1. En general. En el s. III Orígenes, comentando a Le 1,1 distinguía los cuatro E. (de Mt, Me, Le, y lo) de otros muchos «compuestos por quienes se lanzaron a escribir evangelios sin estar investidos de la gracia del Espíritu Santo» (Hom. in Lc 1: PG 13,1801). Estos otros documentos se han dado en llamar e. apócrifos, que en la práctica no son sino aquellos cuya pretendida inspiración ha sido impugnada (v. APÓCRIFOS II), y, por tanto, no han sido aceptados por la Iglesia. La crítica pone de manifiesto las siguientes principales razones: su origen tardío (s. It al tv) descubre en ellos un afán por ampararse en la autoridad de un apóstol; estaban, sobre todo, en poder de los herejes, y reflejan influjos del gnosticismo (v.), docetismo (v.), de los encratitas (v.) y del maniqueísmo (v.); a veces se aprecia en ellos reelaboraciones para evitar concepciones heterodoxas; la inmensa mayoría de las veces son narraciones sin contenido teológico, cuyo fin es únicamente satisfacer la curiosidad del lector, deleitarse en lo maravilloso, y llenar los «vacíos» que en los E. canónicos quedan de la vida de Jesús, especialmente en la infancia; contienen además extravagancias, contradicciones, aspectos grotescos, frases y actitudes de mal gusto, que entran en conflicto con otras afirmaciones y presupuestos de los mismos autores. Desarrollan además temas ambiguos, y están muy lejos de la riqueza espiritual, moral, e incluso de la belleza formal de los E. canónicos. Todo esto no impide que a veces contengan leyendas simpáticas, que han influido en la liturgia, el arte y la literatura cristianas, y que han perdurado a través de los siglos; reflejan el folklore religioso que a veces envolvía la fe en algunos sectores del s. ii hasta el iv inclusive. Sabiéndolos leer, a veces se descubre en ellos a testigos de la auténtica tradición cristiana. La Iglesia ha rechazado siempre con firmeza los E. apócrifos, en virtud de la propia autoridad que tiene en esta materia (V. BIBLIA I,4-5 y n1,10). El Conc. Tridentino el año 1546 sancionó dogmáticamente la fe y la práctica de la Iglesia universal describiendo el Canon de las Sagradas Escrituras y enumerando los «cuatro Evangelios según Mateo, Marcos, Lucas y Juan» (Denz. 784; v. BIBLIA II,A2). La Iglesia realiza este Magisterio, asistido por la promesa divina, con esa connaturalidad por la cual ella reconoce objetivada su fe en esos cuatro E. y no en otros (v. t. MAGISTERIO ECLESIÁSTICO). El orden de Mt, Me, Le, lo, se ha de mantener porque corresponde a los documentos oficiales de la Iglesia, al uso más constante y universal, aunque no único, de los cristianos, y al testimonio más firme de la crítica textual. Esto no impide que por razones de crítica literaria se defienda a veces cierta prioridad temporal de Me en relación a los otros dos sinópticos. El simbolismo de las cuatro figuras, para representar a los evangelistas (v. v), en su forma más generalizada se debe a S. jerónimo: hombre=Mt; león=Mc; toro= =Le; águila=Io (cfr. Comment. in Mt, proL; Com-ment. in Ezech. 1,7). Es una acomodación del texto de Ez 1,5-14 y hace relación al principio de cada E.: la genealogía de Jesús, el Bautista en el desierto, el sacrificio de Zacarías y la divinidad del Verbo. Cada uno de los cuatro E. merece un tratamiento especial para hablar de su autor y de su obra, de sus características literarias, historicidad, etc. En cuanto al carácter histórico de los E., éste se deduce suficientemente de lo que se ha dicho hasta aquí, en los artículos anteriores (v. i y II); para ulterior desarrollo del tema, véanse los artículos referentes a cada Evangelista y su Evangelio. Y para el tema de la inspiración divina de los E., como parte de la S. E., v. BIBLIA III. Aquí sólo pretendemos resumir algunas peculiaridades de cada uno, para que sirvan de mutua comparación, e iluminen cómo un único mensaje y unos mismos hechos pueden ser transmitidos por cuatro tradiciones convergentes. 