimas y el deseo de tu alma, y tu humillación y la contrición de tu corazón me han inclinado y traído a ti.

Y yo dije: Señor, yo te llamé y deseé gozarte; preparado estoy a menospreciar todas las cosas por ti; pero tú primero me excitaste para que te buscase. Bendito seas, Señor, que hiciste con tu siervo este beneficio, según la muchedumbre de tu misericordia. ¿Qué más tiene que decir tu siervo delante de ti, sino humillarse mucho en tu acatamiento, acordándose siempre de su propia maldad y vileza? Porque no hay cosa semejante a ti en todas las maravillas del cielo y de la tierra. Tus obras son perfectísimas, tus juicios verdaderos, y por tu providencia se gobiernan todas las cosas. Por eso toda alabanza y gloria sea a ti, ¡oh Sabiduría del Padre! A ti alabe y bendiga mi boca, mi alma, y juntamente todo lo creado.

CAPÍTULO XXII

De la memoria de los innumerables beneficios de Dios

Abre, Señor, mi corazón acerca de la ley, y enséñame a andar en tus mandamientos. Concédeme que conozca tu voluntad, y que con gran reverencia y entera consideración traiga a la memoria tus beneficios, así generales como especiales, para que pueda de aquí adelante darte dignamente las debidas gracias. Mas yo sé, y lo confieso, que ni aún del más pequeño de tus beneficios puedo darte las alabanzas y gracias que debo. Yo soy menor que todos los bienes que me has hecho; y cuando considero tu nobilísimo Ser, desfallece mi espíritu por su grandeza.

Todo lo que tenemos en el alma y en el cuerpo, y cuantas cosas poseemos en lo interior o en lo exterior, natural o sobrenaturalmente, son beneficios tuyos y te engrandecen a ti, como bienhechor piadoso y bueno, de quien recibimos todos los bienes. Y aunque uno reciba más y otro menos, todo es tuyo, y sin ti no se puede alcanzar la menor cosa. El que más recibe no puede gloriarse de su merecimiento, ni estimarse sobre los demás, ni desdeñar al que recibió menos; porque es mayor y mejor aquél que menos se atribuye a sí mismo, y es más humilde, devoto, y agradecido. Y el que se tiene por más vil que todos y se juzga por más indigno, está más dispuesto para recibir mayores dones.

Mas el que recibió menos, no se debe entristecer ni indignarse, ni tener envidia del que tiene más, antes debe atender a ti y engrandecer sobremanera tu bondad ya que tan copiosa, tan gratuita y liberalmente repartes tus beneficios sin acepción de personas. Todas las cosas proceden de ti, y por eso en todo debes ser alabado. Tú sabes lo que conviene darse a cada uno. Y por qué tiene uno menos y otro más, no toca a nosotros discernirlo, sino a ti, que sabes determinadamente los merecimientos de cada uno.

Por eso, Señor Dios, tengo también por gran beneficio no tener muchas cosas de las cuales me alaben y honren los hombres; de modo que cualquiera que considere la pobreza y vileza de su persona, no sólo no recibirá agravio, ni tristeza, ni abatimiento, sino consuelo y gran alegría; porque tú, Dios, escogiste para familiares y domésticos a los pobres, humildes y menospreciados de este mundo. Testigos son de esto tus Apóstoles, los cuales constituiste príncipes sobre toda la tierra. Mas se conservaron en el mundo tan sin queja, y fueron tan humildes y sencillos, viviendo tan sin malicia ni engaño, que se gozaban en sufrir injurias por tu nombre y abrazaban con gran afecto lo que el mundo aborrece.

Por eso ninguna cosa debe alegrar tanto al que te ama y reconoce tus beneficios, como tu santa voluntad y el beneplácito de tu eterna disposición; lo cual le ha de contentar y consolar de manera que quiera tan de grado ser el menor de todos, como desearía otro ser el mayor; y tan pacífico y contento debe estar en el más bajo lugar como en el primero; y tan de buena gana llevar verse despreciado y abatido, y no tener nombre ni fama, como si fuese el más honrado y mayor del mundo; porque tu voluntad y el amor de tu honra han de ser sobre todas las cosas; y más se debe consolar y contentar con esto, que con todos los beneficios recibidos, o que puede recibir.

CAPÍTULO XXIII

Cuatro cosas que causan gran paz

Hijo, ahora te enseñaré, el camino de la paz, y de la verdadera libertad.

Señor, haz lo que dices, que mucho me huelgo de oírlo.

Hijo, procura hacer antes la voluntad de otro que la tuya. Escoge siempre tener menos que más. Busca siempre el lugar más inferior, y está sujeto a todos. Desea siempre y pide a Dios, que se cumpla en ti enteramente su divina voluntad. Este tal entrará en los términos de la paz y del descanso.

Señor, éste tu breve sermón, contiene en sí muchas perfección, pequeño es en las palabras, mas lleno de sentido y de copioso fruto. Que si lo pudiese yo fielmente guardar, no había de turbarme con tanta facilidad; porque cuantas veces me siento desasosegado y pesado, hallo que me he apartado de esta doctrina. Mas tú que puedes todas las cosas, y deseas siempre el provecho del alma, acrecienta en mí mayor gracia, para que pueda cumplir tu palabra, y conseguir mi salvación.

ORACIÓN

Contra los malos pensamientos

Señor Dios mío, no te alejes de mí. Dios mío, cuida de ayudarme, que se han levantado contra mí varios pensamientos y grandes temores que afligen mi alma: ¿Cómo los pasaré sin daño? ¿Cómo los desecharé?

Yo iré, dice Dios, delante de ti, y humillaré los poderosos de la tierra. Abriré las puertas de la cárcel y te revelaré los secretos de las cosas escondidas.

Hazlo así, Señor, como lo dices, y huyan de tu presencia todos los malos pensamientos. Ésta es mi esperanza y singular consolación, acudir a ti en cualquier tribulación mía, confiar en ti, llamarte con todas mis entrañas, y esperar con paciencia tu consuelo.

ORACIÓN

Para iluminar el entendimiento

Alúmbrame, buen Jesús, con la claridad de tu luz interior, y quita de la morada de mi corazón todas las tinieblas. Refrena mis muchas distracciones, y destruye las tentaciones que me hacen violencia. Pelea fuertemente por mí, y ahuyenta las malas bestias, que son los apetitos halagüeños, para que se haga paz en tu virtud, y la abundancia de tu alabanza esté en el santuario, esto es, en la conciencia limpia. Manda a los vientos y a las tempestades, di al mar que sosiegue, y al aquilón que no sople, y todo se convertirá en gran bonanza.

Envía tu luz y tu verdad para que resplandezcan sobre la tierra, porque soy tierra vana y vacía hasta que tú me ilumines. Derrama de lo alto tu gracia; baña mi corazón con el rocío celestial; suministra las aguas de la devoción para regar la faz de la tierra, para que produzca fruto bueno y perfecto. Levanta el alma oprimida con el peso de sus pecados, y eleva todo mi deseo a las cosas del cielo; porque después de gustada la suavidad de la felicidad celestial, me desdeñe de pensar en las cosas de la tierra.

Apártame y líbrame de toda transitoria consolación de las criaturas; porque ninguna cosa creada basta para aquietar y consolar cumplidamente mi deseo. Úneme a ti con el inseparable vínculo del amor, porque sólo tú bastas para el que te ama, y sin ti todas las cosas son despreciables.

CAPÍTULO XXIV

Cómo se ha de evitar la curiosidad de saber vidas ajenas

Hijo, no quieras ser curioso, ni tener cuidados impertinentes. ¿Qué te va a ti de esto o de lo otro? Tú sígueme a mí. ¿Qué te va a ti que aquél sea tal o cual, o que el otro obre o hable de ésta o de otra manera? Tú no necesitas responder por otros; de ti solo has de dar razón. ¿Pues por qué te entremetes tanto? Mira que yo conozco a todos, veo cuanto se hace debajo del sol, y sé de qué manera está cada uno; lo que piensa, lo que quiere, y a qué fin se dirige su intención. Por eso se deben encomendar a mí todas las cosas; mas tú consérvate en santa paz, y deja al bullicioso hacer cuanto quisiere; sobre él vendrá lo que hiciere o dijere, porque no me puede engañar.

No tengas cuidado de la sombra de un gran nombre, ni de la familiaridad de muchos, ni del amor particular de los hombres, porque esto causa grandes distracciones y tinieblas en el corazón. De buena gana te hablaría mi palabra y te revelaría mis secretos, si tú aguardases con ansia mi venida y me abrieses la puerta del corazón. Mira que estés sobre aviso, vela en la oración y humíllate en todas las cosas.

CAPÍTULO XXV

En qué consiste la paz firme del corazón, y el verdadero aprovechamiento

Hijo mío, yo dije: La paz os dejo, mi paz os doy, y no os la doy como el mundo la da. Todos desean la paz; mas no todos tienen cuidado de lo que pertenece a la verdadera paz. Mi paz está con los humildes y mansos de corazón. Tu paz estará en la mucha paciencia. Si me oyeres y siguieres mi voz, podrás gozar de mucha paz.

¿Qué haré, pues, Señor?

Mira en todas las cosas a lo que haces y a lo que dices, y dirige toda tu intención a este fin, que me agrades a mí solo y no desees ni busques cosa alguna fuera de mí. Ni tampoco juzgues temerariamente de los hechos o dichos ajenos, ni te entremetas en lo que no te han encomendado; con esto podrá ser que poco o rara vez te turbes. Nunca sentir alguna turbación, ni sufrir alguna fatiga en el corazón ni en el cuerpo, no es de este mundo, sino del estado de la bienaventuranza. Por eso no creas que has hallado la verdadera paz porque no sintieres alguna pesadumbre, ni que ya todo sea bueno si no tienes ningún adversario; ni está la perfección en que todo te suceda según tú quieres. Ni entonces te reputes ser algo, o digno de amor, si experimentares gran devoción y dulzura; porque en estas cosas no se conoce el verdadero amador de la virtud, ni consiste en ellas el aprovechamiento y perfección del hombre.

¿Pues en qué, Señor?

En ofrecerte de todo corazón a la divina voluntad, no buscando tu propio interés, ni en lo pequeño ni en lo grande, ni en lo temporal ni en lo eterno; de manera que con ánimo igual des gracias a Dios en las cosas prósperas y adversas, pesándolo todo con justa balanza. Si fueres tan fuerte y sufrido en la esperanza, que quitándote la consolación interior, aún esté dispuesto tu corazón para sufrir cosas mayores, y no te justificares diciendo que no debías padecer tales ni tantas cosas, sino que me tuvieres por justo, y me alabares por santo en todo lo que yo ordenare, entonces andas por el camino verdadero y recto de la paz y podrás tener esperanza cierta que verás mi rostro otra vez con alegría. Y si llegares a menospreciarte del todo a ti mismo, sábete que entonces gozarás abundancia de paz, según la posibilidad de esta peregrinación.

CAPÍTULO XXVI

De la excelencia del ánima libre, la cual se merece más por la humilde oración que por la lectura

Señor, ésta es obra de varón perfecto, nunca aflojar la intención de las cosas celestiales, y entre muchos cuidados pasar casi sin cuidado; no de la manera que suelen descuidar algunos por tibieza o flojedad, sino por la excelencia de una alma libre, sin tener ningún desordenado afecto a criatura alguna.

Ruégote, piadosísimo Dios mío, que me apartes de los cuidados de esta vida, para que no me embaracen las muchas necesidades del cuerpo, ni me cautive el deleite; presérvame asimismo de los muchos impedimentos del alma, para que no caiga quebrantado con tantas molestias. No hablo de las cosas que la vanidad mundana desea con tanto afecto, sino de aquellas miserias que gravemente afligen al alma de tu siervo, con la común maldición de mortalidad, y la detienen para que no pueda entrar en la libertad del espíritu cuantas veces quisiere.

¡Oh Dios mío, dulzura inefable! conviérteme en amargura todo consuelo carnal que me aparta del amor de lo eterno, y me atrae a sí para perderme con sola la apariencia de algún bien que momentáneamente deleita. No me venza, Dios mío, no me venza la carne y la sangre, no me engañe el mundo y su gloria fugaz, no me derive el demonio y su astucia. Dame fortaleza para resistir, paciencia para sufrir, constancia para perseverar. Dame por todas las consolaciones del mundo la suavísima unción de tu Espíritu; y por el amor carnal infunde en mi alma el amor de tu santo nombre.

