Artículo escrito por: Rick Wade
Los cristianos ubican correctamente su identidad última en el Dios que nos creó a su imagen. Somos la creación de Dios, hechos para sus propósitos y para su gloria. Pero, ¿somos importantes como individuos ante Dios? ¿Somos sólo una pequeña parte de la masa de la humanidad? ¿O somos personalidades individuales con características que comparten todas las personas, pero también con un conjunto de características únicas que son nuestras? Según el esquema mental que ha tomado el mundo occidental, llamado postmodernismo, no somos un “yo” para nada. No tenemos ninguna identidad única que sea identificable desde el nacimiento hasta la muerte; no hay un verdadero “usted” que permanezca constante a lo largo de todos los cambios de la vida.
¿Qué es el postmodernismo? En general, se reconoce que el postmodernismo no es una filosofía. No es un sistema filosófico único y bien elaborado que busque definir y contestar las grandes preguntas de la vida. El postmodernismo es, más que nada, una descripción del esquema mental de la cultura occidental en la segunda mitad del siglo veinte. Algunos lo llaman un estado de ánimo. Nosotros podríamos decir que es una descripción de los fracasos del modernismo, junto con una mezcolanza de sugerencias para una nueva orientación del pensamiento y la vida. El modernismo es el nombre dado a una forma de pensar que nació en la era del Iluminismo. Es una perspectiva muy optimista sustentada por los éxitos de las ciencias, que produjeron una tecnología realmente maravillosa. Podíamos entendernos a nosotros y nuestro mundo y, trabajando juntos, podríamos arreglar lo que estaba roto en la naturaleza y en la vida humana. Lamentablemente, al final del día hemos descubierto que nuestro optimismo estaba errado. Obviamente, no hemos solucionado todos nuestros problemas, y cuanto más aprendemos más nos damos cuenta de lo poco que sabemos. No sólo no hemos podido arreglar todas las cosas, sino que la tecnología que tenemos ha tenido algunos efectos colaterales malos.
El postmodernismo y el yo
El escritor Walter Truett Anderson da cuatro términos que usan los posmodernistas para hablar del yo y que tienen que ver con los temas del cambio y las múltiples identidades.
El primero es multifrenia. Esto se refiere a las muchas voces diferentes que nos dicen quién somos y qué somos. Nuestras vidas son multidimensionales. Las diversas relaciones que tenemos en nuestras vidas nos tiran en diferentes direcciones. Representamos “tal variedad de roles que el concepto mismo de ‘yo auténtico’ con características conocibles desaparece de la vista.” Y estos roles no se superponen ni son congruentes de ninguna forma significativa. Como dice Anderson: “En el mundo postmoderno, uno simplemente no llega a ser un ‘alguien’ único y consistente.”
El segundo término es proteano. El yo proteano es capaz de cambiar constantemente para adecuarse a las circunstancias actuales. “Puede incluir cambiar de opiniones políticas y de comportamiento sexual, cambiar de ideas y de formas de expresarlas, cambiar formas de organizar nuestra propia vida.”
En tercer lugar, Anderson habla del yo descentrado. Este término se centra en la creencia de que no existe ningún yo. El yo está siendo redefinido constantemente, y constantemente está sufriendo cambios.
El cuarto término de Anderson es el-yo-en-relación. Este concepto se encuentra a menudo en estudios feministas. Significa que vivimos nuestras vidas no como islas en cuanto a nosotros sino en relación con personas y a ciertos contextos culturales. Para entendernos correctamente necesitamos entender los contextos de nuestras vidas.
Si juntamos estos cuatro términos, tenemos la imagen de una persona que no tiene ningún centro sino que está tirada en muchas direcciones diferentes, y está constantemente cambiando y siendo definida externamente por las diferentes relaciones que tiene con otros. Así que no hay ningún “yo,” ninguna personalidad interna para luchar con todos estos roles diferentes y determinar cuál aceptaré, cuál no y, en última instancia, quién soy realmente. Entonces, ¿cómo ocurren los cambios? ¿Quién decide cómo soy o quién soy? Según el pensamiento postmoderno, somos modelados por fuerzas exteriores. Estamos construidos socialmente.
