sábado, 29 de marzo de 2008

IMITACIÓN DE CRISTO de Tomas de Kempis II

LIBRO SEGUNDO

Avisos para el trato interior

CAPÍTULO I

De la conversación interior

El reino de Dios dentro de vosotros está, dice el Señor. Conviértete a Dios de todo corazón y deja ese miserable mundo, y hallará tu alma reposo. Aprende a menospreciar las cosas exteriores y date a las interiores, y verás que viene a ti el reino de Dios. Pues el reino de Dios es paz y gozo en el Espíritu Santo, lo cual no se da a los malos. Si le preparas digna morada en tu interior, Jesucristo vendrá a ti y de mostrará su consolación. Toda su gloria y hermosura es en lo interior, y allí se complace. Su continua visitación es con el hombre interior; con él habla dulcemente, es grata su consolación, tiene mucha paz, y admirable familiaridad.

Sé, pues, alma fiel, y prepara tu corazón a este Esposo, para que quiera venirse a ti y morar contigo; porque él dice así; Si alguno me ama, guardará mi palabra, vendremos a él, y moraremos en él. Da pues lugar a Cristo, y a todo lo demás cierra la entrada. Si a Cristo tuvieres, estarás rico y te bastará. Él será tu proveedor y fiel procurador en todo, de manera que no tendrás necesidad de esperar en los hombres. Porque los hombres se mudan fácilmente y desfallecen en breve; pero Jesucristo permanece para siempre, y está firme hasta el fin.

No hay que poner mucha confianza en el hombre frágil y mortal, aunque sea provechoso y bien querido, ni se ha de tomar mucha pena si alguna vez fuere contrario. Los que hoy están a tu favor, mañana te pueden contradecir, y al contrario; muchas veces se vuelven como el viento. Pon en Dios toda tu esperanza, y sea él tu temor y tu amor. Él responderá por ti y lo hará como mejor convenga. No tienes aquí ciudad de morada; donde quiera que fueses serás extraño y peregrino, y no tendrás jamás reposo hasta que estés íntimamente unido con Cristo.

¿Qué miras aquí, no siendo éste el lugar de tu descanso? En el cielo ha de ser tu morada, y como de paso has de mirar todo lo terrestre. Todas las cosas pasan, y tú con ellas. Guarda, no te apegues a cosa alguna, porque no seas preso y perezcas. En el Altísimo esté tu pensamiento; y tu oración diríjase sin cesar a Cristo. Si no sabes contemplar las cosas altas y celestiales, descansa en su pasión, y mora muy gustoso en sus sacratísimas llagas. Porque si te llegas devotamente a las llagas y preciosas heridas de Jesucristo, gran consuelo sentirás en la tribulación, no harás mucho caso de los desprecios de los hombres y fácilmente sufrirás las palabras de los maldicientes.

Cristo fue también en el mundo despreciado de los hombres, y entre grandes afrentas desamparado de amigo y conocidos, y en la mayor necesidad. Cristo quiso padecer y ser despreciado, ¿y tú osas quejarte de cosa alguna? Cristo tuvo adversarios y murmuradores, ¿y tú quieres tener a todos por amigos y bienhechores? ¿Cómo se coronará tu paciencia, si ninguna adversidad se te ofrece? Si no quieres sufrir algo, ¿cómo serás amigo de Cristo? Sufre con Cristo y por Cristo, si quieres reinar con Cristo.

Si una vez entrases perfectamente en lo interior de Jesucristo, y gustases un poco de su encendido amor, entonces no tendrías cuidado de tu provecho o daño propio, antes te holgarías más de las injurias que te hiciesen; porque el amor de Jesús hace al hombre despreciarse a sí mismo. El amador de Jesús y de la verdad, y el hombre verdaderamente interior y libre de afectos desordenados, se puede volver fácilmente a Dios y elevarse sobre sí mismo en espíritu, y gozarse en él con suavidad.

Aquél que aprecia todas las cosas como son, no como se dicen o estiman, es verdaderamente sabio, y enseñado más por Dios que por los hombres. El que sabe vivir interiormente y tener en poco las cosas exteriores, no busca lugares, ni espera tiempos para darse a ejercicios devotos. El hombre interior presto se recoge; porque nunca se derrama del todo a las cosas exteriores, no le estorba el trabajo exterior, ni la ocupación tomada en tiempo necesario; sino que como suceden las cosas, se conforma a ellas. El que está interiormente bien dispuesto y ordenado, no cuida de lo que perversamente obran los mundanos. Tanto se estorba uno y se distrae, cuanto atrae a sí las cosas del mundo.