Muy penoso es al alma fervorosa el comer, el beber, el vestir y todo lo demás que pertenece al sustento del cuerpo: concédeme usar de todo lo necesario templadamente, y que no me ocupe de ello con sobrado afán. No es lícito dejarlo todo, porque se ha de sustentar la naturaleza, mas buscar lo superfluo y lo que más deleita, la ley santa lo prohíbe; porque de otra suerte la carne se levantaría contra el espíritu. Ruégote, Señor, que me dirija y enseñe tu mano en estas cosas, para que no me exceda en ellas.

CAPÍTULO XXVII

El amor propio nos estorba mucho el bien eterno

Hijo, conviene darlo todo por todo y no ser nada en ti mismo. Sabe que el amor propio te daña más que todo el mundo. Cuanto es el amor y afición que tienes, tanto se te apegarán las cosas más o menos. Si tu amor fuere puro, sencillo y bien ordenado, estarás libre de todas las cosas. No codicies lo que no te es lícito tener, ni quieras tener lo que te pueda impedir y quitar la libertad interior. Maravilla es que no te encomiendes a mí de lo más profundo de tu corazón, con todo lo que puedes tener o desear.

¿Por qué te consumes con vana tristeza? ¿Por qué te fatigas con superfluos cuidados? Está a mi voluntad y no sentirás daño alguno. Si buscas esto o aquello y quisieres estar aquí o allí por tu provecho y propia voluntad, nunca tendrás quietud ni estarás libre de cuidados; porque en todas las cosas hallarás algún defecto, y en cada lugar habrá quien te ofenda.

Y así, no cualquier cosa alcanzada o multiplicada exteriormente aprovecha, sino la despreciada y arrancada de raíz del corazón. No entiendas eso solamente de la posesión de dinero y de riquezas, sino también de la ambición de honores y deseo de vanagloria, todo lo cual pasa con el mundo. Poco hace el lugar si falta el verdadero fundamento y la virtud del corazón; quiero decir, si no estuvieres en mí. Bien te puedes mudar, mas no mejorar, porque llegando la ocasión y aceptándola hallarás lo mismo que huías, y aún mucho más.

ORACIÓN

Para pedir la purificación del corazón y la sabiduría celestial

Confírmame, Señor Dios, por la gracia del Espíritu Santo. dame virtud para fortalecer al hombre interior y desocupar mi corazón de toda inútil solicitud y congoja, para que no me lleven tras sí tan varios deseos por cualquier cosa ya vil, ya preciosa sino que las mire todas como transitorias; y a mí mismo, que pasaré con ellas. Porque no hay cosa que permanezca debajo del sol, adonde todo es vanidad y aflicción de espíritu. ¡Oh cuán sabio es el que así piensa!

Concédeme, Señor, la sabiduría celestial para que aprenda a buscarte y hallarte sobre todas las cosas, gustarte y amarte sobre todo, y entender todo lo demás como es, según la orden de tu sabiduría. Concédeme prudencia para desviarme del lisonjero y sufrir con paciencia al adversario; porque ésta es muy gran sabiduría, no moverse por todo viento de palabras, ni dar oídos a la sirena que perniciosamente halaga, porque así se prosigue con seguridad el camino comenzado.

CAPÍTULO XXVIII

Contra las lenguas de los maldicientes

Hijo, no te enojes si algunos tuvieren mala opinión de ti, y no te dijeren lo que no querías oír. Tú debes sentir de ti lo peor, y tenerte por el más flaco de todos. Si andas dentro de ti, no harás mucho caso de palabras que se lleva el viento. Gran discreción es callar en tiempo contrario, y convertirse a mí de corazón, y no turbarse por el juicio humano.

No sea tu paz en la boca de los hombres, que si pensaren bien o mal de ti, no serás por eso diferente del que eres. ¿Adónde está la verdadera paz y la verdadera gloria sino en mí? El que no desea contentar a los hombres, ni teme desagradarlos, gozará de mucha paz. Del desordenado amor y del vano temor nace todo desasosiego del corazón y toda distracción de los sentidos.

CAPÍTULO XXIX

Cómo debemos rogar a Dios y bendecirle en el tiempo de la tribulación

Señor, sea tu nombre para siempre bendito, que quisiste que viniese sobre mí esta tentación y trabajo. No puedo huirla; mas tengo necesidad de recurrir a ti para que me ayudes y la conviertas en mi provecho. Señor, ahora estoy atribulado y no le va bien a mi corazón; atorméntame mucho esta pasión. Y ahora, Padre amado, ¿qué diré? Estoy rodeado de angustias. Sálvame de esta hora, adonde he llegado para que seas tú glorificado, cuando yo estuviere muy humillado y fuese socorrido por ti. Pléguete, Señor, de librarme; porque yo, pobre, ¿qué puedo hacer, y adónde iré sin ti? Dame paciencia, Señor, también esta vez. Ayúdame, Dios mío, y no temeré por más atribulado que me halle.

Y ahora entre estas congojas, ¿qué diré Señor? Que se haga tu voluntad. Yo bien merecido tengo ser atribulado y angustiado. Aún me conviene sufrir, y ojalá sufra con paciencia hasta que pase la tempestad y haya bonanza. Poderosa es tu mano omnipotente para quitar de mí esta tentación y amansar su furor, porque del todo no caiga; así como antes lo has hechos muchas veces conmigo, Dios mío, misericordia mía. Y cuanto a mí es más dificultoso, tanto es a ti más fácil esta mudanza de la diestra del Excelso.

CAPÍTULO XXX

Cómo se ha de pedir el auxilio divino, y de la confianza de recobrar la gracia

Hijo, yo soy el Señor que conforta en el día de la tribulación. Ven a mí cuando no te hallares bien. Lo que más impide la consolación celestial es que demasiado tarde vuelves a la oración; porque antes que estés delante de mí con atención, buscas muchas consolaciones y te recreas en las cosas exteriores. De aquí viene que todo te aprovecha poco hasta que conozcas que yo soy el que salvo a los que esperan en mí; y fuera de mí no hay ayuda que valga, ni consejo provechoso, ni remedio durable. Mas cobrado aliento después de la tempestad, esfuérzate con la luz de las misericordias mías; porque cerca estoy, dice el Señor, para reparar todo lo perdido, no sólo cumplida, mas abundante y colmadamente.

¿Por ventura, hay cosa alguna difícil para mí? ¿O seré yo como el que dice y no hace? ¿Adónde está tu fe? Está firme y persevera; está firme y perseverante; el consuelo a su tiempo vendrá. Espérame, espera, yo vendré y te curaré. La tentación es la que te atormenta, y el vano temor el que te espanta. ¿Qué aprovecha tener cuidado de lo que está por venir, sino para tener tristeza sobre tristeza? Bástale al día su trabajo. Vana cosa es y sin provecho, entristecerse o alegrarse de lo venidero, que quizá nunca acaecerá.

Cosa humana es ser engañado con tales ilusiones; y también es señal de poco ánimo dejarse burlar tan ligeramente del enemigo; el cual no se cuida de que sea verdadero o falso aquello con lo que nos burla o engaña, o si nos derribará con el amor de lo presente, o con el temor de lo porvenir. No se turbe pues tu corazón, ni tema; cree en mí, y ten mucha confianza en mi misericordia. Cuando tú piensas estar más lejos de mí, estoy yo muchas veces más cerca de ti. Y cuando tú piensas que está todo casi perdido, entonces muchas veces está cerca la ganancia del merecer. No está todo perdido cuando alguna cosa te sucede contraria. No debes juzgar según lo que sientes al presente, ni acongojarte con cualquier contrariedad de cualquier parte que venga, ni considerarla tal como si no hubiese esperanza de remedio.

No te tengas por desamparado del todo, aunque te envíe a tiempos alguna tribulación, o te prive del consuelo que deseas; porque de este modo se pasa al reino de los cielos. Y esto sin duda te conviene más a ti y a todos mis siervos, que se ejerciten en adversidades, que si todo sucediese a su gusto y sabor. Yo conozco los pensamientos ocultos, y que conviene para tu salvación que algunas veces te deje sin consolación; porque podía ser que alguna vez te ensoberbecieses en lo que te sucediese bien y te complacieses en ti mismo en lo que no eres. Lo que yo te di, te lo puedo quitar, y volvértelo cuando quisiere.

Cuando te lo diere, mío es; cuando te lo quitare, no tomo cosa tuya, porque mía es cualquier dádiva buena, y mío todo don perfecto. Si te enviare alguna pesadumbre o cualquier contrariedad, no te indignes y descaezca tu corazón, porque te puedo yo levantar al momento y mudar cualquier pena en gozo. Justo soy, y muy digno de ser alabado cuando lo hago así contigo.

Si juzgas con rectitud y miras las cosas con ojos de verdad, nunca te debes entristecer, ni descaecer tanto por las adversidades; sino antes bien holgarte y agradecerlo, y tener por única alegría que, afligiéndote con dolores, no te dejo sin castigo. Así como me amó el Padre, yo os amo, dije a mis amados discípulos, a los cuales no envié a gozos temporales, sino a grandes combates; no a honras, sino a desprecios; no al ocio, sino al trabajo; no al descanso, sino a recoger grandes frutos de paciencia. Hijo mío, acuérdate de estas palabras.

CAPÍTULO XXXI

Se ha de despreciar toda criatura, para que pueda hallarse al Criador

Señor, necesaria me es mayor gracia, si tengo de llegar adonde nadie ni ninguna criatura me pueda impedir; porque mientras alguna cosa me detiene, no puedo volar a ti libremente. Aquél que deseaba volar libremente decía: ¿Quién me dará alas como de paloma, y volaré y descansaré? ¿Qué cosa hay más quieta que la intención pura? ¿Y qué cosa hay más libre que quien no desea nada en el mundo? Por eso conviene levantarse sobre todo lo criado, desprenderse totalmente de sí mismo y en lo más alto del entendimiento, ver que tú, Creador de todo, no tienes semejanza alguna con la criatura; y el que no se desocupare de todo lo creado, no podrá dedicarse libremente a las cosas divinas; por esto se hallan pocos contemplativos, porque son pocos los que saben desasirse del todo de las criaturas y de todo lo perecedero.

Para esto es menester gran gracia, que levante el alma, elevándola sobre sí misma; pero si no fuere el hombre levantado en espíritu, y libre de todo lo creado y todo unido a Dios, de poca estima es cuanto sabe y cuanto tiene. Por mucho tiempo se quedará pequeño, y no se levantará de lo terreno el que estima alguna cosa por grande, fuera del solo, el único, inmenso y eterno Bien. Y lo que no es Dios, nada es, y por nada se debe contar. Por cierto gran diferencia hay entre la sabiduría del varón iluminado y devoto y la ciencia del literato estudioso. Mucho más noble es la doctrina que mana de arriba de la influencia divina, que la que se alcanza con trabajo por el ingenio humano.

Muchos se hallarán que desean la contemplación; mas no estudian en ejercitarse en los medios que para ella se requieren. Hay también otro grandísimo impedimento, y es que están muy fijos los hombres en las señales y cosas sensibles, y tienen muy poco cuidado de la perfecta mortificación. No sé qué es, ni qué espíritu nos lleva, ni qué esperamos los que somos llamados espirituales, que tanto trabajo y cuidado ponemos por las cosas transitorias y viles, y rara vez nos recogemos del todo a considerar nuestro interior.

¡Ah dolor!, que al momento que nos hemos recogido un poquito, nos salimos afuera, y no pensamos en nuestras obras con detenido examen. No miramos adonde se fijan nuestras afecciones, ni lloramos cuán impuras son todas nuestras cosas. Toda carne había corrompido sus caminos y por eso se siguió el gran diluvio; porque como nuestro afecto interior esté corrompido, es necesario que la obra que sigue, que es señal de la privación de la fuerza interior, también se corrompa. Del corazón puro procede el fruto de la buena vida.

Miramos; cuanto hace cada uno, mas no pensamos de cuánta virtud procede. Con gran diligencia se inquiere si alguno es valiente, rico, hermoso, dispuesto o buen escritor, buen cantor, buen oficial; pero cuán pobre sea uno de espíritu, cuán paciente y manso, cuán devoto y recogido, pocos lo dicen. La naturaleza mira el exterior del hombre; mas la gracia se ocupa en lo interior: aquélla muchas veces se engaña; ésta pone su esperanza en Dios para no ser engañada.

CAPÍTULO XXXII

Cómo debe el hombre negarse a sí mismo y evitar toda codicia

Hijo, no puedes poseer la libertad perfecta si no te niegas del todo a ti mismo. En prisiones están todos los propietarios y amadores de sí mismos, los codiciosos y curiosos, los vagamundos, que buscan continuamente las cosas delicadas y no las que son de Jesucristo; antes componen e inventan muchas veces lo que no ha de permanecer, porque todo lo que no procede de Dios, perecerá. Imprime en tu alma esta breve y perfectísima sentencia: Déjalo todo y lo hallarás todo; deja la codicia y hallarás sosiego. Trata esto en tu pensamiento, y cuando lo cumplieres lo entenderás todo.

