sábado, 29 de marzo de 2008

Un canto con cruz

Un canto con cruz
por Adomiram Iarra Silguero
El problema de las expresiones doxológicas en la música evangélica contemporánea es que pasan por alto el proceso histórico por medio del cual Jesús llegó a su glorificación; es decir, se canta de la cruz y la resurrección como hechos aislados de la realidad histórica.

La adoración debe ocupar un lugar importante en el rico mosaico de la música cristiana. No está en discusión que Dios merece la honra y la gloria. Las sagradas escrituras recomiendan reiteradamente la exaltación a Dios por sus maravillosas obras, tanto naturales como históricas, y principalmente por la redención de la creación en Jesucristo. Los cánticos evangelísticos así como los de exhortación y denuncia profética no serán pertinentes en la manifestación definitiva del reino perfecto de Dios, mientras que la adoración y la alabanza permanecerán por siempre.

El problema de las expresiones doxológicas en la música evangélica contemporánea es que pasan por alto el proceso histórico por medio del cual Jesús llegó a su glorificación; es decir, se canta de la cruz y la resurrección como hechos aislados de la realidad histórica.

Por su función pedagógica, el canto religioso es un poderoso elemento para formar el carácter del cristiano. Un excelente ejemplo que nos sirve para mostrar ese carácter de la música sagrada es el texto de Filipenses 2.5-11. Por su composición gramatical, este fragmento bíblico, a pesar de encontrarse en una carta paulina, es poético.

Se ha creído que este himno cristológico, que es una traducción del arameo y con un fuerte colorido semítico, es una composición litúrgica de la comunidad palestinense más antigua. Algunos biblistas lo dividen en tres estrofas para especificar su significado teológico. La primera trata sobre la preexistencia de Cristo, la segunda sobre su ministerio terrenal, y la tercera presenta su glorificación. El himno dividido de esta manera quedaría así:

Estrofa I

El cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo,

Estrofa II

Hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.

Estrofa III

Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.

La importancia de esta pieza litúrgica, para efecto de este artículo, radica en los siguientes puntos:

  • La utilización de un himno para afirmar una exhortación a la comunidad.
  • La dirección, el sentido y la forma de la encarnación.
  • El equilibrio entre el compromiso y la exaltación.

En un contexto de exhortación a la comunidad sobre la práctica de relaciones humanas, de unidad, de valoración y preferencia mutua, la humildad y el amor en base al ejemplo de Jesucristo, Pablo inserta un himno cuyo contenido reafirma las ideas de su exhortación. La utilización de este himno cristológico nos muestra la importancia educativa de los himnos. Por eso es que no deben tratarse con ligereza los cánticos utilizados en la liturgia. Sus letras deben ser el resultado de una escogencia seria basada en criterios teológicos definidos y sanos. El momento de la alabanza es, queramos o no, un espacio importante de aprendizaje. Quizás por eso Pablo enseñó que había que cantar con el espíritu pero también con el entendimiento (I Co 14. 15).

Vemos que el himno de Filipenses 2.6-11 muestra la relación existente entre la aspiración a la salvación y la coherencia de una vida marcada por el ejemplo de Cristo. Es decir, nadie puede aspirar a la glorificación eterna, si no se atreve antes a asumir como estilo de vida la humildad y la obediencia a Cristo de manera cotidiana. Desgraciadamente en la himnología evangélica contemporánea hay una fuerte tendencia glorificadora, triunfalista, que está provocando un tipo de cristiano individualista, victorioso, fanfarrón, que está muy lejos de ser la verdadera manifestación del triunfo de los valores cristianos sobre los ideales de la sociedad consumista actual.

La tendencia a la autoglorificación es antibíblica, anticristiana, sin embargo constituye una de las más grandes tentaciones en los medios religiosos. Son muchas las contiendas y divisiones que han habido en la historia de la iglesia por la búsqueda de la preeminencia y del poder, utilizando incluso el nombre de Jesucristo.

El cántico de Filipenses al ser una expresión fiel de la encarnación y glorificación de Jesucristo, se nos presenta como un paradigma himnológico para someter a juicio toda expresión músico-literal en la historia del cristianismo.