Si fueres recto y puro de pasiones, todo te sucederá bien y con provecho. Por eso te descontentan muchas cosas a cada paso, y te turban, porque aún no estás muerto a ti perfectamente, ni apartado del todo de lo terreno. No hay cosa que tanto mancille y embarace al corazón del hombre, como el amor desordenado a las criaturas. Si desprecias las consolaciones exteriores, podrás contemplar las cosas celestiales y muchas veces gozarte interiormente.

CAPÍTULO II

De la humilde sujeción

No tengas en mucho a quien esté por ti o contra ti; más procura que Dios sea contigo en todo lo que haces. Ten buena conciencia y Dios te defenderá. Al que Dios quiere ayudar, no le podrá dañar la malicia de hombre alguno. Si sabes callar y sufrir, sin duda tendrás el favor de Dios. Él sabe el tiempo y el modo de librarte, y por eso te debes abandonar a él. A Dios pertenece ayudarnos y librarnos de toda confusión. Algunas veces conviene mucho, para guardar mayor humildad, que otros sepan nuestros defectos y los reprendan.

Cuando un hombre se humilla por sus defectos, entonces fácilmente aplaca a los otros, y sin dificultad satisface a los que están enojados con él. Dios defiende y libra al humilde, ama al humilde y le consuela; se inclina al humilde y le da su gracia, y después de su abatimiento le eleva a la gloria. Al humilde descubre sus secretos, y le atrae dulcemente a sí, y le convida. El humilde, recibida la afrenta está en paz, porque descansa en Dios, y no en el mundo. No pienses haber aprovechado algo, si no te estimas por menos que todos.

CAPÍTULO III

Del hombre bueno y pacífico

Ponte primero a ti en paz, y después podrás apaciguar a los otros. El hombre pacífico, aprovecha más que el muy letrado. El hombre apasionado, aún el bien convierte en mal, y de ligero cree lo malo. El hombre bueno y pacífico, todas las cosas echa a buena parte. El que está en buena paz, de ninguno sospecha.

El descontento y alterado, con diversas sospechas se atormenta; ni él sosiega, ni deja descansar a los demás. Dice muchas veces lo que no debiera y deja de hacer lo que más le conviene. Piensa lo que otros deben hacer y deja él sus obligaciones. Ten pues, primero celo contigo, y después podrás ser celoso con el prójimo.

Tú sabes muy bien excusar y disimular tus faltas, y no quieres oír las disculpas ajenas; más justo sería que te acusases a ti, y excusaras a tu hermano. Sufre a los demás si quieres que te sufran. Mira cuán lejos estás aún de la verdadera caridad y humildad, la cual no sabe desdeñarse y airarse sino contra sí. No es mucho tratar con los buenos y mansos, que esto gusta naturalmente, y cada uno de buena gana tiene paz y ama a los que concuerdan con él; mas poder vivir en paz con los hombres duros, perversos y de mala condición, y con quien nos contradice, gran gracia es, y acción varonil y loable.

Hay algunos que tienen paz consigo mismos y la tienen también con los demás. Otros hay que ni tienen paz consigo ni la dejan tener a otros; siendo molestos para los demás, son aún más molestos para sí mismos. Y hay otros que tienen paz consigo y trabajan para poner en paz a los otros. Así, pues, toda nuestra paz en esta miserable vida, más se ha de fundar en el sufrimiento humilde, que en no sentir contrariedades. El que mejor sabe padecer, tendrá mayor paz. Este tal es vencedor de sí mismo, y señor del mundo, amigo de Cristo y heredero del cielo.

CAPÍTULO IV

Del puro corazón y sencilla intención

Con dos alas se levanta el hombre sobre las cosas terrestres, que son simplicidad y pureza. La simplicidad ha de estar en la intención y la pureza en el afecto. La simplicidad pone la intención en Dios; la pureza le abraza y gusta de él. Ninguna buena obra te impedirá si interiormente estuvieres libre de todo deseo desordenado. Si no piensas ni buscas sino el beneplácito divino y el provecho del prójimo, gozarás de interior libertad. Si fuese tu corazón recto, entonces te sería toda criatura espejo de vida y libro de santa doctrina. No hay criatura tan baja ni pequeña que no manifieste la bondad de Dios.

Si fuese bueno y puro en lo interior, luego verías y entenderías bien todas las cosas sin impedimento. El corazón puro penetra en el cielo y en el infierno. Cual es cada uno en lo interior, tal juzga lo de fuera. Si hay gozo en el mundo, el hombre puro de corazón lo posee; y si en algún lugar hay tribulación y congojas, esto lo siente mejor la mala conciencia. Así como el hierro metido en el fuego pierde el moho y se pone todo resplandeciente; así el hombre que enteramente se convierte a Dios, es despojado de su entorpecimiento y se muda en nuevo hombre.