Señor, no es ésta obra de un día, ni juego de niños; antes en estas pocas palabras se encierra toda la perfección religiosa.

Hijo, no debes volver atrás, ni abatirte luego oyendo cuál es el camino de los perfectos; antes debes esforzarte para cosas más altas, o a lo menos aspirar a ellas con el deseo. ¡Ojalá así te sucediese y hubieses llegado a tanto, que no fueses amador de ti mismo y estuvieses dispuesto enteramente a obedecer mi voluntad y la del que te di por Prelado! Entonces me agradarías mucho, y pasarías tu vida en gozo y paz. Aún tienes muchas cosillas que debes dejar, que si no las renuncias enteramente por mí, no alcanzarás lo que pides. Yo te aconsejo que compres de mi oro afinado en fuego, para que seas rico, pues es la sabiduría celestial, que huella todo lo bajo. Desprecia la sabiduría terrena, el contento humano y el tuyo propio.

Yo te dije que debes comprar las cosas humanas más viles por preciosas y altas. Porque muy vil y pequeña y casi olvidada parece la verdadera sabiduría celestial, que no presume grandezas de sí, ni quiere ser engrandecida en la tierra, y la cual está sólo en los labios de muchos; mas en las obras andan muy apartados de ella, siendo ella una perla preciosa escondida a muchos.

CAPÍTULO XXXIII

De la inestabilidad del corazón, y cómo debemos dirigir nuestra intención final a Dios

Hijo, no quieras creer en tu deseo, que el que ahora tienes, presto se te cambiará en otro. Mientras vivieres estás sujeto a mudanzas, aunque no quieras; porque ahora te hallarás alegre, ahora triste, ahora sosegado, ahora turbado, ahora devoto, ahora indevoto, ya aplicado, ya perezoso; ahora pesado, ahora ligero. Mas sobre estas mudanzas está el sabio bien instruido en el espíritu. No mira a lo que siente en sí, ni de qué parte sopla el viento de la mudanza; sino que toda la intención de su espíritu se encamine y ayude al debido y deseado fin, porque así podrá permanecer siempre el mismo, entre tantos y tan varios accidentes de la vida, dirigiendo a mí sin cesar, la mira de su sencilla intención.

Y cuanto más pura fuere ésta, tanto más constante estará entre la diversidad de tantas tempestades. Pero en muchas cosas se obscurece el ojo de la pura intención; porque al momento mira lo primero deleitable que s ele ofrece, y rara vez se halla alguno totalmente libre del defecto de buscar su propio interés. Así también los judíos en otro tiempo vinieron a Betania a visitar a María y a Marta, no sólo por Jesús, mas también para ver a Lázaro. Débese, pues, purificar el ojo de la intención; para que sea sencillo y recto, y se dirija a mí, sin atender a ningún otro objeto.

CAPÍTULO XXXIV

El que ama a Dios gusta de él en todo y sobre todo

¡Oh mi Dios y todas las cosas! ¿Qué quiero más, y qué mayor bienaventuranza puedo desear? ¡Oh sabrosa y dulcísima palabra para el que ama a Dios, y no al mundo ni a lo que en él está! ¡Dios mío, y todas las cosas! Al que entiende, basta lo dicho; y repetirlo muchas veces es gran alegría para el que ama; porque estando tú presente todo es alegría, y estando tú ausente todo es enojoso. Tú das la tranquilidad al corazón, y das gran paz y mucha alegría. Tú haces sentir bien de todo, y que se te alabe en todas las cosas. No puede cosa alguna deleitar mucho tiempo sin ti; y si ha de agradar y gustar de veras, conviene que tu gracia la asista y tu sabiduría la sazone.

A quien eres sabroso ¿qué no le sabrá bien? Y quien de ti no gusta ¿qué le podrá agradar? Mas, ¡ay!, que los sabios del mundo y los carnales desfallecen en tu sabiduría; porque en los unos se halla mucha vanidad, y en los otros la muerte. Mas los que te siguen con desprecio del mundo y mortificando su carne, éstos son los sabios verdaderos, porque pasan de la vanidad a la verdad y de la carne al espíritu. A estos tales es Dios sabroso, y cuanto bueno hallan en las criaturas, todo lo refieren a honra y gloria de su Creador. Pues diferente es y muy diferente el sabor del Creador y el de la criatura, el de la eternidad y el del tiempo, el de la luz increada y el de la luz iluminada.

¡Oh luz perpetua, que excedes a toda luz creada! Envía desde lo alto tal resplandor, que penetre todo lo íntimo de mi corazón; purifica, alegra, clarifica y vivifica mi espíritu con todas sus potencias, para que se una contigo con júbilo de mi alma. ¡Oh cuándo vendrá esta bendita y deseada hora, para que tú me sacies con tu presencia, y me seas todo en todas las cosas! Entretanto que esto no se me concediere no tendré cumplido gozo. Mas, ¡oh dolor! que vive aún el hombre viejo en mí, y no está del todo crucificado, ni está del todo muerto; aún codicia fuertemente contra el espíritu; mueve guerras interiores, y no consiente esté en quietud el reino del alma.

Mas tú que dominas el poderío del mar y amansas el movimiento de sus ondas, levántate y ayúdame. Destruye las gentes que buscan guerras, quebrántalas con tu virtud. Ruégote que muestres tus maravillas y que sea glorificada tu diestra, porque no tengo otra esperanza ni otro refugio sino a ti, Señor Dios mío.

CAPÍTULO XXXV

En esta vida no hay seguridad de carecer de tentaciones

Hijo, nunca estás seguro en esta vida; porque mientras vivieres siempre tienes necesidad de armas espirituales; entre enemigos andas, y a derecha e izquierda te combaten. Por eso, si no te vales por todas partes del escudo de la paciencia, no estarás mucho tiempo sin herida. Además de esto, si no pones tu corazón fijo en mí, con pura voluntad de sufrirlo todo por mí, no podrás sostener esta recia batalla ni conseguir la palma de los bienaventurados. Conviénete, pues, romper varonilmente con todo y pelear con mucho esfuerzo contra todo lo despreciable del mundo, porque al vencedor se da el maná y al perezoso le aguarda mucha miseria.

Si buscas descanso en esta vida, ¿cómo hallarás después la eterna bienaventuranza? No procures mucho descanso, sino mucha paciencia. Busca la verdadera paz, no en la tierra, sino en el cielo; no en los hombres ni en las demás criaturas, sino en Dios sólo, por cuyo amor debes aceptar de buena gana todas las cosas adversas, como son trabajos, dolores, tentaciones, vejaciones, congojas, necesidades, dolencias, injurias, calumnias, reprensiones, humillaciones, insultos, correcciones y menosprecios. Estas cosas aprovechan para la virtud; estas cosas prueban al soldado nuevo de Cristo, éstas fabrican la corona celestial. Yo daré eterno galardón por breve trabajo; infinita gloria por una confusión pasajera.

¿Piensas tú tener siempre consolaciones espirituales a medida de tu voluntad? Mis Santos no siempre las tuvieron, sino muchas pesadumbres, diversas tentaciones y grandes desconsuelos. Pero todo lo sufrieron con paciencia, y confiaron más en Dios que en sí; porque sabían que no son equivalentes todas las penas de esta vida para merecer la gloria venidera. ¿Quieres tú hallar luego, lo que muchos después de copiosas lágrimas y grandes trabajos con dificultad alcanzaron? Espera en el Señor y trabaja varonilmente; esfuérzate, no desconfíes, no huyas; mas ofrece con constancia tu cuerpo y tu alma por la gloria de Dios. Yo te lo pagaré muy cumplidamente. Yo estaré contigo en toda tribulación.

CAPÍTULO XXXVI

Contra los vanos juicios de los hombres

Hijo, abandona tu corazón firmemente en Dios, y no temas los juicios humanos cuando la conciencia no te acusa. Bueno es, y dichoso también, padecer de esta suerte; y esto es grave al corazón humilde que confía más en Dios que en sí mismo. Muchos hablan demasiadamente, y por eso se les debe dar poco crédito; y satisfacer a todos no es posible. Aunque S. Pablo trabajó en agradar a todos en el Señor, y se hizo todo para todos, todavía no tuvo en nada ser él juzgado del mundo.

Mucho hizo por la salud y edificación de los otros, trabajando cuanto pudo y estuvo de su parte; pero no pudo impedir que le juzgasen y despreciasen algunas veces. Por eso lo encomendó todo a Dios, que sabe todas las cosas, y con paciencia y humildad se defendía de las malas lenguas, y de los que piensan maldades y mentiras, y las dicen como se les antoja. No obstante, respondió algunas veces, porque no se escandalizasen algunos flacos de su silencio.

¿Quién eres tú para que temas al hombre mortal? Hoy es, y mañana no parece. Teme a Dios y no te espantarán los hombres. ¿Qué puede contra ti el hombre con palabras o injurias? A sí mismo se daña más que a ti, y cualquiera que sea, no podrá huir el juicio de Dios. Tú pon a Dios delante de tus ojos y déjate de quejas y contiendas. Y si te parece que al presente sufres confusión o vergüenza sin merecerlo, no te indignes por eso, ni disminuyas tu corona con la impaciencia; mas mírame a mí en el cielo, que puedo librar de toda confusión e injuria y dar a cada uno según sus obras.

CAPÍTULO XXXVII

De la total renunciación de sí mismo para alcanzar la libertad del corazón

Hijo, déjate a ti y me hallarás a mí. No quieras hacer elección ni te apropies cosa alguna, y siempre ganarás; porque negándote de verdad sin volverte a ti, se te dará mayor gracia.

Señor, ¿cuántas veces me negaré, y en qué cosas me dejaré?

Siempre y en cada hora, así en lo pequeño como en lo grande. Ninguna cosa exceptúo, pues en todo te quiero hallar desnudo; porque de otro modo ¿cómo podrás tú ser mío y yo tuyo, si no te despojas de toda voluntad propia interior y exteriormente? Cuanto más presto hicieres esto, tanto mejor te irá; y cuanto más pura y cumplidamente, tanto más me agradarás, y mucho más ganarás.

Algunos se renuncian, pero con alguna excepción del todo en Dios, y por eso trabajan en mirar por sí. También algunos al principio le ofrecen todo, pero después, combatidos por la tentación, se vuelven a las cosas propias, y por eso no aprovechan en la virtud. Éstos nunca llegarán a la verdadera libertad del corazón puro, ni a la gracia de mi suave familiaridad si antes no se renuncian del todo, haciendo cada día sacrificio de sí mismos, sin el cual no están ni estarán en la unión con que se goza de mí.

Muchas veces te dije, y ahora te lo vuelvo a decir: Déjate a ti, renúnciate, y gozarás de una gran paz interior. Dalo todo por el todo, no busques nada, nada vuelvas a pedir, está pura y confiadamente en mí y me poseerás, estarás libre en el corazón y no te hollarán las tinieblas. Esfuérzate para esto, y esto desea, que puedas despojarte de todo propio amor y desnudo seguir al desnudo Jesús, morir a ti mismo, y vivir a mí eternamente. Entonces huirán todas las vanas ilusiones, las penosas inquietudes y los superfluos cuidados. También se ausentará entonces el demasiado temor y morirá el amor desordenado.

CAPÍTULO XXXVIII

Del buen régimen en las cosas exteriores, y del recurso a Dios en los peligros

Hijo, debes mirar con diligencia, que en cualquier lugar y en toda acción u ocupación exterior, estés interiormente libre y seas señor de ti mismo, y que todas las cosas tengas debajo de ti, y no estés sujeto a ninguna de ellas, porque seas señor de tus acciones, no siervo, ni esclavo comprado, sino como libre y verdadero hebreo pases a gozar de la suerte y libertad de los hijos de Dios, los cuales ponen debajo de sí las cosas presentes; y contemplan las eternas; miran lo transitorio con el ojo izquierdo y con el derecho lo celestial; a los cuales no atraen las cosas temporales para estar asidos a ellas, antes ellos las atraen para servirse bien de ellas, según están de Dios ordenadas, e instituidas por el supremo Artífice, que no hizo nada sin orden en lo criado.

Si en cualquier cosa que te acaeciere estás firme, y no juzgas de ella según la apariencia exterior, ni miras con ojo carnal lo que oyes o ves, antes, en cualquier cosa entras luego a lo interior, como Moisés en el Tabernáculo para determinar sus dudas y dificultades, y tomó el remedio de la oración para librarse de los peligros y maldades de los hombres. Así debes tú huir y entrarte en el secreto de tu corazón, implorando con eficacia el socorro divino. Por eso se lee, que Josué y los hijos de Israel fueron engañados por los gabaonitas, porque no consultaron primero con el Señor, sino que creyendo de presto las blandas palabras, fueron con falsa piedad engañados.