La forma cristológica del plan salvífico tiene su propia dirección y sentido. Este recorrido tiene implicaciones teológicas que forman un todo enlazado, de manera que si se aislan las partes, se produce una pérdida de sentido y una ruptura de la totalidad salvífica.

Tratar con seriedad la acción de Dios en Jesucristo ha de ser uno de los rasgos característicos de toda expresión himnológica o litúrgica. Esta acción tiene la dirección de autodespojo - compromiso – exaltación, en otros términos, descender - encarnarse – ascender. Cuando la himnología y la liturgia expresan solamente uno de estos momentos, caen en reduccionismos que traicionan el contenido de la encarnación y por consiguiente pervierten la práctica de la vida cristiana. En ocasiones, el énfasis en alguna de estas vertientes (compromiso histórico) se da como respuesta a una tendencia (trascendentalismo) radical que absolutiza las realidades espirituales o viceversa. Pero ninguna de estas posiciones se justifica, pues traicionan por omisión, en uno u otro punto, la totalidad del plan de Dios en Jesucristo. Veamos qué implicaciones teológicas y prácticas tiene el privilegiar cierto tema en detrimento de otro en la vida litúrgica.

En la primera estrofa de Filipenses 2.6-11, domina la kenosis, es decir, una actitud de auto vaciamiento, autodespojo de la gloria divina, condición preexistente de Cristo, para asumir la condición de siervo-esclavo. Esta acción no puede verse aisladamente del sentido general del himno, pues podría entenderse como la magnificación de la inferioridad desconectada del propósito salvífico integral de Dios para la humanidad, de esta manera, la humillación de Jesucristo quedaría empobrecida. Sería una magnificación simple de la pobreza y la necesidad al estilo de los anacoretas (personas que se escapan de la sociedad pretendiendo agradar a Dios en el aislamiento piadoso). Esta tendencia a la exaltación de las carencias humanas en la que han caído posiciones cristianas conservadoras y progresistas, no agota la profundidad teológica y espiritual del himno cristológico de Filipenses. La opción por el pobre, como lugar preferencial de la presencia de Dios, como el conformismo de los pobres a su destino, tienden a diluir la kenosis de Jesucristo y a justificar situaciones de injusticia en nombre de la humildad espiritual. Por eso es que una música o liturgia cristiana no puede pasar por alto las condiciones históricas de la vida y pensamiento de Jesucristo.

La segunda estrofa del himno cristológico nos muestra la acción concreta de acercamiento y total compromiso de Dios con los seres humanos, al grado de asumir la muerte deshonrosa como máxima expresión y última consecuencia de su amor por la humanidad (Jn 15.13). No han faltado quienes, debido a la riqueza de la experiencia histórica de Jesús, han tendido a supravalorar las implicaciones socio-económicas y políticas de la vida y muerte de Jesús, ubicándolas en el contexto de la sociedad judía oprimida por el imperio romano en el primer siglo. Esta percepción ha servido de base para la representación de Jesús como un líder mesiánico y precursor de una propuesta puramente política y teocrática. En otros casos Jesús ha sido identificado como un iluso fracasado que terminó solo en la cruz. Ambas interpretaciones limitan la filiación divina de Jesús y lo sobrenatural de su ministerio, su concepción por obra del Espíritu Santo, la realización de milagros y sanidades, la liberación de posesos, su muerte vicaria y la resurrección como evento histórico.

Aunque este énfasis historicista recupera un aspecto importante en la cristología, es sin duda un reduccionismo teológico de corte liberal. A través de él se aisla la experiencia histórica de Jesús de sus implicaciones salvíficas trascendentes.