Cuando el hombre comienza a entibiarse, entonces teme el trabajo aunque pequeño, y toma de buena gana la consolación exterior; mas cuando se comienza perfectamente a vencer y andar alentadamente en el camino de Dios, tiene por ligeras las cosas que primero tenía por graves.

CAPÍTULO V

De la propia consideración

No debemos confiar mucho en nosotros mismos, porque muchas veces nos falta la gracia y la discreción. Poca luz hay en nosotros, y presto la perdemos por nuestra negligencia. Muchas veces no sentimos cuán ciegos estamos en el alma. Muchas veces también obramos mal, y nos excusamos peor. Y a veces nos mueve la pasión, y pensamos que es el celo. Reprendemos en los otros las cosas pequeñas, y disimulamos en nosotros las graves. Muy presto sentimos y ponderamos lo que de otro sufrimos; mas no miramos cuánto enojamos a los demás. El que bien y rectamente ponderare sus obras, no tendrá que juzgar gravemente las ajenas.

El hombre interior antepone el cuidado de sí mismo a todos los cuidados; y el que tiene verdadero cuidado de sí poco habla de otros. Nunca serás recogido y devoto si no callares las cosas ajenas, y especialmente mirares a ti mismo. Si del todo te ocupares en Dios y en ti, poco te moverá lo que sientes de fuera. ¿Adónde estás cuando no estás contigo? Después de haber discurrido por todas las cosas, ¿qué has ganado si de ti te olvidaste? Si has de tener paz y unión posponlas y tengas a ti solo delante de tus ojos.

Mucho aprovecharás si te conservares libre de todo cuidado temporal; y muy menguado serás si alguna cosa temporal estimares en mucho. No te parezca cosa alguna elevada, ni grande ni agradable, sino Dios, o cosa que sea puramente de Dios. Ten por cosa vana cualquier consolación que viniere de alguna criatura. El alma que ama a Dios, desprecia todas las cosas sin él. Solo Dios eterno e inmenso, que todo lo llena, es gozo del alma y alegría verdadera del corazón.

CAPÍTULO VI

De la alegría de la buena conciencia

La gloria del hombre bueno es el testimonio de la buena conciencia. Ten buena conciencia y siempre tendrás alegría. La buena conciencia puede sufrir muchas cosas, y está muy alegre en las adversidades. La mala conciencia siempre está con inquietud y temor. Suavemente descansarás si no te reprende tu corazón. No te alegres sino cuanto hicieres algún bien. Los malos nunca tienen alegría verdadera, ni sienten paz interior; porque No tienen paz los impíos, dice el Señor; y si dijeren: “En paz estamos, no vendrán males sobre nosotros, y ¿quién se atreverá a ofendernos?” no los creas; porque de repente se levantará la ira de Dios, y pararán en nada sus obras, y perecerán sus pensamientos.

Gloriarse en la tribulación no es dificultoso al que ama; porque gloriarse de esta suerte, es gloriarse en la cruz del Señor. Breve es la gloria que se da y se recibe de los hombres. La gloria del mundo siempre va acompañada de tristeza. La gloria de los buenos está en sus conciencias y no en la boca de los hombres. La alegría de los justos es de Dios y en Dios, y su gozo es la verdad. El que desea la verdadera y eterna gloria no hace caso de la temporal; y el que busca la gloria temporal o no la desprecia de corazón, señal es que ama poco la celestial. Gran quietud de corazón tiene el que no hace caso de las alabanzas ni de los vituperios.

La conciencia limpia, fácilmente se sosiega y está contenta. No eres más santo porque te alaben, ni más vil porque te desprecien. Lo que eres, eso eres, ni puedes tenerte por mayor de lo que Dios sabe que eres. Si miras lo que eres dentro de ti, no te dará cuidado lo que de ti hablan los hombres. El hombre ve lo de afuera, mas Dios ve el corazón. El hombre considera las obras, mas Dios pesa las intenciones. Hacer siempre bien, y tenerse en poco, señal es de una alma humilde. No querer consolación de criatura alguna, señal es de gran pureza y de íntima confianza.

El que no busca en los hombres prueba de su bondad, claramente muestra que se entrega del todo a Dios; porque dice S. Pablo: No el que se loa a sí mismo es aprobado, sino el que Dios alaba. Andar en lo interior con Dios y no distraerse con alguna afición exterior, es el estado del varón espiritual.

CAPÍTULO VII

Del amor de Jesús sobre todas las cosas

Bienaventurado el que conoce lo que es amar a Jesús y despreciarse a sí mismo por Jesús. Conviene dejar un amor por otro; porque Jesús quiere ser amado él solo sobre todas las cosas. El amor de la criatura es engañoso y mudable. El amor de Jesús es fiel y permanente. El que se llega a la criatura caerá con lo caedizo; el que abraza a Jesús perseverará firme para siempre. Ama y ten por amigo a aquél, que aunque todos te desamparen no te desamparará ni dejará perecer en el fin. De todos has de ser desamparado alguna vez, quieras o no.