2. Evangelio de S. Mateo. El pensamiento de S. Mateo (v.) está todo él centrado en Jesús, de tal manera, que su E. es esencialmente una cristología. Pero su intención no es hacer una especulación o contemplación teorética de Cristo, sino descubrir el contenido teológico y la significación religiosa que los dichos y hechos de Jesús tienen para los cristianos. Esta peculiaridad de Mt, hace que su E. sea al mismo tiempo cristología y eclesiología. Por eso, quizá el título que mejor pueda expresar su particular configuración teológica sea éste: «El Kyrios de la Iglesia». Recogiendo una predicación precedente, S. Mateo, al mismo tiempo que la transmite, la explica, de manera que sea directamente asimilable a una comunidad cristiana que vive aproximadamente 30 años después de los sucesos. Si quisiéramos definir esta doble faceta de Mt, que se repite constantemente en su E., podríamos aplicarle la frase que él mismo tiene en 13,52: «todo escriba hecho discípulo del reino de los cielos, es como el amo de una casa, que de su tesoro saca lo nuevo y lo viejo». En otras palabras -y dando a este resumen sólo el valor de una generalización que no pretende, ni con mucho, agotar toda la riqueza de este E.-, Mt recoge la sustancia del anuncio de Cristo, lo que Jesús ha dicho y oído, y a la vez procura subrayar el valor salvífico que cada palabra y acción de Jesús tienen para los cristianos y las exigencias que de ellas derivan. La utilidad de la Iglesia y su edificación están presentes en el horizonte con que Mt narra la obra de Cristo. Quizá como ningún otro, este E. nos enseña que la Cristología es el fundamento de la Eclesiología. A Mi -como a los demás evangelistas- no le interesa sólo contar una historia, sino poner de relieve que Jesús es el Kyrios, el Señor y Salvador. Esto explica por qué muchas veces Mt rompe el marco cronológico de la vida de Jesús, para hacer secciones sistemáticas; por qué tiene gran interés, a la vez que en los acontecimientos en sí mismos considerados, en el contenido o significado que esos hechos pueden tener para la Iglesia; por qué resume o abrevia muchas veces las circunstancias y detalles, para concentrarse en lo que es esencial; por qué acentúa los temas principales, etc. Jesucristo no es una figura del pasado, ni pertenece a un museo o a un archivo; sino que es el Señor vivo del cual deriva nuestra salvación, y todos y cada uno de sus hechos y palabras tienen un valor paradigmático y una profundidad representativa que se extiende a toda la historia. Lo que una vez hizo Jesús sobre la tierra en medio de sus discípulos, lo sigue diciendo hoy; sus palabras no son muertas, sino palabras vivas que continúa dirigiendo a los hombres, porque está presente en su Iglesia hasta el fin de los tiempos (Mi 28, 18-20). De esa fe, vive y se goza la Iglesia, y con ella debe recordar la vida de Jesús. Es eso lo que subyace a todo el E. de Mi, y a su estilo y forma literaria, a- esa preocupación por poner de manifiesto lo que la vida de Cristo supone y exige de la Iglesia. Y ello realizado bajo la inspiración divina, con todas las consecuencias y el valor único que de ella derivan. 3. Evangelio de S. Marcos. Respecto a S. Marcos (v.), para un estudio detallado resulta conveniente y esclarecedor considerar dos puntos esenciales: una línea cronológica y otra teológica. La primera es la estructura derivada del kerigma o predicación apostólica, recibida de la más pura tradición, como consta por los Hechos de los Apóstoles. El esquema de este kerigma contiene cuatro grupos: Juan Bautista, bautismo, desierto; predicación en Galilea; viaje a Jerusalén; Pasión, Muerte y Resurrección. Como se ve, son la cronología y la geografía, es decir, el desarrollo histórico de la vida de Jesús, lo que preside esta primera línea del E. de Me. Todo el material de Me está encuadrado en este esquema, integrado en él, agrupando diversas secciones entre sí, cada una de las cuales se reconoce porque hay resúmenes o compendios al comienzo de cada una de ellas. Esa sucesión cronológica está a su vez surcada por un anuncio de fondo que cruza desde el interior todos los momentos de lugar y de tiempo que se nos narran. Ese anuncio