En la himnología latinoamericana de la liberación, existen expresiones que con claridad reproducen poéticamente este tipo de teología. La interpretación de la total contextualización o apropiación de Jesucristo por los pueblos sufrientes, dio pie para radicalizar una imagen inmanente de Dios. Un ejemplo es el siguiente canto:

Vos sos el Dios de los pobres
El Dios humano y sencillo.
El Dios que suda en la calle,
El Dios de rostro curtido.
Por eso es que te hablo yo,
Así como habla mi pueblo,
Porque sos el Dios obrero,
El Cristo trabajador.
Vos vas de la mano con mi gente,
Luchas en el campo y la ciudad.
Haces fila allá en el campamento,
Para que te paguen tu jornal.
Vos comés raspado allá en el parque,
Con Eusebio, Pancho y Juan José.
Y hasta protestas por el sirope
Cuando no te le echan mucha miel.

Con lo anterior no se pretende eliminar los cantos que contengan la dimensión histórica de la cristología, sino llamar la atención de las limitaciones de un énfasis radical reduccionista que sólo privilegia las implicaciones socio-económicas y políticas de la vida de Jesucristo. Esta manera de ver la obra de Dios en Jesucristo alimenta una fe muy racionalista que frente a la crudeza de los conflictos de la historia, se muestra insuficiente y empuja a la frustración. En este sentido es digno de admiración Richard Shaull, uno de los grandes precursores de la teología de la liberación, quien con humildad reconoce que:

«Últimamente, sin embargo, he llegado a una conclusión a que no he querido llegar: Que en la actual situación de las víctimas del sistema neoliberal, los que nos hemos esforzado por estas tres cosas (asumir la realidad, luchar organizadamente con y por los pobres, y releer la Biblia desde la perspectiva del pobre) no estamos preparados para responder a la nueva realidad. En mis conversaciones diarias, raramente hablo de las cosas maravillosas que Dios está haciendo en mi vida. Y cuando hablo de mi fe, sospecho que lo que expreso es más mi articulación racional de lo que creo y no una experiencia vital de ello.»

La última estrofa del cántico cristológico de Filipenses es clara-mente doxológica, en la que prevalece una dirección de ascendencia o un énfasis a la exaltación, por medio de la cual se proclama a Jesús como el kyrios, el Señor con autoridad cósmica.

Desde la perspectiva de una himnología enfáticamente doxológica, la cruz es ubicada en su valor transhistórico; es decir, es vista siem-pre desde la resurrección y nunca desde el estilo de vida de Jesús que lo condujo a ella. De esta manera, los contenidos de las liturgias y las letras de los himnos que asumen esta premisa teológica, reflejan una desco-nexión con la dimensión histórica y el compromiso social que demanda el evangelio y una inclinación por los contenidos doxológicos celestiales.

El problema no radica en las expresiones doxológicas, sino en la omisión e incomprensión de su relación con todo el proceso de la encarnación. Al aislar la dimensión glorificada de Jesucristo de su realidad histórica, se cae en un triunfalismo descomprometido con la realidad social, lo que podría ser una burda negación de lo que realmente es el señorío de Cristo:

El título de Señor como el de Hijo de Dios, constituye el núcleo de varias fórmulas empleadas en los tiempos apostólicos para profesar la fe cristiana. "Jesucristo es el Señor" es una de ellas (Flp 2.11; Ro 10.9; 1 Co 12.3). Este simple enunciado implica la redención entera, afirma explícitamente el reino presente de Cristo, implícitamente su muerte y resurrección, su gloria y su acción en el mundo. Centrada en el presente, connota lo que sucedió una vez y abre la perspectiva a la consumación futura.

En la primitiva iglesia, la fórmula era polémica y contestaba al título imperial. Los cristianos reconocían a Cristo por encima del César, como lo expresa el Apocalipsis al llamarlo "Señor de señores y Rey de reyes" (17.14). Confesar que Jesucristo es el Señor acentúa la incidencia de la fe sobre el presente; se trata de una soberanía actual, activa y dinámica.

Esta debilidad teológica (es decir, la inclinación por los contenidos doxológicos celestiales) se observa, actualmente, en la propuesta musical que predomina en los medios cristianos. La tendencia glorificadora de la música neopentecostal, es uno de los síntomas que evidencian esta propuesta como una expresión que trata ligeramente la experiencia de la cruz, y al hacerlo, empobrece en su centro su propuesta litúrgica, corriendo el riesgo de resultar una burda comparsa de la euforia triunfalista del nuevo orden, acompañante musical de una religiosidad que legitima un estilo de vida opulento y egoísta, que no repara en proclamar a Jesucristo como su máximo e incondicional aliado.

