La elección de Augusto Cesar (Lc. 2:1)
José y Maria vivían en Nazaret de Galilea. Gente pobre como ellos, no tenían muchas opciones de viajar fuera de su comarca salvo la peregrinación hacia Jerusalén en una de las fiestas anuales, en especial la pascua (Lc. 2:21-38). Algunos comentaristas estiman que una persona normal viajaba alrededor de 15 kilómetros a la redonda de su pueblo natal en los tiempos antiguos. No existía nada como la movilidad internacional de mano de obra ni mucho menos a nivel regional (a menos que pensemos en los esclavos). Esto genera un pequeño inconveniente. Si los padres de Jesús vivían en Nazaret y el nacimiento del Mesías debía ser en Belén, y no había motivo para la travesía. ¿Cómo cumplir las dos profecías sobre Jesucristo -la que decía que nacería en Belén (Mq. 5:2) y la que seria llamado Nazareno (Mt. 2:23)-?
Aparece en escena la figura de Augusto Cesar. Personaje político astuto que poco a poco fue acaparando el poder en Roma (mediante los pactos con el Senado) con las manos no limpias de sangre y agente directriz del imperio más poderoso de la época, fue utilizado por Dios para solucionar el problema de la conciliación de profecías, permitiendo que la llegada del Hijo sea en el lugar correcto. Este pecador y pagano, sin saber y sin sospechar la trascendencia de su decisión, en los palacios a orillas del Tíber mandó el censo y decretó que los jefes de familia tengan que ir a su lugar de origen a empadronarse, ni más ni menos. José, belemita, debía viajar con su desposada, aunque estuviera con 8 meses de gravidez. Así, se arregló el problema. Dios, para sus propósitos, usa a quien quiere, cuando quiere y de la forma que quiere.
Este evento no es cualquier cosa. No es una fiesta patronal, ni el aniversario de la ciudad o la independencia del país. Es mucho más que eso. Estamos hablando de la llegada de Jesucristo al mundo para la redención de nuestros pecados, del establecimiento del Reino de Dios en la tierra, del inicio del proceso de reconciliación de Dios con el Hombre. Dentro del armazón completo que nace desde la creación de toda la realidad material y espiritual, la encarnación tiene un papel protagónico. Algunos entonces supondrían que, para un evento de tal importancia, las cosas debían ser impecables, pulcras, sacrosantas. Entonces, podía haberse encontrado alguna solución de ese tipo al problema del viaje. Una herencia, un mensaje directo de Dios (así fue para ir a Egipto), la elección de otra pareja, la coincidencia del nacimiento con una peregrinación. Pero no, Dios decide introducir a un romano en el proceso, un gentil, a la representación del imperialismo de la época. Y así cumple su designio.
Pero nosotros… siempre nosotros obviamos los mensajes. Y agregamos ideas. Hoy en día tendemos a pensar que el "no creyente" no es útil, que no sirve, que como esta en pecado Dios no puede utilizarlo. Por lo tanto, nos cerramos, nos aislamos a ellos. Para sus propósitos, empezamos a creer que Dios solo puede utilizar al pastor, al líder, al hermano de al lado, pero jamás a un "pecador" o a alguien que no cree en Él. Creemos realmente que Dios no los puede usar para nuestra edificación. Pero Dios tritura nuestra manera de pensar y nos sugiere no perder de vista ese camino. Esto es algo ya hecho en tiempos antiguos (Ciro –Is. 44:28; 45:1-, Nabucodonosor –Ez. 1:6-7; Jer. 21:1; 25:9-, Jetro –Ex. 18:1ss-, el burro de Balaam -Num. 22:21-40-). ¡Realiza esto en el nacimiento de su hijo! ¿Por qué nos hacemos más estrictos que Dios?
La elección de Nazaret (Lc. 1:39-40; Mt. 1:23)
Singular el lugar elegido por Dios para que su hijo crezca en la tierra. Muy cerca al valle de Meguido, al lado de una importante carretera romana, era un territorio de mala reputación, despreciado por el resto del país. Una zona en donde no viviríamos, como un pueblo joven o barriada limeña, una villa miseria argentina, un rancho venezolano o una favela de Río de Janeiro. Un sitio en donde no nos gustaría establecer nuestras casas porque estaba copado de gente de mala influencia, de gentío inapropiado. A fin de cuentas era un lugar inconveniente. Ya lo refleja Natanael cuando dijo que "No creo que pueda salir algo bueno de Nazaret" (Juan 1:46, paráfrasis personal).