sigue una dinámica ascensional que está estructurada en tres momentos: a) Actividad de Jesús en Galilea: es el kerigma o predicación de Jesús a los judíos; es una narración amplificada del testimonio que daba la predicación primera cuando anunciaba a «Jesús de Nazaret, varón probado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales que Dios hizo por él en medio de vosotros, como vosotros mismos sabéis» (Act 2,22; cfr. también 10,38). b) Esta actividad tiene tales características de «poder» que provoca una trascendental pregunta culminada en Cesarea de Filipo: ¿quién es Jesús? c) La respuesta, que domina hasta el final, es ésta: «Jesús es el Mesías, el Señor muerto y resucitado». Esta respuesta es el núcleo esencial de la predicación apostólica (Act 2,36). Todo esto quiere decir que en Me hay un cierto orden, no sólo cronológico, sino también temático, intentado conscientemente por el autor, aunque llevado a efecto no de una manera rígida, sino espontánea. Hay una estructura; no es una desordenada colección de recuerdos; hay un desarrollo muy marcado, una marcha creciente hacia el punto culminante de la Muerte y Resurrección del Señor. La obra de Me es clarísimamente un E., un anuncio, una proclamación, un kerigma; una proclamación fascinante y viva, llena de detalles, que reclama una respuesta: la aceptación con fe sincera de ese Jesús que se nos anuncia, vivo y resucitado. Sabiéndolo leer Me adentra profunda e insensiblemente en el misterio de Cristo. 4. Evangelio de S. Lucas. En S. Lucas (v.), más que en ningún otro evangelista, la intención se expresa en la estructura literaria de su obra. La podemc. deducir de una convergencia de hechos, puesto que él no lo dice expresamente. En el prólogo anuncia que quiere escribir «ordenadamente» (Le 1,3). Conociendo a posteriori el resultado de su obra, podemos afirmar que Le no aspiraba a un orden meramente cronológico, sino a algo más hondo. Se puede percibir claramente, nos parece, comparándolo con el texto de Me, del que depende. S. Lucas ha recogido el material de Me y de otras fuentes, de ordinario sin producir un dislocamiento literario de los temas, pero subrayando, con la iluminación del Espíritu Santo, un aspecto peculiar de su riqueza. Así, Le narra los hechos con un orden geográfico: Galilea-viaje a Jerusalén-desde Jerusalén a los confines de la tierra. Es el orden que ya se encontraba en Me y, antes, en la predicación apostólica, pero cuyo sentido S. Lucas pone de manifiesto con especial hondura. Para comprenderlo, conviene tener en cuenta un hecho impor tante: la profunda unidad que reina entre su E. y los Hechos (v.) de los Apóstoles, que vienen a ser como dos partes de una misma obra, dedicada por entero a Teófilo (Lc 1,1-4 y Act 1,1). En la primera (Act 1,1) la geografía va desde Galilea hasta Jerusalén, y en la segunda, desde Jerusalén hasta los confines de la tierra (Act 1,8). Adquiere así la obra de Lc una unidad de estructura, y un sentido lineal que coincide con el desenvolvimiento histórico de la salvación hecha por Dios en Jesús. Éste es el «orden» que prometió en Lc 1,3. Para conseguir esta geografía lineal, Lc ha tenido que estilizar un poco los acontecimientos históricos. Ahora bien, el interés de Lc no es meramente topográfico, sino religioso: la obra de Dios empieza a perfilarse en Galilea, con la predicación de Jesús; camina hacia su desenvolvimiento viajando hacia Jerusalén; allí tienen lugar los acontecimientos salvíficos que son la meta de su vida terrena; también allí los dones mesiánicos de Cristo se comunican a la Iglesia; a partir de Jerusalén, y extendiéndose progresivamente hasta los confines de la tierra, la obra de Dios se desenvuelve a través de la Iglesia. Lc dice y nos enseña que sólo hay un tiempo escatológico que tiene dos estadios: en el primero, los tiempos escatológicos se inauguran con Jesús; en el segundo, la escatología se realiza plenamente en la Iglesia, aunque sigue proyectada hacia el futuro. Son dos etapas históricas de un único misterio de salvación. 