Qué pertinente es en la actualidad la recuperación de la "Teología de la cruz" de Martín Lutero, la cual, teniendo por fundamento la doctrina cristológica paulina, representó en el siglo XVI la denuncia contra un sistema eclesiástico corrupto. Sus críticas pueden ser aplicadas hoy a la religiosidad neopentecostal. Podríamos incluso parafrasear algunas tesis de Lutero sobre la teología de la gloria, pronunciadas en la controversia de Heildelberg en 1518, para aplicarlas a los cantantes neopentecostales que en sus expresiones himnológicas parecen no tomar en serio la cruz.

El cantante (teólogo) de la gloria es aquel que trata de conocer a Dios en su realidad invisible: majestad, sabiduría, santidad, etc. Tal pretensión además de insensata no conduce al verdadero conocimiento de Dios, sino que ciega y endurece cada vez más. Dios ha querido ser conocido por un sendero diferente, por las cosas inferiores y visibles, a partir de la pasión y de la cruz, es decir, en la humanidad, la enfermedad, la humildad, "lo enfermo y estulto de Dios... por estos sufrimientos... en la humildad y la ignominia de la cruz". El músico (teólogo) de la gloria al ignorar a Cristo crucificado, ignora al Dios que está escondido en sus sufrimientos y se vuelve "enemigo de la cruz".

Resulta difícil de aceptar, pero sí, el doxologismo trascendentalista de la música cristiana contemporánea puede llegar a ser un obstáculo para el acercamiento a la cruz. Olvidarse del camino de la cruz, es no entender la radicalización del amor y la acción de Jesucristo, ni aceptar el seguimiento como estilo de vida. Es, prácticamente, poner el evangelio al revés, porque no hay camino para el reino de Dios que no pase por la humillación. Dios subordinó la exaltación al camino de la cruz. El camino de la cruz es la etapa inevitable para Cristo y todos los que quieren participar de su reino.

El Dios de los cristianos no es otro sino el que se despojó, vivió entre nosotros, murió y resucitó por nosotros. La humillación y la exaltación son realidades dependientes. Existe una causalidad en ellas que no se debe dividir. Una espiritualidad que basa la experiencia de fe solamente en lo glorioso, no produce creyentes maduros. La búsqueda de la abundancia en el mundo y el rechazo del autodespojo, es a todas luces una antimística que se aleja de la experiencia de Jesús. Todos los que quieren llamarse cristianos y cristianas tendrán que pasar por el escándalo de la cruz.

Es interesante que en el interior del mismo movimiento neopentecostal (carismático) se han levantado voces que están cuestionando esta religiosidad ostentosa. Charles Farah, uno de los escritores respetados en el medio neopentecostal, la denuncia duramente en su obra Desde el pináculo del templo:

Es un hecho muy claro que este nuevo evangelio nada tiene que ver con el evangelio del Nuevo Testamento. Es una "mejora". Es otro evangelio. Es un evangelio sin cruz, sin precio, sin esfuerzo, que rechaza el camino de la cruz en el nombre de la cruz. En efecto modifica grandes pasajes del Nuevo Testamento, como por ejemplo Lucas 9.23, el cual ahora dice: Si alguno quiere venir en pos de mí, pida Mercedez Benz, diamantes y pieles, y de acuerdo a su fe le será hecho.

La pretensión neopentecostal de ofrecer un modelo superior de cristianismo y de adoración, que según ellos es expresión de una relación íntima con Dios, y de la contemplación de su gloria y majestad, es contradictoria con el estilo opulento de vida que busca. En la historia del cristianismo, los místicos refutan a los "místicos" de la victoria y la prosperidad al mostrarnos que contemplación y servicio, contemplación y humillación, contemplación y silencio, están indisolublemente unidas. Estar en la presencia de Dios fue para ellos una experiencia radical, difícil de traducir en palabras. En la narración misma de las experiencias espirituales se repiten frecuentemente términos como: "inexpresable", indecible, inconcebible, o invitaciones a dejar de hablar.

