domingo, 30 de marzo de 2008

El hijo de Elizabet...

El hijo de Elizabet...
por Ismaela de Vargas
Cuando Elizabet recibe la visita de María en su casa, la criatura que crecía en su vientre saltó de alegría: «En esos días María se levantó y fue apresuradamente a la región montañosa, a una ciudad de Judá y entró en casa de Zacarías y saludó a Elisabet. Y aconteció que cuando Elisabet oyó el saludo de María, la criatura...

Todavía no consigo explicarlos. Los eventos que giran alrededor del nacimiento de Jesús narrados por Lucas, el evangelista, abundan en misterio. Por ejemplo, aún sigue llenándome de asombro el misterio de la encarnación del Hijo de Dios. Entre los otros misterios en los que Lucas se fija, me gustaría atender a uno que ha despertado mi conciencia sobre la participación de los niños en el reino de los cielos.

Cuando Elizabet recibe la visita de María en su casa, la criatura que crecía en su vientre saltó de alegría: «En esos días María se levantó y fue apresuradamente a la región montañosa, a una ciudad de Judá y entró en casa de Zacarías y saludó a Elisabet. Y aconteció que cuando Elisabet oyó el saludo de María, la criatura saltó en su vientre» (Mt 1.41).

¡Qué? ¿Una criatura de apenas seis meses de gestación identifica en el útero de una adolescente al Salvador, que tiene menos de un mes de haber sido concebido? El hijo de Elizabet discierne quién es el hijo de María. Lucas señala el misterio de un diálogo entre el feto y su madre, que mi razón de adulta no consigue entender. Sólo imagine el contenido de ese diálogo, el niño le comunica a su madre, lleno de alegría: «¡Mami, el Salvador está en nuestra casa!» Esa criatura entiende el momento histórico. No lo pasa por alto. Solo la sencilla lógica de los niños logra entender un espectáculo tan divino. Sabe bien que se encuentra frente al Mesías, al Eterno, al Príncipe de paz, al que ha optado por los débiles y menospreciados. Este misterio me anuncia que Dios se goza al revelarse a los niños y escoge, deliberadamente, al frágil y al indefenso (¿quién es más vulnerable que una criatura en el útero de su madre?) para exponer los eventos que cambian la historia.

El evangelista comenta que, luego de que el niño saltara en su vientre, «Elisabet fue llena del Espíritu Santo». Y luego añade la declaración de Elizabet sobre esa visita: «¿Por qué me ha acontecido esto a mí, que la madre de mi Señor venga a mí? Porque he aquí, apenas la voz de tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de gozo en mi vientre» (Mt 1.41–44).

La interpretación que Elizabet le da a la reacción de la criatura ante el saludo de María es completamente sobrenatural. Siento una gran simpatía por esta mujer. Definitivamente no es una madre común. Piense en una mujer anciana, con una historia que la ha hecho sabia (y más si esa historia ha sido construida por la espera en medio del agravio de la esterilidad). Mi primer pensamiento es que ella debería enseñar al niño, no el niño a ella. Elizabet no solo interpreta la reacción de su hijo, sino que también lo obedece cuando le anuncia quién está frente a ellos. Por eso creo que ella da lugar a que Dios actúe libremente, y por eso él despierta su sensibilidad y agudiza su discernimiento. Así es capaz de interpretar el momento histórico y el mensaje que, desde el útero, le anuncia su hijo.

Muchos elegimos una conducta contraria a la que Elizabet. ¡Claro que sí! Ponemos en tela de juicio lo que un niño nos puede anunciar. Hasta nos reímos de sus preguntas, las cuales encierran teología profunda, aunque extensamente sencilla. ¿No es a los sacerdotes y escribas (doctores de la Ley) que los muchachos, en el templo, al anunciar que Jesús era el Mesías expusieron como ignorantes? (Mt 21.15 y 16). El evento de Mateo me enseña que menospreciar y censurar el discernimiento de los niños me puede llevar a perder acontecimientos, que aunque cotidianos, trascienden a la eternidad.

Juan desde el útero fue protagonista en el reino de Dios. En el relato de Lucas, el anuncio profético de esta voz uterina precede al de Simeón, quien también, guiado por el Espíritu, identificó al bebé Jesús como la «salvación» de Dios (Lc 2.27–29).

Esa voz gozosa desde el útero me invita a no apagar la voz de los niños, porque, a mi pesar, Dios siempre encontrará la manera de hablar a través de ellos. Me invita a reconocer que Dios disfruta revelar sus más profundas verdades a los pequeños. Elizabet me invita a que, en lugar de satisfacer mi arrogancia, sea sabia y escuche a los niños. Me invita a unirme a su voz, o… más bien, a ser su voz, como ella decidió ser la de su hijo.

Los niños hoy son como voces en el útero que preparan el camino del Mesías de muchas maneras. A los líderes adultos nos toca prestarles atención. Que cuando estas «voces en el útero» se encuentren con nosotros, seamos mujeres y hombres llenos del Espíritu, así nuestros oídos y corazones estarán sensibles y nuestro discernimiento agudo.

¡Qué Dios despierte nuestra conciencia a su delicada voz!

La autora, guatemalteca, es miembro del equipo editorial de DCI, Editora de DesarrolloCristiano.com y Editora Asistente de Apuntes Pastorales. Con Jorge, su esposo, tienen un hijo y tres hijas. Actualmente residen en Costa Rica. Desarrollo Cristiano Internacional, todos los derechos reservados.

Fuente:

http://www.desarrollocristiano.com/site.asp?seccion=arti&articulo=1973


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