CAPÍTULO XXXIX

No sea el hombre importuno en los negocios

Hijo, encomiéndame siempre tus negocios y yo los dispondré bien a su tiempo. Espera mi ordenación y experimentarás gran provecho.

Señor, muy de grado te encomiendo todas las cosas, porque poco puede aprovechar mi cuidado. Pluguiese a ti que no me apegase mucho a los sucesos futuros, sino que me ofreciese sin tardanza a tu voluntad.

Hijo, muchas veces piensa el hombre con vehemencia en lo que desea, mas cuando ya lo alcanza tiene otro parecer; porque las aficiones acerca de una misma cosa no duran mucho, sino que de una nos llevan a otra; por lo cual no es poco dejarse a sí mismo aún en lo poco.

El verdadero aprovechar es negarse a sí mismo, y el hombre que se ha negado a sí está muy libre y seguro. Mas el enemigo antiguo, adversario de todos los buenos, no cesa de tentar; antes bien, de día y de noche pone graves asechanzas para prender si pudiere a algún descuidado, con los lazos del engaño. Por eso, Velad y orad, dice el Señor, porque no entréis en tentación.

CAPÍTULO XL

No tiene el hombre nada bueno en sí, ni tiene de qué alabarse

Señor, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, o el hijo del hombre para que lo visites? ¿Qué ha merecido el hombre para que le dieses tu gracia? Señor ¿de qué me puedo quejar si me desamparas? ¿O cómo justamente podré contender contigo si no hicieres lo que pido? Por cierto esto puedo yo pensar y decir con verdad: Nada soy, Señor, nada puedo, ninguna cosa tengo buena en mí; mas en todo desfallezco y voy siempre a la nada. Y si no soy ayudado de ti, e informado interiormente, todo me hago tibio y disipado.

Mas tú, Señor, eres siempre el mismo, y permaneces para siempre; siempre eres bueno, justo y santo; todas las cosas haces bien, justa y santamente y las ordenas con sabiduría. Mas yo, que soy más inclinado a caer que a aprovechar, no persevero siempre en un estado, porque se mudan siete tiempos sobre mí. Pero luego me va mejor cuando te place y extiendes tu mano para ayudarme, porque tú solo, sin auxilio humano, me puedes socorrer y fortalecer, de manera que no se altere mi semblante, sino que a ti se convierta, y en ti solo descanse mi corazón.

Por lo cual si yo supiese bien desechar toda consolación humana, ora por alcanzar la devoción, ora por la necesidad que tengo de buscarte, porque no hay hombre que me consuele; con razón podría yo esperar en tu gracia, y alegrarme con el don de la nueva consolación.

Muchas gracias sean dadas a ti, de quien viene todo, siempre que me sucede algún bien. Yo soy vanidad y nada delante de ti; hombre mudable y enfermo. ¿De qué pues me puedo gloriar, o por qué deseo ser estimado? ¿Por ventura, de lo que es nada? Esto es vanísimo. Por cierto la vanagloria es una mala pestilencia y grandísima vanidad, porque nos aparta de la verdadera gloria y nos despoja de la gracia celestial; porque contentándose un hombre a sí mismo te descontenta a ti; y cuando desea las alabanzas humanas, es privado de las virtudes verdaderas.

La gloria verdadera y la alegría santa consiste en gloriarse en ti y no en sí mismo, gozarse en tu nombre y no en la propia virtud, y en no deleitarse en criatura alguna sino por ti. Sea alabado tu Nombre y no el mío; engrandecidas sean tus obras y no las mías; alabado sea tu santo Nombre, y no me sea a mí atribuida ninguna alabanza de los hombres. Tú eres mi gloria, tú la alegría de mi corazón. En ti me gloriaré y regocijaré todos los días; mas de mi parte no hay de qué me gloríe sino en mis flaquezas.

Busquen los hombres la gloria de entre sí mismos, yo buscaré la gloria que procede de sólo Dios; porque toda gloria humana, toda honra temporal, toda la grandeza mundana, comparada con tu eterna gloria, es vanidad y locura. ¡Oh Verdad mía y Misericordia mía, Dios mío, Trinidad bienaventurada, solo a Ti sea dada alabanza, honra, virtud y gloria por infinitos siglos de los siglos!

CAPÍTULO XLI

Del desprecio de toda honra temporal

Hijo, no te pese, si vieres honrar y ensalzar a otros, y que tú eres despreciado y abatido. Levanta tu corazón a mí en el cielo y no te entristecerá el desprecio de los hombres en la tierra.

Señor, en gran ceguedad estamos y la vanidad muy presto nos engaña. Si bien me miro, nunca se me ha hecho injuria por criatura alguna, no tengo, pues, de qué quejarme justamente de ti. Mas porque yo muchas veces pequé gravemente contra ti, con razón se arman contra mí todas las criaturas. Justamente, pues, se me debe la confusión y el desprecio, y a ti, Señor, la alabanza, honra y gloria. Y si no me dispusiere, de modo que huelgue mucho en ser de cualquier criatura despreciado, y desamparado, y del todo tenido en nada, no podré estar con paz y constancia en lo interior, ni ser iluminado en el espíritu, ni unido a ti perfectamente.

CAPÍTULO XLII

No se ha de poner la paz en los hombres

Hijo, si pones tu paz en alguno por tu parecer, y por conversar con él, estarás sin quietud y sin sosiego. Mas si vas a buscar, la verdad, que siempre vive y permanece, no te entristecerás por el amigo que se retirare o se muriere. En mí ha de estar el amor del amigo, y por mí se ha de amar a cualquiera que en esta vida te pareciere bueno y amable. Sin mí no vale nada ni durará la amistad, ni es verdadero ni puro el amor que yo no compongo. Tan muerto debes estar a las aficiones de los amigos, que, por lo que a ti toca, debes carecer de todo trato humano. Tanto se acerca el hombre a Dios, cuanto se desvía de todo consuelo terreno; y tanto más alto sube a Dios, cuanto más bajo desciende en sí y se tiene por más vil.

El que se atribuye a sí mismo algo bueno, impide a la gracia de Dios venga a él; porque la gracia del Espíritu Santo siempre busca el corazón humilde. Si te supieses anonadar perfectamente y limpiar de todo amor criado, yo entonces manaría en ti con abundantes gracias. Cuando miras a las criaturas, se aparta de ti la vista del Creador. Aprende a vencerte en todo por el Creador, y entonces podrás llegar al conocimiento divino. Cualquier cosa, por pequeña que sea, si se ama y se mira desordenadamente, nos retarda gozar del sumo Bien, y nos daña.

CAPÍTULO XLIII

Contra la ciencia vana del siglo

Hijo, no te muevan los dichos agudos y limados de los hombres, porque no está el reino de Dios en palabras, sino en virtud. Atiende a mis palabras, que encienden los corazones e iluminan las almas, excitan a contrición y traen muchas consolaciones. Nunca leas para mostrarte más letrado o sabio. Estudia en mortificar los vicios, porque más te aprovechará esto que el saber muchas cuestiones difíciles.

Cuando hubieres acabado de leer y saber muchas cosas, te conviene volver a un mismo principio. Yo soy el que enseño al hombre la ciencia, y doy a los pequeños más claro entendimiento que ningún hombre puede enseñar. Al que yo hablo luego será sabio, y aprovechará mucho en el espíritu. ¡Ay de aquellos que quieren aprender de los hombres curiosidades, y cuidan muy poco del camino de servirme a mí! Tiempo vendrá, cuando aparecerá el Maestro de los maestros Cristo, Señor de los ángeles, para oír las lecciones de todos, esto es, para examinar las conciencias de cada uno; y entonces escudriñará a Jerusalén con candelas, y serán descubiertos los secretos de las tinieblas, y callarán los argumentos de las lenguas.

Yo soy el que en un punto levanto al entendimiento humilde, para que entienda más razones de la verdad eterna que si hubiese estudiado diez años, Yo enseño sin ruido de palabras, sin confusión de opiniones, sin fausto de honra y sin combate de argumentos. Yo soy el que enseña a despreciar lo terreno y aborrecer lo presente, buscar y saber lo eterno, huir las honras, sufrir los escándalos, poner toda esperanza en mí, fuera de mí no desear nada, y amarme ardientemente sobre todas las cosas.

Y así uno, amándome entrañablemente, aprendió cosas divinas y hablaba maravillas. Más aprovechó con dejar todas las cosas que con estudiar sutilezas. Mas a unos hablo cosas comunes, a otros cosas especiales. A unos me muestro dulcemente por señales y figuras, a otros revelo misterios con mucha luz. Una sola cosa dicen los libros, mas no enseñan igualmente a todos; porque yo soy en lo interior doctor de la verdad, escudriñador del corazón, conocedor de los pensamientos, movedor de las obras, y reparto a cada uno según juzgo ser digno.

CAPÍTULO XLIV

No se deben buscar las cosas exteriores

Hijo, te conviene ser ignorante en muchas cosas y estimarte como muerto sobre la tierra, y a quien todo el mundo esté crucificado. Te conviene también hacerte sordo a muchas cosas y pensar más en lo que conviene para tu paz. Más útil es apartar los ojos de lo que no te agrada y dejar a cada uno en su parecer, que entender en porfías. Si estás bien con Dios y miras su juicio, más fácilmente te darás por vencido.

¡Oh Señor, a qué hemos llegado!, que lloramos los daños temporales, y por una pequeña ganancia trabajamos y corremos, y el daño espiritual se pasa en olvido, y apenas tarde vuelve a la memoria. Por lo que poco o nada vale, se mira mucho; mas lo que es muy necesario se pasa con descuido, porque todo hombre se deja llevar de lo exterior, y si presto no vuelve en sí, con gusto se está envuelto en ello.

CAPÍTULO XLV

No se debe creer a todos, y cómo fácilmente se resbala en las palabras

Señor, ayúdame en la tribulación, porque es vana la salud del hombre. ¡Cuántas veces no hallé fidelidad donde pensé que la había, y cuántas veces la hallé donde menos lo pensaba! Por eso es vana la esperanza en los hombres; mas la salud de los justos está en ti, mi Dios. Bendito seas Señor Dios mío, en todas las cosas que nos suceden. Flacos somos e inconstantes, presto somos engañados y nos mudamos.

¿Qué hombre hay que se pueda guardar tan cauta y discretamente en todo, que alguna vez no caiga en algún engaño o perplejidad? Mas el que confía en ti, Señor, y te busca con corazón sencillo, no resbala tan de presto. Y si cayere en alguna tribulación, de cualquier manera que estuviere en ella enlazado, presto será librado por ti, o consolado, porque no desamparas tú al que en ti espera hasta el fin. Raro es el fiel amigo que persevera en todos los trabajos de su amigo. Tú, Señor, tú solo eres fidelísimo en todo, y fuera de ti no hay otro tal.

¡Oh cuán bien supo aquel alma santa que dijo: Mi alma está fija y fundada en Cristo! Si yo estuviese así, no me acongojaría tan fácilmente el temor humano, ni me moverían palabras injuriosas. ¿Quién puede prevenirlo todo? ¿Quién basta para guardarse de los males venideros? Si lo muy previsto con tiempo daña muchas veces, ¿qué hará lo no prevenido, sino herir gravemente? ¿Pues por qué miserable de mí, no me previene mejor? ¿Por qué creí tan de ligero a los otros? Pero hombres somos, y hombres flacos y quebradizos, aunque de muchos seamos estimados y llamados ángeles. ¿A quién creeré, Señor, a quién sino a ti? Verdad eres, que no engañas ni puedes ser engañado. Mas todo hombre es mentiroso, enfermo, mudable y resbaladizo, especialmente en las palabras; de modo que apenas se debe creer luego lo que parece verdadero a primera vista.

¡Con cuánta prudencia nos avisaste que nos guardásemos de los hombres, que son enemigos del hombre los propios de su casa, y que no debíamos dar crédito a los que dijeren: Está aquí o allí lo que deseamos! El mismo daño me ha enseñado. Quiera Dios que sea para guardarme más y no para hacerme más necio. Díceme uno: Mira que seas cauto; guarda en secreto esto que te digo. Y mientras yo callo, y creo que está secreto, el mismo que me lo encomendó no pudo callar; sino que luego se descubrió a sí y a mí y se fue. Defiéndeme, Señor, de estos hombres habladores e indiscretos, para que no caiga en sus manos, ni yo cometa semejantes cosas. Pon en mi boca palabras verdaderas y fieles, y desvía lejos de mí la lengua cavilosa. De lo que no quiero sufrir me debo guardar mucho.

