por John Kachelman
Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén (Efesios 3.20–21).
La insuficiencia de la humanidad ha sido descrita de la siguiente manera: “Con nosotros sucede como con el pequeño bebé, que está aprendiendo a caminar, el cual se puede poner de pie solamente cuando alguien lo sostiene de la mano; o como con los que están aprendiendo a nadar, los cuales se hunden, tan pronto como se les deja solos. Si no fuera porque Dios nos sostiene, desmayaríamos y fracasaríamos completamente”. No somos todopoderosos. No somos autosuficientes. Mientras no admitamos este hecho, jamás podremos ver la necesidad que tenemos, del Dios Todopoderoso. Debemos reconocer, así como Pablo, que cuando estamos enfrentados a la extrema debilidad, el poder de Dios es sin par. En 2 Corintios 12.10, esto fue lo que dijo: “Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte”.
SU PODER ES DECLARADO
En Efesios 3.20–21, se registra una maravillosa verdad para todos los que han sido confrontados
con las limitaciones de la mortalidad: “Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas
mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén”.
Estas palabras siguen a la serie de peticiones hechas, que aparecen en los versículos 16 al 19.
Tales peticiones son de gran trascendencia y son humanamente imposibles. Pero Pablo quiso subrayar la realidad que esas peticiones cobraban, si eran vistas a la luz del poder de Dios. Dios podía conceder tales peticiones. ¡No solamente podía hacer grandes cosas, sino que también podía superar mucho más abundantemente tales cosas! Tal divino poder es demasiado maravilloso para comprenderlo. Son tantos los que tienen este recurso a mano y no lo aprovechan. Son muchos los que se rehúsan a buscar esta gran ayuda porque viven echando mano del poder de lo mortal para resolver el problema, y lo que logran es tan sólo que sean gravados con una carga, cada vez más pesada. El poder de Dios está al alcance, pero no
atinamos a utilizar tal recurso en los problemas de la vida.
Dios nos insta a esperar más de lo que normalmente esperamos en oración y fe. Él está a la
espera de responder a oraciones nuestras en que se pida lo “imposible” para nosotros, pero no para él, gracias a su poder (Mateo 19.26; Lucas 6.38).
He aquí un gran desafío para su fe. ¿Iremos a creer en este poder de Jehová el cual es mucho más abundante de lo que pedimos o entendemos? (cf. Mateo 9.28).
SU PODER ES ILUSTRADO
Los profetas del Antiguo Testamento nos proveen con los hechos necesarios, para darle
sustento a nuestra fe (Romanos 15.4). Esto es cierto, especialmente, cuando damos comienzo al estudio del maravilloso poder de Dios. Las páginas del Antiguo Testamento catalogan caso tras caso, en los cuales el poder de Dios fue mucho más abundante de lo que necesitaba su pueblo. Échele una mirada a algunos casos, y deje que éstos le hablen acerca de tal poder de Dios.
El cruce del Mar Rojo y del río Jordán El que los Israelitas cruzaran el Mar Rojo, y luego el río Jordán, constituye dos eventos que los críticos radicales han tratado de desacreditar por siglos. Pero tales eventos siguen en pie como hechos históricamente ciertos. En Éxodo 14.21–22, 29, leemos que la nación de Israel estaba atrapada. No se veía que hubiera escape posible. Fue como muchos lo han hecho notar, la nación estaba “entre el diablo y la profundidad azul del mar”. El Faraón y su ejército se asomaban por el horizonte. El vasto Mar Rojo se extendía en frente de ellos. ¿Qué podían hacer? La situación era de desesperanza.