Sigue el partido de Jesús con toda constancia en vida y en muerte, y entrégate a él muy seguro de su fidelidad, pues él solo te puede ayudar cuando todos te faltaren. Tu amado es de tal condición, que no quiere consigo admitir a otro, sino que él, sólo, quiere poseer todo tu corazón y hacer su asiento en él como un Rey en su propio trono. Si supieses bien desocuparte de toda criatura, Jesús moraría de buena gana contigo. Cuanto amor pusieres en los hombres, no siendo por Jesús, lo tendrás perdido. No confíes ni estribes sobre la caña hueca, porque toda carne es heno, y toda su gloria se marchita como su flor.

Si mirares solamente la apariencia de los hombres, presto serás engañado. Porque si buscas tu descanso y provecho en otros, muchas veces sentirás daño; mas si en todo buscas a Jesús, le hallarás en todas partes. Y si te buscas a ti mismo, también te hallarás, pero será para tu mal; pues más se daña el hombre a sí mismo si no busca a Jesús, que todo el mundo y todos sus enemigos le pueden dañar.

CAPÍTULO VIII

De la familiar amistad de Jesús

Cuando Jesús está presente, todo es bueno y nada parece difícil; mas cuando Jesús está ausente, todo es duro. Cuando Jesús no habla dentro del alma, muy despreciable es la consolación; mas si Jesús habla una sola palabra, se siente gran consolación. Por ventura ¿no se levantó luego María Magdalena del lugar donde lloraba, cuando le dijo Marta: El Maestro está aquí y te llama? Bienaventurada la hora, cuando Jesús llama de las lágrimas al gozo del espíritu. ¡Cuán árido y duro eres sin Jesús! ¡Cuán necio y vano si codicias algo fuera de Jesús! ¿No es éste mayor daño que si perdieses todo el mundo?

¡Qué puede dar el mundo sin Jesús! Estar sin Jesús es grave infierno; estar con Jesús es dulce paraíso. Si Jesús estuviera contigo, ningún enemigo te podrá dañar. El que halla a Jesús halla un buen tesoro, y de verdad bueno sobre todo bien. Y el que pierde a Jesús pierde muy mucho, y más que si perdiese todo el mundo. Pobrísimo es el que vive sin Jesús, y riquísimo el que está bien con Jesús.

Grande arte es saber conversar con Jesús, y gran prudencia saber tener a Jesús. Sé humilde y pacífico, y Jesús será contigo. Si eres devoto y reposado permanecerá contigo Jesús. Presto puedes apartar de ti a Jesús y perder su gracia si te inclinas a las cosas exteriores. Si apartas de ti a Jesús, y le pierdes, ¿a dónde irás? ¿a quién buscarás por amigo? Sin amigo no puedes vivir contento; y si no fuere Jesús tu especialísimo amigo, estarás muy triste y desconsolado. Pues neciamente obras si en otro alguno confías o te alegras. Más se debe escoger tener todo el mundo contrario, que tener ofendido a Jesús. Pues sobre todos tus amigos sea Jesús amado especialmente.

Ámese a todos por amor de Jesús, y ámese a Jesús por sí mismo. Solo Jesucristo se debe amar singularísimamente, porque él solo es bueno, y fidelísimo más que todos los amigos. Por él y en él debes amar a los amigos y a los enemigos, y rogarle por todos para que te conozcan y te amen. Nunca desees ser alabado ni amado singularmente, porque eso sólo a Dios pertenece, que no tiene igual. Ni quieras que ninguno ocupe contigo su corazón, ni tú ocupes el tuyo con el de nadie; más sea sólo Jesús en ti y con todo hombre bueno.

Sé puro y libre en lo interior, sin apego a criatura alguna, porque te conviene tener para con Dios un corazón puro, si quieres descansar y ver cuán suave es el Señor. Y verdaderamente no llegarás a esto si no fueres prevenido y atraído por su gracia, para que dejadas y echadas de ti todas las cosas, seas unido solo con él solo. Pues cuando viene la gracia de Dios al hombre, entonces se hace poderoso para todo; y cuando esta gracia se retira, queda pobre y enfermo, y como desnudo y abandonado, sólo para el castigo. En este estado no debe el hombre desmayar, ni desesperar, sino estar constante en la voluntad de Dios, y sufrir con ánimo tranquilo todo lo que le aconteciere por la gloria de Jesucristo; porque después del invierno viene el verano, después de la noche vuelve el día, y pasada la tempestad llega la bonanza.