¡Oh cuán bueno y de cuánta paz es callar de otros, y no creer fácilmente todas las cosas, ni hablarlas de ligero después; descubrirse a pocos, buscarte siempre a ti, Señor, que miras al corazón, y no dejarse llevar por cualquier viento de palabras, sino desear que todas las cosas interiores y exteriores se cumplan según el beneplácito de tu voluntad! ¡Cuán seguro es para conservar la gracia celestial, huir la humana apariencia y no codiciar las cosas visibles que causan admiración, sino seguir con toda diligencia las cosas que conducen a la enmienda de la vida y al fervor! ¡A cuántos ha dañado la virtud descubierta y alabada antes de tiempo! ¡Cuán provechosa fue siempre la gracia guardada con el callar en esta frágil vida, que toda es tentación y pelea!

CAPÍTULO XLVI

De la confianza que se debe tener en Dios cuando nos dicen injurias

Hijo, está firme y espera en mí. ¿Qué cosa son las palabras sino palabras? Por el aire vuelan, pero no hieren la piedra. Si estás culpado, determina de enmendarte; si no hallas en ti culpa, ten por bien sufrir por Dios. Muy poco es que sufras siquiera palabras algunas veces, pues aún no puedes sufrir fuertes azotes. ¿Y por qué tan pequeñas cosas te pasan el corazón, sino porque aún eres carnal, y miras a los hombres más de lo que conviene? Porque temes ser despreciado no quieres ser reprendido de tus faltas, y buscas las sombras de las excusas.

Considérate mejor, y conocerás que aún vive en ti el amor del mundo y el deseo vano de agradar a los hombres. Porque en huir de ser abatido y avergonzado por tus defectos, se muestra muy claro que no eres verdadero humilde, ni estás del todo muerto al mundo, ni el mundo está a ti crucificado. Mas oye mis palabras, y no cuidarás de cuántas dijeren los hombres. Di; si se dijese contra ti todo cuanto pudiese fingir la más refinada malicia, ¿qué te dañaría si del todo lo dejases pasar, y no lo estimases en una paja? Te podría por ventura arrancar un solo cabello?

Mas el que no está dentro de su corazón, ni me tiene a mí delante de sus ojos, presto se conmueve por una palabra de menosprecio. Pero el que confía en mí, y no desea su propio parecer, vivirá sin temer a los hombres; porque yo soy el juez y conozco todos los secretos; yo sé cómo pasan las cosas; yo conozco al que hace la injuria y al que la sufre. De mí sale esta palabra, permitiéndolo yo acaece esto, porque se descubran los pensamientos de muchos corazones. Yo juzgaré al culpado y al inocente; mas quiero probar primero al uno y al otro con juicio secreto.

El testimonio de los hombres muchas veces engaña; mi juicio es verdadero; subsistirá y siempre estará firme. Muchas veces está escondido, y de pocos es conocido enteramente; pero nunca yerra, ni puede errar, aunque a los ojos de los necios no parezca recto. A mí, pues, se ha de recurrir en cualquier juicio, y no apoyarse en el propio saber; porque el justo no se turbará por cosas que Dios ordene sobre él. Y si algo fuere dicho contra él injustamente, no se inquietará por ello, ni se alegrará vanamente si otros le defendieren con razón: porque sabe que soy yo el que escudriño los corazones y las entrañas, y que no juzgo según el exterior y las apariencias humanas; antes muchas veces se halla, en mis ojos culpable, el que al juicio humano parece digno de alabanza.

Señor Dios, justo juez, fuerte y paciente, que conoces la flaqueza y maldad de los hombres, sé tú mi fortaleza y toda mi confianza, porque no me basta mi conciencia. Tú sabes lo que yo no sé, y por eso me debo humillar en cualquier reprensión, y sufrirla con mansedumbre. Perdóname también, Señor, piadosamente por todas las veces que no lo hice así, y dame otra vez gracia de mayor sufrimiento; porque mejor me es tu copiosa misericordia para alcanzar el perdón, que mi justicia presunta para defender lo secreto de mi conciencia. Y aunque ella no me acuse, no por esto puedo justificarme; porque quitada tu misericordia, no será justificado en tu acatamiento ningún viviente.

CAPÍTULO XLVII

Todas las cosas graves se deben sufrir por la vida eterna

Hijo, no te quebranten los trabajos que has tomado por mí, ni te abatan del todo las tribulaciones; más mi promesa te esfuerce y consuele en todo lo que sucediere. Yo basto para galardonarte sobre toda manera y medida. No trabajarás aquí mucho tiempo, ni serás agravado siempre de dolores. Espera un poquito y verás cuán presto se pasan los males. Vendrá una hora en que cesará todo trabajo y confusión. Poco y breve es todo lo que pasa con el tiempo.

Esfuérzate, pues, como lo haces: trabajando fielmente en mi viña, que yo seré tu galardón. Escribe, lee, canta, suspira, calla, ora, sufre varonilmente lo adverso; la vida eterna digna es de éstas y de otras mayores peleas. Vendrá la paz en un día que el Señor sabe, el cual no se compondrá de día y noche como en esta vida temporal, sino de luz perpetua, claridad infinita, paz firme y descanso seguro. No dirás entonces: ¿Quién me librará del cuerpo de esta muerte? Ni exclamarás: ¡Ay de mí! que se ha prolongado mi destierro; porque la muerte será destruida, y la salud será sin defecto. Ninguna congoja habrá ya, sino bienaventurada alegría, compañía dulce y hermosa.

¡Oh si vieses las coronas eternas de los santos en el cielo, y de cuánta gloria gozan ahora los que eran en este mundo despreciados y tenidos casi por indignos de vivir! Por cierto luego te humillarías hasta la tierra, y desearías más estar sujeto a todos que mandar a uno, y no codiciarías los días alegres de esta vida, sino antes te gozarías de ser atribulado por Dios, y tendrías por grandísima ganancia ser tenido por nada entre los hombres.

¡Oh si gustasen estas cosas y penetrasen profundamente en tu corazón, cómo ni aun una sola vez osarías quejarte! ¿No son de sufrir todas las cosas trabajosas por la vida eterna? No es de pequeña estima ganar o perder el reino de Dios. Levanta, pues, tu rostro al cielo; mira que yo y todos mis santos, que tuvieron grandes combates en este siglo, ahora se gozan y están consolados y seguros; ahora descansan en paz, y permanecerán conmigo sin fin en el reino de mi Padre.

CAPÍTULO XLVIII

Del día de la eternidad, y de las angustias de esta vida

¡Oh bienaventurada morada de la ciudad soberana! ¡Oh día clarísimo de la eternidad, que no le obscurece la noche, sino que siempre lo ilumina la suma Verdad; día siempre alegre, siempre seguro y siempre sin mudanza! ¡Oh si ya amaneciese este día y se acabasen todas estas cosas temporales! Resplandece por cierto para los santos con una perpetua claridad; mas no así a los que están en esta peregrinación, sino de lejos y como por espejo.

Los ciudadanos del cielo saben cuán alegre será aquel día; los desterrados hijos de Eva gimen de ver cuán amargo y enojoso será éste de acá. Los días de este tiempo son pocos y malos, llenos de dolores y angustias, donde se mancha el hombre con muchos pecados, se enreda en muchas pasiones, es oprimido de muchos temores, agravado con muchos cuidados, distraído con muchas curiosidades, envuelto en muchas vanidades, confundido en muchos errores, quebrantado en muchos trabajos, acosado de tentaciones, enflaquecido con los deleites, atormentado de pobreza.

¡Oh cuándo se acabarán todos estos trabajos! ¡Cuándo estaré libre de la miserable servidumbre de los vicios! ¡Cuándo me acordaré, Señor, de ti sólo! ¡Cuándo me alegraré cumplidamente en ti! ¡Cuándo estaré sin todo impedimento en la verdadera libertad, sin ninguna pesadumbre de alma y cuerpo! ¡Cuándo tendré paz firme, paz sin perturbación y segura, paz de dentro y de fuera, paz estable de todas partes! ¡Oh buen Jesús, cuándo estaré para verte! ¡Cuándo contemplaré la gloria de tu reino! ¡Cuándo será para mí todo en todas las cosas! ¡Cuándo estaré contigo en tu reino, el cual has preparado eternamente a tus escogidos! Me has dejado pobre y desterrado en tierra enemiga, donde hay continuas guerras y grandes infortunios.

Consuela mi destierro, mitiga mi dolor, porque a ti suspira todo mi deseo. Todo consuelo que ofrece el mundo me parece muy pesada carga. Deseo gozarte íntimamente, mas no puedo conseguirlo. Deseo estar unido a las cosas celestiales, pero agrávanme las temporales y las pasiones no mortificadas. Con el espíritu me quiero levantar sobre todas las cosas; mas la carne me obliga a sujetarme a todas ellas contra mi voluntad. Así yo, hombre miserable, peleo conmigo y a mí mismo me soy enojoso, cuando el espíritu busca lo de arriba y la carne lo de abajo.

¡Oh Señor, cuánto padezco en lo interior cuando considero las cosas celestiales, y luego orando se me ofrece un tropel de cosas del mundo! Dios mío, no te alejes de mí, ni te desvíes con ira de tu siervo; resplandezca un rayo de tu claridad y disipa estas tinieblas; envía tus saetas, y contúrbense todas las asechanzas de los enemigos. Recoge todos mis sentidos en ti; hazme olvidar todas las cosas de la tierra. Otórgame que deseche y aparte de mí prontamente aún las sombras de los vicios. Socórreme, Verdad eterna, para que no me mueva vanidad alguna, ven, Suavidad celestial y huya de tu presencia toda impureza. Perdóname también por tu santísima misericordia todas cuantas veces pienso en la oración alguna cosa fuera de ti. Porque verdaderamente confieso mi costumbre, que muchas veces estoy en la oración fuera de lo que debo; porque muchas veces no estoy allí donde tengo mi cuerpo, sino que más bien estoy allá donde mis pensamientos me llevan. Donde está mi pensamiento allí estoy yo; allí está mi pensamiento a menudo adonde está lo que amo. Lo que naturalmente me deleita y por la costumbre me agrada, eso es lo que se me ofrece luego.

Por lo cual tú, que eres verdad, dijiste: Donde está tu tesoro, allí está tu corazón. Si amo el cielo, con gusto pienso en las cosas celestiales. Si amo el mundo, alégrome con las prosperidades del mundo, y entristézcome de sus adversidades. Si amo la carne, muchas veces pienso en las cosas carnales. Si amo al espíritu, huélgome en pensar cosas espirituales; porque de todas las cosas que amo, hablo y oigo hablar de buena gana, y las imágenes de estas cosas traigo conmigo a mi morada. Más bienaventurado aquel hombre que por tu amor desecha todo lo criado; que hace fuerza a su natural, y crucifica los apetitos carnales con el fervor del espíritu, para que serenada su conciencia, te ofrezca una oración pura, y sea digno de estar entre los coros angélicos, desechadas dentro y fuera de sí todas las cosas terrenas.

CAPÍTULO XLIX

Del deseo de la vida eterna, y cuántos bienes están prometidos a los que pelean

Hijo, cuando sientas infundirse en ti algún deseo de la eterna bienaventuranza, y deseas salir de la cárcel del cuerpo para poder contemplar mi claridad sin sombrea de mudanzas, dilata tu corazón y recibe con todo amor esta santa inspiración. Da muchas gracias a la soberana Bondad, que lo hace así contigo, visitándote con clemencia, excitándote con amor, levantándote con poderosa mano, para que no caigas en lo terreno por tu propio peso. Porque esto no lo recibes por tu diligencia o esfuerzo, sino por sólo la dignación de la gracia soberana y del agrado divino, para que aproveches en virtudes y en mayor humildad, y te prepares para los combates venideros, y trabajes por allegarte a mí de todo corazón, y servirme con fervorosa voluntad.

Hijo, muchas veces arde el fuego, mas no sube la llama sin humo. Así también se encienden los deseos de algunos a las cosas celestiales; mas aún no están libres de la tentación del amor carnal. Y por eso no hacen por la honra de Dios con toda pureza de intención, aún lo que con muy gran deseo le piden. Tal suele ser muchas veces tu deseo, el cual mostraste con tanta importunidad; porque no es puro ni perfecto lo que va inficionado de propio interés.