Muchos de los israelitas sugirieron la rendición, el volver a la esclavitud, y atenerse a que el Faraón les tuviera misericordia. Había algunos, los cuales pedían la cabeza de Moisés servida en un plato, pues lo culpaban del predicamento en el que se encontraban. Luego, sucedió algo que estaba más allá de lo que pudieran haber pedido o pensado: Dios hizo que el Mar Rojo se partiera y sus aguas se erigieran como muros. Israel caminó a través del cristalino pasaje hacia la seguridad. Pero póngale atención cuidadosa a Éxodo 14.22. Si yo hubiera sido parte del campamento israelita, con gusto habría vadeado con el barro hasta la rodilla con el fin de escapar de los egipcios. El barro hubiera sido mejor que la ira de ellos. Pero, note que Dios, ¡incluso secó el barro que se encontraba en el fondo del mar! La nación de Israel no pidió que el barro se secara; ni siquiera consideró la posibilidad. ¡Pero el poder de Dios lo proveyó! Esto le arroja una nueva luz al significado de Efesios 3.20.
Una situación similar ocurrió cuando Israel llegó al vado del río Jordán (Josué 3), con el fin de
entrar a Canaán. Después de vagar por el desierto durante cuarenta años, llegaron a reclamar la
promesa hecha a Abraham muchos años antes. Pero el río estaba inundado, y sólo alguien falto de razón se hubiera aventurado a cruzar las iracundas olas. ¿Qué podían hacer? La tierra prometida estaba a la vista, pero no tenían recursos (por lo menos eso pensaban). Cuando la mañana aclaró, el llamado se dio de que Israel formara sus grupos de marcha. Imagine la perplejidad de la gente. ¿Para dónde iban? Luego una orden inimaginada le fue dada a
los sacerdotes que cargaban el arca: ¡Ellos habían de llevar el arca y guiar a Israel hacia la rugiente inundación! Cuando lo hicieron, algo increíble sucedió: “… cuando los que llevaban el arca entraron en el Jordán, y los pies de los sacerdotes que llevaban el arca fueron mojados a la orilla del agua… las aguas que venían de arriba se detuvieron como en un montón…” (Josué 3.15–16). ¡El mucho más abundante poder de Dios se hizo evidente! Esto es lo que el versículo 17, dice: “… los sacerdotes que llevaban el arca del pacto de Jehová, estuvieron en tierra seco, firmes en medio del Jordán…”. ¡Nuevamente Dios secó el lodoso fondo hasta dejarlo llano!
La toma de Jericó
Después de que la nación de Israel se hubo recuperado de haber cruzado el Jordán, fue confrontada con otra “imposibilidad”. Cualquiera que entrara a Canaán tenía que pasar por Jericó. Por esta causa, la ciudad era una poderosa fortaleza. Cualquier ejército invasor se desanimaría de pensar en la toma de la amurallada ciudad. Cuando Josué pensó en la invasión tal vez se hubiera conformado con un hoyo en el muro, a través del cual algunos
hombres pudieran correr hasta la entrada y abrirla para que entrara el resto. Eso era sólo un sueño, pues Dios le ofreció a las tropas de Josué algo más grande que un hoyo en el muro. Le dijo a Josué que ¡el muro entero iba a caer! De hecho, lo que Dios le dijo a Josué era que Jericó ya era posesión suya (Josué 6.2). El plan de batalla fue increíble. El muro caería después de que ellos hubieran marchado alrededor de la ciudad durante siete días y hubieran sonado las trompetas (Josué 6.4–5). Israel siguió el plan con exactitud, y ¡el muro cayó exactamente como Dios lo había prometido!
El plan de Dios fue más allá de las expectativas de Israel. Sucedió conforme al poder de Dios, el
cual es mucho más abundante de lo que esperamos.