¿Qué significa estar construido socialmente? Significa que los valores, lenguajes, el arte, los entretenimientos de nuestra propia sociedad, y todo aquello que nos rodea cuando crecemos, definen quiénes somos. No tenemos identidades fijas que puedan separarse de lo que nos rodea y que permanezca igual aun cuando ciertas características y circunstancias puedan cambiar. Por lo tanto, somos creados de afuera hacia adentro, en tiempos postmodernos la posición de una persona está determinada por la moda o el estilo. A medida que cambia el estilo, debemos cambiar con él. Sin embargo, estar ligado con las modas del momento significa que no hay ningún contexto externo para nuestras vidas. Estamos “situados históricamente.” Eso significa que nuestras vidas sólo pueden ser comprendidas en el contexto del momento histórico presente. Todo lo que importa es el ahora. Lo que fui ayer es irrelevante; lo que seré mañana es una incógnita.
Cito a Thiselton, la pérdida de estabilidad, identidad y confianza “generan una incertidumbre, inseguridad y ansiedad profundas . . . El yo postmoderno vive diariamente con la fragmentación, la indeterminación y una intensa desconfianza” de todas las afirmaciones de una verdad última o de normas morales universales. Esto da como resultado una actitud defensiva y una “preocupación creciente con la autoprotección, el interés propio, el deseo de poder y de recuperar el control. El yo postmoderno, está predispuesto a asumir una postura de estar listo para el conflicto.”
¿Existe una respuesta en Cristo para los “no-yos” fragmentados del mundo postmoderno? ¿Tiene algo que decir Cristo al individuo postmoderno? ¿Y puede decirle algo a la persona que quiere afirmar o recuperar su propia identidad y quiere trazar un curso para su vida para que, cómo individuo, pueda experimentar y aprender de Él y pueda desarrollar una personalidad propia? Por cierto que sí. El llamado de Dios en Cristo es a individuos dentro de la historia mayor de la obra de Dios en este mundo. Por una parte, al haber sido creados por Él nos vemos como personas a las que se les puede hablar como Jeremías, con la noticia de que Dios lo conoció antes que naciera. Era el mismo Jeremías que estaba siendo formado en el vientre de su madre al que Dios habló como adulto (Jer. 1:5). Además, en Cristo nos reconocemos como individuos responsables que deben dar cuenta de nuestras acciones sin señalar con el dedo acusador a la “sociedad” (Ap. 20:12). En Cristo podemos reconocer que somos modelados, en gran medida, por lo que nos rodea, y que estamos situados históricamente hasta cierto punto. Pero no estamos atrapados. La redención “promete liberación de todas las cadenas de causa y efecto de fuerzas que retienen al yo en su pasado.”
En Cristo, la sospecha que caracteriza al hombre postmoderno que siempre está en guardia para no ser redefinido y controlado por otros se disuelve en un amor que se entrega a los intereses de Dios y de otros hombres. La voluntad de poder del hombre postmoderno que es autodestructivo deja lugar a la voluntad de amar que se extiende para construir en vez de controlar. Ciertamente podemos encontrar un terreno común con personas de otros grupos. “La cruz de Cristo en principio hace añicos los límites y los conflictos entre judíos y gentiles, mujeres y hombres, libres y esclavos” (Gá. 3:28). Si reconocemos nuestra condición de situación histórica relativa, nos ayudará a entender la importancia de la iglesia local como el contexto social dentro del cual las barreras se destruyen. En Cristo, entonces, tenemos amor antes que conflicto, servicio antes que poder, confianza antes que sospecha. En Cristo, reconocemos que a veces la vida parece caótica, que hay lugares de oscuridad donde nos sentimos abrumados por fuerzas exteriores que no se comportan como deberían, de acuerdo con nuestras ideas. Pero somos llamados a “poner la mira en las cosas de arriba” (Col. 3:2), a poner nuestra confianza en “el temor de Jehová” (Pr. 9:10; Job 28:28; Ec. 12:13)
La obra de Cristo promete la restauración del yo individual que “una vez más, llegará a llevar completamente la imagen de Dios en Cristo (He. 1:3; Gn. 1:26) como una personalidad definida por el dar y el recibir, por el amar y por el ser amada incondicionalmente.” Como escribe Steven Sandage: “La esencia absoluta en la vida no es el cambio sino la fe en un Dios que no cambia, el ‘ancla del alma’ que nos recuerda que somos extranjeros que anhelamos un país mejor” (He. 6:19; 11:1-16). El mensaje de esperanza es el que los hombres y mujeres postmodernos necesitan oír. Ese mensaje, entregado dos milenios atrás, aún habla hoy. “La palabra de Dios permanece para siempre” (Is. 40:8). Algunas cosas nunca cambian.
Seamos fieles a Dios formándonos una cosmovisión de acuerdo a su Palabra,
No hay comentarios:
Publicar un comentario