sábado, 29 de marzo de 2008

La migración: una oportunidad de bendecir a las naciones

Artículo escrito por: José Luis Layedra
Uno de los rostros que más ha mostrado la sociedad latinoamericana en las últimas décadas es el de una sociedad migratoria. Con la ayuda de las Ciencias Sociales, se puede apreciar la dirección en que se mueve este fenómeno. Dos básicamente son los movimientos migratorios. El primero, el que se gesta en cada país latinoamericano, desde el área rural a la urbe o del campo a la ciudad. El segundo movimiento, es el de una migración masiva al extranjero, sobretodo a Estados Unidos de Norte América. Aunque en los últimos años en países como Ecuador, la migración se está desplazando a Europa, a lugares como España, Italia, Inglaterra, Francia, Alemania, entre otros.

El intento del presente trabajo es presentar la segunda dirección del fenómeno migratorio, es decir, la migración hacia el extranjero. Pero el fin en sí mismo no es presentar el acontecimiento migratorio como tal, sino más bien, en base a dicha realidad, animar a la iglesia evangélica latinoamericana a responder al desafío que Dios está haciendo por medio de este acontecimiento.

El tema de la migración en la Biblia

Tanto en las páginas del Antiguo como el Nuevo Testamento, se puede apreciar el tema migratorio como una realidad constante. Se dio en la vida de la nación de Israel como pueblo escogido por Dios y en la vida de la Iglesia como el Nuevo Pueblo de Dios constituido de hombres y mujeres de toda lengua y nación a través de la obra redentora de Jesucristo.

En el Antiguo Testamento:

Emigrar fue el elemento de constante acompañamiento para Israel en su proceso de desarrollo, formación y establecimiento. Al parecer Taré, padre de Abraham, recibió la comisión de parte de Dios de salir de su tierra, Ur de los Caldeos, para dirigirse a Canaán (Gn. 11:26-32). Pero es Abraham quien si cumple el cometido y vive así como extranjero (Gn. 12:1-5; Heb. 11:8-11). De Abraham, desciende Isaac, de éste, Jacob (Israel) y de los descendientes de Jacob, adquiere forma la nación de Israel.

Israel como tal, se desarrolla como una nación inmigrante oprimida en una patria extranjera, Egipto. A los hebreos, Dios los libera por mano de Moisés y los lleva a la tierra prometida. En el proceso de introducción a la tierra de la promesa Dios les marca con el recuerdo de su identidad pasada, fueron extranjeros. Por tanto, la marca de extranjería tendría que estar presente en la nación de Israel, pues debería manifestarse en misericordia, amor y ayuda a los extranjeros que posteriormente vivirían dentro de esta nación. Tal verdad no debía olvidar el pueblo de Israel para siempre, (Gn 10:19; 24:17-18; Jer. 22:3, etc.).

Israel, aun ya al poseer la tierra prometida, tenía una conciencia de ser extranjero, no sólo por haber habitado en una nación extraña, sino por estar de paso en esta tierra. Su realidad existencial le hacía ver que en esta vida se es sólo extranjero (I Cr. 29:15).

En el Nuevo Testamento:

Los eventos migratorios de la iglesia tienen sus comienzos en los años tempranos de la misma. La primera migración se expresa inmediatamente después de la muerte de Esteban, la movilización es a Judea y Samaria. Más adelante se daría una migración más amplia a distintas partes del Imperio Romano. Pedro hace referencia de algunos lugares en su primera carta, también Santiago escribe a los expatriados.

El Evangelio fue la causa de la migración, pero tenía implicaciones sociales y políticas. Los creyentes fueron alejados de sus lugares establecidos por acusaciones de los religiosos judíos, pero apoyados por el Imperio por la amenaza que representaban, según criterios de ellos.

De hecho en el Nuevo Testamento la iglesia tiene una identidad de peregrina, de ser extranjera y estar sólo de paso en esta tierra. El mensaje de Jesús y la enseñanza paulina apuntan siempre a esa dimensión. La verdadera casa y ciudad del creyente en Cristo no esta aquí, ni se suscribe a esta época y espacio, en palabras de San Pablo, “nuestra ciudadanía esta en los cielos”.

Realidad contextual

Los acontecimientos como las estadísticas migratorias más actuales muestran cuadros inesperados aun alarmantes pero también esperanzadores, que son dignos de ser tomados en cuenta en un estudio más serio y minucioso.

Hacia Estados Unidos cada año. Cada año van a los Estados Unidos de Norteamérica 21.000.000 de internacionales provenientes de 185 países.

Según la oficina de Censo de los Estados Unidos de Norteamérica, el total de habitantes en Estados Unidos en el año 1990 era de 248.791.000. De esa cantidad 24.800.000 eran hispanos. De acuerdo al cálculo del 1 de marzo de 2000, el número de habitantes en ese país es de 274.337.000 y de esa cantidad 32.077.000 son hispanos. Es decir, el 12%, lo que significa que 1 de cada 8 habitantes en EE.UU. es hispano, incluyendo ilegales, que probablemente son más que legales. Esto según cifras oficiales, lo que da margen para especular que sea aún mayor la población hispana en los Estados Unidos.

Puntos nuevos de migración

El nuevo foco migratorio de hoy en día es Europa, el lugar más frecuentado es España, pero no se quedan atrás países como, Italia, Francia, Inglaterra, Holanda, Portugal, Alemania, entre otros.

Retos para el presente y futuro

En las secciones anteriores se ha intentado desglosar brevemente algunas de las causas de la migración como también apreciar ciertas estadísticas y elementos que ayudan a ver esta realidad en un cuadro más completo. Ahora el paso que queda es tomar acciones concretas. Allí precisamente se presenta el reto para la iglesia evangélica latinoamericana, ¿qué hacer ante el fenómeno migratorio?

En el artículo del próximo mes me permito sugerir humildemente algunas pautas que podrían servir como inicio de una reflexión más honda y fructífera así como de una praxis o acción más amplia de parte de la Iglesia evangélica.

Seamos fieles a Dios llevando el evangelio a todo el mundo,

Scott Yingling

Director General de ObreroFiel.com


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