La confrontación sobre el Monte Carmelo
Mucho tiempo después, en la historia del Antiguo Testamento, el gran profeta Elías es ahora
el portavoz de Dios. El escenario nos transporta a la gran confrontación entre Dios y Baal. Los
sacrificios habían sido preparados por Elías y los profetas de Baal. Los profetas de Baal montaron un espectáculo ese día, el cual mostró la completa impotencia de la idolatría (1 Reyes 18.26ff.). El
fracaso de ellos fue evidente. Como el agua destilaba del sacrificio y además había un foso
alrededor del altar reparado, Elías parecía destinado al fracaso también. ¿Se ha preguntado usted, alguna vez, por qué hizo Elías su parte de la contienda tan difícil? Él no tenía por qué
hacerlo. Podía haberse apegado a lo acordado originalmente. Quiero creer que fue por causa de
su fe en el poder de Dios. Él sabía que si Dios podía iniciar un fuego con madera seca, también podía hacerlo con madera mojada. ¡Y estaba en lo correcto! El poder de Dios fue magnificado ese día cuando éste quemó la madera mojada, los bueyes, las piedras del altar, el agua e incluso, el suelo (1 Reyes 18.38) ¡Son grandiosas las cosas que suceden cuando nos enfocamos en el mucho más abundante poder de Dios! La salvación de los pecadores Una de las más grandes ilustraciones del poder de Dios se encuentra en el Nuevo Testamento. ¡Dios puede salvar pecadores! El hombre rebelde, que lucha por hallar paz y sentido para su vida, estaba sin esperanza y sin rumbo. Los hombres habían rechazado a Dios y habían puesto su confianza en lo mortal, y las consecuencias resultaron en una magnificada ruina (Romanos 1.18ff.). Los hombres están perdidos, condenados a estar separados de Dios por toda la eternidad. Son esclavos de su propio egoísmo y rebeldes en contra de todo lo que es bueno y puro. Pero lo que parecía un caso sin esperanza, llegó a llenarse de esperanza, a causa del poder de Dios (cf. Juan 3.16ff.). De su propia iniciativa, Dios había tomado medidas para redimir a los hombres errantes. Fue debido al amor divino por la humanidad descarriada, que Dios formuló un plan, el cual pudiera lograr lo imposible (Romanos 5.6–9). Nuevamente, Dios fue más allá de lo que el hombre errante esperaba, al ofrecer a éste un pleno perdón de gracia. No se estipuló una expiación que hubiera
que ganar. No se requerían obras cumplidas las cuales tuvieran que ofrecerse, con el fin de balancear los platillos de la balanza (cf. Efesios 2.8–9). ¡La salvación era un regalo gratuito, el cual era extendido por Aquel que tiene poder mucho más abundante de lo que entendemos o pedimos! Nuestro Dios es poderoso, no importa la situación que enfrentemos. La belleza de esta oferta se describe en Romanos 6. Dada esta provisión de gracia, todos los hombres deberían estar dispuestos a volverse del servicio al pecado, al servicio a la fidelidad a Dios. Esto se obtiene solamente por medio de una fe obediente en Cristo. Esto no es algo que se obtiene por la “fe sola”, sino por una fe obediente, la cual se cumple en el momento de la inmersión. Esta obediencia a la inmersión nos faculta para que lleguemos a ser una parte del cuerpo espiritual de Cristo (v. 3), para andar en vida nueva (v. 4), para destruir el viejo hombre de pecado (v. 6), para asirnos de la esperanza de la resurrección (vv. 5, 9–11). Los que han sido sumergidos en Cristo, para perdón de los pecados (Hechos 22.16), son santificados para Dios (vv. 12–18). Una vez que somos santificados de esa manera, somos libres del pecado y podemos regocijarnos en la promesa de la vida eterna (vv. 21–23).
Los hombres no hubieran podido, jamás, modelar tan maravillosa oferta de vida eterna. No
hubiéramos podido, jamás, concebir las bendiciones de un completo perdón. El Todopoderoso
Dios es el único que pudo extender la esperanza del perdón y de la reconciliación al hombre que,
sin éxito, vivía intentándolo por sus propios medios.
SU PODER ES APLICADO:
Después de estudiar estas ilustraciones, somos impresionados con el maravilloso poder de nuestro gran Dios. Unámonos a los tres jóvenes hebreos, los cuales, cuando enfrentaban el llameante horno de fuego, expresaron llenos de confianza: “Nuestro Dios… puede” (Daniel 3.17; cf. Job 9.4–7, 10).
En segundo lugar, somos impresionados con las recompensas que están en el cielo, las cuales
son mucho más abundantes de lo que entendemos. El cielo será muchísimo más grandioso de lo que podemos imaginar (cf. Isaías 66.18, 20–23). Los vocablos que se refieren a cosas de la tierra, son insuficientes para describir el esplendor del cielo.