En este sentido, lo que predomina en el canto y la música en la liturgia actual, refleja una trivialización de la experiencia de estar en la presencia de Dios:

No quiero decir que la palabra humana esté totalmente incapacitada para expresar lo divino, sino que ella no es ciertamente la primera respuesta a la presencia de Dios. Mucho menos una palabra de autoafirmación; es lo contrario, la primera respuesta a la presencia de Dios es el silencio o la palabra que expresa humillación y arrepentimiento (Hab 2.20; Is 6:5; Hch 9.5). El encuentro con Dios produce claridad para ver la realidad humana. Cuando el ser humano vive de espaldas a la divinidad se autoafirma de manera negativa, es decir se absolutiza en su ego, sin embargo ante la presencia de Dios, lo humano se afirma positivamente, pero indefectiblemente tiene que pasar por la experiencia de la humillación:

¿En qué condiciones, en qué nivel es verdad ésto? Con la condición de que se exprese una actitud espiritual, y una actitud espiritual que reciba su verdad del hecho de realizar la verdadera relación del alma con el Dios vivo. Esta relación no recibe sólo su verdad de nosotros, por el hecho de que, ante Dios, no somos efectivamente nada, sino sobre todo por el hecho de que Dios es lo que es: el quiere dar, quiere darse a quien no se levanta orgullosamente frente a él, seguro de su propia riqueza y suficiencia, sino al pequeño, al pobre, al que se sabe y se reconoce enfermo, ciego, desprovisto de justicia y de virtud.

El seguimiento del modelo de humillación de Jesús produce una afirmación positiva de lo humano y hace que sus seguidores relativicen los bienes físicos y materiales y opten por una pobreza espiritual que les hace dependientes de Dios y libres de posesiones económicas:

Los santos no sólo utilizan el Espíritu como condimento de la vida, sino que se alimentan en cierto modo de Espíritu. De ahí su vida admirable, su pobreza, su deseo de humildad, su anhelo de morir, su disposición ante el sufrimiento, su secreto deseo de martirio, no como si no supiesen que han de volver al acostumbrado vivir diario, ni como si desconociesen que la gracia puede bendecir lo cotidiano y la actividad razonable haciéndoles capaces de dar un paso hacia Dios, ni como si no supiesen que aquí no somos ángeles ni lo seremos, sino entendiendo que el hombre, como ser espiritual, en su existencia real, debe vivir no en la pura especulación, sino en el límite entre Dios y el mundo, entre el tiempo y la eternidad y procurar siempre asegurarse de que realizan esto en verdad, de que el Espíritu no es solamente un medio para su estilo humano de vida.

Esta mística parece ser extraña para la "espiritualidad neopen-tecostal" que tiende a privilegiar, por encima de todo la salud física, la prosperidad económica como cosas a ser buscadas en lo sagrado. Es así como Dios se convierte en el medio de autoafirmación individualista y exclusivamente el dador de bienes materiales.

Hemos mostrado cómo el aislar cualquiera de los tres momentos contenidos en el himno de Filipenses 2, acarrea reduccionis-mos que, en uno u otro sentido, traicionan y tergiversan el carácter integral de la riqueza cristológica.

Se puede concluir entonces que la fidelidad de la música y liturgia cristianas pasa por la conside-ración seria de la encarnación. Si la música cristiana ha de ser una fiel acompañante de la revelación de Dios en Jesucristo, debe asumir que la dirección de la encarnación es en primer lugar un movimiento de descendencia para penetrar la historia humana y comprometerse con ella, y sólo entonces ascender. Por eso es que una himnología y liturgia sanas procuran comunicar un mensaje que invite a la humildad (kenosis-autodespojo); la unidad, la cooperación, el compromiso, la obediencia y el sacrificio (ministerio terrenal); así como a la alegría, la exaltación y el éxtasis (resurrección y pentecostés). Un canto con cruz es el canto del verdadero discípulo.


http://www.desarrollocristiano.com/site.asp?seccion=arti&articulo=5


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