5. Evangelio de S. Juan. Cabe decir que si la flor de las Escrituras es el E., la flor del E. es el de S. Juan (v.). En él se juntan dos realidades profundas y vitales y dos experiencias consiguientes: la de Jesús, Verbo Encarnado, durante su existencia terrena, cuando Juan, todavía joven, compartía con Él la existencia de cada día; y la de Jesucristo glorificado al que Juan vio y sobre cuya presencia viva y activa en medio de su Iglesia medita llegado ya a la edad madura. Es la obra de un testigo ocular, que escribe «para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis la vida por su nombre» (lo 20,30-31). La dedica a aquellos que tendrán la bienaventuranza de creer sin haber visto (lo 20,28-29). Él es testigo directo de una historia en el tiempo y en el espacio; por eso su E. revela a alguien que conoce bien las diferentes peregrinaciones de jesús a Jerusalén, y cita hasta 20 localidades palestinenses. El Cristo al que la fe cristiana confiesa fue un ser realmente encarnado; por eso menciona sus huesos y su sangre, su hambre y su sed, su fatiga y sus lágrimas... y en su muerte brotará sangre y agua. Da testimonio de un hombre que ha vivido en lugares bien conocidos e identificados, y que no es sólo hombre sino la Palabra del Padre, el Verbo de Dios; su ser es a la vez eterno y temporal, divino y humano. Debido a esta duplicidad de riquezas, los dichos y los hechos de Jesús son por un lado sencillos y por otro enigmáticos, por un lado evidentes y por otro cargados de significación ulterior. Las palabras de Jesús fueron, a veces, desconcertantes para sus oyentes (lo 2,20; 6,42; 8,52), e incluso para los mismos discípulos (lo 4,32; 6,60; 13,36; 14,5-8.22; 16,17; cfr. 12,16); Juan transmite estas palabras mostrando su contenido profundo. Hijo del Padre, Palabra de Dios; fuente de vida, luz, verdad, camino... con el mismo título que Dios Padre mismo. Los discípulos progresaron en la fe: «se acordaron» (lo 2,22); «no lo entendieron... entonces recordaron» (lo 12,16); «ése os enseñará todo lo que os he dicho» (lo 14,26); «muchas cosas tengo aún que deciros, más no podéis llevarlas ahora... el Espíritu de verdad os guiará a la verdad completa...» (lo 16,12-15); «el Espíritu de verdad dará testimonio de mí» (lo 15,26). Las palabras y los hechos de Jesús están transmitidos por Juan después de este itinerario espiritual, después que el Espíritu Santo le ha conducido a la «verdad total». Por eso, los hechos de Jesús son «signos» cuyo contenido inteligible le ha sido aclarado y confirmado por el Espíritu. Jesús hizo otros signos y milagros; los que él nos transmite es para buscar su sentido (lo 2,23; 3,2; 4,46-48; 6,2; 7,31; 11,47; 12,37-38; 20,30; 21,25). S. Juan nos habla de Jesús tal y como vivió históricamente, después de haber meditado sobre Él a lo largo de 50 años. Las palabras que nos narran son las palabras históricas de Jesús, que han sido guardadas en el corazón y comprendidas bajo la guía del Espíritu de verdad (lo 16,13). Jesús ha cumplido su palabra, y ha llegado la hora en que ya no habla en enigma, sino claramente (lo 16,25); el esposo, la viña, el grano, las aguas vivas, el pan, el pastor..., enseñanzas antes en parte enigmáticas, ahora están más plenamente comprendidas. Hay una visión. de Jesús que no es la de su mera presencia corporal; Juan ha recibido una luz especial para entender las palabras y las acciones de Jesús. Todo esto explica por qué su E. es llamado espiritual, tipológico, místico, sacramental y simbólico, sin dejar de ser histórico. La predilección que el cristiano tiene por este E. privilegiado, y la emoción religiosa que siente al leerlo, se debe principalmente a que en este documento encuentra, quizá como en ningún otro, expresada su comunión con el Cristo de la fe, que es el mismo Jesús de la historia. Juan da testimonio de que el Verbo ha plantado su tienda entre nosotros y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero. V. t.: NUEvo TESTAMENTO; JESUCRISTO I-II; y los arts. relativos a cada Evangelista y su Evangelio. |
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