El cielo va a ser más valioso que el oro fino. ¡Cuán maravilloso don es el que Dios ofrece a sus hijos en la promesa de la gloria del cielo! En tercer lugar, ¡nos horroriza pensar en los
terrores del infierno! Si la gloria del cielo va a exceder en medida extra, las glorias de la tierra,
entonces la agonía del infierno va a exceder el dolor terrenal (cf. Isaías 66.24). La angustia del
infierno va a trascender hasta los más violentos dolores de la tierra.
CONCLUSIÓN:
El poder de Dios, el cual es mucho más abundante de lo que entendemos, es maravilloso. Esto
es especialmente cierto, cuando se compara con la debilidad del hombre (Marcos 10.37). Nuestro Dios puede, no importa la situación que enfrentemos. Sin embargo, a menudo enfrentamos cierta
debilidad cuando ponemos en práctica esta certeza de fe. Así como Moisés lo hacía, cuando él se sentía abrumado por las tribulaciones, nosotros también dudamos del poder de Dios (cf. Números 11.21–23). Es el más grande de los alientos el que se obtiene, cuando recordamos la confianza de todos los que se atuvieron al poder de Dios. Una mujer, una vez, le dio a un profeta una torta cocida, era el último alimento que ella tenía en un tiempo de hambruna. Sin embargo, como retribución, ella recibió una amplia provisión de alimento, la cual le duró hasta que la hambruna pasó (1 Reyes 17.8– 16). Una viuda echó dos blancas en el arca de las ofrendas para Dios, y ganó fama inmortal (Lucas 21.1–4). Imite a estos santos, quienes depositaron su confianza en el poder de Dios, a la vez que usted cultiva una similar confianza en su vida.
¿Cree usted que hay algo demasiado difícil para Dios? Su poder extiende a todos una promesa
de esperanza y fortaleza (Salmos 81.10). Él puede suplir las respuestas a nuestras necesidades.
Fuente:
http://www.biblecourses.com/sp_lessons/SP_199902_13.pdf
Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén (Efesios 3.20–21).
La insuficiencia de la humanidad ha sido descrita de la siguiente manera: “Con nosotros sucede como con el pequeño bebé, que está aprendiendo a caminar, el cual se puede poner de pie solamente cuando alguien lo sostiene de la mano; o como con los que están aprendiendo a nadar, los cuales se hunden, tan pronto como se les deja solos. Si no fuera porque Dios nos sostiene, desmayaríamos y fracasaríamos completamente”. No somos todopoderosos. No somos autosuficientes. Mientras no admitamos este hecho, jamás podremos ver la necesidad que tenemos, del Dios Todopoderoso. Debemos reconocer, así como Pablo, que cuando estamos enfrentados a la extrema debilidad, el poder de Dios es sin par. En 2 Corintios 12.10, esto fue lo que dijo: “Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte”.
SU PODER ES DECLARADO
En Efesios 3.20–21, se registra una maravillosa verdad para todos los que han sido confrontados
con las limitaciones de la mortalidad: “Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas
mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén”.
Estas palabras siguen a la serie de peticiones hechas, que aparecen en los versículos 16 al 19.
Tales peticiones son de gran trascendencia y son humanamente imposibles. Pero Pablo quiso subrayar la realidad que esas peticiones cobraban, si eran vistas a la luz del poder de Dios. Dios podía conceder tales peticiones. ¡No solamente podía hacer grandes cosas, sino que también podía superar mucho más abundantemente tales cosas! Tal divino poder es demasiado maravilloso para comprenderlo. Son tantos los que tienen este recurso a mano y no lo aprovechan. Son muchos los que se rehúsan a buscar esta gran ayuda porque viven echando mano del poder de lo mortal para resolver el problema, y lo que logran es tan sólo que sean gravados con una carga, cada vez más pesada. El poder de Dios está al alcance, pero no
atinamos a utilizar tal recurso en los problemas de la vida.
Dios nos insta a esperar más de lo que normalmente esperamos en oración y fe. Él está a la
espera de responder a oraciones nuestras en que se pida lo “imposible” para nosotros, pero no para él, gracias a su poder (Mateo 19.26; Lucas 6.38).
