martes, 18 de marzo de 2008

La iglesia y el proceso de desmasificacion

Las revoluciones industriales fueron eventos que colocaron las bases del proceso económico moderno, de nuestra vida moderna, de nuestra forma de hacer economía, relaciones, sociedad, cultura, existencia. Somos los que somos hoy gracias a (o por culpa de) este momento histórico. Este fenómeno es tan fundamental que cambio irreversiblemente el modo de producir, la manera de organizarse socialmente y todos los esquemas que seguían una secuencia ininterrumpida de miles de años.

La vida antes de este acontecimiento era eminentemente agrícola. La Biblia se escribe en este contexto de predominio del campo. Puede causar gracia que la “Ciudad de David” haya tenido trescientos metros de largo y cien de ancho (¡un pequeño pueblo andino es más grande que eso!) o que la Jerusalén de Cristo fue un cuadrado de un kilómetro de lado, pero esto era reflejo de un estilo de vida de la gente que no requería urbes mayores. Las señales de Jesús, sus parábolas (El sembrador, la higuera estéril, trigo y la cizaña, semilla de mostaza, el buen pastor, la oveja perdida, el hijo pródigo, los obreros de la viña, los labradores malvados) y la ubicación de su ministerio terrenal (concentrado en los pequeños pueblos de Galilea, Perea y Judea), son una rúbrica del mundo, del orbe vigente en esa época. No era solamente un enfoque por el auditorio ni una estrategia misiológica, sino que era parte del proceso encarnacional del Mesías: vino a nosotros en una era específica y en un lugar específico; por lo tanto, tuvo que venir al universo agrícola. Si no era así, ¿a dónde hubiera venido? ¿Cómo decir que hubiera identificado con nosotros?

El mundo fue esencialmente similar hasta el siglo XVIII. La economía asentada en el trabajo manual fue remplazada por otra dominada por la industria y sustentada en la maquinaria a base del vapor y el carbón. La expansión del comercio fue beneficiada por la mejora de las rutas de transportes y posteriormente por el nacimiento del ferrocarril, junto al desarrollo naviero. Estas nuevas máquinas favorecieron enormes incrementos en la capacidad de producción y forjaron efectos colaterales como la urbanización y el surgimiento de una clase burguesa vinculada a la manufactura que desplazó a la vieja aristocracia que vivía dependiente de la tierra.

Adam Smith, el padre de la economía, se intereso profundamente en estos procesos. En su obra cumbre: “Una investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones”, exploro de una forma novedosa hasta ese momento el fenómeno marcando las pautas básicas del posterior análisis y estableciendo a la naciente economía como una ciencia. El identifico la división del trabajo como la fuente de mayor progreso en las capacidades productivas. ¿Que es la división del trabajo? En simple, significa que el proceso de producción se divide en pequeñas etapas que permiten incrementar en sobremanera la cantidad de bienes elaborados.

Pongamos las cosas más en concreto con un ejemplo del mismo autor. Adam Smith opinaba que una persona, trabajando mucho y utilizando las herramientas manuales disponibles en 1770, podía hacer, quizás, unos veinte alfileres al día. Sin embargo, el propio Smith observo que, utilizando las mismas herramientas pero partiendo el proceso en cierto número de pequeñas operaciones individuales en las que la gente se especializaría, es decir, mediante la división del trabajo, diez personas podrían hacer la asombrosa cifra de 48000 alfileres al día. Uno sacaba el alambre, otro lo estiraba, un tercero lo cortaba, un cuarto lo afilaba, un quinto lo esmerilaba, tres especialistas hacían la cabeza y un cuarto las unía. Por ultimo, uno pulía el alfiler y lo envolvía en un papel. Señoras y señores, con ustedes la producción en serie.

Si a este proceso, bosquejado por Smith pero aplicado por visionarios empresarios que vieron en esta lógica la oportunidad de mayores ganancias le añadimos el invento de nuevas tecnologías para la producción de diversos productos, tendremos una explosión de tal nivel que lo que se acaba creando es un sistema económico nuevo: ha llegado el gran capitalismo.

Por la lógica de la producción en serie miles y miles de productos iguales salían de las factorías de todas partes, y nada más expresivo que las cadenas de montajes de donde, desde piezas independientes, se armaba el auto más famoso de todos los tiempos: el Fort T. Dos características básicas marcaban este proceso. Desde un lado, había una gran cantidad de obreros que participaban del proceso de fabricación. Sin hacer preguntas, sin opinión y fácilmente intercambiable, se encargaban de producir. De otro lado, millones de productos idénticos. Ese es un modelo que no se limito a las fábricas de la época. Distribución en serie, educación de masas, medios de comunicación de masas, espectáculos masivos. La lógica de la fábrica y de la producción en serie.

