A la manera de Jesús: Inspiración para el proceso de enseñanza-aprendizaje según
Lucas 24:13-35*
Profesor de Cuidado y Consejo Pastoral
Associated Mennonite Biblical Seminary
El encuentro del camino a Emaús ilumina el ministerio educativo con principios clave sobre la acción de los discípulos y del maestro, y sobre el cuándo, el dónde, el qué y el cómo de la enseñanza. Como todo ministerio, el ministerio educativo debe fomentar la vida de adoración, la vida comunitaria y la vida de misión.
Primero, esos discípulos reciben al “desconocido” con hospitalidad y están abiertos a dialogar con él. Así se da la primera fase de la creación de comunidad. Gustosamente comparten sus relatos y sus visiones. Aquí tenemos una primera pista: reconocer que para la revitalización del ministerio con la juventud, comenzamos no con los adultos guías y maestros sino con las y los jóvenes en su propia situación existencial. Necesitamos descubrir a una juventud dispuesta al discipulado y al crecimiento personal y espiritual. Desde luego, un ministerio fiel y pertinente estimulará a su vez el anhelo de crecer y aprender.
Una segunda observación es que en este proceso a lo largo del camino a Emaús algo ocurre que resulta ser el punto crucial de la historia: los discípulos ponen en práctica su fe al invitar al desconocido a comer con ellos.[3] Según leemos, ellos habían estado hablando con Jesús acerca de la redención, y ahora toman prácticamente una acción redentora con el don de la hospitalidad. Así ocurre una segunda fase de creación de comunidad: al recibir ese don de la hospitalidad el desconocido se convierte en “compañero” (del latín, cum panis: compañero o compañera es alguien con quien compartimos el pan). Así también hoy necesitamos tanto la acción como la reflexión, la comprensión junto con la práctica. Extenderse hacia el desconocido es, sin duda, una dimensión importante del evangelio del reino, y la formación y el cultivo de la comunidad ocupa un lugar central en la vida y el ministerio de la iglesia.
Aquellos discípulos en camino a Emaús nos dan una tercera clave importante: después del momento de iluminación alrededor de la mesa, cuando parecen comprender toda la situación—el sentido de la esperanza en Cristo, el camino de la liberación auténtica, el reconocimiento de la presencia real del Señor resucitado—deciden regresar a Jerusalén. Allí es donde está la acción, y la acción debe continuar. Deben ir y contar a la gente lo que ha ocurrido. De modo que el camino a Emaús no conduce sólo a Emaús, sino también a Jerusalén. En otras palabras: partiendo de la escena de la acción, pasando por la reflexión en el camino y la nueva visión alrededor de la mesa con Jesús, se llega a un nuevo tipo de acción y compromiso. Estos discípulos pueden ahora asumir en forma más constructiva sus temores y ansiedades, a pesar de que los riesgos y peligros permanecen. Están siendo transformados y capacitados para proclamar y servir, para vivir y edificar a la comunidad de fe, y para reconocer y celebrar renovadamente la gracia liberadora de Dios.
Notamos primeramente que Jesús se une a los discípulos allí donde ellos están, entrando en su realidad. No les dice de inmediato quién es él, ni tampoco les dicta la verdad de las Escrituras o del evangelio en forma paternalista o autoritaria. Más bien les alienta a contar su historia, sus memorias y sus sueños, de forma que se involucren activa y personalmente en el proceso de la pastoral y el discipulado.[4]
En segundo lugar, Jesús no solo les escucha. También resume el relato de los discípulos en tal forma que captura su imaginación; luego se colocan en la actitud de apertura para considerar otra visión de lo que ha estado ocurriendo. Además, este maestro y pastor les provee los recursos necesarios para una nueva comprensión de la salvación a la luz de la historia y la visión bíblicas, de manera que los discípulos pueden conectarla con su propio peregrinaje y esperanzas. En otras palabras, su caminar humano se va entrelazando en caminar sagrado también.
Tercero, el ministerio de Jesús incluye una variedad de actividades. Su enseñanza abarca mucho más que una transmisión cognitiva y verbal, y su orientación es mucho más que la simple instrucción, porque Jesús discipula con un espíritu de compasión y solidaridad, en un clima de compañerismo y camaradería. Él acepta, por cierto, el obsequio de la hospitalidad y se coloca a disposición de los discípulos, sirviéndoles en su propio medio.
Advertimos primeramente que el aprendizaje y el proceso de transformación ocurren en lugares diversos (Jerusalén, el camino, Emaús). Se nos invita a nosotros también a comprometernos en el arte de discipular y cuidar en lugares y tiempos oportunos.
A menudo preferimos la orientación educativa planeada y estructurada pero, como en el caso de nuestra historia, los ambientes pueden ser más o menos formales y casuales. Hay mucho que podemos hacer y aprender colaborativa y mutuamente en medio de las experiencias de compañerismo y comunión, en y por medio de la adoración y la celebración, en el servicio y el testimonio en palabras y hechos o en los procesos de discipulamiento intencional.
Esos ricos y multiformes contextos de ministerio también incluyen eventos y momentos de particular fecundidad (ya sea por el grado de motivación e interés, o por la disposición al aprendizaje y el cambio que facilitan los procesos de maduración, por ejemplo) en sitios tan diversos como los hogares, los barrios, las escuelas y universidades, los lugares de trabajos, las iglesias y aún las calles y los caminos.