He aquí un gran desafío para su fe. ¿Iremos a creer en este poder de Jehová el cual es mucho más abundante de lo que pedimos o entendemos? (cf. Mateo 9.28).
SU PODER ES ILUSTRADO
Los profetas del Antiguo Testamento nos proveen con los hechos necesarios, para darle
sustento a nuestra fe (Romanos 15.4). Esto es cierto, especialmente, cuando damos comienzo al estudio del maravilloso poder de Dios. Las páginas del Antiguo Testamento catalogan caso tras caso, en los cuales el poder de Dios fue mucho más abundante de lo que necesitaba su pueblo. Échele una mirada a algunos casos, y deje que éstos le hablen acerca de tal poder de Dios.
El cruce del Mar Rojo y del río Jordán El que los Israelitas cruzaran el Mar Rojo, y luego el río Jordán, constituye dos eventos que los críticos radicales han tratado de desacreditar por siglos. Pero tales eventos siguen en pie como hechos históricamente ciertos. En Éxodo 14.21–22, 29, leemos que la nación de Israel estaba atrapada. No se veía que hubiera escape posible. Fue como muchos lo han hecho notar, la nación estaba “entre el diablo y la profundidad azul del mar”. El Faraón y su ejército se asomaban por el horizonte. El vasto Mar Rojo se extendía en frente de ellos. ¿Qué podían hacer? La situación era de desesperanza.
Muchos de los israelitas sugirieron la rendición, el volver a la esclavitud, y atenerse a que el Faraón les tuviera misericordia. Había algunos, los cuales pedían la cabeza de Moisés servida en un plato, pues lo culpaban del predicamento en el que se encontraban. Luego, sucedió algo que estaba más allá de lo que pudieran haber pedido o pensado: Dios hizo que el Mar Rojo se partiera y sus aguas se erigieran como muros. Israel caminó a través del cristalino pasaje hacia la seguridad. Pero póngale atención cuidadosa a Éxodo 14.22. Si yo hubiera sido parte del campamento israelita, con gusto habría vadeado con el barro hasta la rodilla con el fin de escapar de los egipcios. El barro hubiera sido mejor que la ira de ellos. Pero, note que Dios, ¡incluso secó el barro que se encontraba en el fondo del mar! La nación de Israel no pidió que el barro se secara; ni siquiera consideró la posibilidad. ¡Pero el poder de Dios lo proveyó! Esto le arroja una nueva luz al significado de Efesios 3.20.
Una situación similar ocurrió cuando Israel llegó al vado del río Jordán (Josué 3), con el fin de
entrar a Canaán. Después de vagar por el desierto durante cuarenta años, llegaron a reclamar la
promesa hecha a Abraham muchos años antes. Pero el río estaba inundado, y sólo alguien falto de razón se hubiera aventurado a cruzar las iracundas olas. ¿Qué podían hacer? La tierra prometida estaba a la vista, pero no tenían recursos (por lo menos eso pensaban). Cuando la mañana aclaró, el llamado se dio de que Israel formara sus grupos de marcha. Imagine la perplejidad de la gente. ¿Para dónde iban? Luego una orden inimaginada le fue dada a
los sacerdotes que cargaban el arca: ¡Ellos habían de llevar el arca y guiar a Israel hacia la rugiente inundación! Cuando lo hicieron, algo increíble sucedió: “… cuando los que llevaban el arca entraron en el Jordán, y los pies de los sacerdotes que llevaban el arca fueron mojados a la orilla del agua… las aguas que venían de arriba se detuvieron como en un montón…” (Josué 3.15–16). ¡El mucho más abundante poder de Dios se hizo evidente! Esto es lo que el versículo 17, dice: “… los sacerdotes que llevaban el arca del pacto de Jehová, estuvieron en tierra seco, firmes en medio del Jordán…”. ¡Nuevamente Dios secó el lodoso fondo hasta dejarlo llano!