Pide, no lo que es para ti deleitable y provechoso, sino lo que es para mí aceptable y honroso; que si rectamente juzgas, debes anteponer mi ordenación a tu deseo y a cualquier cosa deseada, y seguir mi voluntad. Yo conozco tu deseo, y he oído tus largos gemidos. Ya querrías tú estar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios; ya te deleita la morada eterna y la patria celestial llena de gozo; mas aún no ha llegado esa hora, aún es otro tiempo; conviene a saber, tiempo de guerra, tiempo de trabajo y de prueba. Deseas ser lleno del sumo Bien; mas no lo puedes alcanzar ahora. Yo soy. Espérame, dice el Señor, hasta que venga el reino de Dios.

Has de ser probado aún en la tierra, y ejercitado en muchas cosas. Algunas veces serás algún tanto consolado, mas no te será dada cumplida hartura. Por eso esfuérzate mucho y sé robusto, así en hacer como en padecer cosas contrarias a la naturaleza. Conviene que te vistas del hombre nuevo y que seas mudado en otro hombre. Conviénete hacer muchas veces lo que no quieres y dejar lo que quieres. Lo que agrada a los otros irá delante; lo que a ti te contenta no pasará más allá; lo que dicen otros será oído; lo que dices tú será reputado por nada; pedirán los otros y recibirán; pedirás tú y no alcanzarás.

Otros serán muy grandes en la boca de los hombres, mas de ti no se hará cuenta. A otros se encargará éste o aquel negocio, tú serás tenido por inútil. Por esto se entristecerá algunas veces la naturaleza; pero será cosa grande si lo sufrieres callado. En éstas y otras cosas semejantes suele ser probado el siervo fiel del Señor; para ver cómo sabe negarse y mortificarse en todo. Apenas se hallará cosa en que más te convenga morir a ti mismo, como en ver y sufrir lo contrario a tu voluntad, principalmente cuando te parece sin razón, y de poco provecho lo que te mandan hacer. Y porque tú, siendo mandado, no osas resistir a la voluntad de tu superior, por eso te parece cosa dura andar a la voluntad ajena, y dejar tu propio parecer.

Más considera, hijo, el fruto de estos trabajos, el fin cercano y el muy grande galardón, y no te serán graves, sino más bien de una gran consolación que esfuerce tu paciencia; porque también por esta poca voluntad propia que ahora dejas de grado, poseerás, para siempre tu voluntad en el cielo; pues allí hallarás todo lo que quisieres y cuanto pudieres desear. Allí tendrás en tu poder todo el bien sin miedo de perderlo. Allí tu voluntad, unida con la mía para siempre, no codiciará cosa alguna extraña o particular. Allí ninguno te resistirá, ninguno se quejará de ti, ninguno te impedirá ni contradecirá; mas todas las cosas deseadas tendrás presentes juntamente, y saciarán todo tu afecto, y lo colmarán cumplidamente. Allí te daré yo gloria por la injuria que sufriste, manto de alabanza por la tristeza, por el más bajo lugar, el trono del reino eterno. Allí aparecerá el fruto de la obediencia, alegrarse el trabajo de la penitencia, y la humilde sujeción será gloriosamente coronada.

Ahora, pues, inclínate humildemente bajo las manos de todos, y no cuides de mirar quién lo dijo o quién lo mandó. Mas ten grandísimo cuidado, ora sea prelado, o menor, o igual el que algo te pidiere o insinuare, que todo lo tengas por bueno, y cuides de cumplirlo con voluntad sincera. Busque cada uno lo que quisiere; gloríese éste en esto y aquél en lo otro, y sea alabado mil millares de veces; mas tú ni en esto ni en aquello, sino gózate en el desprecio de ti mismo y en mi voluntad y honra. Una cosa debes desear, que tanto en vida como en muerte sea Dios siempre glorificado en ti.

CAPÍTULO L

Cómo se debe ofrecer en las manos de Dios el hombre desconsolado

Señor Dios, Padre Santo, ahora y para siempre seas bendito, que así como tú quieres ha sido hecho, y lo que haces es bueno. Alégrese tu siervo en ti, no en sí, ni en otro alguno; porque tú solo eres la alegría verdadera; tú mi esperanza y mi corona; tú mi gozo y mi honra. ¿Qué tiene tu siervo, sino lo que recibió de ti aún sin merecerlo? Tuyo es todo lo que me has dado y hecho conmigo. Pobre soy, y en trabajos desde mi mocedad; y mi alma se entristece algunas veces hasta llorar, y otras se turba en sí mismo por las pasiones que se levantan.

Deseo el gozo de la paz; pido la paz de tus hijos, que son apacentados por ti en la luz de la consolación. Si me das paz, si derramas en mí tu santo gozo, estará el alma de tu siervo llena de alegría y devota para alabarte. Mas si te apartares, como muchísimas veces lo haces, no podrá correr el camino de tus mandamientos; antes bien hincará las rodillas para herir su pecho; porque no le va como los días pasados, cuando resplandecía tu luz sobre su cabeza, y bajo la sombra de tus alas, era defendida de las tentaciones que venían.

Padre justo y siempre digno de ser alabado, ha llegado la hora en que tu siervo sea probado. Padre digno de ser amado, justo es que tu siervo padezca algo por ti en esta hora. Padre digno de ser siempre honrado, venida es la hora que tú sabías desde la eternidad que había de venir, en la cual tu siervo esté por poco tiempo abatido en lo exterior, mas viva siempre interiormente delante de ti. Sea despreciado y humillado un poco, y desechado delante de los hombres, sea quebrantado con pasiones y enfermedades, porque resucite contigo a la aurora de la nueva luz, y sea clarificado en las cosas celestiales. Padre santo, así lo ordenaste tú, y así lo quisiste, y lo que tú mandaste se ha hecho.

Ésta es la merced que haces a tu amigo, que padezca y sea atribulado en este mundo por tu amor, cuantas veces permites que se haga y por cualquier hombre que se hiciere. Sin tu consejo y providencia y sin causa no se hace cosa en la tierra. Señor, bueno es para mí que me hayas humillado, para que aprenda tus justificaciones y destierre de mi corazón toda vanidad y presunción. Provechoso es para mí que la confusión haya cubierto mi rostro, porque así te busque para consolarme y no a los hombres. También aprendí en esto a temblar de tu inescrutable juicio; afliges al justo con el malo, mas no sin equidad y justicia.

Gracias te doy, que no dejaste sin castigo mis males, sino que me afligiste con amargos azotes, hiriéndome con dolores y enviándome angustias interiores y exteriores. No hay quien me consuele debajo del cielo sino tú, Señor Dios mío, médico celestial de las almas, que hieres y sanas, pones en graves tormentos y libras de ellos. Sea tu corrección sobre mí, y tu mismo castigo me enseñará.

Padre mío muy amado, me ves aquí en tus manos, yo me inclino a la vara de tu corrección. Hiere mis espaldas y mi cuello, para que enderece mi torcido querer a tu voluntad. Hazme piadoso y humilde discípulo, como bien sueles hacerlo, para que ande siempre según todo tu querer. Todas mis cosas y a mí te encomiendo, para que me corrijas; mejor es aquí ser corregido que en la vida futura. Tú sabes todas las cosas, en común y en particular, y no se te esconde nada en la humana conciencia. Antes que se haga sabes lo venidero, y no tienes necesidad que alguno te enseñe o avise de las cosas que se hacen en la tierra. Tú sabes lo que conviene para mi adelantamiento, y cuánto me aprovecha la tribulación para limpiar el orín de los vicios. Haz conmigo tu voluntad según tu deseo, y no deseches mi vida pecadora, a ninguno mejor ni más claramente conocida que a ti solo.

Señor, concédeme que sepa lo que debo, que ame lo que se debe amar, que alabe lo que a ti es agradable, estime lo que te parece precioso, y aborrezca lo que es feo a tus ojos. No me dejes juzgar según la vista de los ojos exteriores, ni sentenciar según el oído de los hombres ignorantes; sino que pueda discernir con verdadero juicio, entre lo visible y lo espiritual, y sobre todo buscar siempre la voluntad de tu divino beneplácito.

Muchas veces se engañan los sentidos de los hombres en juzgar, y los mundanos se engañan también en amar solamente lo visible. ¿Qué mejoría tiene el hombre porque otro le repute mayor? El falso engaña al falso, el vano al vano, el ciego al ciego, el enfermo al enfermo cuando lo ensalza; y verdaderamente más le confunde cuando vanamente le alaba; porque cuanto es cada uno en los ojos de Dios, tanto es y no más, dice el humilde San Francisco.

CAPÍTULO LI

Debemos ocuparnos en cosas humildes, cuando faltan las fuerzas para las altas

Hijo, no puedes estar siempre en fervoroso deseo de las virtudes, ni perseverar en el más alto grado de la contemplación, sino que es necesario a veces, por la corrupción del pecado original, que desciendas a cosas bajas, y lleves la carga de esta vida corruptible aunque te pese y enoje. Mientras que traes el cuerpo mortal, enojo sentirás y pesadumbre de corazón. Por eso conviene gemir muchas veces, estando en la carne, por el peso de la carne, porque no puedes ocuparte continuamente en los ejercicios espirituales y en la divina contemplación.

Entonces conviene que te ocupes en obras humildes y exteriores, consolándote con hacer buenos actos, y espera mi venida, y la visitación celestial con firme confianza. Sufre con paciencia tu destierro y la sequedad del espíritu, hasta que de nuevo yo te visite y seas libre de toda congoja; porque yo te haré olvidar las penas, y que goces de gran serenidad interior. Yo extenderé delante de ti los prados de las Escrituras, para que ensanchado tu corazón empieces a correr el camino de mis mandamientos, y digas: No son comparables los trabajos de este tiempo con la gloria futura que se manifestará en nosotros.

CAPÍTULO LII

No se estime el hombre por digno de consuelo, sino de castigos

Señor, no soy digno de tu consolación, ni de visita alguna espiritual, y por eso obras justamente conmigo cuando me dejas pobre y desconsolado; porque aunque yo pudiese derramar tantas lágrimas como el mar no merecería aun tu consolación. Por eso no soy digno sino de ser azotado y castigado; porque yo te ofendí gravemente y muchas veces, y pequé mucho y de muchas maneras. Así que, bien mirado, no soy digno de bien alguno por pequeño que sea. Mas tú, Dios piadoso y misericordioso, que no quieres que tus obras perezcan, por mostrar las riquezas de tu bondad sobre los vasos de misericordia, aun sobre todo merecimiento tienes por bien de consolar a tu siervo de un modo sobrehumano, porque tus consolaciones no son como las conversaciones humanas.

¡Oh Señor! ¿qué he hecho yo para que tú me dieses alguna consolación celestial? Yo no me acuerdo haber hecho algún bien; sino que he sido siempre inclinado a vicios y muy perezoso para enmendarme. Esto es verdad, y no puedo negarlo; si yo dijese otra cosa, estarías contra mí, y no habría quien me defendiese. ¿Qué he merecido por mis pecados, sino el infierno y el fuego eterno? Conozco en verdad que soy digno de todo escarnio y menosprecio, y que no me corresponde contarme entre tus devotos. Y aunque yo diga esto con tristeza, sin embargo, reprenderé mis pecados contra mí por la verdad, porque más fácilmente merezca alcanzar tu misericordia.

¿Qué diré yo, pecador y lleno de toda confusión? No tengo boca para hablar sino solo esta palabra: Pequé, Señor, pequé, ten misericordia de mí, perdóname. Déjame, pues, que llore un poquito mi dolor, antes que vaya a la tierra tenebrosa y cubierta de oscuridad de muerte. ¿Qué es lo que pides principalmente al culpable y miserable pecador, sino que se convierta y se humille por sus pecados? De la verdadera contrición y humildad de corazón nace la esperanza del perdón, se reconcilia la conciencia turbada, repárase la gracia perdida, se defiende el hombre de la ira venidera, y se juntan en santa paz Dios y el alma contrita.

Señor, el humilde arrepentimiento de los pecados es para ti sacrificio aceptable, que huele más suavemente en tu presencia que el incienso. Éste es también el ungüento agradable que tú quisiste que se derramase sobre tus sagrados pies, porque nunca desechaste el corazón contrito y humillado. Allí está el lugar del refugio para el que huye de la ira del enemigo; allí se enmienda y limpia lo que en otro lugar se desmejoró y manchó.

CAPÍTULO LIII

La gracia de Dios no se mezcla con los que gustan de las cosas terrenas

Hijo, preciosa es mi gracia, no sufre mezcla de cosas extrañas ni de consolaciones terrenas. Conviene desviar todos los impedimentos de la gracia, si deseas recibir en ti su influencia. Busca lugar secreto para ti, huélgate de morar a solas contigo, no busques la conversación de ninguno, antes bien ora devotamente a Dios, para que te dé compunción de corazón y pureza de conciencia. Estima todo el mundo en nada, prefiere el vacar a Dios a todas las cosas exteriores, porque no podrás vacar a mí y juntamente deleitarte en lo transitorio. Conviene desviarte de conocidos y de amigos, y tener el alma privada de todo consuelo temporal. Así lo encarga el Apóstol San Pedro; que los fieles cristianos se contengan en este mundo, como advenedizos y peregrinos.