CAPÍTULO IX

Cómo conviene carecer de todo consuelo

No es grave cosa despreciar la consolación humana cuando tenemos la divina. Gran cosa es, y muy grande, ser privado y carecer de consuelo divino y humano, y querer sufrir de buena gana la sequedad del corazón por la honra de Dios, y en ninguna cosa buscarse a sí mismo ni atender al propio merecimiento. ¿Qué gran cosa es si estás alegre y devoto, cuando desciende sobre ti la gracia de Dios? Esta hora todos la desean. Muy suavemente camina aquél a quien conduce la gracia de Dios. ¿Y qué maravilla si no siente carga el que es llevado por el Omnipotente, y guiado por el Conductor supremo?

De buena gana tomamos algún pasatiempo por consuelo, y con dificultad se desnuda el hombre de sí mismo. El mártir San Lorenzo venció al mundo y aún el afecto a su sacerdote San Sixto, porque despreció todo lo que en el mundo parecía deleitable, y sufrió con paciencia por amor de Cristo, que le fuese quitado aquel Sumo Sacerdote de Dios, a quien él amaba mucho. Pues así con el amor de su Criador venció el amor del hombre, y trocó el consuelo humano por el beneplácito divino. Así aprende tú a dejar algún pariente, o amigo por amor de Dios, y no te aflijas cuando te dejare tu amigo, sabiendo que es necesario nos separemos al fin unos de otros.

De continuo, y mucho, conviene que pelee el hombre consigo mismo, antes que se sepa vencer enteramente y poner en Dios todo su afecto. Cuando el hombre se está en sí mismo, con facilidad se desliza en las consolaciones humanas; mas el verdadero amador de Cristo, y cuidadoso imitador de sus virtudes, no se arroja a las consolaciones, ni busca dulzuras sensibles, antes procura ejercicio de fortaleza y sufre por Cristo duros trabajos.

Así pues, cuando Dios te diere la consolación espiritual, recíbela con hacimiento de gracias, y entiende que es don de Dios, y no tu merecimiento. Por tanto, no te engrías ni te alegres demasiado, ni presumas vanamente, antes humíllate más por el don recibido, y sé más avisado y temeroso en todas tus obras, porque se pasará aquella hora y vendrá la tentación. Cuando te fuere quitado el consuelo, no desconfíes desde luego; sino espera con humildad y paciencia la visitación celestial, porque Dios es poderoso para volver a darte mucha mayor consolación. Esto no es cosa nueva ni ajena para los que han experimentado el camino de Dios, porque en los grandes santos y antiguos profetas acaeció muchas veces esta especie de alternativa.

Por eso decía uno cuando sentía efectos de la gracia: Yo dije en mi abundancia: No seré movido ya para siempre. Y ausente la gracia añade lo que experimentó en sí diciendo: Apartaste de mí tu rostro, y quedé conturbado. Mas con todo esto no desespera, sino con mayor instancia ruega a Dios y dice: A ti, Señor, llamaré, y a mi Dios rogaré; y al fin alcanza el fruto de su oración y confirma su oído diciendo: Oyóme el Señor y hubo misericordia de mí; el Señor se hizo mi ayudador. ¿Mas en qué? Volviste, dice, mi llanto en gozo y rodeásteme de alegría. Y si así se hizo con los grandes santos, no debemos nosotros, enfermos y pobres desesperar si algunas veces estamos fervorosos y otras veces fríos, porque el espíritu viene y se va, según la divina voluntad. Por eso dice el bienaventurado Job: Visitas al hombre en la mañana, y súbitamente le pruebas.

¿Pues en qué puedo esperar, o en quién debo confiar, sino solamente en la gran misericordia de Dios y en la esperanza de la gracia celestial? Porque aunque esté cercado de hombres buenos, de hermanos devotos o de amigos fieles; que lea libros santos o tratados excelentes; que entone cánticos suaves y dulces himnos, toco aprovecha poco y tiene poco sabor cuando estoy desamparado de la gracia y dejado en mi propia pobreza; entonces no hay mejor remedio que la paciencia, y negándome a mí mismo, resignarme en la voluntad de Dios.

Nunca hallé hombre tan religioso y devoto, que alguna vez no tuviese intermisión del consuelo divino, o no haya sentido disminución del fervor. Ningún santo fue tan altamente arrebatado e iluminado que antes o después no haya sido probado con tentaciones, pues no es digno de la sublime contemplación de Dios el que no fue ejercitado por Dios en alguna tribulación. Suele ser la tentación precedente señal que vendrá el consuelo, pues a los probados en la tentación está prometido el gozo celestial. Al que venciere, dice el Señor, daré a comer del árbol de la vida.

Dase también la consolación divina para que el hombre sea más fuerte para sufrir las adversidades; y se sigue la tentación porque no se ensoberbezca en le bien. El demonio no duerme ni la carne está aún muerta; por esto no ceses de prepararte para la batalla, porque a diestra y a siniestra están los enemigos que nunca descansan.