La toma de Jericó
Después de que la nación de Israel se hubo recuperado de haber cruzado el Jordán, fue confrontada con otra “imposibilidad”. Cualquiera que entrara a Canaán tenía que pasar por Jericó. Por esta causa, la ciudad era una poderosa fortaleza. Cualquier ejército invasor se desanimaría de pensar en la toma de la amurallada ciudad. Cuando Josué pensó en la invasión tal vez se hubiera conformado con un hoyo en el muro, a través del cual algunos
hombres pudieran correr hasta la entrada y abrirla para que entrara el resto. Eso era sólo un sueño, pues Dios le ofreció a las tropas de Josué algo más grande que un hoyo en el muro. Le dijo a Josué que ¡el muro entero iba a caer! De hecho, lo que Dios le dijo a Josué era que Jericó ya era posesión suya (Josué 6.2). El plan de batalla fue increíble. El muro caería después de que ellos hubieran marchado alrededor de la ciudad durante siete días y hubieran sonado las trompetas (Josué 6.4–5). Israel siguió el plan con exactitud, y ¡el muro cayó exactamente como Dios lo había prometido!
El plan de Dios fue más allá de las expectativas de Israel. Sucedió conforme al poder de Dios, el
cual es mucho más abundante de lo que esperamos.
La confrontación sobre el Monte Carmelo
Mucho tiempo después, en la historia del Antiguo Testamento, el gran profeta Elías es ahora
el portavoz de Dios. El escenario nos transporta a la gran confrontación entre Dios y Baal. Los
sacrificios habían sido preparados por Elías y los profetas de Baal. Los profetas de Baal montaron un espectáculo ese día, el cual mostró la completa impotencia de la idolatría (1 Reyes 18.26ff.). El
fracaso de ellos fue evidente. Como el agua destilaba del sacrificio y además había un foso
alrededor del altar reparado, Elías parecía destinado al fracaso también. ¿Se ha preguntado usted, alguna vez, por qué hizo Elías su parte de la contienda tan difícil? Él no tenía por qué
hacerlo. Podía haberse apegado a lo acordado originalmente. Quiero creer que fue por causa de
su fe en el poder de Dios. Él sabía que si Dios podía iniciar un fuego con madera seca, también podía hacerlo con madera mojada. ¡Y estaba en lo correcto! El poder de Dios fue magnificado ese día cuando éste quemó la madera mojada, los bueyes, las piedras del altar, el agua e incluso, el suelo (1 Reyes 18.38) ¡Son grandiosas las cosas que suceden cuando nos enfocamos en el mucho más abundante poder de Dios! La salvación de los pecadores Una de las más grandes ilustraciones del poder de Dios se encuentra en el Nuevo Testamento. ¡Dios puede salvar pecadores! El hombre rebelde, que lucha por hallar paz y sentido para su vida, estaba sin esperanza y sin rumbo. Los hombres habían rechazado a Dios y habían puesto su confianza en lo mortal, y las consecuencias resultaron en una magnificada ruina (Romanos 1.18ff.). Los hombres están perdidos, condenados a estar separados de Dios por toda la eternidad. Son esclavos de su propio egoísmo y rebeldes en contra de todo lo que es bueno y puro. Pero lo que parecía un caso sin esperanza, llegó a llenarse de esperanza, a causa del poder de Dios (cf. Juan 3.16ff.). De su propia iniciativa, Dios había tomado medidas para redimir a los hombres errantes. Fue debido al amor divino por la humanidad descarriada, que Dios formuló un plan, el cual pudiera lograr lo imposible (Romanos 5.6–9). Nuevamente, Dios fue más allá de lo que el hombre errante esperaba, al ofrecer a éste un pleno perdón de gracia. No se estipuló una expiación que hubiera
que ganar. No se requerían obras cumplidas las cuales tuvieran que ofrecerse, con el fin de balancear los platillos de la balanza (cf. Efesios 2.8–9). ¡La salvación era un regalo gratuito, el cual era extendido por Aquel que tiene poder mucho más abundante de lo que entendemos o pedimos! Nuestro Dios es poderoso, no importa la situación que enfrentemos. La belleza de esta oferta se describe en Romanos 6. Dada esta provisión de gracia, todos los hombres deberían estar dispuestos a volverse del servicio al pecado, al servicio a la fidelidad a Dios. Esto se obtiene solamente por medio de una fe obediente en Cristo. Esto no es algo que se obtiene por la “fe sola”, sino por una fe obediente, la cual se cumple en el momento de la inmersión. Esta obediencia a la inmersión nos faculta para que lleguemos a ser una parte del cuerpo espiritual de Cristo (v. 3), para andar en vida nueva (v. 4), para destruir el viejo hombre de pecado (v. 6), para asirnos de la esperanza de la resurrección (vv. 5, 9–11). Los que han sido sumergidos en Cristo, para perdón de los pecados (Hechos 22.16), son santificados para Dios (vv. 12–18). Una vez que somos santificados de esa manera, somos libres del pecado y podemos regocijarnos en la promesa de la vida eterna (vv. 21–23).