¡Oh cuánta confianza tendrá en la hora de la muerte, el que se siente que no le detiene cosa alguna de este mundo! Mas el alma flaca no entiende aún qué cosa es tener el corazón apartado de todas las cosas, ni el hombre animal conoce la libertad del hombre interior; mas si quiere ser verdaderamente espiritual, conviene que renuncie a los parientes y a los extraños, y que de ninguno se guarde más que de sí mismo. Si te vences a ti mismo perfectamente, todo lo demás sujetarás con facilidad. La perfecta victoria consiste en vencerse a sí mismo, porque el que se tiene sujeto de modo que la sensualidad obedezca a la razón, y la razón me obedezca a mí en todo, éste es verdaderamente vencedor de sí mismo y señor del mundo.

Si deseas subir a esta cumbre, conviene comenzar varonilmente, y poner la segur a la raíz, para que arranques y destruyas la desordenada inclinación que ocultamente tienes a ti mismo y a todo bien propio y material. De este amor desordenado que se tiene el hombre a sí mismo, depende casi todo lo que de raíz se ha de vencer; vencido y sujeto este amor luego hay gran sosiego y paz. Mas porque pocos trabajan en morir perfectamente a sí mismos, y del todo no salen de su propio amor, por eso se quedan envueltos en sus afectos, y no se pueden elevar sobre sí mismos en espíritu. Pero el que desea andar conmigo libremente, es necesario que mortifique todas sus malas y desordenadas inclinaciones, y que no se apegue a criatura alguna con amor de concupiscencia.

CAPÍTULO LIV

De los diversos movimientos de la naturaleza y de la gracia

Hijo, observa atentamente los movimientos de la naturaleza y de la gracia, porque muy contraria y sutilmente se mueven, de modo que con dificultad son conocidos sino por varones espirituales e interiormente iluminados. Todos desean el bien, y en sus dichos y hechos buscan alguna bondad; por eso muchos se engañan con color del bien.

La naturaleza no quiere morir de buena gana, ni quiere ser apremiada ni vencida, ni de grado sujeta ni sometida, mas la gracia trabaja en la propia mortificación, resiste a la sensualidad, quiere ser sujeta, desea ser vencida, no quiere usar de su propia libertad, huélgase de estar bajo de la disciplina, no codicia dominar a nadie sino vivir, servir y estar siempre bajo la mano de Dios, y por Dios está pronta a obedecer con toda humildad a cualquier criatura humana.

La naturaleza trabaja por su interés y atiende a la ganancia que le puede venir de otro; la gracia no considera lo que es útil y provechoso a sí, sino lo que aprovecha a muchos.

La naturaleza recibe de buena gana la honra y la reverencia; la gracia fielmente atribuye sólo a Dios toda honra y gloria.

La naturaleza teme la confusión y el desprecio, mas la gracia alégrase en sufrir injurias por el nombre de Jesús.

La naturaleza ama el ocio y la quietud corporal; mas la gracia no puede estar ociosa, antes abraza de buena voluntad el trabajo.

La naturaleza busca tener cosas curiosas y hermosas, y aborrece las viles y groseras; mas la gracia deléitase con cosas llanas y humildes, no desecha las ásperas, ni rehúsa el vestir ropas viejas.

La naturaleza mira lo temporal, gózase de las ganancias terrenas, entristécese del daño y enójase de una palabra injuriosa; mas la gracia mira las cosas eternas, no está apegada a lo temporal ni se turba cuando lo pierde, ni se aceda con las palabras ásperas; porque puso su tesoro y gozo en el cielo, donde ninguna cosa perece.

La naturaleza es codiciosa, y de mejor gana toma que da, y ama las cosas propias y particulares, mas la gracia es piadosa y común para todos, desdeña la singularidad, conténtase con lo poco y tiene por mayor felicidad el dar que recibir.

La naturaleza nos inclina a las criaturas, a la propia carne, a las vanidades y a las distracciones; mas la gracia nos lleva a Dios y a las virtudes, renuncia a las criaturas, huye del mundo, aborrece los deseos de la carne, refrena los pasos vagos y se avergüenza de parecer en público.

La naturaleza de buena gana toma cualquier consuelo exterior en que deleite sus sentidos; mas la gracia sólo en Dios se quiere consolar, y deleitarse en el sumo Bien sobre todo lo visible.

La naturaleza cuanto hace es por su propia comodidad y ganancia, no puede hacer cosa de balde, sino que espera alcanzar otro tanto o más alabanza o favor por el bien que ha hecho, y desea que sean sus obras y sus dádivas muy estimadas; mas la gracia ninguna cosa temporal busca, ni quiere otro premio sino sólo a Dios, y de lo temporal no quiere más que cuanto basta para conseguir lo eterno.

La naturaleza se alegra de los muchos amigos y allegados, gloríase de la nobleza del lugar y del linaje, lisonjea a los poderosos, halaga a los ricos y regocija a sus iguales; la gracia aún a los enemigos ama, y no blasona por los muchos amigos, ni estima el lugar ni el linaje donde viene, si no hay en ello mayor virtud; más favorece al pobre que al rico, tiene mayor compasión del inocente que del poderoso, alégrase con el veraz y no con el mentiroso, amonesta siempre a los buenos que sean mejores, y que por las virtudes imiten al Hijo de Dios.

La naturaleza luego se queja de la necesidad y del trabajo; la gracia sufre con constancia la pobreza.

La naturaleza convierte a sí todas las cosas, y por sí pelea y porfía; mas la gracia todo lo refiere a Dios, de donde originalmente dimanan; ningún bien se atribuye ni presume vanamente. No porfía ni prefiere su razón a la de los otros; mas en todo sentido y entendimiento se sujeta a la sabiduría eterna y al divino examen.

La naturaleza desea saber y oír novedades y secretos, y quiere mostrarse exteriormente y experimentar muchas cosas con los sentidos; desea ser conocida y hacer cosas de donde le proceda la alabanza y fama. Mas la gracia no cuida de entender cosas nuevas ni curiosas, porque todo esto nace de la corrupción antigua, porque no hay cosa nueva ni durable sobre la tierra. Enseña a recoger los sentidos, a evitar la ostentación y pompa vana, a esconder humildemente las cosas maravillosas y dignas de alabar, y buscar de todas las cosas y de toda ciencia fruto provechoso, alabanza y honra de Dios. No quiere que ella ni sus cosas sean pregonadas; mas desea que Dios sea glorificado en sus dones, que los da todos por puro amor.

Esta gracia es una luz sobrenatural, y un singularísimo don de Dios, y propiamente una señal de los escogidos, y prenda de la salvación eterna, que levanta al hombre de lo terreno a amar lo celestial, y de carnal lo hace espiritual. Así, que, cuanto más apremiada y vencida es la naturaleza, tanto le es infundida mayor gracia, y cada día es reformado el hombre interior según la imagen de Dios con nuevas visitaciones.

CAPÍTULO LV

De la corrupción de la naturaleza y de la eficacia de la gracia

Señor Dios mío, que me criaste a tu imagen y semejanza, concédeme esta gracia, la cual mostraste ser tan grande y necesaria para la salvación, para que yo pueda vencer mi naturaleza dañada, que me lleva a la perdición y a los pecados. Pues yo siento en mi carne la ley del pecado, que contradice a la ley de mi espíritu, me lleva cautivo a consentir en muchas cosas con la sensualidad, y no puedo resistir a sus pasiones si no me asiste tu santísima gracia, infundida con amor ardentísimo en mi corazón.

Menester es tu gracia, y muy gran gracia, para vencer la naturaleza, inclinada siempre a lo malo desde su juventud. Porque caída por el primer hombre Adán, y corrompida por el pecado, desciende en todos los hombres la pena de esta mancha; de suerte que la misma naturaleza, que fue criada por ti buena y recta, ya se cuenta por vicio y enfermedad de una naturaleza corrompida, porque el mismo movimiento suyo que le quedó, la arrastra a lo malo y a las cosas terrenas; pues una pequeña fuerza que le ha quedado es como una centellita escondida en la ceniza. Esta es la razón natural, cercada de grandes tinieblas, que tiene todavía un juicio libre del bien y del mal, y conoce la diferencia de lo verdadero y de lo falso, aunque no tiene fuerza para cumplir todo lo que le parece bueno, ni goza de la cumplida luz de la verdad, ni tiene puros sus afectos.

De aquí proviene, Dios mío, que yo, según el hombre interior, me deleito en tu ley, sabiendo que tu mandamiento es bueno, justo y santo; juzgando también que todo mal y pecado se debe huir. Mas con la carne sirvo a la ley del pecado, cuando obedezco más a la sensualidad que a la razón. De aquí es, que el querer lo bueno está en mí, mas no hallo poder para cumplirlo. De aquí procede, que propongo muchas veces hacer muchas obras buenas, mas como falta la gracia para ayudar a mi flaqueza, con poca contradicción vuelvo atrás y desfallezco. De aquí también viene, que conozco el camino de la perfección y veo claramente cómo lo debo seguir, mas agravado del peso de mi propia corrupción no me levanto a cosas más perfectas.

¡Oh Señor, cuán necesaria me es tu gracia para comenzar el bien, para aprovechar en él y perfeccionarlo! Porque sin ella ninguna cosa puede puedo hacer; mas en ti todo lo puedo confortado con la gracia. ¡Oh gracia verdaderamente celestial, sin la cual son ningunos los merecimientos propios, ni se han de estimar en algo los dones naturales! Ni las artes, ni las riquezas, ni la hermosura, ni la fortaleza, ni el ingenio o la elocuencia valen delante de ti, Señor, sin la gracia. Porque los dones naturales son comunes a los buenos y a los malos, mas la gracia y la caridad es el don propio de los escogidos, con la cual señalados, son dignos de la vida eterna. Tan encumbrada es esta gracia, que ni el don de la profecía, ni la operación de milagros, ni la más alta contemplación es estimado en algo sin ella. Aun más digo, que ni la fe, ni la esperanza, ni las otras virtudes son aceptas a ti, sin caridad y gracia.

¡Oh beatísima gracia, que haces al pobre de espíritu rico en virtudes, y al rico en lo temporal vuelves humilde de corazón! Ven, desciende a mí, y lléname de tu consolación desde muy de mañana, para que no desmaye mi alma de cansancio y sequedad de corazón. Suplícote, Señor, que halle gracia en tus ojos pues de verdad me basta, aunque me falte lo demás que la naturaleza desea. Si fuere tentado y atormentado de muchas tribulaciones, no temeré los males estando tu gracia conmigo. Ella es mi fortaleza, ella me da consejo y favor. Ella es más poderosa que todos los enemigos y mucho más sabia que cuantos saben.

Maestra es de la verdad, enseña la disciplina, ilumina el corazón, consuela en los trabajos, destierra la tristeza, quita el temor, aumenta la devoción, produce dulces lágrimas. ¿Qué soy yo sin ella, sino un madero seco y un tronco sin provecho? ¡Oh Señor! prevéngame pues tu gracia siempre, acompáñeme siempre y hágame estar continuamente aplicado a las buenas obras, por Jesucristo Hijo tuyo. Amén.

CAPÍTULO LVI

Que debemos negarnos a nosotros mismos, y seguir a Cristo por la Cruz

Hijo, cuanto puedes salir de ti, tanto puedes pasarte a mí. Así como no desear nada de lo exterior hace la paz interior, así la negación y desprecio interior produce la unión con Dios. Yo quiero que aprendas la perfecta abnegación de ti mismo en mi voluntad, sin contradicción ni queja. Sígueme; yo soy camino, verdad y vida. Sin camino no se anda, sin verdad no se conoce, sin vida no se vive. Yo soy el camino que no se puede violar, la verdad infalible, la vida interminable.

Yo soy camino muy derecho, la verdad suma, la vida verdadera, la vida bienaventurada, la vida increada.

Si permanecieres en mi camino conocerás la verdad, y la verdad te librará, y alcanzarás la vida eterna.

Si quieres entrar a la vida, guarda los mandamientos. Si quieres conocer la verdad créeme. Si quieres ser perfecto vende cuanto tienes. Si quieres ser mi discípulo, niégate a ti mismo. Si quieres poseer la vida bienaventurada, desprecia ésta presente. Si quieres ser ensalzado en el cielo, humíllate en el mundo. Si quieres reinar conmigo, lleva la cruz conmigo; porque sólo los siervos de la cruz hallan el camino de la bienaventuranza y de la luz verdadera.