Otra mirada al Jesús resucitado en su papel de maestro y pastor nos revela de inmediato la variedad de métodos que él utilizó, tales como la pregunta, la discusión reflexiva, la interpretación dialógica y crítica, la exposición de la Palabra y la dramatización. Sin duda, nos inspira a la creatividad y al cultivo responsable de destrezas para un ministerio más fructífero.
La narrativa nos sugiere también que el aprendizaje es tan rico y significativo debido a que se han activado y comprometido distintas dimensiones de la personalidad de los discípulos: se han transformado sus mentes, sus corazones y sus voluntades.
Como todo ministerio, el de la enseñanza debe fomentar y enriquecer la vida de adoración. El evento de Emaús ilumina esa relación entre el aprendizaje transformador y la adoración. La auténtica adoración implica e invita al aprendizaje transformador y al crecimiento; a su vez, el ministerio educativo, en sus diversas facetas, ha de habilitar y conducir a una adoración más genuina y significativa.
Como todo ministerio, el de la enseñanza debe promover y facilitar la vida arraigada en la fe en el marco del desarrollo de la comunidad (aquellos dos discípulos regresaron a compartir su testimonio e informar al resto lo que les había ocurrido, y a reconectarse en el seno de la iglesia naciente). A su vez, una fe creciente y una comunidad que va madurando reclama y apoya un ministerio bien fundamentado. El ministerio educativo, en sus diversas facetas, ha de equipar para la vida comunitaria, dentro y fuera de la iglesia.
Finalmente, como todo ministerio, el de la enseñanza debe motivar y capacitar para la vida de misión. El testimonio fiel como proclamación y servicio es resultado directo del encuentro con el Señor resucitado, el maestro y pastor liberador de la narrativa de Emaús. En la medida en que la pastoral con la juventud es fiel a su naturaleza y rol, en tal medida se revitaliza y enriquece la misión de la iglesia en el mundo. El ministerio educativo, en sus diversas facetas, ha de capacitar y potenciar para la misión. Como en el caso de la adoración y la vida comunitaria, a su vez la orientación y la labor misionera enriquecen a la pastoral. Además, al involucrarnos en la vida de misión que revela el amor de Dios en y por el mundo, encontraremos a otras “desconocidas” y otros “extraños”, y junto a ellos y ellas, y por su intermedio, nos encontraremos con Jesucristo de nuevo.
Notas:
* Este artículo forma parte de un seminario impartido por el Dr. Schipani en el Seminario Teológico Centroamericano del 20 al 22 de julio de 2004. El tema general del seminario fue “Educación desde la fe cristiana: Cinco pistas para nuestro tiempo”.
1 Thomas H. Groome originalmente propuso el ejemplo del Cristo resucitado como maestro en la narrativa de Emaús, en Christian Religious Education: Sharing Our Story and Vision (San Francisco: Harper & Row, 1981): 136-37, 207-23. Una de mis versiones, en inglés, del paradigma del viaje a Emaús para el ministerio educativo, aparece en el libro Congregational Discipling (Scottdale, Pennsylvania: Herald Press, 1997): 63-68. Entendemos que el paradigma de Emaús—en el marco del panorama total de las narrativas que encontramos en los cuatro Evangelios en torno a Jesús como ministro por excelencia—puede iluminar el ministerio cristiano en un sentido bien amplio, y es aplicable a otras formas y contextos específicos del ministerio cristiano, tales como el cuidado y la consejería pastoral. Por su parte, Groome presenta otras consideraciones pertinentes sobre el estilo y el espíritu del ministerio de Jesús en Sharing Faith: A Comprehensive Approach to Religious Education & Pastoral Ministry (San Francisco: Harper, 1991): 303-08. Allí destaca que tal ministerio ejemplar se caracterizaba por su toma de iniciativa y por su carácter extraordinariamente inclusivo, un estilo que capacitaba y potenciaba a la gente como agentes-sujetos en la historia, para vivir libremente su verdad en respuesta a su conciencia de la voluntad divina, y un estilo que invitaba a las personas a colaborar con él y las unas con las otras, y a formar juntas una comunidad igualitaria de discípulas y discípulos.
2 Para un análisis profundo del evento de Emaús desde la perspectiva de la estructura y dinámica de la transformación y la creatividad, consúltese James E. Loder, The Transforming Moment, 2a. ed. (Colorado Springs: Helmers & Howard, 1989): 93-122.
3 Robert MacAffee Brown se refiere lúcidamente a este punto en Unexpected News: Reading the Bible with Third World Eyes (Filadelfia: Westminster Press, 1985): 21-32.
4 Es interesante, de hecho, que Jesús aparece primero como un desconocido o extraño. Parece que siempre ha de existir algo de ajeno, extraño, sorprendente e inesperado acerca de Jesús, del evangelio y de la misma Biblia. El aprendizaje transformador y el real crecimiento de la fe no son compatibles con la suposición de que ya lo sabemos todo en torno a Cristo o a la Escritura, o con la creencia de que somos los dueños de las buenas nuevas de liberación.
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