Los hombres no hubieran podido, jamás, modelar tan maravillosa oferta de vida eterna. No
hubiéramos podido, jamás, concebir las bendiciones de un completo perdón. El Todopoderoso
Dios es el único que pudo extender la esperanza del perdón y de la reconciliación al hombre que,
sin éxito, vivía intentándolo por sus propios medios.
SU PODER ES APLICADO:
Después de estudiar estas ilustraciones, somos impresionados con el maravilloso poder de nuestro gran Dios. Unámonos a los tres jóvenes hebreos, los cuales, cuando enfrentaban el llameante horno de fuego, expresaron llenos de confianza: “Nuestro Dios… puede” (Daniel 3.17; cf. Job 9.4–7, 10).
En segundo lugar, somos impresionados con las recompensas que están en el cielo, las cuales
son mucho más abundantes de lo que entendemos. El cielo será muchísimo más grandioso de lo que podemos imaginar (cf. Isaías 66.18, 20–23). Los vocablos que se refieren a cosas de la tierra, son insuficientes para describir el esplendor del cielo.
El cielo va a ser más valioso que el oro fino. ¡Cuán maravilloso don es el que Dios ofrece a sus hijos en la promesa de la gloria del cielo! En tercer lugar, ¡nos horroriza pensar en los
terrores del infierno! Si la gloria del cielo va a exceder en medida extra, las glorias de la tierra,
entonces la agonía del infierno va a exceder el dolor terrenal (cf. Isaías 66.24). La angustia del
infierno va a trascender hasta los más violentos dolores de la tierra.
CONCLUSIÓN:
El poder de Dios, el cual es mucho más abundante de lo que entendemos, es maravilloso. Esto
es especialmente cierto, cuando se compara con la debilidad del hombre (Marcos 10.37). Nuestro Dios puede, no importa la situación que enfrentemos. Sin embargo, a menudo enfrentamos cierta
debilidad cuando ponemos en práctica esta certeza de fe. Así como Moisés lo hacía, cuando él se sentía abrumado por las tribulaciones, nosotros también dudamos del poder de Dios (cf. Números 11.21–23). Es el más grande de los alientos el que se obtiene, cuando recordamos la confianza de todos los que se atuvieron al poder de Dios. Una mujer, una vez, le dio a un profeta una torta cocida, era el último alimento que ella tenía en un tiempo de hambruna. Sin embargo, como retribución, ella recibió una amplia provisión de alimento, la cual le duró hasta que la hambruna pasó (1 Reyes 17.8– 16). Una viuda echó dos blancas en el arca de las ofrendas para Dios, y ganó fama inmortal (Lucas 21.1–4). Imite a estos santos, quienes depositaron su confianza en el poder de Dios, a la vez que usted cultiva una similar confianza en su vida.
¿Cree usted que hay algo demasiado difícil para Dios? Su poder extiende a todos una promesa
de esperanza y fortaleza (Salmos 81.10). Él puede suplir las respuestas a nuestras necesidades.
Fuente:
http://www.biblecourses.com/sp_lessons/SP_199902_13.pdf
1 comentario:
Dios es Dios, todo lo puede hacer, nunca esta ocupado para nuestras peticiones, si nos acercamos con corazon sincero y puro. confiadamente en el nombre de Jesus que es sobre todo nombre
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