Pero Dios, otra vez, olvida nuestros prejuicios. Y hace que Jesucristo crezca allí. En el lugar protervo, contaminado. Pero nosotros, sin embargo, somos expertos en marcar distancia con lo malo, con calificar lugares o personas, y aplicamos la marginación. Una persona con piercing en la nariz, ¡Mala!, con tatuajes, ¡mala!, un hombre con pelo largo, ¡malo!. Y creamos barreras, pequeños apartheids, sutiles acepciones de personas, calificaciones de lugares inconvenientes, de sitios que no son de edificación. Pero Dios se zurró en todo y en todos, y su hijo se desarrolló como ser humano en Nazaret. Por lo tanto, ¿quienes somos nosotros para calificar a la gente? ¿Para decir que Dios a través de ellos puede o no puede obrar? No somos nadie. Dios más bien, nos llama a derribar los muchos muros de Berlín que hemos levantado en nuestra vida.
El nacimiento en un establo, como el ganado (Lc. 2:6-7)
Queremos siempre grandes cosas. De niños, queremos ser encumbrados profesionales de grandes. De adolescentes, queremos ser famosos, o estar con la chica mas linda de todas. De adultos, queremos ganar más, tener una gran casa, un gran auto, muchas cosas. Dentro de la iglesia es lo mismo. Queremos las iglesias mas hermosas y magnánimas, la mayor cantidad de gente, los ministerios mas espectaculares, el milagro mas vistoso, la predica mas impactante, la campaña evangelistica mas masiva, el cargo mas alto o las siglas más bonitas, un impacto ministerial a nivel latinoamericano o mundial, las mejores profecías. Eso queremos, y más.
Dios quiso algo diferente. No nació en el palacio de Herodes. No fue hijo de Gamaliel. No fue hijo de un publicano pudiente. Ni de un judío bien relacionado de Roma o Tarso, que tuvo su retoño en una peregrinación a Palestina. Nada de eso. Busco la manera sencilla en extremo. El parto no fue en una casa. ¡No! ¡No era lo suficientemente sencillo! Tenia que mostrarnos un ejemplo, algo categórico, algo que nosotros, los que nos decimos sus seguidores, no olvidaríamos nunca. Entonces, ¿Como no lo borraríamos de la memoria? Quizá si nacería en el mismo lugar de los animales, junto a ellos, nos quedaría claro de un modus operandi, de una pauta, de un marco de referencia, de un ejemplo de humildad definitiva, de una enseñanza práctica que debiera ser nuestra señal de vida y ministerio. Pero no, así no somos. Lo hemos olvidado, quedando sólo para el discurso.
La inclusividad de todos (Lc. 2:8-20; Mt. 2:1-12)
A un extremo, o al otro, nos cuesta demasiado el equilibrio. La teología de la liberación nos hablo de la opción preferente por los pobres –cosa cierta, pero como su propio nombre lo dice, es opción preferente pero no exclusiva- por mucho tiempo. Por otro lado, el iglecrecimiento ha sido el marco teórico de los modelos de grupos homogéneos que han sido la justificación de iglesias focalizadas en la clase alta de manera distintiva, cerrando la puerta a otros. Tirios y troyanos han ido hacia su lado, obviando el intermedio.
Es recurrente el mensaje de que Dios quiere a todos, a la humanidad como un todo y sin limitantes. Blancos y negros, hombres y mujeres, jóvenes y adultos, peruanos y chilenos, pobres y ricos, citadinos y rurales, asiáticos y africanos. Y la Biblia enseña la aplicación práctica, tanto en el ministerio de Jesús como en la realidad de su nacimiento. La misma noche fue recibido por humildes pastores (tal vez siervos de un judío rico) que guardaban las vigilias a la intemperie cuidando las ovejas, los cuales fueron avisados por un cuerpo angélico. Pero también fue visitado por pudientes magos que le hicieron costosos regalos que seguramente le hicieron mas llevadera la vida a la familia en su escape a Egipto. De un lado y el otro, sin acepción de ningún tipo, totalmente abarcante. ¿Que tan inclusivo somos nosotros en nuestros ministerios? ¿Pensamos en trabajar con todos? ¿O tenemos limites demoninacionales, amicales? ¿Trabajamos solo con quienes nos gustan? ¿Con quienes congeniamos? ¿Nunca con los pobres? ¿Nunca con los ricos? ¿Solo conmigo mismo? ¿Acaparamos cargos? ¿Tenemos angurria ministerial?
2 comentarios:
Haces una epistola tan bonita que, efectivamente, es indiferente que la improbabilidad historica de no empadronarse en el pueblo donde trabajaba y vivía la Familia.
Una historia util y bonita hace realmente innecesario que sea historica en el estrecho sentido academico.
hola, no crees que la historia es verdadera?
saludos
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