CAPÍTULO X

Del agradecimiento por la gracia de Dios

¿Para qué buscas descanso, pues naciste para el trabajo? Disponte para la paciencia más que para la consolación, y más para llevar Cruz que a tener alegría. ¿Qué hombre del mundo no tomará de buena gana el consuelo y alegría espiritual, si siempre la pudiese alcanzar? Porque las consolaciones espirituales exceden a todos los placeres del mundo y a los deleites de la carne. Porque todos los deleites mundanos son torpes o vanos; mas sólo los deleites espirituales son los alegres y honestos, engendrados de las virtudes e infundidos por Dios en los corazones puros. Mas no puede ninguno gozar continuamente de estas consolaciones divinas como quiere, porque el tiempo de la tentación pocas veces cesa.

Muy contraria es a la soberana visitación la falsa libertad del alma y la confianza de sí mismo. Bien hace Dios dando la gracia de la consolación; pero el hombre hace mal no atribuyéndolo todo a Dios y dándole gracia. Y por esto no son mayores en nosotros los dones de la gracia, porque somos ingratos al Bienhechor y no lo atribuimos todo a la fuente original; porque siempre se debe gracia al que dignamente es agradecido, y se quita al soberbio lo que se suele dar al humilde.

No quiero consuelo que me quite la compunción, ni contemplar lo que me ocasiones soberbia; pues no es santo todo lo elevado, ni todo lo dulce bueno, ni todo deseo puro, ni todo lo que amamos agradable a Dios. De grado admito yo la gracia que me haga más humilde y timorato, y me disponga más a renunciarme a mí. El hombre enseñado con el don de la gracia, y avisado con el escarmiento de haberla perdido, no osará atribuirse a sí bien alguno, antes confesará ser pobre y desnudo, lleno de verdad y de gloria celestial, no es codicioso de gloria vana. Los que están fundados y confirmados en Dios en ninguna manera pueden ser soberbios. Y los que atribuyen a Dios todo cuanto bien reciben, no buscan ser alabados unos de otros; más quieren la gloria que de sólo Dios viene, y desean que sea Dios glorificado sobre todas las cosas en sí mismo y en todos los santos, y siempre se dirigen a este fin.

Sé, pues, agradecido en lo poco y serás digno de recibir cosas mayores. Ten en mucho lo poco y lo más despreciable por don singular. Si miras a la dignidad del Dador, ningún don parecerá pequeño o despreciable. Por cierto no es poco lo que el Soberano Dios da; y aunque nos dé penas y azotes, se lo debemos agradecer, que siempre es para nuestra salvación todo lo que permite que nos suceda. El que desee conservar la gracia de Dios, agradézcale la gracia que le ha dado, y sufra con paciencia cuando le fuere quitada. Haga oración continua para que le sea restituida, y sea cauto y humilde para no perderla.

Da a Dios lo que es de Dios y atribúyete a ti lo que es tuyo, esto es, da gracias a Dios por la gracia y solo a ti atribúyete la culpa, y conoce que por la culpa te es debida justamente la pena.

Ponte siempre en lo más bajo, y te darán lo más alto, porque no está lo muy alto sin lo más bajo. Los Santos, que son grandes para con Dios, para consigo son pequeños; y cuanto más gloriosos, tanto son más humildes.

CAPÍTULO XI

Cuán pocos son los que aman la Cruz de Cristo

Jesucristo tiene ahora muchos amadores de su reino celestial, pero muy pocos que lleven su cruz. Tiene muchos que desean el consuelo, y muy pocos que quieran la tribulación. Muchos compañeros halla para la mesa, y pocos para la abstinencia. Todos quieren gozarse con él, mas pocos quieres sufrir algo por él. Muchos siguen a Jesús cuando no hay adversidades; muchos le alaban y bendicen en el tiempo que reciben de él algunas consolaciones; mas si Jesús se escondiese y los dejase un poco, luego se quejarían y abatirían.

Pero los que aman a Jesús por él mismo, y no por algún propio consuelo suyo, bendícenle en toda pena y angustia del corazón, tan bien como en el consuelo. Y aunque nunca más les quisiere dar consuelo, siempre le alabarían y darían gracias.

¡Oh cuánto puede el amor puro de Jesús sin mezcla del propio amor! Bien se pueden llamar propiamente mercenarios los que siempre buscan consolaciones. ¿No se aman a sí mismos más que a Cristo, los que continuamente piensan en su provecho y ganancias? ¿Dónde se hallará alguno que quiera servir a Dios de balde?