Señor Jesús, pues que tu camino es estrecho y despreciado en el mundo, concédeme imitarte en el desprecio del mundo, que no es mayor el siervo que su señor, ni el discípulo que el maestro. Ejercítese tu siervo en tu vida, que en ella está mi salud y la santidad verdadera. Cualquier cosa que fuera de ella oigo o leo, no me recrea no satisface del todo.

Hijo, pues sabes todo esto, y lo has leído, si lo hicieres serás bienaventurado. El que abraza mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama, y yo le amaré, y me manifestaré a él, y le haré asentar conmigo en el reino de mi Padre.

Señor Jesús, como lo dijiste y prometiste, así dame tu gracia para que lo merezca. Recibí de tu mano la cruz, la llevaré, y la llevaré hasta la muerte, así como tú me la pusiste. Verdaderamente la vida del buen monje es cruz que guía al paraíso. Ya hemos comenzado, no se debe volver atrás, ni conviene dejarla.

Ea, hermanos, vamos juntos; Jesús será con nosotros. Por Jesús hemos tomado esta cruz, por Jesús perseveremos en la Cruz. Jesús que es nuestro capitán y adalid, será nuestro ayudador. Mirad que nuestro Rey va delante de nosotros, que peleará por nosotros. Sigámosle varonilmente, ninguno tenga miedo a los terrores; estemos preparados a morir con valor en la batalla, y no pongamos un borrón a nuestra gloria huyendo de la cruz.

CAPÍTULO LVII

No debe acobardarse demasiado el que cae en algunas faltas

Hijo, más me agrada la paciencia y humildad en lo adverso, que el mucho consuelo y devoción en lo próspero. ¿Por qué te entristece una pequeña cosa hecha o dicha contra ti? Aunque fuera cosa mayor, no debías perturbarte; mas ahora déjala pasar, porque no es lo primero, ni nuevo, ni será lo postrero si mucho vivieres. Harto esforzado te muestras cuando ninguna cosa contraria te sucede. Aconsejas bien y sabes alentar a otros con palabras; mas cuando viene a tu puerta alguna repentina tribulación, luego te falta consejo y esfuerzo. Mira tu gran flaqueza, pues la vez por experiencia aun en muy ligeros acaecimientos; mas sábete que se hace por tu salud, cuando estas cosas y otras semejantes acaecen.

Pon en mí tu corazón como mejor supieres; si te tocare la tribulación, a lo menos no te derribe, ni te embarace mucho tiempo. Sufre a lo menos con paciencia si no puedes con alegría. Y si oyes algo contra razón, y sientes alguna indignación, refrénate, y no dejes salir de tu boca alguna palabra desordenada que escandalice a los débiles. Presto se amansará el ímpetu que en tu corazón se levantó, y el dolor interior se volverá en dulzura volviendo la gracia. Yo vivo aun, dice el Señor, dispuesto para ayudarte y consolarte más de lo acostumbrado, si confías en mí y me llamas con devoción.

Sosiega tu alma y apercíbete para trances mayores. Aunque te veas muchas veces atribulado, o gravemente tentado, no está todo perdido. Hombre eres y no Dios; carne eres y no ángel. ¿Cómo podrás tú estar siempre en un mismo estado de virtud, pues esto faltó al ángel en el cielo y al primer hombre en el paraíso? Yo soy el que levanta con salud a los que lloran y traigo a mi divinidad los que conocen su flaqueza.

Señor, bendita sea tu palabra, dulce para mi boca más que la miel y el panal. ¿Qué haría yo en tantas tribulaciones y angustias, si tú no me animases con tus santas palabras? Llegando yo, pues, al puerto de la salvación, ¿qué se me da de cuanto hubiere padecido? Dame buen fin; dame un feliz tránsito de este mundo. Dios mío, acuérdate de mí, y guíame por camino derecho a tu reino. Amén.

CAPÍTULO LVIII

No se deben escudriñar las cosas altas, y los ocultos juicios de Dios

Hijo, guárdate de disputar de cosas altas y de los secretos juicios de Dios; por qué uno es desamparado y otro tiene tantas gracias; por qué está uno muy afligido y otro tan altamente ensalzado. Estas cosas exceden a toda humana capacidad y no basta razón ni disputa alguna para investigar el juicio divino. Por eso, cuando el enemigo te trajere esto al pensamiento, o algunos hombres curiosos lo preguntaren, responde aquello del Profeta: Justo eres, Señor, y recto tu juicio; y aquello que dice: Los juicios del Señor, verdaderos son y justificados en sí mismos. Mis juicios han de ser temidos, no examinados, porque no se comprenden con entendimiento humano.

Tampoco te pongas a inquirir o disputar de los merecimientos de los santos, cuál sea más santo o mayor en el reino del cielo. Estas cosas muchas veces causan contiendas y disensiones sin provecho; alimentan también la soberbia y la vanagloria, de donde nacen envidias y discordias, cuando quiere uno imprudentemente preferir a un santo, y otro a otro. Querer saber e inquirir tales cosas, ningún fruto produce, antes desagrada mucho a los santos; porque yo no soy Dios de discordias, sino de paz, la cual consiste más en la verdadera humildad, que en la propia exaltación.

Algunos con celo de amor se aficionan a unos santos más que a otros; pero esto, más nace de afecto humano que divino. Yo soy el que crié a todos los santos, yo les di la gracia, yo les he dado la gloria, yo sé los méritos de cada uno, yo les previne con bendiciones de mi dulzura, yo conocí mis amados antes de los siglos, yo los escogí del mundo y no ellos a mí, yo los llamé por gracia, los traje por misericordia, yo los llevé por diversas tentaciones, yo les envié grandísimas consolaciones, yo les di perseverancia, yo coroné su paciencia.

Yo conozco al primero y al último, yo los abrazo a todos con amor inestimable, yo he de ser alabado en todos mis santos, yo he de ser bendecido sobre todas las cosas, y debo ser honrado en cada uno de cuantos he engrandecido gloriosamente y predestinado, sin preceder algún merecimiento suyo. Por eso, quien despreciare a uno de mis pequeñuelos no honra al grande, porque yo hice al grande y al pequeño. Y el que quisiere deprimir a alguno de los santos, a mí me deprime y a todos los demás en el reino de los cielos. Todos son una misma cosa por el vínculo de la caridad, todos son de un voto, todos de un querer, todos se aman en uno.

Y lo que es sobre todo, que me aman a mí más que a sí y a sus merecimientos; porque levantados sobre sí, y libres de su amor propio, se pasan del todo al mío, en el cual descansan con mucho gozo. No hay cosa que los pueda apartar ni desviar, porque llenos de la verdad eterna, arden en el fuego inextinguible de la caridad. Callen, pues los hombres carnales y animales, y no disputen del estado de los santos, pues no saben amar sino sus deleites privados. Quitan y ponen a su parecer, y no como agrada a la eterna Verdad.

Muchos hay llenos de ignorancia, mayormente los poco iluminados, que rara vez saben amar a alguno con amor espiritual perfecto. Y aun los lleva mucho el afecto natural y la amistad humana, a que se inclinen más a unos que a otros; y así como juzgan de las cosas terrenas, así juzgan de las celestiales. Mas hay grandísima diferencia entre lo que piensan los hombres imperfectos, y lo que saben los varones iluminados por la revelación de lo alto.

Guárdate, pues, hijo, de tratar curiosamente de estas cosas que exceden tu saber; trabaja más en esto, y mira que puedas ser siquiera el menor en el reino de Dios. Y aunque uno supiese cuál es más santo que otro, o el mayor en el reino de los cielos ¿qué le aprovecharía saberlo, si no se humillase delante de mí por este conocimiento, y se levantase a alabar más mi nombre? Mucho más agradable es a Dios el que piensa la gravedad de sus propios pecados, y la poquedad de sus virtudes, y cuán lejos está de la perfección de los santos, que el que porfía cuál sea mayor o menor. Mejor es rogar a los santos con devotas oraciones y lágrimas, y con humilde corazón invocar su intercesión, que con vana pesquisa escudriñar sus secretos.

Ellos están bien y muy contentos, si los hombres supiesen contentarse, sosegar y refrenar sus vanas lenguas. No se glorían de sus propios merecimientos, pues que ninguna cosa buena se atribuyen a sí mismos, sino a todo a mí, porque yo les di todo cuanto tienen por mi infinita bondad. Llenos están de todo amor de la divinidad, y de tal abundancia de gozos, que ninguna gloria les falta, ni les puede faltar felicidad alguna. Todos los santos cuanto más altos están en la gloria, tanto más humildes son en sí mismos, y están más cercanos a mí, y son de mí más amados. Por lo cual dice la Escritura, que abatían sus coronas delante de Dios, y se postraron, y cayeron sobre sus rostros delante del Cordero, y adoraron al que vive sin fin.

Muchos preguntan quién es mayor en el reino de Dios, que no saben si serán dignos de ser contados con los menores. Gran cosa es ser en el cielo siquiera el menor, donde todos son grandes, porque todos se llamarán hijos de Dios, y lo serán. El menor valdrá por mil, y el pecador de cien años morirá. Pues cuando preguntaron los discípulos, quién fuese mayor en el reino de los cielos, oyeron esta respuesta: Si no os volvieseis y os hicieseis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Por eso, cualquiera que se humillare como este niño, aquél es el mayor en el reino de los cielos.

¡Ay de aquéllos que se desdeñan de humillarse de voluntad con los niños; porque la humilde puerta del reino celestial no les dejará entrar! ¡Ay también de los ricos que tienen aquí sus consuelos, porque cuando entraren los pobres en el reino de Dios quedarán ellos fuera llorando! Gozaos, humildes, y alegraos, pobres, que vuestro es el reino de Dios, si andáis en verdad.

CAPÍTULO LIX

Toda la esperanza y confianza se debe poner en sólo Dios

Señor, ¿qué confianza tengo yo en esta vida? ¿O cuál es mi mayor contento de cuantos hay debajo del cielo, sino tú, Señor, mi Dios, cuyas misericordias no tienen número? ¿Adónde me fue bien sin ti? ¿O cuándo me pudo ir mal estando tú presente? Más quiero ser pobre por ti, que rico sin ti. Por mejor tengo peregrinar contigo en la tierra, que poseer sin ti en el cielo. Donde tú estás allí es el cielo, y donde no estás allí es la muerte y el infierno. A ti deseo, y por esto me es necesario dar gemidos y voces en seguimiento tuyo. En fin, yo no puedo confiar cumplidamente en alguno que me ayude con más oportunidad en las necesidades, sino en ti solo, Dios mío. Tú eres mi esperanza y mi confianza, tú mi consolador, y muy fiel en todas las cosas.

Todos buscan sus intereses, tú buscas solamente mi salud y mi aprovechamiento, y todas las cosas me conviertes en bien. Aunque algunas veces me expongas a diversas tentaciones y adversidades, todo lo ordenas para mi provecho, porque sueles de mil modos probar a tus escogidos. No menos debes ser amado y alabado cuando me pruebas, que si me colmases de consolaciones celestiales.

En ti, pues, Señor Dios, pongo yo toda mi esperanza y mi refugio, en ti pongo toda mi tribulación y angustia, porque todo lo que miro fuera de ti, todo lo veo flaco y deleznable. Porque no me aprovecharán los muchos amigos, ni me podrán ayudar los defensores valientes, ni los consejeros discretos me darán respuesta provechosa, ni los libros de los doctos me podrán consolar, ni algún lugar retirado y seguro defender, si tú mismo no estás presente, y me ayudas, me esfuerzas, consuelas, enseñas y guardas.

Porque todo lo que parece algo para ganar la paz y la felicidad, es nada si tú estás ausente, ni da en verdad felicidad alguna. Tú, pues, eres fin de todos los bienes, y alteza de la vida, y abismo de las palabras, y esperar en ti sobre todo, es grandísima consolación para tus siervos. A ti, Señor, levanto mis ojos, en ti confío, Dios mío, Padre de misericordias. Bendice y santifica mi alma con bendición celestial, para que sea morada santa tuya, y silla de tu gloria eterna, y no haya en el templo de tu dignidad, cosa que ofenda los ojos de su Majestad. Mírame según la grandeza de tu bondad, y según la multitud de tus misericordias, y oye la oración de este pobre siervo tuyo, desterrado tan lejos en la región de la sombra de la muerte. Defiende y conserva el alma de éste tu pequeño esclavo, entre tantos peligros de esta vida corruptible; y acompañándola tu gracia, guíala por la carrera de la paz a la patria de la perpetua claridad. Amén.

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