Hasta aquí, podemos decir: ¿Y qué tiene que ver esto con el cristianismo? La lógica de la fábrica y la producción en serie ingresó en muchos ambientes de la sociedad y, aunque no lo percibamos así, la iglesia no fue la excepción. La iglesia se convirtió en una especie de fábrica que producía, en serie, muchos cristianos idénticos. Dentro de cada una de ellas se buscaba ser como Cristo (porque este es un mensaje bíblico), esto es, todos iguales, pero según un molde predeterminado. Se creó una ética estricta que no permitía que dentro de las comunidades existiesen cristianos de ideas distintas, ergo, estos decantaban naturalmente hacia el exterior. Todos los presbiterianos eran “iguales” en teología, los metodistas “iguales”, los bautistas “iguales”, los luteranos “iguales”. Algunos se visten igual o muy parecido, tienen la misma jerga, el mismo sentido del humor, consideran como malas las mismas cosas, piensan que la verdad es UNA en forma absoluta y que esa es la que enseñan en sus iglesias, que los que piensan diferentes son defectuosos o están en pecado, no están acostumbrados a objetar (porque eso es malo, mi hermano. ¡Lo dice la Biblia!: “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente. En cambio el espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie. Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Más nosotros tenemos la mente de Cristo”). ¿Todo esto viene de la lógica de la fábrica y la producción en serie? Sí, este es uno de los factores importantes.

A la vez que se expandieron las rutas comerciales, se inició la segunda gran colonización liderada por Inglaterra y se expandieron los mercados. Este impulso incentivó poderosamente la evangelización del mundo, iniciando los grandes movimientos misioneros. Era el espíritu de la época. Y, colateralmente, se enfatizó el crecimiento masivo. El espíritu que movió a las misiones no fue sólo fruto de la gran comisión, sino que tuvo un empujón de la revolución industrial.

Las denominaciones empezaron a formarse desde la reforma con mucha intensidad. Esto podría ser una señal de que en realidad la lógica de la fábrica no se cumplía estrictamente ya que cada una de ellas “hacía” cristianos distintos. ¿Es esto así? La formación de las denominaciones trasciende el sentido práctico y nos inclina a cuestiones más terrenas como las envidias o desacuerdos. Sin embargo, las comunidades, dentro de ellas, como un cuerpo que hacía una iglesia local, todos sí debían ser iguales y debemos buscar la expansión de la manera más rápida. Si no, ibas en contra del cuerpo, se te podía considerar, inclusive, un elemento anómalo. No tienes que pensar, no tienes que disentir, todo ya está escrito, ya establecido. La iglesia es una fábrica que busca hacer a todos iguales y en serie.

Sin embargo, hoy se pide algo diferente. Hay un terremoto, otro cambio del nivel de la revolución industrial, ¡que impactará a la iglesia! El trabajador tiene que pensar por sí mismo y ya no quedarse impávido ante las reglas o procesos que le impone el trabajo. El trabajador es animado a poner en tela de juicio los procesos y retado a mejorarlos. Es positivo innovar y asumir riesgos, ya no como antes cuando esa actitud se veía como una amenaza. La producción es hoy personalizada y ya no masiva. ¡La lógica de la fábrica y la producción en serie se ha roto! Este proceso incluye la cultura, los valores y la moral. Por ello, los mensajes transmitidos en los medios de comunicación son independientes y contradictorios, totalmente personales e independientes. Ante esto, vienen cristianos distintos. Cristianos que piensen por sí mismos, que objeten las certezas heredadas, que cuestionen los viejos dogmas y tengan la energía suficiente para derribarlos. Cristianos que refutarán las formas y los fondos, y por su espíritu de innovación crearán nuevos estilos de hacer iglesia más flexibles y distintos a los antiguos. Cristianos que no vean como virtud la homogeneidad masiva sino que aprecien la riqueza de la diversidad en la experiencia con Dios y en la hermenéutica. Ante esto, ¿Qué tiene la iglesia que ofrecer? ¿Hacia dónde muta el cristianismo? ¿Dónde van nuestras comunidades? ¿Estamos perdidos o hay esperanza?



REFERENCIAS

Parkin, Michael. MICROECONOMIA. 2da Edición. Wilmington, Delaware, USA: Addison-Wesley Iberoamericana, S.A. 1995. Pag. 23-24

Salvat Editores. HISTORIA UNIVERSAL, TOMO XVII. Lima. Orbis Ventures, 2005.

Toffler, Alvin y Heidi. LA CREACION DE UNA NUEVA CIVILIZACION. Barcelona. Plaza & Janes Editores, 1995.

Wikipedia. REVOLUCIÓN INDUSTRIAL. Artículo con modificación del 06-07-2007.

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