Pocas veces se halla alguno tan espiritual, que esté desnudo de todas las cosas. ¿Pues quién hallará el verdadero pobre de espíritu y desnudo de toda criatura? De muy lejos y muy precioso es su valor. Si el hombre diere su hacienda toda, aún no es nada; y si hiciere gran penitencia, aún es poco. Aunque tenga toda la ciencia, aún está lejos; y si tuviere gran virtud y muy fervorosa devoción, aún le falta mucho. ¿Y cuál es ésta? Que dejadas todas las cosas, se deje a sí mismo, y salga de sí del todo, y no le quede nada de amor propio. Y cuando conociere que ha hecho todo lo que debe hacer, piense que aún no ha hecho nada.

No tenga en mucho que lo puedan tener por grande; más llámese en la verdad siervo sin provecho, como dice la Verdad; Cuando hubiereis hecho todo lo que os está mandado, aún decid: Siervos somos sin provecho. Y así podrás ser pobre y desnudo de espíritu, y decir con el Profeta: Uno solo y pobre soy. Con todo eso, ninguno hay más rico, ninguno más poderoso, ninguno más libre, que aquél que sabe dejarse a sí mismo y a todas las cosas, y ponerse en el último lugar.

CAPÍTULO XII

Del camino real de la santa Cruz

Estas palabras parecen duras a muchos: Niégate a ti mismo, toma tu cruz y sigue a Jesús. Pero más duro será oír aquella postrera palabra: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno. Los que ahora oyen y siguen de buena voluntad la palabra de la eterna condenación. Esta señal de la Cruz estará en el cielo cuando el Señor venga a juzgar. Entonces todos los siervos de la Cruz, que se conformaron en esta vida con el Crucificado, se llegarán a Cristo Juez con gran confianza.

¿Por qué pues temes tomar la Cruz por la cual se va al Reino? En la Cruz está la salud, en la Cruz está la vida, en la Cruz está la defensa contra los enemigos, en la Cruz está la infusión de la suavidad celestial, en la Cruz está la fortaleza del corazón, en la Cruz está el gozo del espíritu, en la Cruz está la suma virtud, en la Cruz está la perfección de la santidad. No está la salud del alma ni la esperanza de la vida eterna sino en la Cruz. Toma, pues, tu Cruz y sigue a Jesús e irás a la vida eterna. Él vino primero y llevó su Cruz, y murió en la Cruz por ti, porque tú también la lleves y desees morir en ella. Porque si murieres juntamente con él vivirás con él, y si fueres compañero de sus penas, lo serás también de su gloria.

Mira que todo consiste en la Cruz, y todo está en morir en ella; y no hay otro camino para la vida y para la verdadera paz sino el de la santa Cruz y continua mortificación. Ve donde quisieres, busca lo que quisieres, y no hallarás más alto camino en lo eminente ni más seguro en lo abatido sino la senda de la santa Cruz. Dispón y ordena todas las cosas según tu querer y parecer, y no hallarás sino que has de padecer algo, o de grado o por fuerza, y así siempre hallarás la Cruz, pues, o sentirás dolor en el cuerpo o padecerás tribulación en el espíritu.

Unas veces te dejará Dios y otras te mortificará el prójimo, y lo que más es, muchas veces te descontentarás de ti mismo, y no serás aliviado ni confortado con ningún remedio ni consuelo, y será preciso que sufras hasta cuando Dios quisiere, porque quiere que aprendas a sufrir la tribulación sin consuelo y que te sujetes del todo a él, y te hagas más humilde con la aflicción. Ninguno siente tan de corazón la pasión de Cristo, como aquél a quien acaece sufrir penas semejantes. De modo que la cruz siempre está preparada y te espera en cualquier lugar. No la puedes huir donde quiera que fueres; porque a cualquier parte que huyas llevas a ti mismo. Vuélvete arriba, vuélvete abajo, vuélvete fuera, vuélvete adentro, en todo hallarás la cruz; y es necesario que en todo lugar tengas paciencia si quieres tener paz interior y merecer perpetua corona.

Si de buena voluntad llevas la cruz, ella te llevará y guiará al fin deseado, adonde será el fin de padecer, aunque aquí no lo sea. Si contra tu voluntad la llevas, la hiciste más pesada, y no obstante es preciso que la sufras. Si desechas una cruz, sin duda hallarás otra, y acaso más pesada.

¿Piensas tú escapar de lo que ninguno de los mortales pudo? ¿Quién de los santos estuvo en el mundo sin cruz y tribulación? Nuestro Señor Jesucristo, por cierto, en cuanto vivió en este mundo no estuvo una hora sin dolor, porque convenía que Cristo padeciese y resucitase de los muertos, y así entrase en su gloria. ¿Pues cómo buscas tú otra senda, sino este camino real que es el de la santa Cruz?

Toda la vida de Cristo fue cruz y martirio, ¿y tú buscas para ti holgura y gozo? Yerras, yerras si buscas otra cosa que sufrir tribulaciones, porque toda esta vida mortal está llena de miserias y por todas partes está rodeada de cruces; y cuanto más altamente alguno aprovechare en espíritu, tanto más pesadas cruces hallará muchas veces, porque la pena de su destierro crece más por el amor.

Mas este tal, así afligido de tantos modos, no está sin el alivio de la consolación, porque siente crecer en sí gran fruto de llevar su cruz, porque cuando se junta a ella de buena voluntad todo el peso de la tribulación se convierte en confianza del consuelo divino. Y cuanto más se quebranta la carne por la aflicción, tanto más se fortifica el espíritu por la gracia interior. Y algunas veces se conforta tanto con el afecto a la tribulación y adversidad por el amor y conformidad con la cruz de Cristo, que no quiere estar sin dolor y penalidad, porque se tiene por tanto más acepto a Dios, cuanto mayores y más graves cosas pudiere sufrir por él. Esto no es virtud humana, sino gracia de Cristo, que tanto puede y hace en la carne frágil, que lo que naturalmente el hombre siempre aborrece y huye, lo acometa y acabe con fervor de espíritu.

No es propio de la humana condición, amar la cruz, castigar el cuerpo y sujetarle a servidumbre, huir los honores, sufrir de grado las injurias, despreciarse a sí mismo y desear ser despreciado, tolerar todo lo adverso con daño y no desear cosa de prosperidad en este mundo. Si te miras a ti, no podrás por ti cosa alguna de éstas; mas si confías en Dios, él te dará fortaleza celestial y hará que te obedezca el mundo y la carne, y no temerás al demonio si estuvieres armado de fe y señalado con la cruz de Cristo.

Disponte, pues, como bueno y fiel siervo de Cristo para llevar varonilmente la Cruz de tu Señor, crucificado por amor tuyo. Prepárate a sufrir muchas adversidades y diversas incomodidades en esta miserable vida, porque así estará contigo donde quiera que fueres y de verdad lo hallarás en cualquier parte donde te escondas. Así conviene, y no hay otro remedio para escapar de la tribulación de los males y del dolor, sino sufrir. Bebe con afecto el cáliz del Señor si quieres ser su amigo y tener parte con él. Remite a Dios las consolaciones y haga él con ellas lo que más le pluguiere. Pero tú disponte a sufrir las tribulaciones y estímalas por grandes consuelos; porque no son condignas las penalidades de este tiempo para merecer la gloria venidera, aunque tú solo pudieses sufrirlas todas.

Cuando llegares a punto que la aflicción te sea dulce y gustosa por amor de Cristo, piensa entonces que vas bien porque hallaste el paraíso en la tierra. Mientras te parezca penoso el padecer y procures huirlo, cree que vas mal, y donde quiera que fueres te seguirá el rastro de la tribulación.

Si te dispones para hacer lo que debes, conviene a saber, sufrir y morir, luego te irá mejor y hallarás paz. Y aunque fueres arrebatado hasta el tercer cielo con San Pablo, no estarás por eso seguro de no sufrir alguna contrariedad. Yo, dice Jesús, te mostraré cuántas cosas le convendrá padecer por mi nombre. Luego, sólo te queda el padecer, si quieres amar a Jesús y servirle siempre.

Pluguiese a Dios que fueses digno de padecer algo por el nombre de Jesús. ¡Cuán grande gloria se te daría! ¡Cuánta alegría causarías a todos los Santos de Dios! ¡Cuánta edificación sería para el prójimo!, pues todos alaban la paciencia, aunque pocos quieren padecer. Con razón debías sufrir algo de buena gana por Cristo, cuando hay tantos que sufren más graves cosas por el mundo.

Ten por cierto que te conviene morir viviendo; y que cuanto más muere cada uno a sí mismo, tanto más comienza a vivir a Dios. Ninguno es apto para comprender las cosas celestiales si no se aviene a sufrir las adversidades por Cristo. No hay cosa a Dios más acepta, ni para ti en este mundo más saludable, que padecer gustosamente por Cristo. Y si te diesen a escoger, más debías desear padecer cosas adversas por Cristo, que ser recreado de muchas consolaciones; porque en esto le serías más semejante, y más conforme a todos los santos. Pues no está nuestro merecimiento, ni la perfección de nuestro estado en disfrutar muchas suavidades y consuelo, sino en sufrir grandes penalidades y tribulaciones.

Porque si alguna cosa fuera mejor y más útil para la salvación de los hombres que el sufrir, Cristo lo hubiera declarado con su palabra y ejemplo; pues manifiestamente exhorta a sus discípulos, que lleven la Cruz y les dice: Si alguno quisiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Así que, leídas y bien consideradas todas las cosas, sea ésta la conclusión: Que por muchas tribulaciones nos es necesario entrar en el reino de Dios.

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